Todas las violencias

Como hacen los compañeros que informan desde el epicentro de la bronca en Catalunya, habrá que empezar poniéndose el casco. Bien sé que no me libraré del mordisco de los que en lugar de chichonera llevan boina a rosca, pero por intentarlo, que no quede. Efectivamente, queridas niñas y queridos niños del procesismo de salón, no hay nada más violento que meter en la cárcel por la jeró a personas que, con mejor o peor tino, solo pretendían hacer política. Una arbitrariedad del tamaño de la Sagrada Familia; lo he proclamado, lo proclamo y lo proclamaré.

Y hago exactamente lo mismo respecto a la brutalidad policial. En la última semana hemos visto un congo de actuaciones de los uniformados autóctonos o importados que deberían sustanciarse con la retirada de la placa y un buen puro. Es una indecencia que Sánchez, Marlaska y demás sermoneadores monclovitas en funciones no hayan reprobado la fiereza gratuita de quienes reciben su paga para garantizar la seguridad del personal y no para dar rienda suelta a su agresividad incontenible.

¿Ven qué fácil? Pues lo siguiente debería ser denunciar sin lugar al matiz a la panda de matones que siembran el caos y la destrucción. Curiosa empanada, la de los eternos justificadores —siempre desde una distancia prudencial— que pontifican levantando el mentón que ningún logro social se ha conseguido sin provocar unos cuantos estragos para, acto seguido, atribuir los disturbios a no sé qué infiltrados a sueldo del estado opresor. La conclusión vendría a ser que debemos el progreso a esos infiltrados. Todo, por no denunciar lo que clama al cielo, amén de beneficiar a los de enfrente.

Y lo niegan

Un clásico de la psicología, no sé si de la parda o de la menos parda. La primera fase del duelo es la negación. Y en esas andan Rajoy, su patulea de pelotillas como la nulidad Maíllo (busquen en Zamora alguien, incluso del PP, que hable bien de él), el Macron de saldo Rivera o la docena de hinteleztuales de corps. Niegan y reniegan con obstinación de iluminado y rostro de cantera de Carrara lo que han visto hasta los ciegos de la canción de Brassens. Que la actuación de los Escuadrones Piolín en Catalunya fue proporcional, se engolfan en proclamar de atril en atril, de entrevista en entrevista, de canutazo en canutazo. Hace falta ser… eso que los lectores están pensando.

Pero que les vaya aprovechando esa perversidad gratuita. En términos que usaría mi hijo, menuda troleada que le han pegado los promotores del referéndum a los —¡redundancia va!— poderosos poderes del Estado. Venga y dale a requisar papeletas y urnas, que el día en cuestión apareció allá donde tenía que estar todo el material para votar. Igual, con las webs cerradas o los cortes de internet. Como cantaban los rojos del 36 sobre el puente del Ebro, diez mil veces que lo tiren, diez mil veces que lo haremos. En esas, no queda otra que soltar a una panda de uniformados encabronados a hostiar a personas que pusieron varias veces la otra mejilla. No hablamos de antisistema de capucha negra, sino de la más amplia variedad humana que quepa imaginar, desde adolescentes de peinados imposibles a abueletes arrugados como pasas pasando por la vecina del tercero. Todos, con la firme determinación de no dar un paso atrás. A ver quién les para.