No solo retórica

Vaya, veo que (una vez más) me equivoqué de columna el otro día. Solo a un aguachirlado como el autor de estas líneas sin sustancia se le ocurre venir en plan Pepito Grillo en medio del gran concurso para ser nombrado el o la que más apoya el Procés del mundo. O por lo menos, de esta pecaminosa tierra entre el Ebro y el Adour. Si lo llego a saber, me curro una diatriba del quince contra el lisérgico auto de Llarena, la definitivamente desvergonzada utilización de porras y togas para entrullar al adversario que te baila en cada cita con las urnas o la paupérrima catadura de la democracia española. ¡Será por adjetivos! Y hasta me puedo envolver en todas y cada una de las consignas —ahora llamadas hashtags—, poner un lazo amarillo, una estelada o lo que toque en la imagen de mi perfil en las redes sociales, firmar las peticiones que me pongan por delante o dejarme fotografiar con rostro de circunstancias históricas en esta o en aquella movilización. Como si no nos conociéramos casi todos y no supiéramos que diez minutos después del tuit, caen unas galimbas.

Insisto en la necesidad de una denuncia vehemente y sostenida porque no podemos dar carta de naturaleza a un atropello como el que están perpetrando los poderes del Estado español sobre los soberanistas catalanes. Pero con el mismo ardor reitero que con la retórica y la prosodia no es suficiente. Tampoco únicamente con el simbolismo ni, desde luego, por si se me ha entendido mal, con el uso de la violencia, y menos, cuando enfrente tienes a quien te decuplica en fuerza y falta de escrúpulos. ¿Qué habría de malo en unas gotas de pragmatismo?