Solo una entrevista más

Calculando por lo bajo, en mi ya moderadamente larga carrera profesional, le habré hecho unas 25 entrevistas a Arnaldo Otegi. Unas han sido de carril y otras con algo más de sustancia. Ninguna, se lo juro por el Dios de los plumíferos, ha incurrido en el blanqueamiento. Ni en el ennegrecimiento, ojo. El género no está ni para lo uno ni para lo otro. La cosa va de preguntar con más o menos tino, escuchar la respuesta y, si es el caso, volver a preguntar o pasar a la siguiente línea del cuestionario. A veces la cosa fluye como una conversación natural, mientras que en otras ocasiones se ronda el interrogatorio, el test, el juego de frontón o el cansino paseo por lo requetetrillado. Y eso pasa con Otegi, con Ortuzar, con Sémper o con quien se tenga en la alcachofa de enfrente.

Les arreo esta chapa introductoria porque sigo sin salir de mi pasmo ante la bronca de diseño que ha provocado la presencia del coordinador de EH Bildu en un programa de la televisión pública española. Manda bemoles que lo que por estos lares hace lustros no llama en absoluto la atención origine un cristo del quince si se da en la villa y corte de la hispanitud. O mandaría. Como vamos para talluditos, ya no nos pilla por sorpresa el rasgado ritual de vestiduras de los que viven de los pifostios de plexiglás. Que les ondulen con la permanén a los hiperventiladores fingidos. Ladren y ladren y vuelvan a ladrar, que ni por el forro tomaremos por auténtico su cabreo. Y si lo es, peor para ellos. Elijan entre tila y Lexatín. Otra cosa son mis presuntos compañeros de gremio que se escandalizan por la naturaleza misma de su curro. Qué pena.

Memoria ‘benevolente’

Que nada, que ya queda poco, que casi está… Pero ha terminado el 18 de julio, el número 82 después del primero, y Pedro Sánchez ha dejado pasar el día perfecto para desahuciar a la momia de Franco de su plácido sepulcro en el Valle de los Caídos. Otra vez será. No le urgiremos. Ocurrirá cuando toque, pero mientras, desde estas humildes líneas le animo a reparar en la tremenda bofetada a la por él tan cacareada Memoria que se le atizó ayer en la radio pública española, esa misma, sí, que junto con el resto de medios de titularidad estatal sigue a la deriva por culpa del trilerismo partidista.

De paso, aprovecho para contárselo a ustedes, que seguro ni sospechan que a estas alturas del tercer milenio en la emisora pagada a escote se mantiene un espacio diario llamado Alborada en el que varios sacerdotes se dedican por turno a impartir doctrina nacionalcatólica. Con sacarina, si quieren, pero no muy distinta a la del Cardenal Gomá y sus mariachis.

El que ayer estaba al mando del micrófono, un tal Alberto Argüello, a la sazón rector del Seminario de Valladolid, disimuló lo justo. Tituló su homilía “Memoria benevolente”, lo que ya le pone a uno en guardia. Después de hablar del 18 de julio como fiesta que rememoraba un alzamiento, afeó “el uso politizado de la memoria”, y abonó (con estiércol verbal, claro) la tesis de los dos bandos cometiendo el mismo número de injusticias. No contento, el trabucaire exhortó a recordar “los 6 años anteriores y cómo funcionó aquella república que terminó en un guerra y los 6 años posteriores ya a la victoria y cómo se gestionó a la hora de ver el cuidado de los perdedores”. Como lo leen.

Misión (casi) imposible

No le arriendo la ganancia al (si nada se tuerce, que quién sabe) nuevo presidente del ente público Radio Televisión Española. Como escribí aquí mismo tras los primeros contubernios fallidos para su designación, al elegido le aguarda un bonito marrón cuyas posibilidades de gestionar con éxito se sitúan entre cero y ninguna. Siento ser cenizo, especialmente por el miembro del nuevo Consejo de Administración que me es más querido y cercano, pero con un mastodonte público de esas dimensiones y con semejantes niveles de bilis hirviente y de banderías irreconciliables en su seno, todo lo más que se puede lograr es continuar retrasando el inexorable estallido final.

Bien es cierto que si se ha conseguido hacer en los últimos cuarenta años, malo sería que fuera con estos gestores al mando cuando la gigantesca olla a presión saltase por los aires. Será cuestión de seguir tirando de los recursos al uso: redacciones paralelas, pagos a cuenta por los silencios, vista gorda para los casos dejados por imposibles, manga ancha para el manejo de la chequera de favores, y seguir ordeñando la vaca común para que a los miles de condenados o autoexiliados a los pasillos no les falte el ingreso mensual más los trienios.

Y claro, luego está la otra cuestión, lo de la objetividad, la pluralidad y demás palabras que nos gusta pronunciar con el mentón enhiesto. Ahí soy más optimista. El precedente inmediato, el del PP, ha sido tan lamentable y grosero, que bastará abrir media docena de respiraderos y dar boleto a los elementos más casposos de la parrilla para instalar una sensación de aseo, aunque sea por comparación. Iremos viendo.

RTVE, bonito marrón

No somos como los demás… hasta que lo somos. O sea, hasta que el objetivo indiscreto nos retrata en idéntica pose de quienes tanto hemos criticado. Vaya quilombo, my friends, a cuenta de la elección del gran-profesional-del-medio que ha de guiar la ciaboga de Radio Televisión Española hacia la recaraba de la libertad de información que fue. Un momento… ¿Cuándo ocurrió eso? Ahí nos damos de morros con el primer trile. Quitando un rato corto de la época zapateril (y no en todos los espacios), el mastodonte público jamás se ha caracterizado por escapar al control caprichoso y descarado del gobierno español de turno. Dirán que como todos los medios dependientes de la administración, y acertarán, aunque con sus matices, puesto que este que les garrapatea puede presumir de haber sido copartícipe de una de las épocas más plurales de EITB, aquella en la que unos nos decían ETA mediática y otros nos arrumbaban de GAL comunicativo. Lo anoto con la autoridad moral de quien se apeó en marcha en los años oscuros, cuando tenía sobre la mesa un contrato de quitar el hipo. Un saludo, por cierto, a la panda de hijoeputas de la mano que te da de comer.

Digresiones nada digresivas al margen, aguardo con ansiedad la resolución del psicodrama para la elección del mandamás de RTVE. A la espera, les recomiendo la confesión descarnada de mi muy respetada Ana Pardo de Vera, una de las presuntas candidatas a la cosa. Cuenta Ana que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias jugaron con ella y con el gran Arsenio Escolar, antes de soltar el nombre de Andrés Gil, que, por si acaso, había borrado la semana anterior unos miles de tuits. Qué triste.

Sí a la misa televisada

No voy a misa. Ya ni siquiera por compromiso en los funerales. Aparte de que me aburría soberanamente, casi siempre acababa acordándome de la parentela del oficiante por la ligereza con que animaba a la concurrencia a que viéramos como motivo de fiesta y algarabía la muerte, muchas veces demasiado prematura, de nuestros seres queridos. Y cuando no era eso, era el mitin que nos largaba el gachó desde el púlpito. De variada índole, no crean, que lo mismo me han sermoneando sobre la una, grande y libre, la Euskal Herria liberada de fuerzas de ocupación a tiro limpio, la aberración de muerte digna o el tremendo pecado que sería que el Athletic fichase extranjeros.

En resumen: a mi no me pillan ni en carne mortal en el templo que sea, ni mucho menos como feligrés virtual en la transmisión televisiva de cualquiera de las cadenas públicas —EITB y RTVE, en nuestro entorno— que mantienen la liturgia católica en su programación. Ahora bien, el hecho de que esté entre la clientela potencial de la cosa no me impide ver su procedencia y su utilidad social. O dicho en menos fino, que me parece una memez supina la campaña de cuatro comecuras rancios —son la releche los retroprogres— para exigir que las “televisiones que pagamos todos” (ya será menos) retiren las misas de sus parrillas. No encuentro ningún problema en que en horarios perdidos de la programación se satisfaga esta mínima demanda de personas generalmente de una edad considerable, con dificultades de movilidad y/o residentes en lugares alejados de donde se ofrece el culto. Una vez más, los adalides de la tolerancia son unos intolerantes de manual.

Dejar España

Me encanta el olor del patriotismo cañí al amanecer. Hablo del mismo sentimiento de orgullo nacional español al que ya se refirió hace una porrada de años Julio Camba diciendo que se medía en el número de gallinas que se meten entre pecho y espalda, los copazos que se pimplan y los puros habanos que se atizan los que presumen de llevarlo a toda hora a flor de piel. Cierto, una versión extendida y literaria de la definición canónica de Samuel Johnson: el último refugio de los canallas.

No sé si llega a tal condición Imanol Arias, pero ahí anda haciendo sus pinitos. Ya de paso, estudia para ser de mayor Gerard Depardieu, al que le ha copiado el cabreo tras ser descubierto despistando pasta al fisco del país de sus emocionados hipidos. “Como siga así, dejo España”, ha advertido el tipo tras la segunda oportunidad consecutiva en que su nombre aparece ligado a sociedades creadas para evitar pagar impuestos como el común de los mortales. ¡Tremenda amenaza que nos llena de congoja y de zozobra! ¿Qué será de nuestras bellas artes sin sus ¡Me cago en la leche, Merche! o sus gañotazos a cuerpo de rey por la piel de toro, pagados a doblón unos y otros por el ente público de radiotelevisión? Y ya fuera de las dotes interpretativas —o dentro, vayan a saber—, ¿quién nos endilgará esas lecciones de dignidad que guardamos en la memoria de los tiempos en que se apuntó a portavoz de no sé qué decencia contra aquellos de sus paisanos de la pecaminosa Vasconia que no nos excitábamos en rojo y amarillo? Tanta vena inflamada por la nación española, y a la que le pillan en renuncio, dice que se pira. Qué poco fuste.

A quién ayudar

Si no conocen un programa de la televisión pública española llamado Entre todos, no se pierden nada. Al contrario, diría incluso que salen ganando con su ignorancia y les animo a persistir en ella. Ojos que no ven, ya saben. Yo ya no estoy a tiempo de regresar a mi virginal inopia. Por circunstancias personales, amén de dolorosas, largas de explicar, me toca asistir con cierta frecuencia a ese artefacto catódico que me deja un humor sombrío (más todavía) y el cuerpo para el arrastre. Hay que tener el alma de hielo o llamarse Rodrigo Rato para salir indemne del espeluznante desfile de desgracias que en cosa de dos horas y pico se vierten, cual aceite hirviendo desde una almena, sobre la retina de los espectadores.

Efectivamente, como estarán imaginando o habrán oído, la cosa va de reclutar víctimas de tremebundos infortunios, exhibirlas con arreglo a una escaleta para provocar la compasión de la audiencia y llegar a un final más o menos feliz cuando se ha recaudado la cantidad en la que se ha tasado que la desdicha ya no lo es. No es un formato novedoso, que digamos. A los que tengan unos años les evocará aquel Ustedes son formidables, conducido por Alberto Oliveras en la Ser, pero no deja de ser la misma receta que la de los telemaratones que nos irán cayendo de aquí a un mes, aprovechando la eclosión sentimentaloide que acompaña a la Navidad.

Llegado a este punto, debería entrar a matar y terminar de poner de vuelta y media esta espectacularización del dolor diciendo, por ejemplo, que prostituye la genuina solidaridad en caridad. No lo haré, porque tendría que extender la diatriba a los conciertos, partidos de fútbol y hasta campeonatos de mus benéficos. Y a las recogidas de tapones de plástico y las rifas vecinales para echar una mano a un semejante al que le pintan bastos. Cedo el látigo al progrerío fetén, que por lo que veo, decide a quién, cómo y cuándo ayudar. O no hacerlo.