¿Legislar en caliente?

Hay que ver cómo cambia el cuento. Ahora el gobierno español anuncia que revisará la tipificación de los delitos sexuales en el Código Penal, y prácticamente todo el arco político se apunta el tanto. Dicen que es el clamor de la calle y que hay que ponerse inmediatamente manos a la obra. Desde aquí, me sumo a la exigencia —a ver si esta vez lo hacen bien—, pero inmediatamente me hago una pregunta en voz alta, ustedes me dirán: ¿No habíamos quedado en que no se debía legislar en caliente?

Reitero que a mi me parece más que procedente y anoto mi vana esperanza de que en lo sucesivo esta forma de actuar marque tendencia. Qué gran retrato se han hecho los que en esta ocasión no han tenido remilgos en demandar, casi tea en mano, no ya cambios legales sino la crucifixión de los cinco malnacidos de La Manada, mientras que hace unas semanas trataban de turbamulta manipulada por el fascio a quienes salían a expresar su rabia por el asesinato del niño Gabriel Cruz. No faltaron los grandes santurrones que pidieron comprensión hacia la asesina en atención a su sexo, su origen y el color de su piel.

Y no, no es solo porque las violaciones les merezcan un trato diferente. Depende de cuáles. Yo tengo memoria. El pasado diciembre, cuatro depredadores alevines agredieron sexualmente a una niña en un trastero de Barakaldo. Hubo un par de pancartas en alguna concentración deslucida, de puro trámite, pero los apóstoles del buen rollo corrieron a apelar a la educación en valores, antes de ordenar discreción y respeto… para los victimarios, por supuesto. Ojalá lo de estos días suponga el fin de tanta hipocresía.

Una ikurriña en el balcón

Pues, al final, ahí estuvo la ikurriña, en el balcón consistorial, a la vera verita de la verde de la ciudad y de la rojigualda reglamentaria. Extraños compañeros de cama hacen los mástiles en complicidad con el protocolo real o inventado el cuarto de hora anterior. Piensen ustedes que no hace tanto una foto similar en la fachada de un ayuntamiento de los tres territorios de la demarcación autonómica provocaba erisipela y tremendas broncas a ladrillazo limpio con coctelería Molotov incluida. Hoy es el día, sin embargo, en que a los que tocaban a rebato y encendían las mechas se les pone la piel de gallina (¿arrano o aguilucho?) al ver la bicrucífera compartiendo balconada con la enseña constitucional del reino de España. Cosas veredes, ¿verdad?

Vaya que sí. Como que los que se encabronan ahora son los de la acera de enfrente denunciando (perdonen la cacofonía) la intolerable afrenta. Al oír las declaraciones encendidas y leer los titulares empapados en bilis, cualquiera diría que, efectivamente, cautivo y desarmado el ejército regionalista, las tropas vascongadas han alcanzado su último objetivo. Pero no. Tan solo son unos palos con unas telas. Es verdad que con mucho significado para quien legítimamente quiere otorgárselo, pero si somos capaces de apearnos de nuestras trece siquiera por medio rato, pronto comprenderemos que no es para tanto. Una simple instantánea para que nos hagamos lenguas los que opinamos de esto y de aquello. Y, sobre todo, para que los profesionales de la gresca politiquera entren —literalmente— al trapo y se líen a ciscarse recíprocamente en las calaveras. En eso andan.

Justicia, ¿para quién?

Sanfermines 2014, concretamente, 8.37 de la mañana del 13 de julio en la calle Estafeta. Un baboso se abalanza sobre una joven que le ha dejado bien claro que no quiere nada con él. La sobetea por todo el cuerpo e intenta besarla, mientras ella tiembla, llora, le suplica que la deje en paz y grita el nombre de su novio. Cuando llega este, que venía de correr el encierro, le larga al agresor sexual un puñetazo en la cara que le hace caer al suelo, chocando con la cabeza en el adoquinado. A consecuencia del golpe, el tipo es operado, pasa 28 días hospitalizado y más de 200 de baja.

Dos años más tarde, y cuando aún duran los ecos de otras fiestas de Iruña empañadas por numerosos ataques a mujeres, llega la llamada Justicia a dictar sentencia y, en el mismo viaje, a mostrarnos el mecanismo del sonajero. Para el agresor sexual, al que deja en simple abusador, y le aplica la atenuante de embriaguez, una condena de un año —que seguramente no llegará a cumplir— y una ridícula indemnización a la víctima de 3.000 euros. Pero eso es solo la avanzadilla de la ola de estupor, rabia y asco que provoca la otra parte de la decisión judicial. Al novio de la joven le caen nueve meses de prisión, y se le obliga a indemnizar con 91.500 euros al que estaba forzando a la mujer y con otros 60.430 a la Sanidad navarra por los gastos de atención al tipejo. Como fulero argumento, los de la toga sostienen que había otras alternativas al puñetazo. Ténganlo en cuenta por si se ven en la tesitura de la joven o de su novio. La Audiencia Provincial de Navarra les viene a decir que impedir la agresión les puede salir muy caro.

¿Rechazar y qué más?

Sin duda, reconforta la participación masiva en las concentraciones contra las agresiones sexuales en Iruña. El riesgo es que acaben convirtiéndose en parte del programa de Sanfermines. Por tremendo que suene, se diría que vamos camino de ello. Y hasta me da en la nariz que lo aceptamos con una extraña mezcla de estupor, resignación y autocomplacencia.

Comprendo que les choque lo último. No debería tener el menor sentido hablando de lo que hablamos, y sin embargo, basta observar ciertas actitudes y prestar atención a determinadas declaraciones, para tener la incómoda sensación de que las manifestaciones de rechazo operan como una suerte de bálsamo para las conciencias atribuladas. Asistir, casi fichar, provoca el alivio de pensar que ya se ha hecho todo lo que cabía. Eso, en los casos más encomiables o menos dignos de reproche. No creo que les descubra nada si menciono a los profesionales de la más enérgica repulsa de lo que sea. Excuso detallar cuánto aborrezco a esos tipos y a esas tipas que hacen de cada violación una ocasión para el lucimiento personal a través de encendidas proclamas de repertorio.

Espero con ansiedad el momento en que nos demos cuenta de que los destinatarios de los exabruptos ortopédicos —Aski da, joder!, ¡Ni una más!, etc— pasan kilo y medio de tanta palabrería, y empecemos a cambiar de estrategia. Claro que para eso sería necesaria una determinación sin fisuras a no pasar ni un solo ataque sexual. Por desgracia, este mismo año hemos visto ejemplos cercanos y no tanto de una desvergonzada disposición a callar, disculpar, justificar o amparar según qué agresiones a mujeres.

¿Tolerancia cero?

Otra concentración modélica. Todo perfecto. La multitudinaria asistencia y su plural representación política incluyendo a la nueva autoridad municipal. Las pancartas, las consignas, los folletos esgrimidos como un (inútil) detente-bala. Ni una agresión sexual más, basta ya, no es no, aski da. Palabras, una vez más, al viento. Muy bonitas y muy sentidas en los titulares, pero al cabo, apenas una conjura para la impotencia o unas gotas de árnica para la conciencia. Necesitamos pensar que hacemos algo, que no nos resignamos, que no aceptamos y ya. Y está muy bien, oigan, salir a la calle y gritar muy alto, aunque se sepa —porque se sabe, ¿verdad?— que el mensaje jamás les va a llegar a los destinatarios, o que si les llega, por un oído les entra y por el otro les sale.

No es la primera vez que pregunto, y en cada ocasión lo hago con mayor desazón, si una vez comprobado que somos la rehostia mostrando nuestra repulsa, no habrá llegado el momento de trasladar esa pericia a evitar los ataques. Con algo más que bienintencionadas campañas de concienciación, quiero decir. O con planes de actuación que vayan más allá de clausurar los lugares donde estadísticamente se producen las agresiones o de invitar a las posibles víctimas a no pasar por aquí, por allá o por acullá, no sea que les vaya a tocar a ellas.

¿Qué tal si empezamos a perseguir en serio y sin miramientos todas las conductas de sometimiento heteropatriarcal y no solo las políticamente correctas? ¿Y si nos conjuramos para que “Tolerancia cero” pase de ser un resultón deseo expresado en voz alta a un principio que se demuestra a través de los hechos?