Operación Iceta

¿Miquel Iceta, presidente del Senado? Mi primera reacción al escucharlo fue reprocharme mentalmente que no tuviera la menor idea de que se había presentado y salido. Menudo periodista de las narices, me flagelé. Dado que los medios, empezando por el que lo anunció a todo trapo, no hablaban de posibilidad sino de algo que no tenía vuelta de hoja, ni se me pasaba por la imaginación que estuviéramos ante una cuestión que antes de confirmarse debía pasar por una serie de trámites no necesariamente fáciles.

Porque sí, mucha cortesía parlamentaria y lo que ustedes quieran, pero sucede que Catalunya vive en la excepcionalidad desde hace tiempo. Con presos y fugados, nada menos. Que el PSOE diera por hecho que todos los grupos del Parlament se iban a avenir a designar a Iceta senador autonómico en sustitución (o en laminación) de Montilla como si tal cosa resultaba o ingenuo o prepotente. No sé ustedes, pero servidor se inclina por lo segundo. Desde que Sánchez, el renacido, sacó al PSOE del pozo y lo tiene camino de un segundo mandato y hasta, como apunta el CIS tezanita, de darse un festín en las inminentes autonómicas y municipales, está muy crecidito. Y la cosa es que casi me atrevo a decir que con razón y sabiendo que se saldrá con la suya pase lo que pase. Si los que ahora juran que no facilitarán el nombramiento, da igual requeteunionistas que megasoberanistas, acaban cediendo, quedarán como Cagancho en Almagro por tener que tragarse sus bravatas iniciales. Si se mantienen en sus trece —y aquí los peor parados sí serían ERC y JxC—, se arriesgan a ser retratados como intolerantes cerriles. Veremos qué eligen.

La (i)legalidad según el PP

Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu otra mano derecha. O bueno, sí, que lo sepa, y que se la refanfinfle que sea exactamente lo contrario de lo que se anda propalando a voz en grito. Como habrán adivinado por el título, me refiero al PP. Menudos aplausos con las orejas al Borbón reinante por haberse pasado por entre las ingles su obligada neutralidad —jua, jua, jua— para atizar la enésima colleja a los soberanistas catalanes. “Sin legalidad no hay democracia”, tuvo el cuajo de moralizar el vástago del Campechano, como si no supiéramos que él está donde está gracias a la legalidad franquista.

Pero otro día exploro ese jardín. Hoy me centro, como apuntaba arriba, en el desparpajo de la banda de Casado, que horas después de hacer la ola a esa filípica —o felípica, en este caso— se hicieron mangas y capirotes con ella en el Senado al aprovechar su mayoría absoluta para aprobar una moción que insta al gobierno de Sánchez a no completar las transferencias pendientes a la Comunidad Autónoma Vasca. Ojo, todas y cada y una de ellas, desde las que más sarpullidos les arrancan —Prisiones y Seguridad Social— hasta la más triste devolución de medio kilómetro de línea ferroviaria. ¿Acaso no es eso instar al incumplimiento vergonzante de la legalidad emanada, no se pierda de vista, del festejado Estatuto de Gernika y de la sacrosanta Constitución española? Tampoco es cuestión de sacar a paseo los grandes exabruptos, pero sí procede recordar que cuando la vaina es al revés, las bocas se llenan con la demasía del golpe de estado. En esta ocasión, sin embargo, la democracia es fumarse un puro con la ley. Así es el PP.

El ministro cantor

Les hablaba ayer mismo del pan y circo en el Congreso de los Diputados. Debería haber dicho en las Cortes, porque en la otra cámara, la supuestamente alta, esa mezcla a partes casi iguales de cementerio de elefantes, destetadero de funcionarios vocacionales de la representación pública y destino accidental de un puñado de entusiastas que todavía creen en la política, también se ofrecen espectáculos cómicos de baja estofa. De hecho, la estadística parda asegura que nueve de cada diez veces que el Senado sale en los medios es a cuenta de algún momento bufo protagonizado casi sin excepción por cualquiera de los miembros del Gobierno español —muchas veces, por el propio presidente— que se dejan caer por el parlamento B a hacer como que contestan preguntas de sus señorías.

El penúltimo número lo montó hace dos tardes el muy jatorra ministro de (¡Toma, Jeroma!) Educación, Cultura y Deporte, Iñigo Méndez de Vigo. Comparecía el también portavoz del Ejecutivo y Barón de Claret para explicar por qué se dejó ver junto a otros tres compañeros de gabinete rajoyesco canturreando El Novio de la muerte al paso de la Legión española en una procesión de Semana Santa en Málaga. Su monólogo de dos minutos tiene sitio en la antología de la chabacanería y la capacidad de provocar vergüenza ajena. Ni cuenta se dio el chiripitifláutico sucesor de Wert que con su sucesión de chistes de barra de bar estaba trazando su perfecto autorretrato. Como caradura al que se la bufa todo, sí, pero en el caso que nos ocupa, como conspicuo enaltecedor —miren por dónde— del cuerpo fundado por quien tenía como lema “¡Viva la muerte!”.

Santa Rita Rita

Santa Rita Rita no devuelve lo que quita. De momento, el acta de senadora se lo guarda, que al ser por designación autonómica, haya o no haya terceras elecciones, le da tres años más de vidilla aforada. Con su suelduplón correspondiente, por descontado, y además, ahorrándose la cuota del PP, porque el carné —“Lo tuyo es puro teatro”, pone la banda sonora La Lupe— sí lo ha entregado. Curiosa forma de dimitir sin dimitir, de irse quedándose, de avisar a los atribulados navegantes del bajel pepero que ojito al Cristo, que es de plata.

Piensen regular y acertarán. Cien a uno a que en su móvil hay un mensaje conminándole a ser fuerte, habitual cortesía para con los conmilitones enmarronados del ciudadano Rajoy Brey. ¿Cómo no recordar al mengano que se eterniza en funciones gritando “¡Rita, eres la mejor!” con ese aire de cuñao piripi que gasta cuando se viene arriba en los mítines? Cuando hagan el biopic o el novelón sobre la doña, ese será el momento en que el espectador o el lector sabrán que está jodida. No hay un genovés caído en desgracia —Matas, Camps, y tantos más— cuyo calvario no haya empezado tras los encendidos elogios de su jefe.

Sobran el cava y el confeti. No hay lugar para las celebraciones. Nos queda aún mucho por ver, y será mejor que abandonemos cualquier esperanza de que se haga justicia. Por todo castigo, habremos de conformarnos con estos malos ratos que estará pasando la propietaria de incontables bolsos de Louis Vuitton. A algunos, y tenemos mil precedentes, el Supremo les aprieta pero no les ahoga. Y si confían en que, por lo menos, se pague el precio en votos, también van dados.

Más paleto que corrupto

Lloriquea el bellotari de vía estrecha, José Antonio Monago, que no es un corrupto, sino la víctima de un terrible complot para quitárselo de en medio. Riámonos de lo segundo, y concedámosle la razón en lo primero. No es un corrupto por un motivo ciertamente simple: no da la talla para serlo. Llega, y justito, a chisgarabís del mangoneo cutre, con el agravante de que cuando lo pillan, en lugar de reconocerlo gallardamente, se hace el ofendido y pretende tomarnos por idiotas. Más incluso que el puñado de euros que el lazarillo de Quintana de la Serena sisó a las arcas públicas, debería rebelarnos que piense que somos tan cortos de mente como para tragarnos que en poco más de un año, un senador por Badajoz viajó 16 veces a Tenerife en comisión de servicio oficial.

No cuela, Monago. Absolutamente nada de oficial tiene ir a contentarse el mango a las que llaman, para disgusto de muchos de sus moradores, islas afortunadas. Qué poco cuesta, por cierto, imaginárselo embarcando con la bragueta alegre, rumbo al desfogue más bien patético de ciertos cuarentones que  se enredan entre el corazón y la ingle.
Desconozco cuánto le queda a su carrera política. Debería ser nada, pero si es más que eso, ya jamás podré verlo como el dirigente de un partido o de una comunidad. Ni siquiera, como decía al principio, como un detestable pero hábil ladrón de guante blanco. Para mi será en adelante el paleto con ínfulas de Casanova que se financiaba sus excursiones lúbrico-sentimentales con cargo al presupuesto del Senado y —lo peor—, que una vez descubierto con el carrito del helado, no tuvo arrestos para reconocerlo.