Cal viva y algo más

En el ratito de gloria que le tocó en la bufonada de investidura, la medianía que ejerce como portavoz del PSOE le echó un cuarto a espadas a su señorito Sánchez tirando del cuento de hadas de la Inmaculada Transición. Ya lo había hecho en la sesión matinal, con bastante mejor prosodia e idéntico abismal desconocimiento del asunto, el figurín Rivera, que cita tanto y tan mal a Suárez, que el Duque acabará resucitando para darle una manta de hostias.

Aparte de en la ya mentada ignorancia atrevidísima, el chisgarabís Hernando y el recadero del Ibex  coincidieron en retratar esos años como un nirvana donde todo fluía en insuperable armonía. Cuánta razón hay que darle una vez más a Gregorio Morán —que a diferencia del par de zascandiles con acta de diputado, sí vivió aquello y lo recuerda con dolorosa precisión—, cuando señala ese peculiar fenómeno del pasado que consiste en cambiar constantemente mientras el presente sigue inmutable. Con media hora que pasaran en la hemeroteca, los alegres juglares descubrirían que la crispación de hoy es una broma divertida en comparación con la sangre, la pólvora y la bilis que corrían por entonces.

O la cal viva, cuyo uso se extendería hasta unos lustros más tarde, como citó en la misma jornada y sin que nadie pueda acusarle de inventarse nada que no ocurriera el diputado Iglesias Turrión. Mucho más leído que el dueto del Pacto a la Naranja, el líder de Podemos se estrenó en el Congreso recordando los 40 años de la masacre de Gasteiz. Aunque al principio me pareció que se adornaba, viendo lo que vino después, el ejercicio de memoria resultó más que pertinente.

Sánchez no pierde

Quítenle lo bailado a Pedro Sánchez. Aunque, como estaba radiotelegrafiado, palmó la votación de ayer y, salvo milagro inimaginable, volverá a morder el polvo el viernes, su balance en esta farsa de la investidura solo puede ser positivo. Muy positivo. De entrada, sigue políticamente vivo, lo que resulta altamente meritorio, teniendo en cuenta que es el tipo que ha cosechado el resultado electoral más penoso del PSOE en toda su historia y que en su propio partido hay cola para partirle las piernas. Con esas causas y esos azares cercándolo, y añadiendo que a primera vista no da precisamente la pinta del más hábil de la clase, la lógica llevaba a pensar que para estas alturas habría doblado la rodilla.

Ya ven que no. Con el riesgo de hacer evaluaciones en caliente, se diría incluso que el Dead man walking del que habló el Financial Times —ustedes perdonen la pedantería en la cita— presenta un aspecto ciertamente robusto. Los que habían apostado por la brevedad de su mandato se rascan perplejos la cocorota, y aun andan más despistados, amén de contrariados y probablemente arrepentidos, aquellos que lo elevaron a secretario general pensando que podrían mangonearlo a voluntad.

La historia reciente tiene mil ejemplos de chicos de los recados que, ebrios de foco mediático, desarrollan un ego sideral, se sienten llamados a protagonizar una misión redentora de la humanidad y ya no hay quien les tosa. Insisto en que quizá sea pronto para determinar si Sánchez llegará a ser uno de esos mansos devenidos en líderes contra pronóstico. De momento, puede presumir de seguir en pie cuando nadie contaba con ello.