Consultas, según

Es un vicio encabronar a tirios y troyanos de boina a rosca. ¡Lo ponen tan fácil, además! Resulta digno de estudio de veterinaria el modo en que entran al trapo, el tamaño de su enfurruñamiento zangolotino y, cómo no, lo ramplonamente previsible de sus encorajinadas respuestas. Puto facha, puto separatista, te espetan con similar entonación y cabreo, una vez les mandas una pelota un milímetro por encima de la chapa.

Basta señalar, por ejemplo, lo curioso que es que los mismos que aplauden a rabiar la consulta venezolana contra Maduro deploren la catalana sobre la soberanía. Y viceversa, claro: buena parte de los propugnadores del derecho a decidir a toda costa en Catalunya tachan de gusanos a los que ponen urnas de cartón en Venezuela. Para que el embrollo sea aún más divertido, unos y otros se lían a tirarse a la cara los mil titulares de cada medio afín en que queda patente la brutal contradicción de apoyar esto y deplorar lo otro. Ni así caen en la cuenta de que son tal para cual.

Lo confirman cuando la bancada correspondiente salta como un resorte a gritar que no es lo mismo, siempre siguiendo la vieja ley del embudo que establece que las cosas son como me sale de la entrepierna. Por supuesto que uno tiene la edad y la capacidad de discernimiento suficiente para comprender que ambos procesos, movimientos, o lo que sean tienen sus propias particularidades y se defienden, en general, desde obediencias ideológicas y vitales que rozan lo antagónico. Y, sin embargo, la semejanza es aplastante: igual en Catalunya que en Venezuela, la solución es dejar que el pueblo escoja democráticamente su destino.

Sin más, decidamos

Aires de fiesta mayor en los garitos donde paran los acólitos de la una y grande. Celebran, cual si fueran goles de ciertos presuntos defraudadores, los resultados de la última entrega del Euskobarómetro. El rechazo a la independencia ha vuelto a caer entre los ciudadanos de la demarcación autonómica de Vasconia. El tanteador señala que los contrarios netos a la soberanía son un 39% frente a un 30 de partidarios sin matices. Añádase el 18% que no saben o no contestan y el 12 que se abstendría, y tienen el retrato completo del motivo de tanta jarana rojiamarilla.

Como ya imaginan, al glosar los datos como prueba irrefutable de la españolidad de las pecaminosas tierras del norte, ocultan dos de los más significativos. El primero, que según el mismo estudio —o lo que sea— , hay una mayoría (47%) que tiene claro que Euskadi es una nación, idea a la que se opone un 35%. El segundo y, en mi opinión definitivo, es el contundente respaldo al derecho a decidir en su forma más pura y directa: el 59% de los habitantes de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa se muestra favorable a convocar un referéndum —vinculante, ojo— sobre la independencia.

Al margen de la credibilidad que se conceda a la peculiar herramienta demoscópica, que en mi caso les confieso que es más bien justita, parece que en ese detalle está el quid de la cuestión. Es decir, en su puesta en práctica. Simplemente, decidamos. Sin estridencias, sin dramatismos, sin plantearlo como el fin del mundo. ¿No está tan claro que saldría que no? Pues razón de más para aplicarnos en el sano ejercicio de la democracia. Eso sí, y esto va por todos, luego toca aceptar lo que salga.

Nos quedamos, ¿no?

Que si galgos, que si podencos. Unilateralidad, bilateralidad. Cara o cruz. Piedra, papel, tijera. Pues tú más. ¡Ja, mira quién habla! ¿A que…? ¿A que qué? Y como tanto les gusta citar a los columneros cavernarios —vayan acostumbrándose, por si acaso—, en la grande polvareda, perdimos a don Beltrán. El sentimiento independentista en mínimos históricos. Según el último Sociómetro, y tras un escalofriante bajón de 11 puntos en dos años, no llega ni al 20 por ciento de los censados en los tres territorios de la demarcación autonómica. Calculen a ojímetro los del trozo foral y, si les alcanza el ánimo, los de Iparralde, y tendrán una composición de lugar de lo verde que está el asunto. Si esos que llamamos unionistas no fueran tan obtusos, convocarían mañana mismo la consulta para ganarla por goleada. Aún habremos de dar gracias a su cerrilidad, que es lo único que mantiene viva la llama en los más recalcitrantes.

¿La culpa? Elijan entre Gabinte Caligari o Def Con Dos. El chachachá o Yoko Ono. Siempre está el de enfrente para cargarle el muerto. Pues nada, sigamos en Bizancio, erre que erre, con broncos debates apoyados, según toque el día, en la historia, el derecho internacional comparado o lo que le salga a cada sigla de la sobaquera. Si va de esgrima dialéctica o de quedar bien ante la parroquia, perfecto. Por lo demás, tanto dará que la fórmula para cortar amarras sea por las bravas o hablándolo civilizadamente con el dueño de la llave, cuando a la hora de la verdad, los números simplemente no alcanzan ni para echar a andar. Mucho menos, claro, si los que están dispuestos se dan la espalda.

Rajoy va ganando

Debe de estar pensando Mariano Rajoy que la requetecabrona legislatura se le acaba justo cuando empieza a divertirse. Es la leche lo de los renglones torcidos. Según la lógica política, un dirigente al que se le rebelara un territorio debería estar sudando tinta china y pasando las de Caín. Muy al contrario, al Tancredo de Pontevedra se le ve como nunca. Aquel guiñapo grogui ante las acometidas del paro galopante, la prima de riesgo desbocada y no digamos las toneladas de carne corrupta que le iban reventando alrededor es ahora poco menos que la reencarnación de Santiago cerrando España. Ahí lo tienen, devenido en algo parecido a un líder, templando, ordenando y mandando. Y multiplicándose, lo mismo para reunir en torno a sí a los cabezas (¿de ajo?) del resto de las formaciones españolizantes o los llamados agentes (ejem) sociales, que para echarse unas risas radiadas con Del Bosque o advertir desayuno, comida y cena a los disolventes catalanes que abandonen toda esperanza.

Qué tiempos cuando ocurría al revés, ¿verdad? Entonces era el centralismo cerril y mastuerzo el que operaba como inagotable generador de soberanistas. Pero alguien ha debido de reconstruir la kriptonita mediante ingeniería inversa, y en Moncloa y Génova se están dando un festín gracias, mucho me temo, a la impericia reincidente que se viene manifestando al otro lado. Quizá necesitarían los protagonistas verse desde fuera para caer en la cuenta del lastimoso espectáculo que están ofreciendo cuando son capaces de suscribir la declaración que abre el camino a la independencia, pero no de acordar un Govern que la lleve adelante.

Foto con TC de fondo

Como en la canción de Aute, miro el instante que ha fijado la fotografía, y trato de escoger entre la vergüenza ajena y la perplejidad asombrada. ¿De qué se ríen los tres delegados catalanes de los partidos unionistas españoles ante la fachada —en sus dos sentidos— del Tribunal Constitucional? Resulta que en este momento de gravedad suprema en que la patria está en peligro, lo que les pide el cuerpo a los mosqueteros de la unidad nacional es retratarse en actitud de jijí-jajá, exhibiendo con orgullo de turista el recuerdo que se llevan de la villa y corte: el resguardo del recurso contra la declaración en que la amplia mayoría representada en el Parlament da por comenzado el proceso de desconexión de España.

Se pregunta uno qué les hace tanta gracia, justo antes de caer en la cuenta de que se está refiriendo a Inés Arrimadas, Miquel Iceta y Xavier García-Albiol, cuyas tallas políticas, incluso sumadas, no alcanzan ni el bordillo de la acera en la que posan encantados de haberse conocido. Seguramente piensan que es la leche haber sido enviados por el frente rojigualdo a pedir sopitas a los supertacañones de las togas y las puñetas hispanas, todos y cada uno de ellos, elegidos por los partidos solicitantes. Eso también es un retrato: pretender obtener en los despachos aquello para lo que tus escaños se quedan cortos. Esa es la separación de poderes funcionando a pleno pulmón, y mucho cuidado, que todavía es precio de amigo. Ya escuchamos primero a Margallo que los motines se sofocan, y después a Fernández que hay picoletos y nacionales para parar un tren, aunque lo conduzca la voluntad popular.

Carroñeros magenta

Qué pena, penita, pena, asistir en vivo y en directo a la conversión en detritus de lo que ya de suyo era un cagarro cósmico. De UPyD les hablo. Miren que, ahora que están en liquidación por cese de negocio, podían tratar de redimirse de su historial parásito, jeta y pernicioso aceptando su destino y dejándose morir discretamente. Pero ni por esas. La intención de la pandilla basura magenta, o sea, de la media docena de garrapatas que no han encontrado otro lomo perruno en que instalarse y siguen chupando de lo que queda de bote, es seguir tocando el napiamen en su camino al desagüe.

La penúltima gañanada de los semihuérfanos de Rosa de Sodupe, de la que probablemente no se habrían enterado de no ser por culpa —sí, culpa— del que suscribe, ha sido presentarse en los juzgados con una querella criminal contra la presidenta del Parlament de Catalunya, tres representantes de Junts pel Sí y otro de la CUP. Se les pide prisión provisional incondicional, cáiganse de nalgas, por un delito de “conspiración para cometer sedición” por haber suscrito y difundido la declaración en la que se comunica, de acuerdo con lo prometido a sus votantes y conforme al resultado de las elecciones, que se inicia el camino hacia la constitución de la futura república catalana.

Desconoce uno los usos y costumbres jurídicos, pero tiene bemoles que cuando se presenta alguien ante la ventanilla con semejante soplagaitez no se le mande a esparragar o, con más razón aun, se le atice un multazo por tratar de usar la Justicia como vergonzoso balón de oxígeno. Carroñeros hasta el último segundo de su agonía, qué cansina pesadilla.

Catalunya, hora de los hechos

Qué entrañable, Mariano Rajoy en plan no saben ustedes con quién se están jugando los cuartos. Lástima que casi al final de su intervención de estadista del carajo de la vela soltara un pedazo “hemos trabajao” que en su patetismo movía más al descojono que al acojono. Toda la solemnidad, la gravedad, la pompa y el boato del momento, a tomar el fresco junto a la (nula) credibilidad. Es lo que tiene jugar a Winston Churchill cuando no se pasa de Juan Cuesta. Y luego, claro, que la función apenas olía a rollete electoralista de tres al cuarto cutremente pergeñado por el jefe de campaña gaviotil, el tal Moragas, un tipo que no ha empatado un puñetero partido en su vida y ahora se ve de hechicero de las urnas.

Punto, en todo caso, para Junts Pel Sí y la CUP, que con una simple declaración que no recoge sino lo prometido a sus votantes, han conseguido que el Tancredo monclovita semeje una hidra cabreada que amenaza, aunque no los mencione, con los tanques. Iba siendo hora de que la cuestión catalana —permítanme el nombre idiota, pero es que estoy espeso para buscar sinónimos— saliera del centrocuentismo amodorrado y se disputara con palabras, y si procede, hechos mayores.

Desde mi (confieso) cómoda posición de espectador, no acababa de entender que un asunto tan transcendental como la independencia se estuviera dilucidando con amagos y, como mucho, bravatas pirotécnicas. Si de verdad las dos partes van en serio, una en su voluntad de marcharse y la otra en la de impedirlo, ambas han de estar dispuestas a demostrarlo con actitudes mondas y lirondas. Y, por descontado, a afrontar todas las consecuencias.