Es lo que hay

Somos el borracho del chiste aporreando la farola porque arriba hay luz. Reclamamos a grito pelado un desmarque contundente, unas frases inequívocas de rechazo, hasta una condena sin paliativos, no me jorobes. Qué ingenuos sin cura. Como si no tuviéramos cotizados los suficientes quinquenios clamando en el desierto. Como si no nos supiéramos de memoria el manual estomagante del sí pero no. Como si no conociéramos —¡joder!— el percal y con quién nos jugamos la mandanga esta de la convivencia.

Y muy bien, nuestro natural iluso nos confundió con la música de violines del nuevo tiempo, los acuerdos entre diferentes, el borrón y cuenta nueva, la transversalidad a todo trapo o el tú chupa, que yo te aviso. Quizá hasta fuera bonito mientras duró, pero seguramente ha llegado el momento de desempolvar el realismo, respirar profundamente y asumir que esto es lo que hay. Se da la desgraciada circunstancia de que una cierta cantidad (y no pequeña, ¡ay!) de nuestros prójimos están convencidos de que es del todo legítimo utilizar la violencia en el grado que sea necesario o les salga de la entrepierna. Ahí entra desde mandar a criar malvas al que estorba, práctica momentáneamente desechada por ineficaz, al repertorio completo de métodos de intimidación al uso.

La parte positiva de tan desalentadora descripción del paisaje en que nos toca movernos es que hay sobradas pruebas de que es abrumadoramente mayoritaria la parte de la sociedad que, independientemente de siglas e ideologías, rechaza sin ambages tales actitudes. Tenerlo muy claro y obrar en consecuencia será el antídoto más efectivo contra el desánimo.

Hasta el 8 de abril…

Moneda al aire. Cara, el gobierno español no dificulta el desarme y se limita a soltar la media docena de pejigueradas de costumbre. Cruz, Rajoy y Zoido se vienen arriba y mandan unos geos disfrazados de lagarterana a desbaratarlo. Ahora mismo, todo está al 50 por ciento. Estoy por jurar, de hecho, que el inquilino de Moncloa no tiene decidido nada al respecto. Como casi siempre, dejará que salga el sol por Antequera. O, vaya, por Baiona, Biarritz, Luhuso o donde cuadre. ¡Si pueden ocurrir cosas entre hoy y el 8 de abril, día de San Agabo Profeta!

Eso es lo malo. El anuncio se ha hecho con mucho tiempo de antelación. Demasiado, teniendo en cuenta la vocación de prima donna que gasta el personal. Esto apunta a show con codazos para repartirse el protagonismo. Tonto el último en salir a la palestra y vender su moto a la parroquia oportuna. Y cuidado si no acabamos sacando a hombros a ETA entre vivas a la madre que la parió por su bondad infinita. ¿Exagero? Estos ojos que han de comerse la tierra ya han visto entrecomillada una gloriosa frase de Arnaldo Otegi: “El desarme es un acto de desobediencia y de soberanía popular”. Joder con el relato. Unos no han empezado a escribirlo y otros van por el vigésimo tomo.

Pero cualquiera dice nada, que enseguida te sale el que llevaba fierro bajo el sobaco a cascarte por enemigo de la paz. Por si quedan dudas, reitero mis ganas infinitas de que se proceda a lo que llevamos cinco años y pico esperando. Sí, eso que se va a producir, fanfarria arriba o abajo, exactamente en los términos en que se decía que era imposible, con la entrega de una lista y cuatro quincallas.

Linchamiento en Alsasua

El pasado nos persigue. A punto de cumplirse cinco años de algo que ocurrió en 2011 (aquel comunicado largamente esperado), volvemos, como poco, a 1998. Alsasua, un solo hecho y dos versiones radicalmente opuestas. Ninguna creíble porque una y otra son de parte y arrojadizas. Juegan al viejo acción-reacción-acción, y a los hechos que les vayan dando morcilla. Cuádrese cada cual junto a su mástil y entone su cántico de guerra. Todo lo empezaron los de enfrente, faltaría más.

En triste y un tanto cobarde consonancia, dos declaraciones institucionales en el Parlamento de Navarra. La primera, en términos épicos entre el verdeoliva y el rojigualda; arriba España o así, todo por la patria. Votos a favor: UPN, PPN, PSN. La segunda, meliflua, de silbido a la vía, como al despiste, a ver si colaba y la esponjosa ambigüedad arrastraba también a EH Bildu. Ni por esas. Abstención y gracias. Votos a favor: Geroa Bai, Podemos e Izquierda Ezkerra. ¿El Gobierno del cambio? Bien, gracias. Los desacuerdos pactados, ya saben, no vayamos a darle pisto al Antiguo Régimen.

Lástima que esta vez no se haya conseguido tal objetivo. Por casualidad, puse ayer la tele en el canal progre por excelencia, y me encontré a Eduardo Inda con una apreciable erección neuronal mientras lanzaba los sapos y culebras de rigor. El resto de contertulios presentes, los mismos que habitualmente se le echan a la yugular, le hacían palmas. Digo yo que alguna conclusión deberíamos sacar de esa unanimidad. Bien es verdad que resulta más cómodo hacer como si no supiéramos que, ocurriese como ocurriese, el linchamiento del sábado no tiene un pase.

Destruir lo público

Una nueva heroicidad al coleto. Tentativa de incendio del vicerrectorado de la Universidad del País Vasco en Gasteiz. De madrugada y mediante el lanzamiento de neumáticos ardiendo, caray con los guerrilleros urbanos. Con los gamberros de tres al cuarto, quiero decir, porque no pasan de ahí. Ni estos ni —si no son los mismos, que está por ver— la panda de niñatos malcriados que en lo que va de curso llevan acreditados un buen puñado de ataques gratuitos a dependencias educativas públicas. Supuestamente, en nombre de la educación y de lo público, hay que joderse mucho con los camisitas pardas de nuevo cuño.

¿Solo con ellos? No, miren, también con quienes en el presente punto de estas líneas están arrugando el morro. Es ahí, en realidad, donde está el problema. Hay un número de individuos —quisiera pensar que no muy amplio, aunque no lo tengo claro— que ven sin asomo de duda como muy digna de aplauso la actitud devastadora de los chiquilicuatres. Un escalón más abajo están, y estos sí son realmente abundantes, los reyes de la adversativa. Empiezan diciendo a media voz que la conducta de los cachorros quizá no sea la más idónea para, inmediatamente después, ametrallarnos con peros no ya exculpatorios, sino justificadores sin matices. Lo más habitual es culpar a la presencia policial, incluso cuando los destrozos han sido previos a la llegada de los uniformados. Y como argumento definitivo, la comparación por elevación o reducción al absurdo. La difusa violencia del sistema siempre es peor, y su sola existencia sirve como disculpa o coartada para no dejar, en este caso, un pupitre en pie. Así nos va.

Paz en el barro

No son ya Rajoy y Fernández, sino hasta los cavernarios de la última fila del gallinero, los que se están descojonando a lágrima viva de los acontecimientos recientes. Ni diseñándola con tiralíneas, escuadra y cartabón les habría salido más redonda la jugada. Su inmovilismo, que en realidad es una involución del nueve largo, se ha probado el chollo de los chollos. Máxime, cuando las formaciones que iban a ejercer de ariete contra el enrocamiento, siguiendo una costumbre que jamás desemboca en aprendizaje, vuelven a repartirse los papeles de la rana y el escorpión de la fábula.

Miren que he venido siendo escéptico hasta rozar el cinismo en mi visión de lo que exageradamente llamamos proceso de paz. Ya de Aiete escribí que nos tocaba hacer como que nos chupábamos el dedo y respecto al suelo ético, me he aguantado la risa amarga al pensar que unos tenían previsto pisarlo con mocasines, otros con zapatillas de casa y no pocos con las botas de clavos de toda la vida. Qué decir de la ingenuidad del relato compartido, cuando sin esperar al futuro, los amanuenses de parte ya nos van colando su cuentecito sobre héroes y tumbas, sin llegarle a Sábato ni a la espinilla. En resumen, que me creía muy poco tirando a nada de toda esta parafernalia, pero participaba en ella porque intuía, allá al fondo, que podría derivar en algo que mereciera la pena. Viniendo de donde veníamos —yo sí me acuerdo—, una gota sabe a océano. Con lo que no contaba ni en lo más profundo de mi indolencia calculada era con que la cuestión acabaría en el cuadrilátero de barro donde se libra la batalla por la hegemonía. Y ahí está.

Leire en una frase

Seguramente, no es profesional emocionarse dando las noticias. Se supone que hay que tomar distancia, vestirse el neopreno a prueba de sentimientos y dispensar las grageas de actualidad como si la cosa no fuera con nosotros. A base de oficio, uno es capaz de contar lo más tremendo sin que se le alteren ni el pulso ni la voz. Y sin embargo, hay ocasiones en que el blindaje salta en pedazos y deja a la intemperie al ser humano que seguimos llevando dentro. A mi me ocurrió este viernes. Por fortuna, no fue en primera línea de micrófono, sino en la retaguardia, es decir, en la redacción de Onda Vasca.

Mientras trajinaba con el material informativo que debía servir a los oyentes ese día, mis defensas acorazadas recibieron el impacto brutal de estas ocho palabras de racimo, pronunciadas por una joven de 21 años llamada Leire: “Me hubiera gustado mucho conocer a mi aita”. El testimonio continuaba en términos tanto o más conmovedores, pero yo me quedé clavado en ese punto seguido. Paradojas de los órganos sensitivos: dejé de oír cuando los ojos se me llenaron de lágrimas. Y todo por una sola frase, por esa frase que, como los cuentos de Monterroso, contiene mil novelas completas. De entre todas, yo leí la que explica en un segundo el último medio siglo de este pueblo y deja aun unas páginas en blanco para que escribamos lo que viene después.

El desenlace de esa historia está, en buena medida, en nuestras manos. Me permito proponer como modelo para los próximos capítulos el del acto donde se escucharon esas palabras y otras muchas cargadas de memoria pero vacías de rencor. Tanto el homenaje a Joseba Goikoetxea, el aita que no pudo conocer Leire, como el de dos días atrás a Santi Brouard y Josu Muguruza, nos muestran lo que, si queremos, puede ser el verdadero suelo ético que decimos estar buscando. El techo llegará tan arriba como estemos dispuestos a levantarlo. Entre cuantos más, mejor.