La paz, según Otegi y David Pla

Arnaldo Otegi ha dicho que la paz no habría sido posible sin el concurso de gente como David Pla, último jefe de ETA y ahora mismo, ingeniero de la estrategia de Sortu. Vamos a empezar por el principio, es decir, por la vaina esa de “la paz”. Por no embarrar el campo, por no echar los cagüentales que deberíamos haber bramado, hemos aceptado nombrar como paz al hecho de que ETA dejara de matar, secuestrar, extorsionar y perseguir. Pues no, queridos niños ingenuos y/o tramposuelos. Realmente, aquí nunca hubo una guerra. Qué sorpresa, ¿eh? Es verdad que se congregaron varias siniestras violencias de distinto signo, incluyendo una estatal disfrazada de paraestatal. Pero la inmensa mayoría de la población no respaldó ninguna de ellas. Se limitó, nos limitamos, a sobrevivir en medio de lo que, en todo caso, era una sangrienta trifulca entre bandas que, eso sí, nos llevó a una existencia miserable.

Así que va siendo hora de acabar con la falacia de los bandos. Solo hubo agentes que sembraban el terror y que, al margen de lo que dijeran defender, se parecían como dos gotas de agua. Daba igual en nombre de qué asesinasen. Por tanto, del mismo modo que cuando el Batallón Vasco Español o los GAL fueron al cese de negocio por liquidación no les agradecimos su contribución a la convivencia, tampoco cabe hacerlo con ETA. Al revés: como mucho, procedería afear a la banda lo que tardaron en dejar de dejar el asfalto perdido de sangre. En un gesto de infinita generosidad que no merecen los asesinos y los que ordenaban asesinar, podríamos no tratarlos como apestados sociales. Tenerlos por pacifistas es un puñetero insulto.

Lección de Lasa a Portero

Haber sido víctima de la violencia injusta y despiadada de ETA no vacuna contra la miseria moral. Tuvimos la enésima prueba el pasado fin de semana, cuando Daniel Portero, hijo, efectivamente, de una persona asesinada por la banda, vertió quintales de ponzoña contra la viuda de Juan Mari Jauregi, al que también le arrebató la vida la siniestra cofradía del hacha y la serpiente. “[Maixabel] Lasa estaba separada o divorciada cuando asesinaron al que fue su marido. No le tenía el mismo cariño”, vomitó en Twitter el fulano, que para más inri, es representante del PP en la Asamblea de Madrid. Como muestra postrera de cobardía e indecencia, borró la bárbara andanada sin mediar nada remotamente similar a una petición de disculpas.

Lo que vino a continuación pudieron leerlo en este mismo diario. Lasa, imagino que después de contar hasta cien, le regaló a Portero —sin necesidad de nombrarlo— una lección de dignidad que, por demás, se basaba en el catón del sufrimiento. Simplemente, no existe una única manera de ser víctima del terrorismo. De hecho, hay víctimas que escogen libre y voluntariamente no convertirse en profesionales del daño padecido ni vivir a cuenta de su condición. Frente a los monopolistas del dolor con sigla adosada, hay personas que optan por su propio camino. Y eso merece todo el respeto.

Una víctima que no se calla

La pandemia está mandando al córner de la actualidad hechos de enorme relevancia. Permítanme que hoy les haga una finta a los cada vez más preocupantes números para rescatar una de esas cuestiones que ha pasado de puntillas por el escaparate informativo. Ocurrió el pasado domingo, un día después de que destacados dirigentes de la sucursal autonómica del PP se fotografiaran en el cementerio de Zarautz junto a la tumba de José Ignacio Iruretagoyena, concejal popular en la localidad gipuzkoana asesinado por ETA hace 23 años. El consiguiente tuit de carril de Pablo Casado para glosar el pretendido homenaje tuvo la descarnada y hastiada réplica del hijo de la víctima, Mikel, que era un crío cuando acabaron con la vida de su padre.

“Señor Casado, efectivamente soy yo el niño que aparece en esa foto. Te quería comentar que os ha quedado muy bonito el homenaje realizado a mi aita. Tanto, que ni un solo miembro de la familia ha asistido al acto”, anotaba de saque Mikel. Era solo el aperitivo. El postre fue demoledor: ”Dejad de vivir de las víctimas, ya es hora de que vuestra política se base en algo más que en nuestros muertos. ¡Dejad a mi aita en paz, por favor!”. A la hora en que tecleo estas líneas, ni Casado ni su bienmandado Iturgaiz han acusado recibo del recado. Miran al suelo hasta la próxima foto.

Milonga de la acetona

Escucho en Radio Euskadi al secretario general de Sortu, partido ampliamente mayoritario de EH Bildu, decir que las pintadas en sedes de partidos, principalmente batzokis y casas del pueblo, se quitan con acetona pero que nadie va a devolver la vida a Fulano, Mengano y Zutano, miembros de una organización criminal, autores y/o coautores de un quintal de asesinatos e incontables vulneraciones de los Derechos Humanos. En el primer bote, la frase resulta insuperable como melonada, pero más aun como autorretrato moral (o sea, inmoral) de quien —insisto— lidera la formación troncal de la segunda fuerza política de este país.

Por lo demás, las desahogadas palabras de Arkaitz Rodríguez Torres podrían ser un buen principio para que el individuo siga profundizando en su propia pregunta. ¿Quién, por ejemplo, devolverá la vida a Tomás Caballero, vilmente asesinado por el preso de ETA que está sirviendo de banderín de enganche a los ataques de estos días? O quién resucitará a Juan Mari Jáuregui, Miguel Ángel Blanco, Isaías Carrasco, Gregorio Ordóñez, Manuel Zamarreño, el niño Fabio Moreno, José Mari Korta, Fernando Buesa, Jorge Díez Elorza, Juan Priede, Froilán Elexpe, José María Ryan, Fernando Múgica, Enrique Casas, Fermín Monasterio, Yoyes, Ernest Lluch y los otros casi mil que no caben en estas líneas. ¿Quién?

Golpistas y terroristas

Detesto con todas mis fuerzas a ese Geyperman cañí que atiende por Iván Espinosa de los Monteros. No me cabe ni la menor duda sobre su fachez con olor a Varon Dandy ni sobre su condición de mala persona. Conste en acta antes de anotar que el fulano en cuestión tuvo toda la razón, o sea, todas las razones, para agarrarse un globo y pirarse con cajas destempladas de la sesión de la pomposa comisión para la reconstrucción nacional en la que se le meó encima el vicepresidente del gobierno españolísimo, doctor Pablo Iglesias Turrión, con la ayuda del presidente (manda huevos) de la cosa, Patxi López.

Claro que lo más triste a la par que ilustrativo es que como esto va de banderías y parroquias, la hinchada progresí hace la ola a su ídolo por haberle escupido unas diez veces al fulano no sé qué de un golpe de estado. Quizá si fuéramos una gotita ecuánimes, reconoceríamos que igual que es una barbaridad llamar terrorista a todo quisque, es, como muy poco, una frivolidad tildar de golpismo cada regüeldo cavernario. Dejemos algo, por favor, para los terroristas y los golpistas de verdad.

Por desgracia, volvemos a no estar ante una anécdota sino frente a una categoría. Decenas de miles de muertos y la devastación económica son solo munición para que los desvergonzados engorden su caladero de votos. Y su ego.

Todas las memorias

La memoria vuelve a interpelarnos. El lunes conmemoramos los cuarenta años del cobarde atentado de la extrema derecha paraestatal en el bar Aldana de Alonsotegi que segó cuatro vidas y dejó una decena de heridos. Hoy recordamos los 25 años del asesinato a sangre fría de Gregorio Ordóñez mientras comía en un bar de la Parte Vieja de Donostia. Permítanme que vomite ante el primer imbécil que me esté reprochando ahora mismo lo que los que no tienen ni idea de geometría ni de geografía moral llaman equidistancia. Inútil tarea, explicar a esos mendrugos obtusos y malnacidos que todos los criminales son, en esencia, idénticos. Cambia la atribución de sus vilezas a una causa de conveniencia, pero es puro accidente que maten a este o al otro lado de la línea imaginaria. De hecho, son abundantes los ejemplos a lo largo de la Historia de matarifes que han ejercido en los extremos opuestos.

Y más allá de los victimarios, lo terrible es que cuatro decenios y un cuarto de siglo después de las atrocidades, respectivamente, siga habiendo innumerablesjustificadores de ambas. Especialmente, de la segunda, no nos engañemos. Apuesten y ganen a que hoy tendré que mandar al guano a varios comentaristas de la edición digital de esta columna que vendrán, siempre desde el anonimato farruquito y cagueta, a explicarme por qué Ordóñez se ganó su final a pulso y a conminarme a pasar página por el bien de la convivencia. Lo siniestramente gracioso es que son los mismos que exigen que no queden impunes otras iniquidades. Como ni mi memoria ni mi ética son selectivas, clamo, ya sé que en el desierto, por la denuncia de todas y cada una.

La buena gente

Qué incómoda y pesada, la mochila de nuestro reciente ayer. Al tiempo, qué desazonante retrato de ese hoy que nos resistimos a admitir. Por mi parte, refractario al autoengaño, volveré a escribir que va siendo hora de reconocer que, por mucho que nos pese, hay una parte no pequeña de nuestros convecinos que creen que matar, si no estuvo bien del todo, por lo menos sí fue necesario y hasta resultó heroico por parte de quienes se dedicaron al asesinato selectivo —a veces, también a granel— del señalado como enemigo.

Lo tremendo es que no hablamos (o no solo, vamos) de individuos siniestros, malencarados e incapacitados para la empatía. Qué va. Muchos de los justificadores y/o glorificadores son tipos de lo más jatorra que te pagan rondas en el bar, te ceden el turno en la cola del súper o comparten tertulia contigo. Es esa buena gente, tan sanota, tan maja, la que estos días, al hilo de la exposición en un local municipal de Galdakao de un sujeto que se llevó por delante la vida de un currela (al que se suele obviar) y de un presidente del Tribunal Constitucional español, levanta el mentón y te advierte que mucho ojo con meterte con su asesino.

Cierto, quizá no te lo dicen exactamente así. Te espetan que no hay que mirar al pasado, que los del GAL se fueron de rositas, que a los de Vox nadie les dice nada, que qué pasa con la tortura, que por qué no te metes con los corruptos del PNV, que el PP es heredero del franquismo y te lo callas o, en la versión más suave, que a qué tanto cristo por unos cuadros. Vete y replícales que a ver qué pasaría si las pinturas fueran de Galindo, de uno de La Manada o, como escribió con tino alguien en Twitter, de Plácido Domingo.