Que pidan perdón

Me van a permitir que yo me alegre mañana o pasado. No dudo de que habrá motivo para el alborozo, pero en el primer bote está la bilis hirviente por la colosal tomadura de pelo de la que hemos sido víctimas. Y ojalá fuera solo eso, la sensación de haber sido tratados una vez más como puñeteros secundarios de esta película de serie Z. Más graves son las consecuencias. Seis meses tirados a la basura, un pastizal gastado y otro mayor dejado de ganar por culpa de la provisionalidad, la paralización de mil y una cuestiones urgentes y, como remate que habremos de pagar muy caro, la caspa ultramontana convertida en tercera fuerza en el Congreso de los Diputados.

Todo, como precio a no sé qué supuesta imposibilidad para llegar exactamente al acuerdo que hemos visto cerrar en menos de una jornada. De pronto, Sánchez, que decía que no dormiría tranquilo con Iglesias en su gobierno, mete al líder de Unidas Podemos en su cama y hasta se abraza con él como si fuera un osito de peluche. Una broma pesadísima de quienes se pueden permitir gastárselas así a la ciudadanía que los ha colocado donde están. Ellos son Tarzán y nosotros, Chita. Mucho ojo con quejarnos, porque la alternativa puede ser peor: otro bloqueo y terceras elecciones. Para chulos, sus pirulos.

“No es tiempo para reproches”, dice el probable vicepresidente que acaba de descubrir que los cielos no se toman al asalto sino que se llega a ellos por los caprichos de asesores políticos sin medio escrúpulo. Insisto en que será para bien si es que la suma acaba consumándose —yo todavía no lo tengo tan claro—, pero el mensaje es tremebundo. No les importamos un carajo.

Game Over

Ya lo dijo aquel filósofo cañí que daba matarile a los toros que le ponían por delante: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Nótese que en el caso que nos ocupa, la imposibilidad no radica en el hecho en sí sino en quienes debían ejecutarlo. Había un congo de formas de evitar las elecciones que se nos vienen encima el 10 de noviembre, pero la maldición divina disfrazada de signo de los tiempos (o viceversa) ha querido que el asunto estuviera en manos de cuatro mastuerzos ególatras metidos a estadistas de chicha y nabo. Con suerte, entre todos juntarían masa gris para regir los destinos de la cofradía de las albóndigas de Alpedrete.

Vaya tropa, diría el chorizo ilustrado Romanones. Pena, penita, pena que ninguno vaya a emular a Don Estanislao Figueras, aquel presidente de la primera República española que espetó a sus compañeros de gabinete: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco. ¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!”, antes de coger un tren a París. Descuiden, que esta recua de ineptos ventajistas —de acuerdo, unos más que otros, pero todos por un estilo— tendrán el cuajo de encabezar las listas de sus respectivas formaciones, donde sus acólitos y palmeros todavía les reirán la gracia. Y aquí es donde la responsabilidad se traslada a los fulanos que seguirán haciéndoles la claque… y a las ciudadanas y los ciudadanos que les votarán dentro de menos de dos meses. Qué rabia, no poder decir que con su pan se lo coman porque su decisión nos alcanzará querámoslo o no. El único consuelo es pensar que en estos lares podremos optar por siglas que sí han sabido estar a la altura.

Pan y circo en el Congreso

Miro de refilón unos fragmentos escogidos de la comparecencia en el Congreso de los Diputados de un par de célebres presuntos corruptos que hasta anteayer tuvieron mucho mando en plaza, principalmente en la Villa y Corte y zonas aledañas. Podría pasar por la hostia en verso del parlamentarismo funcionando a pleno pulmón, pero hasta el último ujier de la Carrera de San Jerónimo sabe que es pan y circo del siglo XXI. Una purita entretenedera —que enseguida aburre, por demás— para llenarle el programa a Ferreras de jijís-jajás entreverados con indignados cagüentales y rasgados de vestiduras coreografiados por Giorgio Aresu, el del Ballet Zoom.

Pasen y vean, chachiprogres y postfachas de la galaxia hipanistaní, el mayor espectáculo del mundo, un juego de trileros, todo trampa y cartón, donde lo de menos es el supuesto fondo del asunto. Qué más darán los quintales de maravedíes despistados del erario público o los usos y costumbres hampescos de la otrora bautizada casta. Lo que importa, como comprobará cualquiera que se eche al coleto un ratito de la farsa, es lo bien que quedan sus señorías interpeladoras. Con honrosas excepciones, cada culiparlante que inquiere a los comparecientes no va a la búsqueda de la verdad sino de un momento de gloria. Para el telediario, si se pone a tiro, pero sobre todo, para recibir la ovación y vuelta al ruedo viral en las (amadas y odiadas) redes sociales. Tendría gracia si no fuera una inmensa tragedia que la actual función de los chorizos y asimilados llamados a comparecer sea hacer de pimpampum para el lucimiento de ególatras elegidos, qué dolor, por la ciudadanía.

Íñigo Alli, qué rostro

Vengo a proponerles una ola gigante por Iñigo Jesús Alli Martínez, quinto culiparlante más pirulero del actual Congreso de los Diputados y recordman sideral de la dureza de jeta. Si los tendrá de titanio el vividorzuelo de UPN, que tras la pillada escandalosa con el carrito del helado, todavía tiene el desahogo de poner cara de cordero degollado y hacerse la víctima.

Qué figura, el regionalista beatón. Sale en los papeles, incluidos algunos de los que le bailan el agua, que el gachó se ha fumado una quinta parte de las sesiones completas de la legislatura y se ha pasado por el arco del triunfo nada menos que 77 votaciones, y todo lo que tiene que decir es que vale, que igual no ha estado muy bien por su parte, pero que, ya si tal, devuelve el dinero. Bueno, ni eso. Solo la parte de la pasta que corresponde a las ausencias que empleó en hacerse un máster para directivos privados de la Universidad del Opus —a 27.900 leureles la pieza, oigan—, pero que se queda con la de las pellas que hizo “para ayudar en casa a mi numerosa familia porque creo en la conciliación real de la vida personal y profesional”. Como lo leen. Imaginen a cualquier currela de a pie faltando al tajo y saliendo por la misma petenera.

Así las gastan los que luego van de la rehostia en verso de la pulcritud moral. Las que habrá soltado por esa boquita contra el rojoseparatismo desde la tribuna de oradores las veces que sí ha tenido a bien fichar en la Carrera de San Jerónimo. Solo Carlos Salvador, su compadre de hemiciclo, le hace sombra en el innoble arte del exabrupto al peso. Retratado queda como el bribón que se embolsa un potosí sin sudarlo.