Presidente ‘independiente’

Como no bastaba con no haber votado a Felipín Six, el de los discursos achorrados y cansinos, Podemos propone para Hispanistán “un presidente del gobierno independiente”. Avanzó la membrillada Iñigo Errejón, y cuando todos esperábamos el desmentido, la confirmó el gurú y patrón, Iglesias Turrión. El concepto de democracia de los barandas morados es, como ven, nada diferente al que gasta la Troika; las perrerías que dijimos cuando pusieron un propio en Grecia o Italia. En el espíritu de las fechas y por si cuela, me apresuro a contribuir a la memez con mis sugerencias, no menos memas.

Falete, el primero que me vino a la cabeza; me lo haré mirar. Belén Esteban, demasiado obvio. Iniesta de mi vida, valor seguro. Sergio Ramos, risas no nos iban a faltar. Matías Prats, insistente y cansino como muy pocos. Iker Jiménez, un halo de misterio. Ana Pastor, su santo Ferreras y Jordi Évole; esto sería un triunvirato, aunque ya sé que están pensando que el término está mal utilizado. Antonio el del bar del anuncio de la lotería del año pasado, quizá un poco blando. Fernando Alonso, qué podemos perder. Víctor Belén y/o Ana Manuel, una broma que no es mía y que anoto conscientemente para encabronar a retroprogres. José Antonio Durán y Lérida —otro chiste ajeno pero convertido en realidad por los hechos—, que siempre ha aspirado a ello. Karlos Arguiñano, ahí, con fundamento. Bertín Osborne, que ha hecho más de un mérito. Iñaki Gabilondo, indudable figura de consenso. María Teresa Campos, qué tiempo tan feliz. Imanol Arias, me cago en la leche, Merche. Y seguro que ustedes tienen su propia lista. No se corten.

El ‘no’ era claro que sí

A lo de Grecia se le llama hacer un pan con unas hostias. Y eso, en la versión suave. Hace solo una semana, ¡una!, el pueblo soberano y cabreado expelió un no como la catedral ortodoxa de Atenas. Más de veinte puntos por encima del . Puesto que nadie tenía demasiado claro sobre qué se votaba, se llegó a la interpretación más o menos compartida de que la ciudadanía griega le había hecho un inmenso corte de mangas a los que nombramos como acreedores. Se sobreentendía, y como tal se celebró en la Plaza Syntagma original y en las mil réplicas progresís allende las tierras helenas, que el primer ministro y proponente en jefe de la negativa, Alexis Tsipras, quedaba facultado para llevarla ante los eurotacañones a ver qué se les ocurría.

Pues hete aquí que a los mentados se les ocurrió, de buenas a primeras, endurecer la propuesta original que condujo a la convocatoria del plebiscito. Eso fue tal que el jueves de la semana pasada, y Tsipras, glu, glu, glu, tragó. Pero no acabó ahí la cosa. En las reuniones del sábado y el domingo en que debía firmarse el acuerdo que ya los poderosos mercados habían amortizado, Alemania y otro puñado nutrido de estados decidieron tomarse venganza de la ofensa que supuso la consulta. Por sus bemoles, recrudecieron sádicamente las condiciones y plantearon la disyuntiva final: o bajar la cabeza o fuera del euro.

A estas horas, ya saben cómo acabó la extorsión. Con su no gigante bajo el sobaco, Tsipras dijo sí. A la fuerza, literalmente, ahorcan. Llevo un buen rato frente al teclado preguntándome si Grecia sigue siendo, como proclaman más de tres, el modelo a seguir

Grecia, otra hora de la verdad

Me sorprendo a mi mismo contando a los oyentes de Gabon en Onda Vasca que el próximo domingo llega la hora de la verdad para Grecia. Es exactamente lo que dije de cara al referéndum de hace solo cinco días, que a su vez es la fórmula empleada ante cada una de las decenas de reuniones de urgencia del Eurogrupo, el Consejo Europeo o la institución que toque. No les hablo de un periodo de tres o cuatro meses. Ni siquiera de un año. Desde 2010 llevamos con la martingala del todo o nada, el ahora o nunca y el no va a más. Salvo la eterna Merkel, hemos visto cómo cambiaba todo el elenco de mandatarios comunitarios y estatales, pero el ultimátum supuestamente improrrogable se ha mantenido en términos idénticos. Y siempre ha habido un plazo más, seguido de otro, otro y otro.

¿Es el que vence pasado mañana, con la decisión sobre la enésima propuesta de Tsipras, el punto de no retorno definitivo de verdad de la buena? No seré yo quien lo asegure, por mucho que vaya teniendo pinta de que ya no puede quedar mucha más cera que la que arde. Pero miren solamente lo que ha ocurrido con el referéndum de hace menos de una semana. Su sola convocatoria y no digamos ya el monumental ‘no’ que salió de las urnas parecían anticipar un plante en toda regla, un giro sin posibilidad de marcha atrás o la quema de las naves, escojan la metáfora que quieran.

Pues ya ven que no. Los llamados acreedores tienen ahora sobre la mesa una propuesta helena que rebasa las líneas rojas que llevaron a la convocatoria de la consulta popular: subida de IVA y, sobre todo, recorte de pensiones desde ya. Con Grecia, nunca digan nunca jamás.

Salga lo que salga

A ese punto hemos llegado: la convocatoria de un referéndum provoca una tremenda zapatiesta entre quienes se pasan la vida dando lecciones de democracia al por mayor. Que es un suicidio, llegó a mentar la soga en casa del ahorcado Jean Claude Juncker, el tipo al que hicieron presidente de la Comisión Europea (premio a quien sepa para qué sirve tal cosa) en uno de los cambalaches de costumbre. ¿Y qué si lo fuera? Los pueblos también son —o deberían serlo, vamos— libres de irse por el despeñadero abajo.

Se ponen unas urnas, se cuentan los sufragios y, acto seguido, se asumen las consecuencias. Doy por hecho que en la otra bancada, la de los cantores de aleluyas a la soberanía popular, se tiene claro que su ejercicio implica esta última parte. Si sí, sí, y si no, no. Después no vale llamarse andanas, pedir revancha o silbar a la vía para aplazar la ejecución de lo que hayan dicho las papeletas, por jodido que pueda parecer. Pasaron los tiempos de las prórrogas. Ni siquiera estamos en los penaltis, sino en el cara o cruz, con la parte levemente positiva de que, en lugar del azar, decidirá la ciudadanía griega.

Hay quien sostiene, y no sin lógica, que la semana que va a mediar entre la convocatoria y la celebración del plebiscito es un periodo demasiado corto como para tomar una determinación de tal magnitud. Ocurre que no hay mejores opciones. Ya van suficientemente forzados (e incluso rebasados) los plazos como para retrasarlo más. El domingo es el gran día. A 3.500 kilómetros de distancia, me declaro incapaz siquiera de intuir cuál de las opciones es la menos mala. Aplaudiré la que salga.

Grecia, según quién lo cuente

Si no fuera literalmente una tragedia griega, tendría su chiste el contraste entre cómo nos cuentan la vaina los juglares de una u otra obediencia ideológica. Es digno de ver el esfuerzo de los que derrotan por la diestra en elevar el tono de las trompetas del apocalipsis. Además de hablar de caos, colapsos y abismos en cada titular, sumario o entradilla, han llegado a difundir como si fueran de ayer mismo —30 grados en Atenas— fotos de inmensas colas de individuos bien abrigados ante los cajeros. Con gran torpeza, por cierto, pues es público y notorio que tenían imágenes recientes muy parecidas.

Bueno, o no las tenían. Que ahí entran en danza los cronistas del otro lado a negar la existencia de tales filas con argumentos grandiosos como el que le leí a un Píndaro que goza de bastante predicamento entre la progresía. Aseguraba que esas aglomeraciones de las que hablaba el facherío cavernoso eran malvadas intoxicaciones, puesto que el dinero hacía tiempo que se había acabado en los cajeros, tracatrá. Acto seguido añadía, acogiéndose a un relato muy utilizado en su bandería, que la peña estaba de cañas y tapas como bien probaban las terrazas a reventar. Casi mejor que no se enteren Merkel, Lagarde, Draghi, Juncker, Dijsselbloem y demás supertacañones. Un aplauso para esas odas al consumismo de aluvión a cargo de los más anticapitalistas del lugar.

¿En qué quedamos? ¿El pánico se ha apoderado de Grecia, como dicen a estribor, o según el teorema que se propala a babor, el personal se lo está tomando con la filosofía ora estoica, ora hedonista, tan propia del lugar? Escoja cada quien lo que le plazca.

Responsabilidades griegas

Como de costumbre, no hay lugar para el término medio. O los griegos son una jarca de mangantes que se han ganado a pulso sus desgracias, o unas inocentísimas víctimas de la voracidad insaciable de los mercados, la señorita Rotten-Merkel y el ruin FMI. A partir de una u otra versión, se construyen los discursos y se venden al por mayor entre personal —ahí está la triste clave— que ya tiene una verdad enroscada en cerebelo y lo que busca no es cuestionarla sino confirmarla. Admitiendo que me siento más cercano a la segunda teoría, la de una ciudadanía maltratada por unos poderes perversos con pocos matices, creo que resulta honesto (aunque ya sé que nada popular) señalar elementos que hablan de algún tipo de responsabilidad de una parte del pueblo heleno.

Sin necesidad de entrar en grandes profundidades, se diría que es difícil negar una evidencia: algo han tenido que ver las griegas y los griegos en la elección de sus gobiernos. Salvo el ejecutivo de tecnócratas impuesto por la Troika desde finales de 2011 hasta junio de 2012, el resto de los mandatarios —igual antes que después del descubrimiento del pastelón— salieron de las urnas, y en algunos casos con mayorías holgadas. Solo cuando parecía que ya no había nada más que perder, es decir, el mes pasado, se otorgó la confianza a la formación que proponía romper la baraja.

Para el resto de los comportamientos que han ayudado a Grecia en su camino al desastre, les remito a las novelas de Petros Markaris protagonizadas por el comisario Kostas Jaritos. Ya desde la primera, aparecida en el lejanísimo 1995, se intuye que la cosa acabaría muy mal.

Varoufakis superstar

¡Quién nos iba a decir que conoceríamos por su nombre a un ministro griego de Finanzas! Pues ahí tenemos a Yanis Varoufakis, recién llegado del Olimpo (o de cerca, vamos) para difundir por la descreída y resignada Europa la buena nueva de que, contra todo pronóstico y raciocinio, hay salvación para su país, y en el rebote, para el resto de los estados sometidos a recortazo y tentetieso. Y no, no es la diabólica quita que hace persignarse con horror a los supertacañones. Este tipo con aspecto a medio camino entre el calvo de la lotería y un castigador nochero de corazones y su propio hígado ha dado con el ungüento amarillo para resucitar a las víctimas de la sádica austeridad, empezando por la exánime economía helena.

La cuadratura del círculo consiste en intercambiar deuda por bonos ligados al crecimiento. ¿Lo pillan? Yo tampoco. Es más, en mi inmensa ignorancia, me suena a una de esas ingenierías trileras que están en el origen del desastre, pero a los llamados mercados, que son los que tienen voz y voto, les ha sonado de narices. El mismo día del anuncio, anteayer, la bolsa de Atenas recuperó de golpe el tremebundo pastizal que había perdido desde las elecciones, mientras los parqués del resto del continente se dieron un homenaje curiosito. Bajarán otra vez cuando toque realizar beneficios (denominación técnica de “desplumar pardillos”), pero no me digan que no es un contradiós que los gobiernantes rojazos llamados a desencadenar el apocalipsis hayan conseguido poner pilongos a los adalides del capitalismo sin alma. Ya solo falta que terminen con la troika para que les saquemos a hombros.