Culebrón foral

Pepa y Avelino, Concha y Mariano, el dúo Pimpinela… Nos quedamos necesariamente cortos cuando buscamos en el bestiario bufo con quién comparar a la grotesca pareja asíncrona que gobierna en Navarra. Barcina y Jiménez, la una con el mantón de manila foral y español y el otro con el puño flojo sujetando una rosa chuchurría, forman por derecho una categoría propia de la tragicomedia política. Sólo el ya descuajeringado tándem López-Basagoiti ha sido causa de tanto solaz, alipori y destrozos irreparables como el par simpar que administra en pésima avenencia el viejo reino. Tal vez, de hecho, en la estrepitosa ruptura a sartenazos de la santa alianza vascongada tengamos el botón de muestra de cómo va a acabar el serial en la tierra del Amejoramiento.

No me fiaría. Como tengo en el lado oscuro de mi currículum el visionado en vena de una docena de culebrones, principalmente mejicanos, venezolanos y colombianos, conozco algunas leyes del género. Desde que parece que está a punto de llegar el desenlace hasta que efectivamente llega te da tiempo a fumarte un estanco, preparar unas oposiciones a notarías y completar la maqueta del Taj Majal de una de esas colecciones por entregas semanales. Se diría, sí, que el puñetazo en la mesa que dio el viernes pasado Lizarbe —quién te ha visto y quién te ve, Juan José— sonaba a últimatum. Pero también se sabe que la paciencia política, sobre todo cuando tienes un puñadito de cargos en gananciales, es como el tubo de la pasta de dientes; siempre parece que no puede salir más y sin embargo, si aprietas, sale. Y podemos remitirnos a los precedentes: hasta la fecha, la firmeza demostrada por el PSN ha estado entre la gelatina y las natillas.

¿Le queda una gota de sangre roja al partido que sigue cerrando sus congresillos (no es ofensa; se llaman así) puño en alto y entonando La Internacional? Lo sabremos en el próximo capítulo. Por si acaso, no apuesto.