Barcina de los diques

Pillada con los dedazos en el tarro de la mermelada, Yolanda Barcina parece aspirar a batir la plusmarca mundial de declaraciones abracadabrantes. Nadie suelta con más desparpajo que ella que del asunto de las megadietas dobles y triples lo que importa es que su eliminación fue cosa suya (pasando siempre por alto el pequeño detalle de que se subió el sueldo en una cantidad equivalente, por cierto). Lo de los alicatadores que se encienden Cohibas con billetes de quinientos euros fue sencillamente sublime; consiguió que la indignación y el cachondeo nos brotaran juntos y revueltos de la misma herida.

Sin embargo, por estrafalarias que puedan sonar esas palabras y por resultonas que sean para convertirlas en jugoso titular, no son las que más me han llamado la atención de entre las toneladas que ha expelido estos días la aún presidenta de Navarra y de UPN. Será porque soy un clásico o porque tengo la manía de fijarme en lo aparentemente accesorio y escudriñar lo que se oculta tras el dobladillo de las cosas, pero considero más elocuente la frase de la doña que entrecomillo a continuación: “Me voy a esforzar en que siga habiendo un dique de contención frente a los nacionalistas”.

Se dirá, con razón, que eso no es nuevo. Incluso, que viene de serie con el personaje y que lo sorprendente sería que de su boca saliera algo diferente. Claro que sí, pero lo revelador es que saque a paseo la matraca en este preciso instante en el que prácticamente todos sus hechos conocidos nos gritan que Barcina no está en la política para defender unas convicciones. Si repasamos los más sonados episodios que ha protagonizado últimamente, comprobaremos que casi siempre hay dinero de por medio. A veces, como en las cesantías de la UPNA o las dietas de Vinsa, en unas cantidades que la retratan como pesetera sin matices. Su pretendida ideología, ese antivasquismo de trazo grueso, es lo que le paga su tren de vida.

Eternamente Yolanda

Parece que a Yolanda Barcina se le acaba la baraka, que es la sugerente palabra árabe para decir lo que aquí se ha venido nombrando como folla, nata, chamba, o más gráficamente, tener una flor en el culo. Los mismos genios de la lámpara regionalista que le concedieron la gracia de llegar a ser lo que ni sus orígenes ni su currículum hacían imaginable le andan ahora segando la hierba bajo los pies. Con la resignación cristiana que se le supone, la doña podrá decir que el señor se lo dio y el señor se lo quitó. Ese señor, no busquen más pies al gato, se llama Miguel y se apellida Sanz, que en esta hora del derribo ha escogido a su paisano Alberto Catalán para que ejerza de rayo destructor. Contrariar al padre sin pararse a comprobar que esté muerto y bien enterrado se paga muy caro en política.

También puede ser que le esté componiendo a la aún presidenta de Navarra una necrológica prematura. Al fin y al cabo, escribo a 150 kilómetros del epicentro del terremoto y, probablemente, sin ser capaz de desprenderme del todo de ese simplismo con que los vascos de la demarcación autonómica tendemos a despachar los asuntos del viejo reino, que es para nosotros una geografía más sentimental que carnal. ¿Será que desde esta cercana lejanía (o viceversa) se me escapa algún ripio de la tragicomedia foral y a la heroína aparentemente a punto de hincar la rodilla le quede una milagrosa vía de escape? Supongo que tardaremos muy poco en comprobarlo, pero si tengo que apostar, va lo que cuesta un billete de villavesa a que la Señora (Copyright Jiménez) está a rato y medio del finiquito.

Eso sí, me juego también un volován relleno del Gaucho a que en la huida hacia adelante dejará más de dos fiambres en su partido y no menos de cuatro pufos en el Gobierno. Por no hablar, claro, del marronazo para alguna formación opositora —adivina, adivinanza— cuya peor pesadilla es tener que mirarse al espejo de las urnas.

Culebrón foral

Pepa y Avelino, Concha y Mariano, el dúo Pimpinela… Nos quedamos necesariamente cortos cuando buscamos en el bestiario bufo con quién comparar a la grotesca pareja asíncrona que gobierna en Navarra. Barcina y Jiménez, la una con el mantón de manila foral y español y el otro con el puño flojo sujetando una rosa chuchurría, forman por derecho una categoría propia de la tragicomedia política. Sólo el ya descuajeringado tándem López-Basagoiti ha sido causa de tanto solaz, alipori y destrozos irreparables como el par simpar que administra en pésima avenencia el viejo reino. Tal vez, de hecho, en la estrepitosa ruptura a sartenazos de la santa alianza vascongada tengamos el botón de muestra de cómo va a acabar el serial en la tierra del Amejoramiento.

No me fiaría. Como tengo en el lado oscuro de mi currículum el visionado en vena de una docena de culebrones, principalmente mejicanos, venezolanos y colombianos, conozco algunas leyes del género. Desde que parece que está a punto de llegar el desenlace hasta que efectivamente llega te da tiempo a fumarte un estanco, preparar unas oposiciones a notarías y completar la maqueta del Taj Majal de una de esas colecciones por entregas semanales. Se diría, sí, que el puñetazo en la mesa que dio el viernes pasado Lizarbe —quién te ha visto y quién te ve, Juan José— sonaba a últimatum. Pero también se sabe que la paciencia política, sobre todo cuando tienes un puñadito de cargos en gananciales, es como el tubo de la pasta de dientes; siempre parece que no puede salir más y sin embargo, si aprietas, sale. Y podemos remitirnos a los precedentes: hasta la fecha, la firmeza demostrada por el PSN ha estado entre la gelatina y las natillas.

¿Le queda una gota de sangre roja al partido que sigue cerrando sus congresillos (no es ofensa; se llaman así) puño en alto y entonando La Internacional? Lo sabremos en el próximo capítulo. Por si acaso, no apuesto.

Mucho PSOE por deshacer

Tras quedarse en los huesos electorales y casi sin una miga de poder que echarse a la boca, un peculiar combinado de militantes socialistas han dado el primer paso de lo que se promete una larga travesía en el desierto. Llama la atención encontrarse en el mismo paquete de presuntos renovadores viejas glorias que nunca aportaron nada, aparateros de aluvión, eternos buscadores del sol que más calienta y, seamos justos, honradísimos militantes dispuestos a dejarse la piel por lo que creen. Ojalá sean estos últimos los que tomen la manija y, encomendándose a su conciencia, devuelvan a la sociedad algo que se parezca más a un proyecto político que a un conseguidero de cargos y regalías. Para eso, claro, a alguno de los firmantes iniciales habría que decirles que muchas gracias, pero que pasó el tiempo de las ideas de conveniencia.

No suena mal el santo y seña que han escogido como fetiche. Es de esperar, en todo caso, que ese “Mucho PSOE por hacer” incluya la tarea previa, porque también hay mucho —muchísimo— PSOE por deshacer. Será en vano el viaje si no se comienza por la demolición de la fortaleza de intereses, fulanismos y sumisiones cruzadas con que se ha recrecido en los últimos años el edificio original, que ya nadie sabe cuál es. La mejor piqueta para acometer ese trabajo es la autocrítica. Sujeta firmemente con la mano izquierda, por descontado.

Ahí empiezan los problemas. Demasiado tiempo sin usar la herramienta y, para colmo, el vicio adquirido en el poder de agarrarlo todo con la derecha o, en su defecto, con los dientes. La prueba viva y gobernante de ello está en las dos sucursales del puño y la rosa que nos tocan más de cerca. Para los dirigentes actuales tanto de PSE como de PSN el único objetivo es no ser descabalgados de la poltrona que adeudan, paradojas de la avaricia, a quienes deberían estar combatiendo políticamente. Así no hay manera de enfilar el nuevo rumbo.

Barcina, ¿por qué?

Aunque cada cual cuenta la anécdota cambiando el nombre de los protagonistas, los lugares y las épocas, en el periodismo se ha hecho célebre una supuesta crítica teatral que sólo constaba de dos frases. Decía algo así como: “Ayer tal director estrenó tal obra. ¿Por qué?”. El resto del espacio que habitualmente ocupaba la columna estaba en blanco. Todos los que frecuentamos con mayor o menor fortuna el género de opinión en la prensa hemos sentido alguna vez el impulso de plagiar al desconocido autor de esa tarascada inmisericorde. De hecho, conozco a un par de tipos que llegaron a hacerlo, y el resultado fue que las centralitas de sus respectivas redacciones se bloquearon ante la marea de llamadas de lectores que advertían de lo que creían a pies juntillas que era un error de impresión. Con la ironía siempre ha habido problemas de comprensión.

No me animaré, pues, a repetir la experiencia, pero en pocas ocasiones como hoy he sentido que para decir lo que quiero decir —y que la mayoría de ustedes lo entienda— me bastaría y me sobraría con un puñado de caracteres. Exactamente 74, incluyendo espacios, que son los que, si el chivato del procesador de textos no miente, suma este enunciado: Yolanda Barcina sigue siendo presidenta del Gobierno de Navarra. ¿Por qué?

Nada de lo que he escrito antes de esa especie de twit escuálido y nada de lo que teclee hasta el punto final aportará gran cosa al mensaje. Sobra cualquier apostilla, cualquier intento por reforzar la idea con esta o aquella filigrana. Ustedes conocen tan bien como servidor al personaje y sus circunstancias. 19 días cobrados de matute en la UPNA, dietas mayores que el sueldo luego convertidas en dos salarios, la dureza del merengue francés como argumento para vestir de atentado terrorista una protesta, la petición de omertá a la dirección de Volkswagen sobre 700 despidos. Eso y bastante más cabe en un simple ¿Por qué?

Edipo en la política

Si algún día se escribe la Historia universal del resentimiento, debería incluir en sus apéndices la reproducción de la entrevista que le hizo un diario de la acera de enfrente a Miguel Sanz. “El 20 de noviembre iré a votar, pero no voy a decir a quién, el voto es secreto”, proclamaba el de Corella en un titular que bien podía traducirse por “Ahora, de la rabia, votaba a Amaiur o, como poco, a Uxue Barkos”. Ni el cargo de regaliz en Audenasa graciosamente concedido por la ahijada que le salió rana parece bálsamo para su amargura por haber criado y alimentado a la cuerva que, a la primera de cambio, le sacó los ojos y lo negó setenta veces siete. Es probable que en el Ipod del expresidente ya no suene “Y nos dieron las diez”, de Sabina, sino “Una bofetada, Yolanda”, de la Chula Potra.

Con los años que lleva en la arena pública, el de la chupa de cuero tendría que saber en la política Edipo no es un mito, sino la guarnición obligatoria de cada proceso sucesorio. Son excepcionales los hijos predilectos que no acaban dando matarile metafórico a sus mentores, que inevitablemente se quedan con cara de César mirando a Bruto. Ley de vida en un oficio donde el factor humano (principalmente en la parte que toca a miserias) tiene más influjo del que le concedemos.

Ejemplos recientes, mil. Gerardo Iglesias, producto del dedazo de Santiago Carrillo, reventó el carrillismo en el PCE antes de volverse a picar a la mina. Jorge Vestrynge, flecha y pelayo de los ojos de Fraga, se la lió a Don Manuel y anda ahora de maoísta tardío. Sin llegar a tanto, el mismo Rajoy por el que Aznar sacrificó a Rato y a otros de sus fieles centuriones, ha laminado a la chita galaica a toda la vieja guardia y si se cruza con el del bigote, le da los dedos en lugar de la mano. Qué decir de López, sujetavelas de Redondo, al que apuñaló sin esperar a que amaneciera. Los delfines, ay, acaban mutando en tiburones.

Yolanda y Roberto

A López y Basagoiti les ha salido una dura competencia como dueto cómico-patético. Perdida casi toda la gracia de las artificiosas grescas en público que no han aflojado ni media micra el pacto de hierro que mantienen, los aficionados al vodevil político empezamos a pasarnos en masa a la pareja emergente en el género. Será por la novedad, pero el tándem formado por Yolanda Barcina y Roberto Jiménez (o al revés, que tanto monta) se ha ganado en apenas dos meses el favor de los espectadores que, a falta de profundidad ideológica, no hacemos ascos a los astracanes casposos.

Hay diferencias entre el par autonómico y el foral. Si, como escribí un día, Antonio y Patxi son un remedo del abofeteador Lussón y el abofeteado Codeso, Barcina y Jiménez siguen más bien el patrón de los guiones de Escenas de matrimonio, explotando el tópico de la parienta con rulos y rodillo y el calzonazos alfeñique con sangre de horchata. Vamos, la Doña Concha y el Mariano que no se cansa de dibujar el gran Forges desde los años setenta.

¿Aguantarán mucho en cartel? Pronosticaba el agorero Joseba Santamaría en Diario de Noticias de Navarra el pasado domingo que les quedan muy pocas funciones. Una lectura lógica del contradiós que están protagonizando parecería abundar en esa tesis del inminente finiquito. Que además de cubrirte de desplantes y desprecios a la vista de todo el mundo, tu partenaire se vaya al tálamo con tu rival y lo pregone urbi et orbi se antojan motivos más que sobrados para devolver las arras.

Ocurre que eso se hace cuando se tiene la dignidad suficiente y/o un techo donde refugiarse. Un somero inventario de bienes del actual PSN nos mostrará que perdió lo uno y lo otro el mismo día de su casorio de penalti con UPN. A Jiménez no le queda más opción, pues, que aguantar en el domicilio conyugal hasta que Barcina le ponga la maleta en la puerta. Entretanto, continuará el sainete chusco.