Destruir lo público

Una nueva heroicidad al coleto. Tentativa de incendio del vicerrectorado de la Universidad del País Vasco en Gasteiz. De madrugada y mediante el lanzamiento de neumáticos ardiendo, caray con los guerrilleros urbanos. Con los gamberros de tres al cuarto, quiero decir, porque no pasan de ahí. Ni estos ni —si no son los mismos, que está por ver— la panda de niñatos malcriados que en lo que va de curso llevan acreditados un buen puñado de ataques gratuitos a dependencias educativas públicas. Supuestamente, en nombre de la educación y de lo público, hay que joderse mucho con los camisitas pardas de nuevo cuño.

¿Solo con ellos? No, miren, también con quienes en el presente punto de estas líneas están arrugando el morro. Es ahí, en realidad, donde está el problema. Hay un número de individuos —quisiera pensar que no muy amplio, aunque no lo tengo claro— que ven sin asomo de duda como muy digna de aplauso la actitud devastadora de los chiquilicuatres. Un escalón más abajo están, y estos sí son realmente abundantes, los reyes de la adversativa. Empiezan diciendo a media voz que la conducta de los cachorros quizá no sea la más idónea para, inmediatamente después, ametrallarnos con peros no ya exculpatorios, sino justificadores sin matices. Lo más habitual es culpar a la presencia policial, incluso cuando los destrozos han sido previos a la llegada de los uniformados. Y como argumento definitivo, la comparación por elevación o reducción al absurdo. La difusa violencia del sistema siempre es peor, y su sola existencia sirve como disculpa o coartada para no dejar, en este caso, un pupitre en pie. Así nos va.