Asignatura pendiente

Aceptaré con mi rictus más cínico que la Universidad es un templo donde han de tener cabida las cuestiones más espinosas de la sociedad. Venga, va: no ha lugar al veto a cualquier actividad, por lacerante que pueda resultar, pues se impone el rico debate intelectual, la neutralidad científica más aséptica de la Vía Láctea y lo que te rondaré moreno. Ya veremos cuántos de estos altísimos principios irrenunciables se convierten en menudencia cuando los divinos muros pretendan acoger, qué sé yo, a los mastuerzos vomitivos de Hazte Oír, un bolo del Abascal o la Rosa de Sodupe de turno, el concierto de un reguetonero machirulo o, por no extenderme, la presentación de una fraternidad de alumnos proclives a la unidad de España.

¡Claro! Es que nada de lo que menciono “es lo mismo”. Ahí no cabe apelar al sagrado académico ni a la libertad de expresión. A quién se le ocurre comparar lo anterior con un individuo que solo ha dado matarile a dos personas y al día de hoy no se le ha escuchado ni un atisbo de reflexión sobre lo escasamente acertado de tales actos.

Ah, bueno, sí, que ya ha cumplido condena. Grandioso comodín de quien ni siquiera tiene los arrestos de proclamar a voz en grito que el fulano en cuestión le parece un héroe y que los muertos bien asesinados estuvieron. Esos dos y los otros casi mil. ¿Que no digo nada de los que aprovechan el ruido para resucitar la bicha nutricia de ETA? Tengo decenas de columnas escritas al respecto. Por eso me permito esta cuyo triste resumen es que lo de ayer en el campus alavés de la UPV no fue una charla sino el boletín de notas con nuestra asignatura eternamente pendiente.

Ni en Iruña ni en Leioa

Lo de los episodios violentos de vuelta a nuestras calles empieza a parecerse a la corrupción del PP. Demasiados y demasiado seguidos para que cuele que son casos aislados. Y qué despiste monumental, por cierto, en cuanto a las repulsas, los rechazos y las condenas. Hasta donde llevamos visto, no es lo mismo en qué lugar se producen ni a quién hacen la faena. Qué diferencia entre el inmenso cabreo que parecieron suscitar los altercados del Casco Viejo de Iruña con los condescendientes silbidos a la vía que han seguido a los enésimos estragos causados por la alegre chavalada en instalaciones de la Universidad del País Vasco. Es gracioso, o más bien, simplemente revelador, que los que nos abrasan con sus martingalas sobre la defensa de lo público se muestren tan poco exigentes cuando unos niñatos que malamente aprobarían la ESO se cargan material de uso común que nos sale muy caro.

Están de más las medias tintas, las inercias y las holgazanerías justificatorias que contienen la expresión “pero es que”. La contundencia en la denuncia no tendría que dejar lugar a dudas. Lo explicaba muy bien Xabier Lapitz el otro día. El fin de estos grupúsculos que, pese a su supuesta pequeñez, tanto relieve están adquiriendo, es situar al grueso de la Izquierda Abertzale frente a sus contradicciones. ¿Lo están consiguiendo?

Si en Iruña se vio muy claro que, en una curiosa pero no sorprendente comunión de intereses, los camorristas importados estaban haciendo inmensamente felices a los adalides del viejo régimen, debemos aplicar la misma lógica al resto de incidentes. Y, ojo, no solo por motivos tácticos sino éticos.

A propósito de EHU/UPV

Le debía unas líneas a la universidad. A mi universidad, esa de la que salí hace casi tres décadas jurando que solo volvería de paso. Ahora que caigo, he cumplido, aunque el tiempo ha borrado la animadversión. ¿O era impotencia? Más bien eso, porque se parecía entre poco y nada a la imagen, seguramente idealizada, que el adolescente que fui tenía de la Enseñanza Superior. No digo que no hubiera momentos dignos de provocar, siquiera forzándola, su gotita de nostalgia, pero en general, mis recuerdos no pasan de las diferentes escalas del gris. De entonces a hoy, mirando siempre de refilón o por motivos puramente profesionales, he ido viendo el vaso a ratos medio lleno, a ratos medio vacío.

Medio vacío, por ejemplo, en estas últimas semanas de un proceso electoral de candidatura única donde todo lo noticiable, lo desgraciadamente noticiable, residía en unos gamberros consentidos que —le copio la idea a Iñaki Antigüedad— destrozan lo público porque lo confunden con lo gubernamental. Claro que todavía más triste que los estragos de los fachuzos alevines ha resultado la disculpa, la justificación o el aplauso sin disimulos de tipos más talluditos. Incluso alguno con despacho en la institución que nos ocupa.

Medio lleno, sin embargo, cuando en el programa de la radio necesito especialistas en la materia que sea y los encuentro en el directorio de EHU/UPV. También al comprobar que tras buena parte de las iniciativas, los proyectos o las propuestas más estimulantes que tienen lugar a nuestro alrededor hay mujeres y hombres vinculados con cualquiera de sus centros. Les garantizo que ocurre muy a menudo.

Un examen difícil (Bis)

Al final, el famoso examen de Matématicas de Selectividad de la Universidad del País Vasco era difícil, pero no tanto. Es verdad que pencaron —nótese al viejuno que escribe— algo más de la mitad de los que se presentaron, pero también lo será, en virtud de lo anterior, que cerca del 50% de los aspirantes aprobaron. Al margen de si resulta excesiva o no la cosecha de calabazas, el hecho nos apunta algo que va a misa: trabajando la materia indicada en el programa de la asignatura era posible aprobar.

A partir de ahí, y aunque su desazón y hasta su enfado son humanamente comprensibles en grado sumo, queda en entredicho el argumentario de los alumnos que se encontraron una prueba ajustada al currículum pero no a la costumbre. Insistir en la queja con una pancarta que serviría para suspender de rebote euskera, como apunta Juan Ignacio Pérez Iglesias, no habla muy bien de la madurez que, más allá de lo puramente académico, es lo que debería evaluarse a las puertas de la enseñanza superior. Y peor se antoja el papel de los docentes que al protestar se delatan: en lugar de enseñar la materia, entrenan para conseguir el aprobado.

Claro que tampoco es culpa suya, sino de lo que para mi sorpresa ha quedado fuera de este episodio. Lo que no es de recibo no es tal o cual examen concreto, sino la Selectividad en su conjunto. Se tome por donde se tome, carece de sentido. Si es una monumental injusticia jugarse varios años de estudios a una carta, igualmente lo es que acabe superándola el 98% de los que se presentan… y no digamos ya el hecho de que a la mayoría aprobarla no les sirva para prácticamente nada.

Juicio a la Universidad

Hay un célebre enunciado con truco para poner en evidencia el funcionamiento imperfecto de los mecanismos mentales. Se le dice a alguien de corrido que Hitler ordenó exterminar a los judíos, los gitanos, los homosexuales y los carniceros. Nueve de cada diez personas sometidas a la prueba reaccionan preguntando por qué a los carniceros. De algún modo, se da por asumido que había motivos para perseguir a los otros grupos nombrados. Evidentemente, la sorpresa se manifiesta solo en el bote pronto y como fruto de la trampa. Basta medio segundo para que reaparezca la sensatez.

Cuento esto porque yo mismo acabo de morder un cebo parecido. Cuando leí que mañana van a juzgar a dos profesores de la universidad pública vasca a los que se acusa de prevaricación por haber matriculado a dos deportados de ETA, lo primero que me salió de ojo fueron los nombres. ¿Xabier Aierdi y Enrique Antolín? Pero si… Ahí mismo frené, porque me di cuenta de que lo siguiente era aceptar que si se hubiera tratado, pongamos, de Karmelo Landa, el asunto habría resultado medianamente lógico. Pues no, estaríamos ante idéntico atropello. Y el hecho de que el juicio tenga lugar en el presunto nuevo tiempo tampoco lo convierte en una arbitrariedad mayor. En el viejo habría sido igual de denunciable.

Antes y ahora, aquí y en la luna, independientemente de la filiación y la biografía de quien se siente en el banquillo o del signo zodiacal bajo el que se celebre, esta actuación judicial es un desmán. Como han expresado atinadamente los más de mil compañeros de la UPV/EHU que han firmado un manifiesto de apoyo a los encausados, cualquier docente podría haber corrido la misma suerte que Aierdi y Antolín, que lo único que hicieron fue cumplir una función que tenían encomendada. Por haberlo hecho están —qué ironía más siniestra— imputados por prevaricación y ante una petición de ocho años de inhabilitación. Y le llaman Justicia.