Tránsfuga y resentido

Qué episodios más reveladores nos está regalando esta campaña de fango y bilis. El penúltimo, que seguro a esta hora es ya el antepenúltimo, contiene el menú degustación de la condición política o, ampliando el foco, de la humana. El mismo día en que el BOE publicaba su nombre en el número 4 de la lista del PP al Parlamento europeo, el expresidente accidental de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, comparecía en una especie de corrala de la sede de Ciudadanos para anunciar a todo trapo su inminente ingreso en la formación naranja, que le reserva puesto de salida en su candidatura a la Asamblea regional. Diez días antes había participado en la apertura de la campaña de su ya expartido y dejaba para los restos la siguiente proclama tuitera: “Comienza la campaña más importante para España. El PP es el valor seguro para el empleo, el crecimiento, los servicios públicos y la prosperidad de nuestro país. Tenemos equipo, propuestas y programa para España que mira al futuro en positivo”.

Es difícil encontrar un cambio de chaqueta de tal celeridad en la abultada antología del transfuguismo hispanistaní. Lo que no queda muy claro es si hablamos de la clásica rata abandonando a toda leche el barco que se va a pique —¡del PP se acaba de ir hasta el creador de su histórico logotipo!— o si estamos ante una venganza servida en el momento que más daño pueda causar. Por ahí parece ir el asunto. El tipo en cuestión, que tuvo que hacer de parche cuando estalló el marronazo de Cifuentes, fue apartado para promocionar a la amante de los atascos matritenses, Díaz Ayuso. Una vez más, el resentimiento como motor de la Historia.

El crimen de la candidata

Tiene su miga el caso de la candidata de Podemos a la alcaldía de Ávila, Pilar Baeza. Una persona condenada a 30 años de cárcel como cómplice de un asesinato encabeza una lista electoral y la obligación es asumirlo como algo absolutamente normal so pena de pasar por facha del copón y pico. Como lo leen. Resulta que es un escándalo intolerable estar en posesión de uno o varios títulos universitarios de la señorita Pepis —conste que yo estoy de acuerdo—, pero haberse llevado por delante la vida de un prójimo es una cuestión menor que solo puede poner en solfa un tiquismiquis, un tocapelotas o, ya les digo, un reaccionario.

Y sí, ya sé lo que viene ahora: la justificación del crimen bajo el argumento de que el tipo enviado a criar malvas había violado a Baeza. Aparte de que en las pormenorizadas investigaciones que se hicieron en la época no se llegó a encontrar el menor indicio y que todo apuntó a una estrategia de la defensa, incluso dando por cierto el testimonio de la condenada, nos encontramos ante una incómoda pregunta. ¿Acaso estamos dando por bueno un asesinato por venganza? Piense cada cual la respuesta y compárela con los discursos habituales sobre la proporcionalidad de las penas o el derecho a un juicio justo que tiene hasta el peor de los depredadores.

Hay algo que no cuadra… o que cuadra perfectamente con la acostumbrada querencia por la doble vara de medir que manifiestan los otras veces campeones mundiales de la rectitud y la moralidad. No resulta nada difícil imaginar lo que hubiera sucedido si la protagonista de los hechos perteneciera a otras siglas políticas. Creo que deberíamos reflexionar.

Los egos de Podemos

Vaya, pues parece que esta vez sí, a Iglesias y Errejón se les ha acabado la amistad de tanto usarla. O dicho en menos fino, que han terminado de hincharse las pelotas mutuamente. Hora era, por cierto, porque como no se han cortado mucho en cuanto a exteriorizar sus enganchadas, sabíamos que la cosa viene de lejos. Quién no guarda en la memoria la reyerta de Vistalegre 2, solventada con victoria por goleada del gran líder carismático. Ahí el de la eterna cara de niño tuvo que tragar quina por arrobas. La humillación no se quedó en la derrota, sino en el perdón magnánimo del que había sido desafiado. A más de uno le sorprendió entonces que el levantisco no hubiera sido enviado a pegar sellos en el penúltimo círculo de Matalascañas, y quizá el señor de Galapagar se esté arrepintiendo tarde de no haberlo hecho. Si tan bien conocía a su antiguo íntimo, debía saber de sobra que una de sus características más acendradas es su tendencia al resentimiento y su gran memoria. Esta cuchillada por la espalda ha sido la puesta en práctica del clásico: la venganza es un plato que se sirve frío.

Comprendo que se me afee que haga chanza de algo tan serio como la ruptura no ya de una relación personal, sino de un proyecto que ha ilusionado a tanta gente. Del mismo modo, me parece humanamente comprensible que desde la organización en pleno proceso sísmico se pretenda explicar la cosa con claves de táctica y estrategia. Sin embargo, sorprende, de un lado, que esa gente tan ilusionada haya permitido con su ciega sumisión que las cosas lleguen a donde están. Y en cuanto a lo otro, cualquiera sabe que esto va mayormente de egos.

Iturgaiz tiene razón

Sorpresas te da la vida. Carlos Itugaiz —les dejo a ustedes que escojan los epítetos— afirma que todos los presos gravemente enfermos deberían ser excarcelados. También los de ETA, precisa ante la pregunta más que pertinente de una periodista que hace muy bien su trabajo. El resultado es un titular como la copa de un pino, cargado, por demás, de suculentas propinas. Confieso que en mi caso la primera fue el divertimento de imaginar la cara de Casado y sus guerreros de terracota al escuchar la herejía en boca de quien hasta ahora conocíamos como uno de los más fieros creyentes y practicantes de la doctrina de la venganza. Y en euskera, además, porque la entrevista tuvo lugar en el primer canal de ETB. Me sorprende no saben cuánto que a la hora de garrapatear estas líneas no haya habido desmentido, matización ni llamada al orden.

Y luego, por supuesto, está la melancolía al pensar qué diferentes hubieran sido algunas cosas si algo así se hubiera dicho y aplicado hace unos años. Pero ustedes y yo tenemos en la memoria las toneladas de sulfuro dialéctico que se han vertido hasta anteayer mismo cada vez que se pedía un trato humano para un recluso de ETA con las horas de vida contadas. En todo caso, y aunque seguirá siendo despiadadamente tarde para quienes acabaron consumidos en la enfermería de una prisión y para sus familiares, sería un gran avance que un principio tan simple como el enunciado por Iturgaiz empezara a guiar la política penitenciaria en España. Claro que para que nadie se llame a engaño, a ciertos medidores de doble vara habría que explicarles que también Eduardo Zaplana merece ser excarcelado.

Sánchez, el del 155

Ni uno solo de los dirigentes independentistas catalanes debió entrar en prisión. No es una cuestión de simpatía ideológica. Es puro sentido común y reconocerlo debería ser muestra de honestidad política, intelectual y, por encima de todo, personal. Estoy convencido de que incluso muchos de los defensores de la unidad de la nación española a machamartillo son conscientes en su fuero interno de la descomunal injusticia que se cometió con la persecución vengativa de unas mujeres y unos hombres que fueron las cabezas visibles —ahora de turco— de un inmenso movimiento popular.

Se puede llegar a discutir si, teniendo en cuenta que la legalidad española no se había derogado, su actuación les hizo merecedores de alguna sanción administrativa o económica. Seguiría siendo un error, puesto que los problemas políticos deben resolverse con métodos políticos, pero cabe el debate. En todo caso, insisto, la encarcelación es una demasía intolerable.

Y si lo fue en el minuto uno, qué decir de su mantenimiento con carácter preventivo durante un año y, llegando a lo más reciente, de sostener, apelando a criterios presuntamente legales que el castigo debe prolongarse durante un cuarto de siglo. Al empeñarse tozudamente en sostenella y no enmendalla, la Fiscalía del Tribunal Supremo se retrata como instrumento para la revancha. Lo de la abogacía del Estado, rebajando las peticiones de penas a la mitad, es casi peor. De saque, porque incurren en un fariseísmo de náusea, pero sobre todo, porque evidencian que, por mucha sacarina que lleve su discurso actual, Pedro Sánchez sigue siendo el copromotor del 155 con el que empezó todo.

La venganza del PP

Se retrataba el otro día el presidente del PP vasco, Alfonso Alonso, al proclamar desde el cartel oficioso de avisos a navegantes que no es rencoroso pero que al PNV no le saldrán baratos los apoyos de su partido. Y no es solo la tarjeta de visita personal como espolvoreador de excusas no pedidas y amenazas por elevación. Peor es dejar ver su estrecha concepción de la política como un juego de represalias despechadas y chantajes donde se toma por rehén a la ciudadanía y se la convierte en pagana de la frustración.

No hablamos en hipótesis. Ahí están los hechos contantes y sonantes en forma de varias enmiendas en el Senado contra los propios presupuestos. 35 millones de euros de inversión en los tres territorios de la CAV que se esfuman sin otra razón que cobrarse una revancha que, para colmo, no tenía lugar, pues en ningún sitio estaba firmado que el apoyo a las cuentas era una declaración de fidelidad eterna. Con un par de hechos vergonzantes añadidos, además. El primero, haber mentido vilmente en las horas previas jurando con soniquete de perdonavidas que las inversiones no estaban en peligro. El segundo, la patética justificación del hachazo diciendo que las cantidades que vuelan son aquellas que benefician al PNV. “A los chiringuitos”, se adornó en el exabrupto el senador Iñaki Oyarzábal, sin caer en la cuenta de que por pasiva estaba reconociendo que el espíritu negociador de su partido se fundamenta en el unte puro y duro. Eso, sin contar lo desahogado que hay que ser para defender en público sin ruborizarse que Lanbide, la I+D o las energías renovables son chiringuitos. Será que piensa el ladrón…

El PP enfurruñado

Oigo, patria pepera, tu aflicción. O sea, la llantina de mocoso consentido que se ha quedado sin la cartera y sin los Donuts.

No les faltan motivos a los enlutados genoveses para el resentimiento hacia el que duerme donde lo hizo Tancredo Rajoy hasta hace apenas dos semanas. Pero poco ganarán ladrando su rencor por las esquinas —¡qué gran frase del recién salido del sarcófago Aznar!— contra Pedro Sánchez. Y parecido o menos, contra quienes ahora encabezan el hit parade de envenenadores de sus sueños, los taimados vascones a quienes juzgan culpables de la inesperada caída en desgracia, como si no llevasen años acumulando boletos para el hundimiento. Son cinco votos sobre los 180 del más variado pelaje que mandaron al charrán a la oposición. ¿A qué tanto despecho?

Ahora claman venganza y, peor que eso, ya han empezado a cobrársela sobre la ciudadanía de los territorios que arrumban, en un revelador remake de la Historia reciente, como traidores. Esas fueron las palabras que salieron de la boca de Alfonso Alonso. Está grabado. Del mismo modo que ha quedado por escrito en la incendiaria nota que informa de la ruptura del acuerdo presupuestario en Getxo una obscena alusión a no sé qué cánones de raza aria como presunto criterio jeltzale para otorgar la ciudadanía vasca. Más allá de la indecencia de la imputación, lo que denota es la cuesta abajo en la rodada de un partido que parece dispuesto a seguir profundizando en el pozo séptico de la irrelevancia en Euskal Herria. Y no será porque no se les han tendido manos para ayudarles a ser algo más que una excrecencia en un mapa político tan plural como el nuestro.