Monedero habla claro

Sin el menor atisbo de ironía, me quito el cráneo ante la claridad del número tres de Podemos, Juan Carlos Monedero,  respecto a la independencia de Catalunya. Allá donde algunos de sus conmilitones silban a la vía y componen figurillas dialécticas que valen igual para arre que para so, el de las antiparras redondas ha calificado la secesión primero como “sueño irreal” y luego, por si quedaba alguna duda, como “disparate”. Y en otro aparte, en el mejor estilo de María Dolores de Cospedal, Esperanza Aguirre o cualquiera de los mil y un jacobinos del PSOE, ha colocado la almibarada monserga de los “cinco siglos de aventura en común”. A veces las bromas se convierten en realidad: apenas el día anterior, la reencarnación tuitera de Sabino Arana le atribuía a Monedero la creación de la República Plurinacional Indivisible de España.

Insisto, en todo caso, en que se trata de una honestidad muy de agradecer. Máxime, si tenemos en cuenta que tales perlas no se soltaron en un mitin en Alcobendas, sino frente a las cámaras de TV3, previsiblemente ante unos cuantos miles de los cándidos soberanistas que han amamantado a sus pechos a los principales líderes de la formación emergente y organizaciones aledañas (léase Guanyem o como se llame ahora). ¿Habrán tomado nota o todavía seguirán fantaseando con la llegada de Pablo Iglesias a Moncloa como pasaporte al referéndum e inmediatamente después a la ruptura amistosa? Vale idéntica pregunta para quienes, en esta Euskal Herria de nuestros pecados, no dejan de poner ojitos sandungueros a los de los círculos por si se apuntan a la vía vasca o lo que se vaya terciando.

¿Pachorra social?

No es la primera vez y supongo que tampoco la última que traigo a estas líneas la disposición (o no) de la sociedad vasca para embarcarse en un proceso que concluya con la profundización de su autogobierno. Fíjense que lo nombro con semejante ambigüedad para abarcar todo el espectro que va desde la simple chapa y pintura al Estatuto de Gernika (¿qué pasa con el Amejoramiento?) hasta la consecución de la soberanía plena y, en el centímetro siguiente, la declaración de independencia. Y no hago el planteamiento en el vacío ni en hipótesis. Es decir, que no me refiero a lo que anide allá en el fondo de los corazones, sino a la presteza para ponerse manos a la obra aquí y ahora, con todo lo que implicaría. Pisar mucho —muchísimo— la calle, por ejemplo.

Doy por hecho que hay un número nada desdeñable de personas que están por la labor y se aplicarían a la tarea sin perder un segundo. Dudo mucho, sin embargo, que se acerquen a la cantidad mínima para articular un movimiento, no ya con garantías de éxito, sino con el músculo suficiente como para no embarrancar en el primer risco. Insisto en que esto no es cuestión de unas pegatinas pintureras ni de ponerse las zapatillas tres o cuatro días al año.

Añado inmediatamente que el hecho de que ahora mismo ni siquiera se atisbe lo que describo no implica que mañana o pasado no sea una realidad. Catalunya y Escocia —o el mismo fenómeno Podemos en España— nos han enseñado que en un puñado de meses se puede pasar de una aparente pachorra social a ser un gran quebradero de cabeza para los amos del calabozo. ¿Acabará ocurriendo algo similar aquí? No hago apuestas.

Vía vasca

No sé si causa más perplejidad o melancolía la presentación, a tres cuartos de hora de unas elecciones, de la propuesta de EH Bildu para construir una (¿O es la?) Vía vasca hacia la independencia. Cabe plantear la misma duda respecto a la respuesta, si es que lo fue, del PNV, poniendo como requisito antes de alcanzar un gran pacto algo que su presidente, Andoni Ortuzar, nombró como “el fin reconocible de ETA”.

Empezando por esto último, es difícil que esa condición, aunque obedezca a la lógica y sea absolutamente deseable, no suene a pretexto. De hecho, al que fue más utilizado durante los años del plomo, seguramente entonces con mucho sentido. ¿Lo sigue teniendo hoy? Juraría que habíamos convenido, siquiera tácitamente, que si bien el escenario actual es manifiestamente mejorable, ya se dan las circunstancias mínimas para poder abordar la asignatura eternamente pendiente. Otra cosa es que se quiera, se pueda, o se sepa cómo hacerlo.

Hasta que no se aclare ese asunto de una vez por todas, estaremos dando vueltas a la noria y comprando boletos para la decepción o, en el mejor de los casos, la resignación. Poco me parece que ayude a romper esta perversa espiral una propuesta que lleva unas intenciones y, sobre todo, unas siglas bien visibles en el frontispicio. Es indudable que puede ser útil de puertas adentro, para marcar perfil ante los propios militantes y simpatizantes. O como emplazamiento que ponga en un aprieto mediano a la formación con la que se libra un cada vez más encarnizado combate por la hegemonía. Más allá de eso, se diría que el objetivo anunciado se aleja en lugar de acercarse.