Pequeños matones

No es difícil coincidir con parte de las palabras del viceconsejero de Seguridad, Rodrigo Gartzia, sobre las imágenes de dos matones alevines pateando a un crío de trece años mientras un tercero inmortalizaba la escena con su móvil. Efectivamente, estremecen, duelen y merecen condena. Encuentro, sin embargo, más matizable, por no decir directamente discutible, la apostilla que sostiene que el vídeo demuestra que “las instituciones, las familias y la sociedad en general tenemos mucho trabajo por delante”. En la lógica puramente comunicativa, entiendo la declaración a modo de comodín. Es lo que tiene que decir un representante público. Pero como yo no lo soy, discrepo. Sobre todo, por lo que toca a las familias y a la sociedad en general. Serán, en todo caso, unas familias muy determinadas las que tengan que afrontar ese trabajo. Y si procede esa salvedad, con bastante más motivo cabrá rechazar la atribución de las culpas individuales a toda la sociedad.

Que no, a ver si nos entra en la cabeza. La sociedad no es la culpable. Ni tampoco los videojuegos, ni las series, ni TikTok. En primera instancia, los culpables son los niñatos que golpearon y humillaron al chaval y, no contentos con ello, difundieron la grabación. Pero inmediatamente después, la culpa alcanza, no a todo el cuerpo social, insisto, sino a una parte, generalmente de la élite política y opinativa, que ampara (por no decir que promueve) este tipo de comportamientos. Si estos criajos actúan como actúan es porque se saben protegidos por un colchón de valores y leyes que establecen que los actos no tienen consecuencias. Ese es el problema.

Otro vídeo con gresca

Cuántas ganas de barrila y yo, qué viejo. ¿De verdad es para tanto lo del vídeo almibarado de los dos entrañables viejos con que el Gobierno de Sánchez nos quiere vender (como se viene haciendo desde Suárez hasta hoy, por otra parte) la eterna moto de la modélica Transición y, más específicamente, de la supercalifragilística y chachipiruli Constitución del 78? Después de verlo un par de veces, todo lo que he conseguido experimentar es la misma sensación de pudor, casi de bochorno, que me recorre el cuerpo ante el muy frecuente uso de personas mayores (también me pasa con niños) para manosear la fibra sensible del personal. Ni por un segundo me ha ofendido, como veo que ha ocurrido con farfulladores de cutis finísimo o postureros del recopón y pico, la mención a los “dos bandos” que desliza, como quien no quiere la cosa, la voz en off.

Y sí, venga, va, si nos ponemos supertacañones, es cierto que en la guerra (in)civil no hubo estrictamente dos bandos. Cualquiera que haya leído una migaja —ese es el puñetereo problema, que los que regüeldan no han leído una mierda— sabrá que no fue así. Como poco, en cada una de las banderías hubo otras dos facciones que se limpiaron el forro entre sí, y a veces, hasta más. Pero incluso pasando por alto ese dato, y por mucho que también sea verdad que hubo una legalidad y unos sublevados a esa legalidad, la tristísima y cabrona realidad es que una y otra causa, la legítima y ilegítima, tuvieron respaldo popular. No aceptarlo ochenta años después es una demostración de ingenuidad en el mejor de los casos y de papanatismo pseudopolítico mondo y lirondo en todos los demás.

Pablo decreta el silencio

Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir. Seguro que no sospechaba el Borbón mayor que sus balbuceos a modo de disculpa crearían escuela y serían imitados incluso por los revoltosuelos morados. Pues ahí tienen al rey Sol, Luna y Estrellas de Podemos marcándose un Juan Carlos. Ocho minutazos de vídeo para pedir perdón. Con soniquete de rap suave, carita compungida ma non troppo y un derroche de lirismo incompatible con la sinceridad del mensaje. Cuando cuidas más la forma que el fondo en algo tan primario, malo. Pero a quién va a sorprender a estas alturas el individuo, un narciso tóxico de manual de esos que expresan su amor a bofetadas.

Claro que aquí hay que aplicar otro clásico: la primera vez que me engañas es tu culpa, la segunda, la tercera, la cuarta y la vigesimonovena es mía. Allá quién se trague la enésima contrición seguida de un propósito de enmienda que nunca llega. Eso, si nos fijamos solo en los pucheritos rogando la absolución. La lectura verdaderamente política está en el resto de la plática, cuando decreta que lo que hasta ayer era sano debate en abierto es en lo sucesivo un cáncer liquidacionista. Y con un par, Kim Jong-Iglesias Turrión impone la ley del silencio a su mesnada. “Esto no va de callarse, va de contenerse”, sentencia con el morro rozando el asfalto. A la transparencia, al streaming, al rico intercambio de opiniones, a la sana confrontación de pareceres, que les vayan dando. Lo dice él, punto en boca.

Desde mi butaca de patio, aguardo entre divertido y curioso el nuevo capítulo del psicodrama. Dos plateas más arriba, Rajoy se orina encima de la risa.

Una hostia bien dada

Confieso que todavía temo que acabe descubriéndose que el vídeo viral del repartidor que le calza una yoya a un tontolachorra con cámara que le vacila sea un montaje. Lo sentiría en el alma. Sin rubor proclamo que hacía mucho que no me dejaba tan buen cuerpo un producto audiovisual. Qué inmenso gustirrinín, asistir a esa bofetada cósmica ejecutada de modo sublime, marcando cada uno de los tiempos, como Aduriz cuando está de dulce. Ti-ta-tá, y el giliyoutuber se lleva en su jeta de gañán la huella justiciera del sopapo. Por primaveras. Por botarate. Por cenutrio. Y sobre todo, por buscarlo.

Si no saben de lo que hablo, lo que imagino casi imposible en estos tiempos de imágenes que se multiplican como los panes y los peces de la Biblia, pregunten, porque seguramente alguien a su lado tendrá una de las mil versiones de vídeo. Sin duda, la mejor es la que tiene menos ornamentos. La provocación del panoli con el insulto que acabará en el diccionario de la RAE —Cara anchoa—, la incredulidad al primer bote del currela, el inútil intento de contenerse, el cabreo llegando al punto de ebullición, los balbuceos acojonados del graciosete y, como apoteosis, la galleta en la jeró.

Como motivo de gozo añadido, la media docena de santurrones de pitiminí que han venido a afearnos la conducta con no sé qué vainas de la legitimación de la violencia. Qué derroche de moralina de quinta y, sobre todo, qué tremendo insulto a quienes son objeto de la violencia auténtica, cascarse el bienqueda cóctel de tocino y velocidad. Basta un gota de sentido común para entender que se trata, sin más, de una hostia ganada a pulso.

Vídeos de tercera

Cuánto moralista, y yo qué viejo. Panda de hipócritas, en realidad, que disfrutan como gorrinos en el fango mientras riñen al personal con gesto de vinagre. Ya les presento yo a media docena que fuera de foco hablan, como cualquier mortal, del mango que gasta el de la parte delantera, de la concentración extrema del que está en retaguardia y, claro que sí, de la actuación de la tercera en concordia. Luego, cuando hay que dirigirse a la parroquia, se lían a hacer ascos, a preguntarse hasta dónde vamos llegar y qué va a ser esto y, cómo no, a sacar conclusiones irrefutables a partir de un puñado de datos y tres quintales de prejuicios.

Por si no lo habían pillado, que es posible porque me he puesto deliberadamente oscuro, les hablo del vídeo. Sí, de ese que es una vergüenza intolerable que haya trascendido, pero del que todo quisque está al cabo de la calle. En su cerrilidad, los y las apóstoles que claman sobre la ignominia delictiva de su difusión no se dan cuenta de que están contribuyendo a hacer lo que tan oprobioso les parece, es decir, a darle más bola al asunto. Pero claro, a ver quién se resiste a ganar el concurso del repudio más gordo, cuando se combinan elementos tan suculentos como el sexo que se sale del nada emocionante misionero y el fútbol, aunque sea con la intervención de un par de jornaleros del balón casi ignotos.

Seré lo peor de lo peor, pero, aparte del lucimiento de los escandalizados de carril, no veo motivo para tanta bronca. Por lo demás, estoy por afirmar que a la mayor parte de la gente que conozco y seguramente a casi toda la que desconozco no le pasaría nunca algo así.

El PSE, a lo Donald Trump

Venga, va, la perra gorda para el PSE. Quería atención y la está teniendo. Ha conseguido, efectivamente, que corran ríos de tinta y saliva. ¿Por sus propuestas constructivas? ¿Por sus interesantes aportaciones? Más bien no. La sucursal regional de Ferraz debe su cuarto de hora de fama a un vídeo pochanglero, tan pésimamente hecho, que hasta el mensaje principal llega equivocado al espectador. Se entiende exactamente lo contrario que pretende acotar en su parrapla final —entonada de un modo manifiestamente mejorable— la candidata a lehendakari de una formación que está pregonando a grito pelado su terror a la irrelevancia.

De eso va la cosa en realidad: aunque al primer bote sentí la misma oleada de irritación que cualquiera, pronto la bilis se convirtió en una mezcla de pena y vergüenza ajena con vetas de resignación. Fíjense que ni siquiera creo que tras el artefacto audiovisual haya un asco genuino al euskera como parece desprenderse de su guión y ejecución.

Se trata, y ahí está lo triste, de un producto de siniestro laboratorio o Think Tank, como se dice en fino ahora. Buscando nichos de mercado —y tómenlo en sentido casi literal—, alguna luminaria determinó que el único espacio por pelear era el hediondo limo del antivasquismo más cañí. El mismo, claro que sí, por el que se las tienen a dentelladas los naranjitos, el ultramonte (sobre todo alavés) del PP y, desde luego, esa flatulencia llamada Vox. Más que un insulto, esta torpe incursión del PSE en el Donaldtrumpismo apenas llega a desgarrador último cartucho de quien ha concluido que, después de la dignidad, ya no le queda nada que perder.

¡Dentro vídeo!

Si todavía no les ha dado por ahí, les animo a echarse a la retina alguno de los vídeos de la nueva campaña del PP. Ojo, que digo alguno; como se traguen los siete, se arriesgan a un lavado de estómago y/o cerebro. Bastará con el primero que se difundió, que según mis entendederas, viene a ser resumen y corolario del resto, amén de perfecto contenedor de la consigna que se pretende inocular en el cerebelo del respetable: “Aún (nos) queda mucho por hacer”.

Ese santo y seña tiene su qué, efectivamente, pero es cuestión menor al lado de la parte formal de los anuncios de marras. El gran hallazgo, que en realidad es una copia de otras varias copias que ya se han utilizado en publicidad y propaganda para vender motos diversas, está en la puesta en escena y, especialmente, en los intérpretes. En calidad de tales figuran Mariano Rajoy, María Dolores de Cospedal, Carlos Floriano, Javier Arenas y Esteban González Pons. Como si no hubiera cámara, el quinteto de mandarines genoveses —¿dónde está Soraya SdeS, por cierto?— conversa en confianza y tono de mecachislaporra sobre lo que les cuesta colocar su mercancía a la plebe eternamente insatisfecha. En lugar de soltarlo así, claro, lo disfrazan de “a lo mejor somos nosotros, que lo comunicamos una gotita regular”.

¿Habrá quien comulgue con semejante rueda de molino? Seguramente, ni ustedes ni servidor estamos capacitados para contestar a tal pregunta. Concluiríamos a bote pronto que no solo no nos surte efecto, sino que nos provoca mala leche, risa o ambas. Ocurre que el vídeo no está pensado para personas como nosotros, signifique esto lo que signifique.