Todos somos estúpidos hijos de…

Un vídeo viral de esos que como viene se va. El presunto líder del mundo libre, que en un año de mandato apenas ha demostrado que es un abuelete patoso al que le chorrea la pasta por las orejas, llama “estúpido hijo de puta” a un periodista del ultramontano emporio Fox. Por supuesto, no mirándole a los ojos, sino por lo bajini, creyendo (o quizá haciendo que cree) que el micrófono está apagado. Ya escribí ayer al respecto. He visto los suficientes capítulos de El Ala Oeste de la Casa Blanca como para no creerme que fue un desliz.

En todo caso, no voy a perder el sueño pensando en ello. Y tampoco criticando la largada ni defendiéndola porque el destinatario fuera un presunto facha desorejado que merecía que le pusieran en su sitio. Me dejo de moralinas y sonrío al pensar en la cantidad de veces que tipos y tipas que no son Joe Biden me han llamado a mí “estúpido hijo de puta” o cosas bastante peores. Hubo, incluso, quien propugnó que me limpiaran el forro, aunque me libré gracias a que la lista de enemigos del pueblo era casi inabarcable. Y, por el otro lado, el de los buenos que no tiraban de pistola ni trilita, hubo quien exigía mi cabeza en cada Consejo de administración del ente público en que me ganaba las alubias. Llevo a mucho honra aquella persecución a varias bandas y la constatación de que hoy, tanto para ciertos políticos de la primera fila como para anónimos cobardotes y cortos de luces que manchurrean el blog donde se publica esta columna con seudónimos de parvulario, soy un estúpido hijo de la gran puta al que habría que callar la bocaza. Babean, luego cabalgamos. Todo en orden, por lo tanto.

Una hostia bien dada

Confieso que todavía temo que acabe descubriéndose que el vídeo viral del repartidor que le calza una yoya a un tontolachorra con cámara que le vacila sea un montaje. Lo sentiría en el alma. Sin rubor proclamo que hacía mucho que no me dejaba tan buen cuerpo un producto audiovisual. Qué inmenso gustirrinín, asistir a esa bofetada cósmica ejecutada de modo sublime, marcando cada uno de los tiempos, como Aduriz cuando está de dulce. Ti-ta-tá, y el giliyoutuber se lleva en su jeta de gañán la huella justiciera del sopapo. Por primaveras. Por botarate. Por cenutrio. Y sobre todo, por buscarlo.

Si no saben de lo que hablo, lo que imagino casi imposible en estos tiempos de imágenes que se multiplican como los panes y los peces de la Biblia, pregunten, porque seguramente alguien a su lado tendrá una de las mil versiones de vídeo. Sin duda, la mejor es la que tiene menos ornamentos. La provocación del panoli con el insulto que acabará en el diccionario de la RAE —Cara anchoa—, la incredulidad al primer bote del currela, el inútil intento de contenerse, el cabreo llegando al punto de ebullición, los balbuceos acojonados del graciosete y, como apoteosis, la galleta en la jeró.

Como motivo de gozo añadido, la media docena de santurrones de pitiminí que han venido a afearnos la conducta con no sé qué vainas de la legitimación de la violencia. Qué derroche de moralina de quinta y, sobre todo, qué tremendo insulto a quienes son objeto de la violencia auténtica, cascarse el bienqueda cóctel de tocino y velocidad. Basta un gota de sentido común para entender que se trata, sin más, de una hostia ganada a pulso.