Un incidente… ¿racista?

No se repite lo suficiente que una de las peores formas de racismo es el paternalismo melifluo de los blanquitos bonachones y cantamañanas que van viendo xenofobia en cada mota de polvo que desplaza el aire. En su ausencia de luces entreverada de soberbia, no se dan cuenta de que, además de dar alpiste a toneladas a los Bolsonaros, Salvinis o Abascales de turno y cabrear tres huevos y pico a tipos corrientes y molientes, sus mandangas justicieras les convierten en supremacistas de talla XXL.

Ha vuelto a ocurrir con el video espolvoreado a tutiplén —viral, se dice en jerga— que además de en su territorio natural, las corralas modernas llamadas redes sociales, ha estercolado espacios de aluvión de los todavía medios tradicionales. Se presentaba, en la versión más suave, como “Incidente racista en un autobús de Vitoria”. Y es rigurosamente cierto que en la pieza se ve a un cagarro humano identificándose como militar que profiere amenazas de muerte a una mujer de raza negra. Ocurre que para los beatones arriba mentados, ese fulano es un personaje secundario. A quien señalan como protagonista y reo de racismo intolerable, es al conductor que pide a la mujer que plegara el patinete de su hija. Lo hace en voz alta, es verdad, porque no era el primer incidente de este tipo, y porque la aludida también habla a gritos. Una bronca como las mil que se producen cada día en el transporte urbano. Si no hubiera colores de piel por medio, casi todos tendríamos claro que la actitud verdaderamente maleducada es la de la persona que se niega a cumplir una norma elemental. ¿Por qué esta vez no es así? Reflexionemos sobre ello.

Huelga de celo

Huelga de celo, curioso concepto. Para empezar, si la pone en práctica un cuerpo policial, como es el caso de Gasteiz, es preciso negar tajantemente que se esté haciendo. O sea, hay que tomar por imbécil a la ciudadanía. Por más imbécil, en realidad, porque ya de partida se ha decidido zurrar a los gobernantes en la badana de los sufridos contribuyentes. De acuerdo, como en todos los conflictos, puesto que la capacidad de presión de un colectivo es directamente proporcional a las molestias que pueda causar al común. Solo que este caso, la jodienda se ceba en el bolsillo de los pringados y las pringadas de a pie.

Así, a primera vista, no se diría que es el mejor modo de conseguir que se simpatice con una causa. Claro que, conociendo algún percal uniformado y dotado de porra —¡no todos son iguales, ojo!—, tampoco extraña que a los multistas se la bufe un kilo caer bien o mal. Por lo demás, basta buscar el negativo de la foto para que a uno le asalte la duda. Si en estos días de frenesí sancionador es cuando cumplen la ley, ¿será que hasta la fecha no lo hacían? O prevaricaban antes o prevarican ahora, y eso es bastante más delito que cruzar un paso de peatones en rojo.

No se deje de notar otra paradoja. La (no) huelga se hace para denunciar la falta de recursos, y sin embargo, su efecto es multiplicar por un congo la productividad traducida en ingresos de escándalo para las arcas municipales. Y aquí procedería la reflexión final sobre el porqué de las normas, el grado variable de cumplimiento que se nos exige según las circunstancias, y la sospecha del carácter puramente recaudatorio de algunas.

Corruptos o ineptos

Está en el manual de los pillados con el carrito del helado. Lo primero, negarlo. Y lo segundo, y lo tercero, y lo cuarto. Que no es corrupción, pregona el eurofan Javier Maroto a la vuelta de su fin de semana de ensueño en Estocolmo, capital provisional de la horterada y, por lo que se ve, de la intolerancia a según qué banderas. Dos días y medio de mambo y silencio sepulcral desde que se conoció la sentencia que lo condena —vuelvo a silabear: con-de-na— a pagar una pasta gansa, y lo primero que evacua al respecto es la requetesobada excusa de todos los retratados en renuncio.

Claro que no es mucho mejor el segundo mensaje, en el que con un desparpajo difícil de superar, reduce la causa del Tribunal de Cuentas contra su persona, la de Alonso y el resto de compañeros de corporación gaviotil a un “expediente administrativo en el que se discute por el precio de un alquiler”. ¡Se discute! Para chulo, su pirulo. En lugar de callarse y bajar la cabeza frente a la evidencia palmaria del dineral desorbitado que se apoquinó por unos locales de cierto empresario, se viene arriba y convierte la materia judicial en una gresca tabernaria. Al hacerlo, no solo demuestra una gallardía tendente a cero, sino que está insultando a la jeta a todos los que asistimos a la salida de pata de banco, empezando por los vecinos de su ciudad.

7,6 millones de euros para arrendar un edificio que acababa de ser adquirido por 2,7. De los tipos que propician tamaño pelotazo solo cabe pensar que están favoreciendo a un gachó muy poderoso o que son una panda de ineptos. Cualquiera de las dos les inhabilita para para la política.

Maroto y Alonso, condenados

Muchos quintales de latrocinios después, Mariano Rajoy Brey tuvo las santas pelotas de poner cara de papuchi contrariado para advertir a sus conmilitones, tan proclives ellos y ellas al trinque, que hasta ahí había llegado la riada de la mangancia. “Esto se acabó y ya no se pasa por ninguna”, farfulló, y aún le sobró cuajo para añadir: “Todo el mundo, sea quien sea, desde el presidente nacional del partido hasta el militante más modesto tendrá el mismo trato”.

Eso fue exactamente el 4 de febrero, pero procede recordarlo hoy porque estas son las horas en que dos de las supernovas fulgurantes de la Vía Láctea gaviotil siguen tan ricamente en sus respectivos cometidos después de haber sido condenados por el Tribunal de Cuentas. Efectivamente, me refiero a nuestros muy vistos y revistos Alfonso Alonso y Javier Maroto. Tendrán que soltar —se supone que sus bolsillos— casi 400.000 euros por haber provocado un boquete a las arcas del ayuntamiento de Gasteiz en su época de probos munícipes. En concreto, siendo alcalde Alonso y concejal Maroto. Como es sobradamente conocido, el trapicheo consistió en pagar a precio de Taj Majal el alquiler de unos locales corrientes y molientes, salvo por el pequeño detalle de quién era su propietario.

Un escándalo de aquí a Lima, y ahora, además, un hecho que ha merecido una condena (con-de-na) en sede judicial. Ya no hablamos de sospechas, investigaciones, indicios ni imputaciones, que bastante sería de acuerdo con la promesa de no pasar ni una más que tan solemnemente hizo Rajoy. No es que nadie creyera que fuera a cumplirla, pero por lo menos, podía disimular un poco.

Tras el desalojo de Maroto

Supongo que sabrán lo de aquel científico que, tras arrancar las patas a una araña, la dejó en el medio de la mesa del laboratorio y comenzó a llamarla: “¡Chist, arañita, ven aquí!”. Como el bicho no se movió después de varias intentonas, el erudito anotó en su cuaderno: “La amputación de las extremidades de los arácnidos les provoca sordera”. Palmo de exageración arriba o abajo, el argumento se parece mucho al que, viendo la suerte que han corrido Javier Maroto y su maestro badalonés, Albiol, se está aventando por las esquinas ortopensantes en el sentido de que quienes hacen del racismo su estrategia electoral acaban en la oposición.

En medio de la algarabia y el calentón del desalojo, cabe echarle lírica a una suma pedestre y al producto de unas prosaicas negociaciones, y convertir los deseos en principios elementales de la termodinámica. Pero en frío, y aunque no se confiese ni a los íntimos, hay que bajar el diapasón de las proclamas. Como baño de realismo, bastaría pensar que la continuidad o no de Maroto estuvo en manos de un concejal del PNV en Andoain que salió por peteneras. Una vez que el PSE se puso de morros por el desplante, si no es porque en el último segundo —y desobedeciendo, ojo, el mandato de su Asamblea—, el edil de Irabazi apoyó a Gorka Urtaran, la vara de mando no habría cambiado de manos.

Me consta que lo que se estila es creer lo que a cada cual le salga de la entrepierna, pero también que las conclusiones al gusto del consumidor son pésimas consejeras. Será ceguera voluntaria, amén de cara a la larga, pensar que en Gasteiz ha triunfado, así sin más, el bien sobre el mal.

Por qué gana Maroto

De entre el millón de cosas comentables tras otras urnas que le han dado un buen meneo al mapa político y a ciertas verdades supuestamente inmutables, empiezo por lo único que, para mi disgusto, acerté casi al milímetro. Dejé escrito hace más de medio año, cuando había algún tiempo para la enmienda, que a Maroto se lo estaban poniendo a huevo. En el sesteo tonto de la misma tarde electoral, ya con la suerte echada y deseando equivocarme con todo mi ser, me atreví a pronosticar (aunque no a apostar) que el cabeza de lista del PP en Vitoria-Gasteiz obtendría 30.000 votos y le sacaría tres concejales al segundo, “o quizá segunda”, maticé. En lo último, atiné de pleno. En el número de sufragios, sin embargo, me quedé corto: a falta del conteo requetedefinitivo, fueron 35.484. Marca histórica para los de la gaviota rampante en la capital alavesa.

Aunque cuatro años pasan en un suspiro, como pueden atestiguar muchos de los que el domingo fueron enviados al banquillo tras haber sido reyes del mambo en 2011, andamos tarde para evitar lo que ya se ha producido. Cabría una alianza sanitaria de las fuerzas de oposición, pero habiendo abogado por ello en su día, se me antoja que con esta diferencia de respaldo, a la larga bien podría ser la base de una mayoría absoluta como alguna que tengo muy cerca de mi domicilio. Se decida sumar o no, quizá procedería como preliminar medio gramo de autocrítica y uno de humildad por parte de los partidos que han resultado —esa es la palabra— perdedores. Claro que también pueden enfadarse, no respirar, y rezongar que su ciudad está a reventar de racistas e insolidarios.

¿Memorial o parque temático?

Estaba claro que el pomposo Memorial de Víctimas del Terrorismo que se inauguró (o así) el otro día en Gasteiz con [Enlace roto.] es un mamotreto de parte en el que, de saque, se expiden certificados de sufrimiento fetén y no fetén. Ahora podemos sospechar, además, que su diseño y elaboración se ha puesto en manos de un grupo de sádicos morbosos. Soy consciente de la dureza de este doble calificativo, máxime cuando entre los asesores figuran personas con trayectorias absolutamente respetables y fuera de toda duda. Es para mi un misterio, aparte de una notable decepción, que hayan prestado su nombre al delirante informe que describe con prosa de hacérselo mirar la cacharrería que se propone instalar en el centro de marras. [Enlace roto.], así que me limito a apuntar alguna de las singulares ideas.

La recreación de un zulo en el que se escuchan eslóganes a favor de la amnistía, el Eusko gudariak o la consigna ‘¡ETA, mátalos!’. Un bosque donde un máquina va talando árboles con rostros humanos que al caer alimentan un río de sangre. Otro zulo —se ve que los agujeros son el hilo conductor— en el que gritos y llantos acompañarían, entre otros elementos, a una confrontación de imágenes de funerales de víctimas y de terroristas. Todo eso, en nombre de la memoria, la verdad, la dignidad, la reparación, la justicia y la retahíla habitual de términos bienintencionados. Pues lo siento mucho, pero más parece un parque temático para amantes de la casquería que un lugar para honrar y recordar a las víctimas del terrorismo.