El bipartidismo vuelve a ganar

Como no podía ser de otra manera, se ha consumado el pasteleo vergonzoso del bipartidismo rancio en la renovación del Tribunal Constitucional. Los cuatro magistrados de cuota, propuestos a razón de dos por cabeza, han sido refrendados en las soberanísimas Cortes españolas. Cuentan los titulares gordos, siempre dispuestos a entrar al trapo de rigor, que en la (ruborizante) votación telemática presuntamente secreta ha habido entre siete y once díscolos de las formaciones que apoyan al Gobierno de Pedro Sánchez. Se añade, como si fuera una muestra de rebeldía del carajo, que Arnaldo, el señalado como más facha de todos, ha obtenido algún respaldillo menos que sus compañeros de plancha. Tremendo logro, ¿verdad?

Vamos a ver cómo le decimos con cariño y con el debido respeto al diputado Odón Elorza y al resto de los versitos sueltos de aluvión que su autocacareada dignidad por haber seguido los designios de su conciencia es justo lo contrario de lo que predican. En plata, una muestra de indignidad como la copa de tres pinos. Si de verdad te parece mal que tu partido haya aceptado en una trapisonda a un furibundo hooligan con toga, lo que tienes que hacer es entregar el acta. Hay que ser cobarde y tener rostro para apoyar tu decencia en la certeza de que tus compañeros de sigla van a apechugar con el grueso de la decisión. En el caso del exalcalde de Donostia, ya huele el rollito de eterno enfant terrible, pero solo la puntita.

Por lo demás, si ha habido un triunfador, es el ínclito Arnaldo, que se ha hecho ungir por sus rivales ideológicos y los ha retratado como lo que son: una panda de ladradores que a la hora de la verdad no muerden.

De votos y conciencia

Tiene su gracia el ansia de los derrotados en el Comité Federal del PSOE por salvar la honrilla echando mano del comodín del voto en conciencia. Es verdad que es humanamente comprensible su vergüenza por tener que someterse al digodiego público y, desde luego, su rabia por el modo en que han sido chuleados por los susánidos. Pero parafraseándoles a ellos mismos en su días de farruquería irresponsable, cabe preguntarles qué parte de la abstención no entienden.

Sí, también me consta que, visto con ojos de espectador, son los buenos y las buenas de la película. Su postura —el empecinamiento en la negativa a Rajoy— es la más simpática. Sin embargo, salvo que queramos hacernos trampas al solitario, no podemos dar por aceptable su conducta de pésimos perdedores. Mal que nos (y les) pese, participaron voluntariamente en una votación y la palmaron por una diferencia (139-96) que en basket es una señora paliza. La única traducción de la derrota es acatar lo que ha salido y actuar de acuerdo al mandato de la mayoría vencedora. Jode, claro que jode, pero no queda otra. ¿O es que, en caso de que el resultado hubiera sido al revés, sería de recibo que los perdedores anunciaran su intención de abstenerse? Y tampoco es una gran excusa aludir a las mañas trileras de los que se han llevado el gato al agua. Desde el momento en que no se rompe la baraja, no hay más tutía que apechugar.

Por lo demás, tal y como se hacen las listas electorales, y por mucho que la Constitución prohíba el mandato imperativo, el voto en conciencia es pura filfa… salvo que se entregue el acta de diputado inmediatamente después de ejercerlo.