El descubrimiento…

No hace mucho, vi en un programa de televisión una noticia que hablaba de uno de los últimos negocios que existían en Bilbao dentro de un portal. Antiguamente era muy común esa forma de negocio, los había de todas las profesiones, zapateros, quincalleros, golosinas, etc. Rara era la calle del Casco Viejo que no tuviese en ninguno de sus portales algún “adosado”.

En el portal de casa de mis abuelos había un zapatero remendón. Maroto le llamaban, supongo que sería su apellido, yo no lo he conocido por otro nombre. Era el zapatero del barrio, además hacía las veces de cartero –no había buzones- él se encargaba de distribuir las misivas a medida que los vecinos iban pasando por delante de sus “instalaciones”. Maroto hacía las veces de confesor del portal, conocía mejor que nadie a sus habitantes, era el “internet” de los años 50.

Resulta increíble el pensar que en tan poco espacio se puede desarrollar un negocio, una ventanita era la zona de “recepción de materiales” y la misma servía para la “expedición de materiales”. Una cajita de madera con muchos departamentos servía de almacén de puntas, tachuelas y “defensas” –eran unas chapitas que se colocaban en la suela para evitar el desgaste-, un bote de pegamento de contacto abierto con su brocha impregnaba de un olor peculiar a todo el portal. Que recuerdos…

Hasta los siete años siempre había conocido a Maroto sentado en un pequeño taburete con su delantal de cuero –casi negro- con un resto de cigarro en la boca, el saludo amable y siempre recluido en su garita. Pero un buen día el mundo se me vino encima, hice un gran descubrimiento, vi a Maroto subido en una escalera y me di cuenta que tenía piernas, lo mismo que había cojos y mancos yo pensaba que Maroto era una persona pegada a un taburete, pero no, la cruda realidad me devolvió a la vida. Me empezaba a hacer mayor…. A partir de ahí, mi vida fue distinta.

Agur

Abriendo la memoria…..

foto: A.García

Cuantos sueños e ilusiones se habrán hecho rellenando esas casillas. Casi nunca tocaba, pero siempre había un amigo de una cuñada que tenía un primo que le había dicho que a su vez conocía a uno del pueblo que le habían tocado los catorce. Y la semana siguiente otra vez…..

foto: A.García

Para que luego digan que nuestra generación ha bebido mucho.  !!Toma ya¡¡ y que rico estaba….

foto: A.García

Los fabricantes de estos patines debían tener acciones en la fábrica de Mercromina….

Wall Street frutero….

Mercabilbao, en Basauri,  es la prueba de la evolución de una ciudad y de la adaptación de sus necesidades a una realidad actual. Las tiendas de ultramarinos –que bonita palabra- han existido toda la vida y su suministro se efectuaba desde los almacenes situados en la calle de Ronda.

Paseando hoy en día por esa calle, me resulta casi imposible de reconocer lo que en su día fue “el Wall Street frutero” de Vizcaya. Me resulta muy difícil el imaginarme la calle llena de almacenes de fruta, de camiones, de carros tirados por burros, de isocarros.

Los que hemos tenido la suerte de haberla conocido en plena actividad, recordamos aquellos camiones Pegaso –entonces me parecían gigantescos- subidos en las aceras descargando las naranjas, el bullicio que se armaba a primeras horas de la mañana, el ruido de los isocarros cargados con los ramos de plátanos envueltos en papel y paja. Era una locura. A mediodía pasaban las brigadas de limpieza y quedaba la calle perfecta para que los niños fuéramos a comprar golosinas al único oasis que existía en el centro de la calle: Casa Galindo.

Había otro almacén de frutas, el de Urréjola, pero este estaba en la otra parte del puente de San Antón en la calle Urazurrutia.

El silencio, no era precisamente la virtud de la que podían alardear los habitantes de la zona. Al ruido de los camiones había que añadir el de los carreteros que pedían paso a viva voz, el de los descargadores con su saco de esparto al hombro y demás personal necesario para que “aquello” funcionara. Menos mal que a esas horas de la mañana solo aparecían los profesionales, la gente de “miranda” no acudía, era lógico, podían haber aparecido con una coliflor en la cabeza y unas naranjas a modo de lentillas. La tecnología no había llegado y se hacían todas las maniobras de carga y descarga con el único sistema que se conocía: “la tracción a alubias”. Recuerdo, que por la tarde quedaba en la calle un olor ácido, debía ser de la fruta que caía al suelo y acababa machacada.

Cuando paseo por la Ronda los recuerdos me obligan a ir más despacio, aquella infancia….

Agur