Como el chocolate…

foto: museosdeoficios.com

A la taza. Como el buen chocolate de toda la vida, así era una de las usuales formas de corte de pelo infantil en los pueblos. En la década de los cincuenta y sesenta hacía “furor”. El sistema era bien sencillo, se colocaba un tazón -de aquellos del desayuno- boca abajo, en la cabeza del sufrido receptor y se cortaban todos los pelos que quedaban fuera del perímetro exterior del tazón. Claro, con este sistema se aplicaba el único socialismo que se permitía entonces, “el socialismo peluqueril”, era evidente que todos los críos iban iguales, todos llevaban la misma tonsura monacal.

El corte, tenía sus cosas buenas, como la rapidez con que se ejecutaba, pero también las tenía malas, como dejar totalmente al descubierto las orejas. No sé por qué razón, pero en aquellas épocas los niños nacían con los pabellones auditivos bastante grandes y eso no es síntoma de que con la edad  no vayas a padecer sordera. En los pueblos, el tener las orejas al descubierto de esa forma tan estridente tenía su valor, si se ponían muy rojas es que hacía mucho calor y si les picaban es que hacía mucho frio y era el principio de los “sabañones”. Qué cosas… con verle por las mañanas las orejas al niño ya sabían el tiempo que hacía.

Una de las pocas variantes que sufrían los poseedores de la tonsura era los domingos para ir a misa, entonces les untaban la cabeza con “brillantina” y les quedaba el pelo duro como si llevasen un casco. Ni el mayor de los huracanes hubiese podido mover aquellos peinados.

La raya en medio, a un costado, el flequillo, etc. eran modas que fueron llegando poco a poco. La cresta de los punkis vino mucho después.

Agur

La culpa la tuvo el Sr. Colón..

foto: A.García

El «caldo» era para el personal que tenía paciencia. El cigarrillo era más rápido para fumar y si tenía boquilla, era ya un lujo romano. Que dirían hoy nuestras autoridades sanitarias de estas «joyas»…

foto: A.García

foto: A.García

foto: A.García

Y lo que no podía faltar, el chisquero….

El efecto gaseosa…

foto: universalbody.es

“Aitor, bájate ahora mismo de ahí” “Gabriela, no le muerdas a tu hermano” “Asier, quítale el zapato de la boca a María”……..

6 de la tarde, un atardecer caluroso envuelve el recinto de juegos de una plaza céntrica de Bilbao. Sentado, observo a los niños jugar, las madres hablando entre ellas no paran de reprochar a sus hijos –algunas con un tono bastante más elevado de lo normal- las travesuras de estos. Pasa media hora, la situación sigue igual, la pobre María no consigue zafarse del pesado de Asier y Aitor sigue subido por las ramas del mecano. En un acto de puntualidad británica, cada cinco minutos las madres vuelven a recriminarles su actitud.

Pasado un tiempo escucho decir a una progenitora “hay que ver como cansan estos niños”. Vamos a ver señora, los niños no le cansan, lo que le cansa es estar cada cinco minutos dándole bocinazos a su hijo y poniéndonos a todos la cabeza como un tambor. Los niños no hacen ni puñetero caso a lo que les dicen sus madres, normal, si están constantemente dándoles instrucciones, es lógico que “pasen” de ellas. De pronto, observo una técnica que a corto plazo da muy buenos resultados, a largo plazo, ya veremos. Viendo que es la hora de merendar, noto que varias madres utilizan el mismo recurso “Aitor, mira lo que te he traído” Gabriela, tengo una sorpresita” “Asier, mira lo que tengo”, los niños, que antes no hacían ni caso, ahora se presentan como rayos ante sus madres.  Parece ser que estamos criando una generación de personas que solo van a actuar si obtienen el rendimiento inmediato, que peligro…

A las gaseosas se les va la fuerza por la boca y parece ser que en esta plaza también.

¡¡Andrea!! Bájate ahora mismo,  que el tobogán no es para subirlo andando…es mi sobrina, hoy me ha tocado cuidarla.

Agur