Duros a cuatro pesetas….

foto: noticias964.es

Toda la vida he estado oyendo “el timo de la estampita” “el timo del tocomocho”, por esta serie de timos no pasa el tiempo. No han evolucionado, siguen siendo iguales que hace cincuenta años y a pesar de todo, funcionan. Cada cierto tiempo la prensa se empeña en recordarnos que estos timos siguen en activo, se les añade alguno nuevo con alguna variante, pero los clásicos tienen ese sabor que los hace únicos.

Creo que si preguntamos al personal sobre el funcionamiento de estos timos, nos dirán que los conocen muy bien, entonces por qué siguen timando a la gente. Sospecho que en el fondo existe una componente de avaricia.

Vamos a ver, el timador –con apariencia de tontito- se presenta ante la víctima ofreciéndole el negocio de su vida, el ayudante se limita a dar forma de aparente “legalidad” y seriedad al asunto.  De acuerdo, que los timadores intentan engañar a la persona escogida, pero esta persona “ve” muy claro el negocio –por cinco euros voy a cobrar 500- y entonces es cuando intenta y “consigue” engañar al “tontito & company”. Me pregunto, en el fondo quien ha intentado engañar a quién? Como diría aquel “entre pillos anda el juego”.

De los timos más recientes, el más original me parece el de los billetes que se convierten en papel de curso legal con solo meterlos en un líquido mágico. Hay que joderse.

No sigo porque me acaba de llamar por teléfono una chica muy simpática y me ha dicho que tiene que volver a su país pero no tiene dinero. Me dice que si le mando una transferencia de 500 euros ella me deja en consigna un décimo de lotería premiado con 5000 euros. Creo que voy a hacer el negocio de mi vida.

Agur

Usar y tirar….

foto: laesferamusical.com

No acabo de entender por qué, cuando copiamos algo solo copiamos lo malo. Los americanos impusieron su modo de vida basado en el consumismo. La palabra reparar desapareció de golpe y porrazo del diccionario yanqui.

Aquí, para no ser menos, empezamos a usar la moda del “usar y tirar”. Es lógico, cuando se estropea la televisión te dice el técnico “no le compensa repararla, le sale más barato comprar una nueva” y ese comentario lo puedes escuchar en todas las cosas.

Personalmente tengo mucho miedo de entrar en un quirófano y que el médico salga y le diga a mi mujer “A este, no merece la pena arreglarlo, es mejor que se vaya buscando otro” ¡¡coño¡¡ que así no son las cosas, que cuando he tenido un catarro he tomado una Aspirina y se ha curado, me imagino que aunque sea con producto de segunda mano tendré reparación, digo yo. A mí, estas cosas me ponen muy nervioso.

Recuerdo que en mi infancia era muy normal ver en los escaparates de las tiendas y en portales el rotulo de “se cogen puntos a las medias”, “se forran botones”, etc. Esos servicios han desaparecido, será por eso el que vea tantas chicas jóvenes con las medias rotas? Pobres, claro como ya no hay quien les coja los puntos a las medias.

Me decía el dueño de un taller de reparación de coches que ya no existen mecánicos –en el sentido más amplio de la palabra- que lo que hay ahora son montadores, que ya no se reparan las piezas, ahora se coloca una nueva. Parece ser que con esta crisis que estamos pasando, empiezan a verse de nuevo los talleres de “reparación” y no los de “sustitución” por lo menos algo habremos ganado, pienso yo. Si la cosa sigue así ya no me dará tanto miedo entrar en el quirófano.

Agur

40 años, no son nada……

foto: fotos-arquitectura.blogspot.com

Una prueba de las grandes transformaciones que ha sufrido Bilbao en la últimas décadas es el barrio de Txurdínaga. En estas imágenes vemos como el paso del tiempo ha modificado esta zona. 3o años han tenido la culpa.

Los que nos vamos haciendo viejos recordamos el «camino matalobos» con su elitista Colegio Alemán y los txakolís que había en la zona.

Txurdínaga 1984.

Txurdínaga 2011.

El gusto a la velocidad…

foto: miniaturista.com

Con un pan bajo del brazo dicen que veníamos los niños de antes. Cuando nos comíamos el pan ya teníamos acceso a los medios de locomoción, la goitibera y el patinete.

Las “goitis” se dividían en: buenas, malas y peores. Las buenas estaban hechas con tablas unidas a base de tornillos arandelas y tuercas. Las malas se hacían cosiendo las maderas con clavos, claro, aquello no giraba como tenía que ser, pero funcionaban. Las peores eran las que se hacían de urgencia, todo valía, tablas de cajas de pescado –te quedaba un olorcillo, que todos los gatos del barrio te seguían hasta casa- los rodamientos, que en las buenas eran grandes y bien engrasados, en las peores eran de octava mano, cada uno de un tamaño. El tema era bajar las cuestas lo más rápido posible y como ya sabemos “cuesta abajo, hasta la mier… corre”. Otra cuestión eran los frenos, nosotros usábamos las suelas de las zapatillas para frenar, así que nos duraban quince días –que mala calidad había entonces- alguno fue a casa con la planta del pie bastante dañada, claro, después de dos semanas los “ferodos” habían desaparecido.

Los patinetes eran de tecnología más simple, eran menos peligrosos pero no se sentía la misma emoción que con la “goiti”. Antes de esto estaban los triciclos, pero eso era muy infantil.

Pasada esa época el salto lógico era hacia la bici. Primero con “ruedines”, pasado el tiempo y bastantes sopapos después, te los quitaban, aunque mirándolo bien hay gente bastante mayor que debería volver a ponerlos.

Plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, dicen que son las tres cosas a las que todo hombre debe aspirar, pues yo creo que habría que incluir una más: la de aprender a montar en bici. Si aprendes de mayor corres el riesgo de “engancharte” y entonces lo que puede ser una sana afición se convierte en enfermiza obsesión. Conozco casos en los que el marido está negociando con su mujer el poner un altar en una esquina del salón dedicado a “Santa Orbea”. Hasta ahí podíamos llegar….

Agur

El paso del tiempo…

dibujo: semillitakids.com

El DNI es el mejor chivato de la edad real de una persona, pero en lo relativo a la edad física dependemos de muchos factores, la salud, el ánimo, las compañías. Tenemos jóvenes con verdadero aspecto de viejos y viejos que parecen chavales.

De los conocidos mejor no hablamos, siempre aparece ese “amigo” al que no ves en muchos años y cuando te saluda te suelta “coño, si casi no te reconocía, con esas canas y esa barriga, que mayor te veo”, hombre, a uno le gusta la sinceridad, pero no tanta, hombre no tanta, que para tener amigos así, es mejor tener enemigos.

Creo que uno de los mejores indicadores del paso de los años es la familia. Si os fijáis bien y miráis con perspectiva, veréis que las reuniones familiares son uno de los motivos que mejor nos informa del paso de los años.

Cuando eres joven, en la sobremesa solo se habla de las juergas que te has corrido en los últimos meses y las que próximamente te vas a correr. Eres un chaval.

Después llegan los niños y la conversación pasa a ser más o menos así: “pues a tu sobrina cuando tiene fiebre le doy un Dalsit y se pone como una moto” “pues a mi crio cuando anda estreñido le doy Cagolin y casi tengo que llevarle al pediatra en botella”, etc.

De esa situación pasamos a los estudios: “este año el crio nos deja sin vacaciones, le tengo que llevar a una academia para recuperar” “pues este otro no quiere ya venir de vacaciones con nosotros, claro, como tiene sus amigos aquí”.

Con los años el tema cambia a las dolencias, la sobremesa parece el muro de las lamentaciones: “me ha dicho el médico que tengo azúcar y la tensión alta” “pues a mí me ha dado la baja, tengo el hombro hecho polvo, claro, con tanto ordenador”. Si uno se encuentra bien, para no desentonar tiene que inventarse algo. Qué dirá la familia.

Si en la próxima reunión familiar, a la hora de las tisanas e infusiones, empezáis a jugar al dominó con las cajas de Sintrón o de Profac, es que ya estáis a punto de entregar la cucharilla. Así que tomaros la cosa con tranquilidad, que la vida es muy corta.

Agur