El primer coche…

foto: A.García

Siempre nos quedará un grato recuerdo del primer coche que hubo en la familia. Sin cinturones de seguridad, sin airbag, sin climatizador, casi sin nada, pero que felices eramos. Si estos montones de chapa hablaran….

foto: A.García
foto: A.García

Este coche adquirió el triste sobrenombre del «coche de las viudas».

foto: A.García

El mil quinientos era un lujo romano.

Las temidas notas…

Foto: poralgolodigo.blogspot.com

No nos engañemos, en nuestra infancia uno de los momentos más críticos era la entrega de las notas. De sobra sabíamos nosotros las que habíamos aprobado o no. Pero siempre nos quedaba el reducto de la compasión del maestro, a ver si por una remota casualidad –que casi nunca se daba- se apiadaba de estas almas arrepentidas llenas de dolor y con la gran promesa de corregirnos, no nos cateaba. Por intentarlo no se perdía nada.

De las buenas notas ni hablo, a mi me contaron que había uno, que conocía a otro que tenía un vecino que las sacaba y en su casa le dieron un montón de regalos. Estoy seguro que eran leyendas urbanas. De las malas y regulares ya puedo hablar por experiencia propia.

En mi situación estábamos la mayoría, recuerdo una tarde de Septiembre, paseando por El Espolón de Logroño, en un banco estaban sentados un padre con su hijo, el padre tenía en la mano la cartilla de notas y una cara de pocos amigos que había que verla. El hijo parecía una estatua de cera, ni se movía, vista la situación se podía adivinar que las notas no eran todo lo buenas que hubiera deseado el chaval. El padre miraba las notas y seguido fijaba la mirada en la cara del hijo, de vez en cuando le decía “con estas notas a dónde vas a ir” “te crees que yo me estoy deslomando para que tú hagas el vago”. El chaval levantó la cara y me miró, nos cruzamos una mirada de comprensión, mentalmente le dije que aguantase el chaparrón y que siempre que llueve descampa, no sé si me entendió. De pronto, el padre le cogió por el hombro y gritando le dijo “te voy a dar dos hostias…” paró uno segundos de gritar y más suavemente le espetó “bueno, con una de pueblo te vale y te sobra…”. Se hizo el silencio.

Al hijo le notaba que le costaba tragar la saliva, era normal, con la acumulación de órganos que tenía en la garganta, que si la tráquea, las amígdalas, las gónadas –se le habían desplazado hacia esa zona- , etc. Al final la sangre no llegó al rio.

Me marché pensando que de esta vez me había librado y que tenía que seguir disfrutando de las vacaciones. Mundo, mundo…

Agur

Los tebeos….

foto: A.García

los tebeos han formado parte de nuestra infancia. De tirada semanal, era una de las distracciones que teniamos para los dias en los que la lluvia y el mal tiempo no te dejaban salir de casa. Fijaros en el precio, Cuanta aventura por tan poco dinero, el resto lo ponía nuestra imaginación.

foto: A.García
foto: A.García

Como el chocolate…

foto: museosdeoficios.com

A la taza. Como el buen chocolate de toda la vida, así era una de las usuales formas de corte de pelo infantil en los pueblos. En la década de los cincuenta y sesenta hacía “furor”. El sistema era bien sencillo, se colocaba un tazón -de aquellos del desayuno- boca abajo, en la cabeza del sufrido receptor y se cortaban todos los pelos que quedaban fuera del perímetro exterior del tazón. Claro, con este sistema se aplicaba el único socialismo que se permitía entonces, “el socialismo peluqueril”, era evidente que todos los críos iban iguales, todos llevaban la misma tonsura monacal.

El corte, tenía sus cosas buenas, como la rapidez con que se ejecutaba, pero también las tenía malas, como dejar totalmente al descubierto las orejas. No sé por qué razón, pero en aquellas épocas los niños nacían con los pabellones auditivos bastante grandes y eso no es síntoma de que con la edad  no vayas a padecer sordera. En los pueblos, el tener las orejas al descubierto de esa forma tan estridente tenía su valor, si se ponían muy rojas es que hacía mucho calor y si les picaban es que hacía mucho frio y era el principio de los “sabañones”. Qué cosas… con verle por las mañanas las orejas al niño ya sabían el tiempo que hacía.

Una de las pocas variantes que sufrían los poseedores de la tonsura era los domingos para ir a misa, entonces les untaban la cabeza con “brillantina” y les quedaba el pelo duro como si llevasen un casco. Ni el mayor de los huracanes hubiese podido mover aquellos peinados.

La raya en medio, a un costado, el flequillo, etc. eran modas que fueron llegando poco a poco. La cresta de los punkis vino mucho después.

Agur

La culpa la tuvo el Sr. Colón..

foto: A.García

El «caldo» era para el personal que tenía paciencia. El cigarrillo era más rápido para fumar y si tenía boquilla, era ya un lujo romano. Que dirían hoy nuestras autoridades sanitarias de estas «joyas»…

foto: A.García

foto: A.García

foto: A.García

Y lo que no podía faltar, el chisquero….