La viura de Rioja y Bohedal.

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Comenzar a escribir un blog sobre cultura vitivinícola incluye una buena dosis de responsabilidad. En esta primera entrada quiero reconciliar a mis lectores con la variedad blanca por excelencia en la historia de la denominación Rioja, la viura, esa extraña incomprendida, muchas veces maltratada y otras no mimada con el mismo cariño que Leire Tejada y su padre emplean cuando deciden, añada tras añada, elaborar vinos de este santo y seña. La semana pasada, como ya hice en otras ocasiones, y cumpliendo con una invitación de la propia Leire, crucé la puerta de su bodega familiar, localizada en el término municipal de Cuzcurrita, al efecto de gozar con una de las experiencias más gratificantes que puede tener un catador y escritor de vinos. Catar de barrica vinos que aún no están en el mercado, selecciones de vinos blancos en pleno proceso de formación, atendiendo a las diferentes características que ofrece la madera, desde su origen a su tostado, es desde luego una masterclass y todo un lujo. Y allí, conversando en el silencio matinal de la bodega, con barricas y depósitos contemplando nuestro ejercicio de cata, lo legendario, lo fantástico y lo simplemente genial de esta fascinante cultura dejaron una impronta digna de aplauso. Leire fue manejando la pipeta y de cuatro barricas diferentes fue llenando mi copa, con otras tantas expresiones de viura, siempre de cerca la estela del roble francés procedente de diversas tonelerías. Misma uva, cuatro versiones distintas, y al final el criterio enológico, ese que podemos emparentar con la alquimia, pero siendo menos románticos con la artesanía, el saber hacer de quien dedica su vida y pasión a estimular sus sentidos y los de los demás. Lo que la familia Tejada hace en Cuzcurrita, antes en Briñas, es una ferviente práctica de amor por el viñedo y el vino, logrando que los blancos de Rioja y esa viura, macabeo en Catalunya, se consoliden sin lugar a dudas en el alto lugar que merecen. De las cuatro copas que caté, surgieron aires variados, desde la fruta tropical, hasta los cítricos intensos, pasando por un retorno floral lleno de elegancia, y siempre con la clase y la doma acertadas. No faltaron algunas notas especiadas, un punto de pimienta sabroso, equilibrado y amable hacia la fruta madre. Llegará luego el criterio de Leire y su familia, y sin despreciar los gustos de los más cercanos, se realizará la conjunción idónea, esa que llenará las botellas que se sacarán al mercado. No hay prisa, dejemos que la madera haga su parte del trabajo, que esos zumos de uva y esa fermentación sigan su curso, que la pipeta de Leire siga insistiendo añada tras añada en que algunos privilegiados podamos tener acceso a esos minutos de gloria, esas catas de barrica que, se lo aseguro al lector, sirven no sólo de aprendizaje, sino de gozo y disfrute personal. Rioja y la Viura, tanto monta, monta tanto.

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