Abrirse de piernas

La polémica está servida. ¡Y ya era hora! Una importante campaña promovida por colectivos feministas a través de change.org, consiguiendo ocho mil firmas, ha llevado a que el Ayuntamiento de Madrid ponga en marcha una campaña en los autobuses urbanos para que los hombres no invadan el espacio que no les corresponde cuando de “forma natural” se sientan y abren sus piernas . En inglés esta actitud se denomina manspreading –algo así como “hombre desparramándose”- y tiene su reflejo en una campaña que ya se puso en marcha en Nueva York hace tres años.

madrid manspreading

No hay nada de malo por poner unas pegatinas donde se ruegue que se respeten las normas cívicas que deben regir en todo espacio público. Sin embargo, el tema ha tocado hueso- y a algunos la entrepierna- en algunos sectores, sobre todo masculinos, atreviéndose a decir que es una necesidad fisiológica es decir, que o lo ven una tontería o creen que coarta su libertad, cogiendo el rábano por las hojas y dándole la vuelta, uso muy común del patriarcado que tiene especial habilidad por crear víctimas masculinas cuando las perjudicadas por acciones/reacciones del propio patriarcado, son siempre las mujeres.

El caso es que el tema desde una perspectiva feminista tiene mucho más calado, y esta acción pretende visibilizar una forma más de micromachismo que sufrimos a diario las mujeres en el espacio público que como tal, mujeres y hombres tienen el mismo derecho a utilizar en igualdad de condiciones. El espacio público siempre ha sido un terreno masculino y a las mujeres se nos ha relegado/asignado/invisibilizado en el espacio privado.

mariano piernas abiertas

Es más, se nos ha hecho creer y se nos sigue haciendo creer que este es “nuestro espacio natural”. Sí, es cierto que no todos los hombres lo piensan, sin duda, y esto es solo un avance que el movimiento feminista ha conseguido a lo largo de sus más de doscientos años de existencia, aunque lamentablemente quedan muchos negacionistas que sistemáticamente dan por válida la tesis de que estos cambios en la sociedad son simplemente “fruto del devenir de los tiempos”. Piensen cuál hubiese sido el devenir de esos tiempos sin la lucha feminista: yo lo tengo claro: en casa “atadas a la pata de la cama” como se suele decir. Así ellos no tendrían que cerrar las piernas en los transportes, ni en las reuniones de trabajo, ni en los eventos, ni en ningún sitio porque nosotras no estaríamos en ninguno de ellos.

mainspreading varios

El espacio público siempre ha sido para los hombres y a nosotras se nos ha validado como “reinas de las casa”. Claro, ¿dónde si no? Mientras ellos han ocupado este espacio también denominado productivo (ya saben, lo de casa no es producir: es algo que hacen las mujeres porque está en su ADN), ellas han estado en el espacio privado, también denominado reproductivo (las hijas, hijos y personas dependientes son así nuestra responsabilidad), liberando así a los hombres de la misma y permitiéndoles al mismo tiempo poder desarrollar sus habilidades en el terreno profesional, político, deportivo… Al fin y al cabo ¿qué más queremos nosotras? Si es que no hacemos más que quejarnos…

El caso es que a día de hoy, ellos siguen imponiendo su poderío en todos los espacios de los que siempre han sido dueños y señores. El tema de las piernas abiertas es sólo uno más. Miren si no, cómo todavía a día de hoy, las mujeres pedimos permiso cuando queremos hablar en público cuando hay hombres y muy a menudo todavía empezamos con un “perdón pero…”. Es muy significativo.

Eso sí, en casa -ese nuestro espacio- quienes más trabajan son ellas. Según los últimos datos del CIS, las mujeres invierten el doble de horas que los hombres en las tareas domésticas y eso que este barómetro no incluye el cuidado de los menores y menos los de las personas dependientes que en su mayoría quedan bajo la responsabilidad de las mujeres. Así que no se extrañen si ahora estamos empezando a reclamar el espacio que es nuestro por derecho y lo hagamos en todos los sitios, por ridículo que les parezca a algunos. Ya nos hemos hartado de pedir permiso, de pedir perdón, de tener que esperar para hablar y sobre todo de no cuidarnos. También de callarnos.