Ada Byron: La encantadora de números

Cuando nació Ada, su padre Lord Byron dijo: «Espero que los dioses hagan de Ada cualquier cosa menos poeta, es suficiente con que haya un loco en la familia».

Matemática y escritora británica ha sido una de las mujeres más destacadas en la historia de la ingeniería y es reconocida como la primera programadora de ordenadores. El próximo 11 de abril se entregarán los primeros Premios Ada Byron, organizados por la Universidad de Deusto para promover y reconocer la presencia de las mujeres en los sectores tecnológicos y científicos en los cuales las mujeres están injustamente invisibilizadas. Por eso, además de estas líneas en este blog, la hemos dedicado también nuestro espacio “No somos recién llegadas” en La Galería de Radio Euskadi.

Ada, conocida como Ada Lovelace, nacía en Londres un frio diciembre de comienzos del siglo XIX. Aquel 1815 estaban ocurriendo muchas cosas en Europa y en Inglaterra, sobre todo guerras debido a la ambición irrefrenable de Napoleón. Pero también, al mismo tiempo que Ada nacía, la vida de Jane Austen estaba llegando a su final y ese mismo año, se publicaría su deliciosa novela Emma: https://www.youtube.com/watch?v=ccNb9fnZGDY

La brillante Ada era hija del famoso poeta romántico Lord Byron y de la matemática Annabella Milbanke, así que «de casta le venía al galgo». Byron llamaba a su inteligentísima mujer “la princesa de los paralelogramos”. Pero su hija Ada nunca llegaría a conocerle, ya que Byron se divorciaría de su mujer cuando Ada sólo tenía un mes. Ada tuvo una infancia muy enfermiza, a los 14 años quedó paralítica de las dos piernas por lo cual se dedicó a estudiar en vez de a jugar. Fascinada por la ciencia, pronto se dedicó a su estudio e investigación y a frecuentar sus ambientes.

Con 17 años conoció a Charles Babbage, a quien se considera el padre de las computadoras, creador de la máquina analítica, es decir la génesis de los ordenadores actuales. De ese encuentro nació una estrecha amistad y Ada escribió muchas notas acerca de dicha máquina. Pero no se atrevió a firmar aquellas notas nada más que con sus iniciales por miedo a ser censurada por ser mujer. Por dicho trabajo, se la reconoce como la primera programadora de ordenadores.

Ada vivió su corta vida en un ambiente culto y refinado bajo el influjo de la sociedad victoriana durante la cual los varones dominaban los espacios públicos como privados, mientras que las mujeres estaban relegadas sólo al entorno privado, el hogar y el cuidado de los hijos e hijas. Pero la doble moral sexual también fue propia de la era victoriana. Mientras la reina mandaba alargar los manteles de palacio para que cubrieran las patas de la mesa en su totalidad ya que, decía, ”podían incitar a los hombres al recordar las piernas de una mujer”, la noche londinense ocultaba un mundo donde proliferaban el adulterio y la prostitución.

Y durante ese tiempo de agrios contrastes, hace ya casi 200 años, la intrépida e inteligente Ada dedujo la capacidad de los ordenadores para ir más allá de los simples cálculos de números. Por ello se ha puesto su nombre al lenguaje standard de programación. Con él se redactaron, en los años ochenta, los programas de los ordenadores del Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Así pues, ADA ha sido el lenguaje utilizado por los ordenadores más expertos y temibles del mundo.

Ada murió muy joven, a la edad de 36 años víctima de cáncer de útero y de los sangrados que se hacían en la época, entre terribles dolores, a la misma edad que su padre Lord Byron. Aunque no se vieron nunca en vida, los restos de ambos yacen enterrados en la misma tumba.

Pero su muerte la aparcó entre la sombras de la historia. Tanto ella como Babbage fueron olvidados casi completamente, hasta que los ordenadores fueron reinventados durante la Segunda Guerra Mundial. Era tan modesta que definía su trabajo como «tejer patrones algebraicos de la misma manera que el telar teje flores y hojas». Ya quisiéramos, dulce Ada.

Un buen polvo!

Acoso

Hoy, tomando un café con una amiga nos hemos acordado de algunos momentos que nos han ocurrido en nuestra trayectoria profesional y los entornos machistas que hemos tenido que superar. Estoy segura de que muchas mujeres se van a sentir identificadas con algunos de estos momentos.

Me contaba que cuando empezó a trabajar como secretaria del director de una institución, tuvo que organizar una reunión a la que asistían cuatro hombres. Al empezar la reunión, y ya en la sala de reuniones, había que enchufar uno de los cables del ordenador por debajo de la mesa para poder ver una de las presentaciones en una pantalla. Cuando llegó el momento de enchufar el cable, todos la miraron como diciendo “tú eres la que lo tienes que hacer”. Ella se agachó, se metió debajo de la mesa y lo enchufó. La sorpresa es que cuando se levantó, se encontró con que todos estaban riéndose y gesticulando entre ellos. No es muy difícil adivinar la de chorradas machistas que se les ocurrió mientras ella estaba debajo de la mesa: algo así como “ y ahora que aproveche y nos haga una mamadita”, o algo similar entre ese tipo de fantasías masculinas de colegueo que vejan a las mujeres, pero que a ellos les hace más machitos. Supo reaccionar: ahora os agacháis uno de vosotros y me rio yo también, les espetó!

Yo recordaba que tuve un director en una gran empresa de este país que tenía a su cargo un equipo de directoras y directores, pero a las primeras nos masacraba. Lo que tantas veces hemos oído de que a las mujeres se nos exige el doble, con aquél me quedo corta. Todo lo que hiciéramos nosotras era insuficiente para él. Mientras, con los hombres del equipo colegueaba (otra vez la palabrita) y transigía hasta límites que sonrojaban a cualquiera. Un día, tenía una reunión con él para revisar los datos de mi departamento. Fui a su despacho y me senté enfrente de él. Como siempre. No había pasado ni un minuto y casi sin venir a cuento me saltó: “es que yo creo que las mujeres no pueden ser directivas, tienen hijos y ya no rinden como tienen que rendir”. Por supuesto él sabía perfectamente que yo soy feminista y buscaba la bronca. Le encantaba gritar al personal. Cuando lo oí sentí una patada en el estómago y ganas de pegarle a él otra patada en otro sitio, como sin querer, por debajo de la mesa. Pero tuve un momento de lucidez y le contesté: «tienes una hija acabando la carrera, cuando un hombre le diga lo que tú me estás diciendo a mi, a ver qué te parece». Se calló, se dio la vuelta hacia el ordenador y entramos al trapo con nuestro análisis. Salí bien parada, pero podía haber sido todo lo contrario. Tuve suerte en aquella ocasión.

Me pregunto cuántas mujeres tienen que aguantar esto todos los días. El reciente estudio [Enlace roto.][Enlace roto.] elaborado por varias universidades, entre ellas la UPV-EHU y Deusto, denuncia abiertamente como con la crisis este tipo de actuaciones “aumenta la vulnerabilidad y la discriminación específica de las mujeres en las relaciones de trabajo”. En una palabra, que las cosas parece que no mejoran… Y es que este tipo de lo que alguien podría denominar “anécdotas”, no son tales. Ocurrieron en el pasado y es el pan nuestro de cada día. No hace ni 48 horas que he tenido que escuchar a un tío en el trabajo: “esa lo que necesita es un buen polvo”. Como si un pene arreglara el mundo. Claro, desde el punto de vista masculino y para muchos, seguro que así es: un buen polvo (a saber qué es lo que entienden ellos por eso), lo soluciona todo…

Añadan a todo esto los chistes que día a día tenemos que escuchar y son contados delante de nosotras como si las mujeres no existiéramos, ignorándonos y teniendo que aguantarlos como si nada. Si te quejas, o eres una estrecha, o volvamos a lo mismo, necesitas un buen polvo. Si eres feminista además, y lo denuncias, lo que necesitas son dos polvos…como poco!.

Así, entre tanta majadería y tantos mamarrachos seguimos adelante. Yo, miren, pienso que como ya no se puede resetear el cerebro de nadie y cada cual es como es, lo que si pido ante la incapacidad de algunos varones de no respetar a las mujeres ni en el trabajo, ni en casa, ni en la calle, es que al menos cuando tengan que coleguear, contarse chistes machistas y hablar de sus fantasías sexuales, lo hagan en sus txokos, queden los jueves para tomarse unas copas o que coincidan todos a la misma hora en la máquina de café. Y se desahoguen… entiéndanlo como quieran. Pero de nosotras, a las que nos repatean, molestan, ofenden y cada vez toleramos menos todo este tipo de actuaciones, de nosotras, repito, olvídense sino es para respetarnos y tratarnos como iguales. Miren que es fácil!