Agirre. Vivencias de un amigo

Martes 31 de marzo de 2020

El BBB del PNV tuvo en Bilbao en tiempos de la clandestinidad un despacho tapadera en la calle Iparraguirre Nª39 con dos abogados, Eduardo Estrade y Karmelo Zamalloa. Poco después, saliendo de aquel túnel dictatorial la sede de organización estaba en la calle Henao y la de formación, prensa, Euzkadi y varios más en la calle Marqués del Puerto. Bien, pues en esta sede, un buen día se apareció un señor muy educado diciendo que había sido amigo personal del Lehendakari y que nos quería contar cosas sobre él. Se trataba de Julián Ruiz de Agirre, un abogado bilbaíno de prestigio que tenía su bufete en la calle Colón de Larreategi. Y allí fuimos varias veces a que nos contrata sus vivencias con el Lehendakari. Y lo hizo. Con temas cercanos como su trabajo de abogado su vida de futbolista y de orador, de picapleitos y de figura emergente.

Don Julián nos dijo lo siguiente:

“Los cinco años anteriores al 31 son de verdadera trascen­dencia en la formación de toda índole de José Antonio. Al terminar su licenciatura en Derecho en la Universidad de Deusto, ya se fragua un sentimiento religioso que es norma de toda la trayectoria de su vida. Alterna ese puesto con otros, y así hacia el final de su gestión en la presidencia de la Juventud Católica se le adjudica el de vocal de la Junta del Colegio de Sordomudos de Deusto. Más tarde, y en una su­cesión no interrumpida de una a otra actividad, y a veces con varias de ellas, dirige, en la entonces naciente Casa So­cial de Las Arenas, un círculo de estudios, sobre cuestiones sociales. Aquí intimé con él. Aquella actividad no le priva de practicar el deporte, figurando en la línea delantera del Athletic de Bilbao.

Esta formación humanística, religiosa, profesional del Derecho, y a su vez deportiva, determina que a los 27 años de edad se encuentre plenamente capacitado, —como lo demostró—, para afrontar con absoluta entereza el importantísimo papel que en el escenario de Euzkadi le correspondió representar en aquellos momentos cruciales de la Historia.

Huérfano de padre ya por esta época de su primera ju­ventud, y siendo el hermano mayor de una familia numero­sa, sustituye con la mayor naturalidad, y sin sentirlo, a la fi­gura del padre, y así al cariño de sus hermanos se une el res­peto que al padre desaparecido le correspondía.

A la edad de 24 años establece con su compañero Anto­nio Berreteaga su despacho de Abogado en ejercicio en el entonces n° 2 de la Calle Iturribide de Bilbao, frente a las Calzadas de Begoña, en la misma manzana en la que naciera, y junto al lateral de la entonces Audiencia de Bilbao sita en la Calle María Muñoz. Su amigo Berreteaga para el año 1930 ya había abandonado el ejercicio de la Abogacía para dedicarse a otras actividades.

Y aquí una vivencia deportiva que define su carácter. El Athletic tenía que ir a Madrid a un desempate que era obligatorio. Esto ocurrió en el momento que voy a relatar. Se tenía que desempatar en Madrid aquella eliminatoria   precisamente el martes siguiente al del segundo partido. José Anto­nio como jugador del Athletic y a pesar de que no había tomado parte en ninguno de los dos partidos, siendo el segundo fuera de Bilbao, fue llamado urgentemente a Madrid para cubrir un puesto en el equipo.

Lo vi al anochecer de aquel día en el Centro de los Luises de Bilbao con el maletín pre­parado para tomar el tren a Madrid. Todas eran palmadas en la espalda y los deseos de que hicieran él y el Athletic un partido completo. A todos atendía, a todos sonreía, a todos complacía. No se consideraba indispensable sino uno más y el último en el equipo. No recuerdo quien era el rival del Athletic en aquel partido ni del resultado del mismo, si bien que ganó el Athletic, pero lo que sí recuerdo es que José Antonio jugó con plena entrega, cosa que se comentaba en los días sucesivos a esta eliminatoria.

A principios del verano de 1931, cuando se acababan de inaugurar las Cortes Constituyentes de la II República siendo diputado de ellas José Antonio y cuando éste iniciaba su vida política entre dos amigos, y que lo eran de la intimidad de aquel, se decidían por el terreno industrial. Se encontraban estos gestionando para quedarse en traspaso con un pe­queño taller relacionado con la fabricación de  envasados a base de la hojalata, y acudían al despacho de José Antonio para que les asesorase jurídicamente y también para pedirle consejos en orden a la industria en sí, y a cuantos problemas de todo orden se les presentaba.

Una vez que se hicieron cargo del taller, y cuando José Antonio se encontraba en Bilbao, todos los mediodías al ter­minar la jornada de la mañana se presentaban en el des­pacho de este para hablar de la marcha del taller, momentos que se aprovechaban para charlar sobre los temas de actuali­dad y de la situación política en particular. Pues bien, en una ocasión en que así se hablaba sin fijar un tema en concreto, recuerdo que José Antonio les dijo: » Vosotros sa­caréis adelante el negocio y haréis mucho dinero, pero no lograréis la fama ni la popularidad que yo alcanzaré». Fue así.

No había mes que no recibiera una o dos visitas de afi­liados al PNV, de simpatizantes, o simplemente de admi­radores suyos, los cuales se atrevían a presentarse en su des­pacho, o le abordasen en alguno de los locales del Partido para hacerle una singular petición. A los que me estoy refi­riendo les ocurría entonces un acontecimiento en su familia cual era el del nacimiento de un hijo. Y la petición, a veces humilde, a veces con duda de si ésta sería bien recibida, a ve­ces con la singularidad que les daba un conocimiento con José Antonio en algún trabajo para el Partido o de cual­quier otro signo, y a veces por un capricho, era simple y lisa­mente si apadrinaría al niño o niña en su bautismo.

No le vi nunca negarse, y el acto de la ceremonia se establecía en razón de los quehaceres de José Antonio y de las conveniencias de la familia.

Yo conocí, hacia el año 63, a una religiosa Clarisa que era una de las muchas ahijadas que de esta forma la prohija­ra, y la conocí con ocasión de una visita que realicé a su convento. Al decirles mis acompañantes la relación que yo había tenido con José Antonio, la religiosa me declaró que éste era su padrino, y a quien siempre le había tenido presen­te en sus oraciones.

Como es de conocimiento general la familia de José An­tonio procedía de Bergara poseyendo en este pueblo de Gipuzkoa un negocio de fabricación de chocolate. Bastante antes del año 1930 la fábrica de chocolates se instaló en Bil­bao, en donde «Chocolates Aguirre» se fusionó con otros fabricantes a la que se le dio el nombre «Chocolates Bilbainos»,el famoso “Chobil”.. José Antonio era el presidente de aquella modesta industria, y me consta que los socios que así se unieron a la familia Agirre, los Trabudua y los Angulo en todo momento sintieron, y así lo demostraron, un gran aprecio de amigo sincero hacia José Antonio, y que en los que en la actualidad viven, sobre todo los Trabuduas, además del aprecio, sentían y sienten una admiración que la manifiestan.

José Antonio estaba en todo, y a pesar de no tener una permanencia constante en la fábrica, quien quiera que fuere, empleados u operarios que a él acudiera no salía defraudado. A todos conocía, de muchos sabía de sus problemas personales o familiares, y no hubo uno que a él se dirigiera que quedase defraudado.

En cierta ocasión una operaría de la fábrica de chocola­tes de unos cincuenta años de edad, tuvo conocimiento que en una dudosa pensión acababa de fallecer un hermano suyo con el que tenía muy escasa relación. Esta operaría acudió a José Antonio a fin de que se hiciese cargo de las gestiones derivadas de aquel fallecimiento pues temía que los pocos o muchos bienes que su hermano poseía desaparecieran. Por sus ocupaciones me dio a mí el encargo, y una vez resuelta la cuestión y en posesión la interesada de los bienes de su her­mano, que no eran tan pocos dada su condición social, me prohibió terminantemente percibir ningún honorario profesional para el despacho, insinuándome que yo debiera abste­nerme también de percibir retribución alguna por mi traba­jo.

En el tiempo que duró la tramitación de la gestión, José Antonio no dejó de interesarse por la marcha de ella, ha­ciéndome preguntas y dándome orientaciones que siempre fueron acertadas.

Y a propósito, en la fábrica de «Chocolates Bilbaínos» se siguió en materia socio-laboral las orientaciones que seña­laban las Encíclicas Pontificias de la «Rerum-Novarum» y de la “Cuadragésimo Anno» y todo por el recto criterio que sobre la materia tenía José Antonio, siendo uno de los pri­meros talleres o fábricas donde se implantó en favor de los operarios la participación en los beneficios de la empresa.

Otra de las características que distinguía a José Antonio era su sencillez, y la carencia de todo exhibicionismo. ¡Cuántas veces, en los pocos días que paraba en Bilbao debi­do a sus obligaciones como diputado en Madrid, al acumu­larse el trabajo en el despacho, no iba a Algorta a su casa a comer, quedándose en Bilbao! Pues bien, aquellos días en vez de ir a comer a cualquier restaurante de los que entonces abundaban en el Casco Viejo, prefería que le trajesen la co­mida al despacho, alegando que se perdía mucho tiempo sa­liendo a la calle para comer. Siempre se encargaba la comida en la fonda de La Estrella, situada en la Calle María Muñoz frente a la Audiencia y muy cerca de su despacho, y que era propiedad de un afiliado al PNV que tenía además de la fonda, restaurante abierto al público. Cuántas veces le indi­qué que mejor comería saliendo del despacho, ponía alguna disculpa para no hacerlo así, pero la realidad era que procu­raba evitar en lo que le fuera posible cualquier tipo de exhi­bición.

Y en otro orden de cosas, y ya tocando un poco con la política, cuando tenía una duda, qué digo, alguna determi­nación a tomar y aún cuando él tuviese un criterio firme sobre la cuestión, no tomaba la determinación con arreglo a su criterio, sino que siempre mediaba consulta, o bien con los mayores como don José Horn o don Ramón Vicuña, o con sus iguales en edad como eran José María Izaurieta, Juan Ajuriagerra o José María Gárate.

Cuántas veces hablaba por teléfono o personalmente con cualquiera de los nombrados y otros muchos para consul­tarles sobre el problema que se le presentaba y lo tenía que resolver, siempre lo hacía con gran atención teniendo siempre en cuenta los consejos que éstos le daban, y nunca mostraba la superioridad de conocimiento que él tenía sobre el tema tratado.

Esteban Urkiaga «Lauaxeta» solía con frecuencia acu­dir al despacho para hablar de cualquier cuestión, o simple­mente tener una conversación de amigos. Ambos, José An­tonio y «Lauaxeta» se tenían un gran cariño y admiración mutua. Las veces que yo hablé con «Lauaxeta» y refirién­donos a José Antonio, éste me demostró su cariño hacia Jo­sé Antonio; y a la vez José Antonio tenía sentimientos iguales hacia «Lauaxeta» a quien admiraba y de quien decía que en Euzkadi con media docena como él euskera no se perdía sino que adquiriría un mayor esplendor.

Cuando hablaban los dos solos lo hacían en euskera, pe­ro cuando estaba presente alguno que no fuera eusko-parlante lo hacían en castellano.

En los tiempos que conviví con él no conocí ninguna per­sona a quien odiara, ni tan siquiera que le tuviese animosi­dad por cualquier causa. No había manera de que hablara mal de nadie, y pese a lo que le hicieran en cualquier orden, lo mismo en el personal, que en el profesional, y en el político, siempre encontraba algún motivo que disculpase al que le había hecho daño.

Con motivo de un accidente en la estación de Goiri de la línea del ferrocarril Bilbao a Lezama y que costó la vida de un empleado de aquel ferrocarril, se instruyeron unas dili­gencias judiciales. Por esta razón se le encomendó de la de­fensa de los familiares de la víctima y con el cargo de la dirección de aquel ferrocarril. El proceso fue muy laborioso. En aquella litigación, y por cuestiones políticas, dos o tres testigos de excepción, falsearon la verdad llegando a verter verdade­ras injurias contra José Antonio. A éste todo lo que se le ocurrió decir cuando lo comentamos fue: «Son gajes del oficio»; pero nunca entre los comentarios que del pleito hacíamos él y yo, ni entre los que se hacían con el procura­dor, ni con otros abogados, ni con alguien que tenía interés en la cuestión, salió de su boca ninguna palabra que pusiera en entredicho la honorabilidad de aquellos testigos que habían falseado tan abiertamente la verdad en contra de los intereses que defendía José Antonio llegando a la injuria personal a éste.

Anunciadas las elecciones municipales de Abril de 1931, en la candidatura del PNV para el ayuntamiento  de Getxo, figuraba co­mo uno más y su destino era el de simple concejal. Los suce­sos que siguieron aquél 12 de Abril hizo que el BBB cam­biara radicalmente de criterio y se pensó que una figura jo­ven podría ser el impulsor y al mismo tiempo aglutinante de un movimiento que se iniciaba en el pueblo.

Y he aquí que en el plazo de menos de 48 horas se en­contrase en la mano con la vara de la alcaldía de Getxo y el liderazgo de un movimiento con base en los municipios de Euzkadi.

Aquella mañana del 12 de Abril de 1931, varios muchachos de Las Arenas y de Algorta nos encontrábamos recorriendo los colegios electorales para dar cuenta del am­biente a los responsables de la marcha de las elecciones. Al llegar a la campa lateral de la Iglesia de San Ignacio y frente al Ayuntamiento de Getxo, vimos apoyado en un árbol, y en actitud de meditación, a José Antonio. Cuando nos acerca­mos a él cambió rápidamente de actitud y al preguntarle si algo le pasaba contestó que pensaba en cuál sería el resulta­do de aquellas elecciones, y luego de ello, y con la sana alegría y el optimismo de que siempre disfrutara, nos invitó a dirigirnos al Batzoki de Algorta para tomar un aperitivo.

Posteriormente en las Cortes se estaba discutiendo la Ley sobre Secularización de los Cementerios y aquella sema­na había tenido José Antonio una de sus más destacadas in­tervenciones. Con tal motivo la Asociación de Emakumes, que tenía su residencia en la Calle del Correo había organi­zado para aquél sábado una velada en la cual José Antonio había de pronunciar una conferencia. La hora se había fija­do para la inmediata a la llegada del tren rápido de Madrid en el cual viajaban los diputados. Era tal la cantidad de gen­te que aguardaba la llegada de José Antonio, que desde la estación a la Calle Correo estaba parada la circulación. Cuando bajó del tren y se le informó de lo que estaba ocurriendo en la calle y del recibimiento que se le hacía de una manera espontánea, su comentario fue: «No veo el mo­tivo. No hemos hecho más que cumplir con nuestra obliga­ción. Para qué esto, si no les voy a decir nada nuevo que no lo sepan por la prensa».

Aquella tarde fue apoteósica. Durante la conferencia, en la que contó detalles de las Cortes que no se podían reflejar en los periódicos, no cabía una persona más en la Calle Correo, ya que desde el cruce con Lotería hasta el Arenal, estaba ella toda llena de gente que quería tributar ese home­naje a quien en el Parlamento había defendido al pueblo y había manifestado su propio sentir.

Terminada la conferencia y marcharnos para Algorta, su pensamiento reiteradamente manifestado era éste: «Es ma­ravilloso este pueblo, por él bien vale cualquier sacrificio». Y ese día, y a esa hora ya cerca de las doce de la noche, José Antonio, como ser humano, estaba plenamente agotado por el esfuerzo realizado. Y aún le parecía poco para dárselo a su pueblo.”

Este fue el testimonio de este abogado compañero de bufete del primer Lehendakari. Nunca se le reconoció en público esa amistad que a nosotros nos contó entusiasmado. Y es que esa debía ser una de las características de  aquel hombre singular, que convertía a la gente en “aguirristas”. Y para toda la vida.

3 comentarios en «Agirre. Vivencias de un amigo»

  1. ¡Pues ya hizo cosas en una vida tan corta!
    Y todas con dedicación y con honestidad. Algún fallo tendría, pero ni sus enemigos más feroces supieron encontrarlo.

  2. Gracias por acercarnos este artículo y permitirnos también conocer más sobre la vida e inquietudes de Aguirre! Desarrollo del artículo muy bueno. Gracias!

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