Diarios de Jon Bilbao. La vieja bandera llena de lluvia y lágrimas.

Domingo 24 de mayo de 2020

Retomo el relato de la repercusión de la muerte del Lehendakari Aguirre trayendo a estas páginas lo que escribió el polígrafo Jon Bilbao, nacido en Puerto Rico en 1914 y fallecido en Gasteiz en 1994. Un investigador cultural cuya obra monumental Eusko Bibliographia es una referencia si se quiere saber algo de lo que dejaron como huella escrita  los vascos.

Graduado en Madrid y en la Universidad de Columbia, gudari, profesor de varias universidades norteamericanas, estudiosos de la presencia de los vascos y los pastores en el Oeste norteamericano especialmente en California, Idaho y Nevada, colaborador del Lehendakari Agirre durante la etapa de este en Nueva York, editor, desde esta capital dirige información para Latinoamérica del gobierno belga y es condecorado como Caballero de la Orden de la Corona  belga, sus trabajos de todo tipo llenan páginas y páginas. Koldo San Sebastián, que trabajó en ellos, me envía este pasaje referido al impacto que les causó la muerte del Lehendakari. Como se ve era el inicio de algo distinto a lo que se había vivido hasta entonces ya que moría el Lehendakari y nacía ETA. Dice así:

21 de marzo de 1960

Julen Madariaga ha salido de la cárcel. Salió en la noche del 17 al 18. Tuvo algunos malos tratos, no muchos porque, por lo visto había orden de no perjudicarle. Comió en casa el domingo día 20. Me contó los interrogatorios que tuvo. Le sugerí que hiciera un detallado escrito de todo. Después de la comida yo me fui con mi familia a Bayona y volví ayer noche. Hoy me llamó varias veces. Al fin nos encontramos a las 6 de la tarde. Hicimos alguna visita con su tío José Goñi y después de dejar a Ibarburu en el tren a Donosti y a Goñi en su casa me llevó a casa de sus padres en Sendeja.

Encontramos a su madre tomando el té con Aguirre, socio de Aguirre y socio nuestro en Alimentos Congelados. Me sorprendió la escena. Me sorprendió más que nada, la entereza de la madre de Julen. Mencionaron que esa tarde habían sido detenidos varios muchachos del grupo de Julen. Había que avisar a otros y darles alojamiento por la noche antes de que la policía les detuviera. Cuando estábamos hablando de estas cosas entró el padre de Julen. Dijo “Traigo una mala noticia, la peor”.

Creímos que se trataba de la detención de algún otro que fuese conocido de todos. Aguirre dijo: “Ya está bien de malas noticias. ¿Quién ha sido ahora?” El padre de Julen es sordo y seguramente no oiría eso. “me ha llamado Koldo Retolaza: José Antonio ha muerte”. Yo dije antes de ahora ya se ha dicho eso”. Julen me siguió y dijo: “Sí cuando murió Agirretxe”. Pero el que la noticia viniera de Koldo suponía que era verdad. Entonces llegó Nikola, el hermanastro de Julen. Salieron al pasillo, anduvieron en el teléfono. Volvieron. “Sí, es verdad, ya lo sabe Juan” (Juan es el casado con la hermana de José Antonio). La madre de Julen decía: “Solo faltaba esto ahora. Además, hoy se van a ensañar con los chicos que están en la cárcel”. Luego vino Osane, la mujer de Julen, Osane Belausteguigoitia, cuando lo oyó echó una carcajada tan fuerte que tuvo que echar la cabeza hacia atrás. Luego, se enderezó la cabeza y se tapó la cara con las manos. Solo dijo: “no…no…, no puede ser es demasiado”.

 Pero era verdad, lo notábamos todos, aquello era verdad, no eran rumores. Lo que todo temíamos siempre había ocurrido. Yo les dije en un principio: “No puede ser, ayer por la mañana Solaun y Unceta hablaron con él en Paris. Estaba entusiasmado con los artículos de Benjamín Welles en el New York Times. Pero era una angina de pecho, y esto se da en un momento, podía haber sido anoche o esta mañana, quien sabe. Pero no había por qué dudar. La hermana de José Antonio, luego su hermano  Teodoro, todos se estaban preparando para ir a París. Llaman a Sireica, a la oficina de Julen. Ya las chicas venían con seis billetes para París. Pero había también que pensar en los otros, en los chicos que la policía detendría esta noche, había que avisarles. A mí me dieron un encargo. Avisar a Jon Larrinaga que no se quedara a dormir en casa y que avisara a los demás. “Ya le avisaré, está de camino a mi casa, no preocuparos puedo ir ahora”. “No”, me dijo Aguirre. “No irá a casa hasta las 10.30 de la noche. No hay prisa por él, no hay manera de localizarle, estará con su novia en el cine o de paseo, no podemos saberlo”.  Hablamos de política Aguirre y yo. ¿Qué pasará en París? “Es el momento del canónigo”, le decía yo. En referencia a D.Alberto Onaindia. Quizá tengamos un Makarios. Cuando la situación llega a este extremo hay que agarrarse a ilusiones. Tenemos hombres. Quién sabe si todo esto no deje de ayudarnos de alguna manera. Al menos tendremos que pensarlo.

Hay que buscar esperanzas, tenemos que seguir trabajando, ahora aún más, ahora no puede haber críticas y todo el mundo tendrá libertad. Antes se confiaba demasiado en José Antonio. Ahora habrá que valerse de nuevas formas. El Gobierno lo tomará Leizaola o Irujo. El Gobierno Vasco al fin y al cabo es una institución, dependerá de nosotros sí tendrá fuerza exterior e interior. Tenemos que aprovechar esta coyuntura al máximo de posibilidades.

Hoy estamos en nuestro punto bajo. Alrededor de esta mesa aún más. Yo no estoy dentro  de esta  organización que debe ser Yagi Yagi, que sufre la pérdida de la mayor parte de sus cuadros, que les va a ser difícil organizarlos de nuevo. Pero la pérdida del líder, puede ser ánimo para aquellos que crean tener aptitudes de líder, quien sabe…quien sabe…lo que será este futuro próximo nuestro El canónigo podría hacer ahora mucho. ¿Lo hará? Se plegará a las exigencias del gobierno.  Seguirá su camino predicando la libertad de su pueblo. Es su momento. Sería el momento para todos. Si yo tuviera fe, rezaría para que el canónigo, independientemente del gobierno, lanzase su manifiesto de libertad, de libertad vasca, de nuestra libertad, independiente de todo partido político, incluso de toda institución. Muerto José Antonio, muerto el hombre que para todos los vascos era la encarnación de Sabino, solo el canónigo tiene autoridad para adoptar una actitud independiente.

Toda la familia de José Antonio ha salido para Donosti. Harán noche allí. Con ellos va también Ajuriaguerra. Dormirán en casa de doña Concha Uriarte. Mañana por la mañana saldrán para París. Cuando todos se han ido yo me vengo a casa. Tengo que darle el recado a Larrinaga. Paso por el Monterrey, necesito un trago. Llamo a Marta. Ya sabe lo de José Antonio. Se lo ha dicho Tere Gamboa que le ha llamado don José Vilallonga desde Biarritz. A mí me ha llamado Koldo Retolaza. Si quedaba alguna duda ya no queda. Dioni Lasa, el propietario del Monterrey, ha visto algo en mi cara. Hasta ahora he estado sereno. Ahora yo mismo noto cierto temblor en algunas partes de mi cara. Dioni me mira. Le digo “José Antonio ha muerto”. Me contesta “Ez ta…” No termina la frase. No lo puede creer porque nadie queremos creerlo, pero es la verdad.

En el coche, viniendo, he puesto la radio, he puesto música toda ella muy fuerte. He llegado a Algorta y he buscado la casa de Jon Larrinaga. No estaba en casa. He dicho a una joven que volvería a las diez y media. Me he ido a casa. He encontrado la casa triste. Mi hijo pequeño me ha dicho: “Aita, Euskalerriko presidente il da”. Y le he dicho: “Bai Jontxu, bai, il da”. Mi hija no se acordaba de él al principio. Las criadas, sobre todo Victori, tenían una cara pálida. Temí que se echaran a llorar. Mi mujer tenía los ojos rojos. No había llorado, pero creo que le faltaba poco. Comimos y oímos Radio Nacional. Creí que diría algo. No dijo nada.

Después de cenar me llegué a casa de Jon Larrinaga. Le dije que se fuera a dormir a otra parte y avisara a sus amigos. Luego, me vine a casa a tiempo para oír radio París. José Antonio se había sentido mal a las cinco de la tarde. Mari había llamado a sus amigos. Leizaola, Landaburu, Alberro. Creo que no mencionaron a Irujo ¿estaría en Londres? Murió a las 6:30. A las 8 nos dieron la noticia. Dicen que las noticias malas se saben pronto.

Martes, 29 de marzo de 1960

Llegué ayer de Donibane, de asistir al entierro del Lendakari. Fue un entierro silencioso, solo se oía el ruido de los pasos y el caer de la lluvia en los paraguas. Gurruchaga (D. Ildefonso) me decía que en los entierros de los justos los ángeles lloran también. La carroza fúnebre había llegado de París el día anterior, el domingo. Iba a llegar a las cuatro, pero llegó a las cinco, seguida de un autobús donde venían los familiares, miembros del Gobierno y otras personas. Detrás muchos coches que habían salido a recibir al cortejo más allá de Bayona. Me contaron que, al pasar por Las Landas, en un poblado se encuentran con un grupo de vascos leñadores que al pasar el cortejo levantaron sus hachas.

 Se recibió al cadáver con un silencio angustioso. Estábamos todos reunidos en la plazuelita frente a la casa de Telesforo Monzón. El cadáver venía  seguido de Leizaola, el Gobierno y los familiares del Lendakari. En la puerta de la casa de Monzón esperaba la bandera vasca en manos de Borja Eskauriatza, un joven sobrino del embajador español en Washington, Areilza, que hace unas semanas tuvo que escapar de Bilbao, acusado de haber echado una bomba en la Jefatura de Policía. Esperábamos muchos allá; había venido gente de Navarra por los montes, vi algunas caras conocidas de Estella. De Bilbao, muchos, de aquí de Guecho, también muchos, entre ellos a D. José Luis Zamalloa y Astigarraga, cura de nuestra iglesia. Por la mañana había dicho en las misas que sería ofrecidas por el alma de José Antonio y porque la justicia saliera triunfante. Es valiente este cura joven entre tanto cura cobarde.

Vi allí a mucha gente conocida. A D. Manuel Irujo le vi ya por la mañana y me extrañó. Había contado con la posibilidad de que sucediera al Lendakari. Con él muchos navarros se hubieran incorporado a nosotros. Ahora, al ver a Leizaola detrás del féretro sabía que este sucedería al Lendakari. Qué difícil es llamarle Lendakari a otro que no sea José Antonio. Luego me dijo Retolaza que él era el elegido como vicepresidente que había sido. Ahora me acuerdo de que cuando le saludé y me ofrecí a él no le llamé “Lendakari”. Debí haberlo hecho.

Cuando la gente estuvo dentro comenzó el desfile. Nosotros dejamos pasar a todos aquellos que habían venido de lejos. Estuvimos como dos horas esperando. Cuando la aglomeración era menor me acerqué a la puerta y me puse en línea. Me dijeron luego que detrás venía un tal Maseguer, policía de Bilbao a quien Borja impidió la entrada. Delante de mi iban dos jóvenes como de 25 años. Parecían obreros. Al llegar a la puerta de salida se me acercó Monzón a saludarme y a decirme que volviera por la noche. Los dos chicos no se deciden a salir, pero al traspasar la puerta no pudieron contenerse más, sus sollozos eran mayores que su poder físico, y yo con ellos me eché también a llorar. Me refugié en el pequeño jardín de Monzón. No había llorado desde que enterré a mi primera hija en La Habana. Sentía un terrible dolor de pecho y estómago. Hubiera querido lanzarme a llorar como un histérico. Mi mujer que venía detrás tampoco pudo contenerse. Tuvimos que pasar varios minutos en aquel jardín antes de que nos serenáramos y saliésemos a la calle.

Al salir, vi que también estaba afectado el vicecónsul americano Daniel Hoyt Danielsque había venido conmigo desde Bilbao. Me dijo que le daba la impresión de haber perdido a un pariente. A las 8 hubo rosario de mujeres y luego de hombres. Yo no acudí. No se podía entrar. Nos sentamos en el Bar Basque. Estábamos agotados. Telesforo que vino un momento me dijo que no fuera por la noche. Se iban a hacer velaciones por turnos entre los que se quedaran en Donibane. Nosotros podíamos marchar a Bayona y así lo hicimos.

A la mañana siguiente estábamos frente a la casa de Monzón a las 9:30. Había mucha más gente que la tarde anterior. Seguía lloviendo. El maestro de ceremonias iba anunciando a los que presidiría el duelo. Salvo a los miembros de la familia se eligió a los que no vivían en el interior. Había autoridades francesas y las republicanas españolas. Los vascos de todo el mundo estaban representados de una u otra forma. Sacaron el ataúd gudaris sin graduación. Sobre el ataúd la bandera vasca, la misma que se puso en el ataúd de Sabino Arana Goiri. Una bandera vasca sin pretensiones que cubría un ataúd sencillo de color madera con abrazadera de hierro galvanizado. Borja quedó en la puerta con la otra bandera, con la que recibieron ayer al cadáver. Los txistularis seguían al cortejo con sus enfundados en tela negra, txistus que estuvieron siempre cerca del cadáver, txistus que tanto había escuchado el Lendakari, txistus que esta vez no tocaron ni tan siquiera el himno vasco. Todo quedó en silencio, no había marchas fúnebres, solo el sollozo de las gentes, las toses de los que quieren ocultar el sentimiento, el sonar de los pañuelos y el pasar la mano por la mejilla para quitar las lágrimas. Los curas cantaron sus cantos acostumbrados. Los demás seguimos en silencio. Las ventanas de las casas de la rue Gambetta estaban cerradas. En algunas abiertas se veían los fotógrafos. Llegamos a la iglesia acomodándonos donde podíamos. El duelo y las mujeres abajo. Los hombres en las galería. En la iglesia había un coro de curas y un coro de mujeres. El órgano silencioso. Solo se oía en armónium.

No había gran coro. Íbamos a asistir a una misa sencilla de tres curas con tres monaguillos. Subió al púlpito don Chomin Onaindia, hermano del canónigo, el cura más humilde de Donibane, quizá también el más bueno. Entre canto y canto decía unas palabras en euskera, luego en francés y después en castellano. “Recibe el alma de José Antonio, Señor, el alma de este hombre justo, presidente de un pueblo que sufre y te lo pide”. (…) “El Lendakari quiso que los vascos nos uniéramos y que el mundo reinara paz y justicia. Escucha Señor los deseos de este hombre que ha ido a ti”.  De este tono eran las palabras de Don Chomin, palabras que nos llegaban a todos muy adentro de nosotros mismos.

Después de la misa nos habló el obispo Mathieu. Era viejo amigo del Lendakari. Su mensaje está escrito. Comulgó la gente, muchos, hombres y mujeres. Salimos. Fuera había mucha gente que no había podido entrar en la iglesia. Comenzó a llover. Sacaron el ataúd, lo llevaban varios gudaris, lo pusieron en la carroza. Todos seguimos detrás. Me refugié con Dan en el paraguas de Picaza, antiguo comandante de la Policía Motorizada de Euzkadi. Picaza me los señalaba. El que yo tuve, Sarasketa, de Éibar, murió en la cárcel hace muchos años.

Detrás de nosotros, inmediatamente detrás pues formábamos la cola de los hombres, venían las mujeres de la familia. No reconocí a ninguna. Iban todas ellas con tocados fúnebres vascos. No sabía si la primera era Aintzane o no. Al llegar al cementerio, Dan y yo entramos por una puerta lateral para ver si conseguíamos llegar cerca del féretro que había quedado en la puerta principal. Nos acercamos entre tumbas. Me fijé que toda la gente, muy respetuosamente trataba de evitar pisar las tumbas, aunque no siempre lo conseguía.

Leizaola habló, pero en el momento comenzó a llover de tal manera que el ruido que producía el agua sobre los paraguas nos impedía entender lo que decía. Habló primero en euskera y luego en castellano. Entre lo que pude captar de ambas lenguas me di cuenta de que estaba prestando juramento: “Sobre tierra vasca y ante el cuerpo del Lendakari juro decir sin descanso hasta el logro de los ideales que mantuvo José Antonio Aguirre”. Algo así dijo:. «Ante tí, José Antonio de Aguirre y Lekube, presidente que el pueblo vasco eligió al constituirse el Gobierno de Euzkadi. Conforme, a los acuerdos del mismo Gobierno y de las organizaciones políticas y sindicales democráticas del país, que han sostenido la causa de éste en la guerra y en la postguerra, en la patria y en el exilio, para consagrarme a las tareas de la liberación hasta que el pueblo vasco libre pueda elegir las autoridades legítimas, asumo las funciones que te fueron encomendadas como presidente, las cuales, poniendo sin reservas mi voluntad y esfuerzo, cumpliré siguiendo tus enseñanzas y tu ejemplo, y seré fiel a ellas y al pueblo vasco como hasta la muerte lo has sido tú, con tanta ejemplaridad y celo”.

Luego pasamos todo a contemplar por última vez la cara de José Antonio. Paró algo la lluvia. Íbamos acercándonos muy poco a poco. Cada uno trataba de verle el mayor tiempo. Luego besaban la vieja bandera que estaba sobre el ataúd mojada de lluvia y lágrimas. Yo no pude besarla. Cuando me acerqué al féretro vi primero un rizo del cadáver, luego la cara pálida con algo de barba, como si acabara de levantarse y aún no se hubiera afeitado. La abertura era pequeña y justamente se le veía la cara. No pude contenerme y tuve que sacar el pañuelo para taparme la cara. La apretaba con los dedos para ver si con el dolor contenía la congoja, pero esta era mayor. Creo que tardé algunos minutos en serenarme, me parecieron horas. Creí que no podría llegar a contenerme. Fuera estuve un gran rato solo, sabía que no se podía hablar a nadie. Veía que en la carretera estaban los hijos de José Antonio y sus hermanos. Tenía que ir a ellos. Saludé a todos. Tomé un clavel rojo de una de las coronas. Ya apenas quedaban flores. La gente se llevaba un recuerdo. Luego en la frontera, sobre la mesa de la policía vi claveles rojos y blancos con hojas verdes. ¿Las habían quitado a los que venían?

Vinimos a Donosti enseguida. Habíamos enterrado al amigo y al jefe de todos nosotros. Fueron dos días tristes. Tendremos que trabajar mucho para liberar a Euzkadi.

1 de abril de 1960

Funerales por José Antonio en San Ignacio de Algorta. Enorme gentío. Me veo con Juan que quiere que hablemos por la tarde. Estoy con él de 5 a 7. Se trata del grupo Ekin. Parece ser que ha habido una entrevista en la que se han “dado de coces” según Juan Ajuriaguerra, máximo líder del PNV, entre Julen Madariaga y Koldo (Luis) Retolaza. Yo no veo otra solución que tratar al grupo Ekin como tal grupo, en plano de total igualdad con el PNV. El Partido ya no tiene tantos hombres como para rechazar a gentes que laboran por la libertad de Euzkadi. Juan admite esta posibilidad. De ocho a diez hablo con J. Creo que podre si no unir a Ekin con el Partido al menos se podrá ajustar una colaboración. Les pido que me den un plan de acción que yo puedo someter a Juan y devolverlo a ellos con las objeciones que él pueda hacer. Sobre este plan previo, cabe luego llegar a cualquier conformidad. Hoy me ha dicho Juancho Elorza que se ha encontrado con un policía, quien le ha recomendado que no me vea mucho pues ellos están a cogerme como sea para desterrarme. Voy ya teniendo varios avisos de esta clase. Si de verdad pudieran desterrarme, no creo que anduvieran diciéndolo a amigos míos. Hoy conocí a Sabin Uribe. Me causó muy buena impresión. Le han martirizado bastante en la cárcel, pero su espíritu de lucha ha crecido. Ayer noche detuvieron a dos Azaolas. Por lo que parece todos ellos pertenecen al grupo Ekin. A dos de los Robles Aranguiz les vi en Donibane, me dijeron que escaparon para no caer presos, pero a pesar de ello parece que vuelven para Semana Santa.

En Donosti el obispo prohibió los funerales por el Lendakari, pero ante la amenaza de los hermanos de llevar el asunto a Roma ha dejado a los párrocos en libertad de hacer lo que quieran. Aquí, hoy por la tarde, el gobernador ha llamado a Tomás, hermano del Lendakari, para que adelante a las diez el funeral que van a celebrar en San Nicolás de Bilbao a las 12:30, pero no creo que haya cambio.

2 comentarios en «Diarios de Jon Bilbao. La vieja bandera llena de lluvia y lágrimas.»

  1. Una crónica del s.XX tremenda. Su recuerdo, memoria, historia, es puro ADN Nacional Vasco. Creo con tristeza que la épica y grandeza de aquellas gentes: Agirre, Leizaola, Ajuriaguerra, Irujo, etc., hoy en día, tristemente, van diluyéndose en la memoria de nuestro pueblo, al igual que la fuerza que los condujo a ser nuestros auténticos gigantes de la patria.

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