La historia bien contada

80 años

El abuelo cumplía ochenta años y merecía una gran celebración. ETB se ha encargado de que el primer Gobierno Vasco y el lehendakari José Antonio Aguirre tuvieran una fiesta memorable, a la altura del histórico acontecimiento. No podemos más que agradecer el regalo de los programas especiales que durante estos días nos ha ofrecido, cinco documentales de primorosa calidad visual y narrativa, además de la retransmisión de los actos conmemorativos que tuvieron lugar el viernes en la Casa de Juntas de Gernika, plenos de sentido y contenido.

Es destacable que los creadores de las diferentes piezas no se limitaran a exponer una memoria creíble, como mínimo, sino que se hayan atrevido con dramatizaciones imaginativas, instando a las personas entrevistadas a interactuar con la figura de Aguirre, encarnado en el actor Daniel Grao, uniendo así pasado y presente sin perder realismo en una atmósfera de fuerte intensidad emocional. Sin corazón y predominio humano toda historia es un absoluto peñazo, porque la historia, la de verdad, es un relato de carne y hueso, sangre y sentimientos. Y lo que nos han contado es la épica vital de hombres y mujeres irrepetibles que se sacrificaron en una época nada especulativa, liderada por héroes enfrentados a las tiranías.

ETB no nos ha dado clase de historia: nos ha ofrecido la historia de una clase de personas. Compararla con la política actual nos lleva a la melancolía. Y sería perfectamente inútil. Cabe pensar que los hechos narrados han proporcionado una enseñanza de valores, de ejemplaridad y unidad, más necesarios que nunca. Y que quizás una parte de nuestra juventud, que ignora casi todo menos lo inmediato, se haya enterado de quiénes fundaron este país llamado Euskadi. La televisión pública, nieta de aquel Gobierno Vasco pionero, ha cumplido con creces su labor educativa y justificado por qué el 7 de octubre merece estar en rojo en el calendario. Vendría a resumirse en que siendo un pueblo pequeño, debemos ser, por larga visión, solidaridad y autoestima, una sociedad enorme.

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Historia de la cobardía

EL FOCO

6 de octubre 2016

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Hace tres días, un hombre murió atropellado por un vehículo en Barakaldo, cerca de uno de los macrocentros comerciales allí existentes. Una tragedia más. El caso pasaría a las frías estadísticas si no fuera porque el conductor de la furgoneta que causó la muerte de esta persona -José Antonio, un hostelero de Portugalete- se dio a la fuga después del atropello, negando la mínima humanidad y responsabilidad de atender al herido y asumir lo sucedido. Durante dos días, el presunto responsable del delito ha estado huido. La policía municipal y la Ertzaintza han estado tras él, primero localizando la furgoneta y, después, forzando el cerco en torno a su propietario, quien finalmente se ha entregado y confesado ser autor del fatal hecho. Tras su declaración, el juez le ha puesto en libertad, inicialmente con dos cargos graves.

Según los testigos, la furgoneta embistió a la víctima en una zona no señalizada como paso de peatones, por lo que, en principio, pudo existir un acto de imprudencia o descuido por parte del vecino atropellado. Siendo esto así, ¿por qué el conductor se dio a la fuga? ¿Por qué fue tan cobarde abandonando a José Antonio? ¿Qué le indujo a dejar morir a este hombre? ¿Por qué? El propio autor tendrá que explicarse. No quisiera prejuzgar, pero temo que se  justifique invocando el pánico. ¡Sintió pánico! Su mínimo ético y pura humanidad quedó bloqueado por el miedo. Puede que ese sea el argumento. El argumento de los cobardes.

El hecho puedo ser accidental, no lo niego. Y si es dramático que tengamos que lamentar que un hombre de 51 años haya muerto atropellado por un vehículo, que una familia haya quedado rota, dejando viuda y una hija huérfana, si tenemos que dolernos por todo esto, no es para menos que haya que reprochar el comportamiento indigno del causante que escapó para no enfrentarse a la realidad y dejar tirado sobre el asfalto a José Antonio. Hay dolor por una muerte, peo hay también indignación por el modo en que han discurrido los hechos.

Aquí entramos en cuestiones psicológicas complejas: el pánico, el bloqueo mental, la degradación de la voluntad y la transgresión de la responsabilidad. Pero es justamente la responsabilidad la que nos convierte en seres éticos. Suponiendo que el conductor de la furgoneta, o sus defensores jurídicos, aleguen una situación de pánico, no por eso este hombre va a poder eludir el reproche de su propia conciencia. Ese será probablemente su máximo castigo: nunca podrá olvidar que una mala tarde dejó tirado a un vecino moribundo tras atropellarlo accidentalmente.

El reproche de su conciencia será duro y duradero. Pero como sociedad tenemos que actuar para que el comportamiento del conductor sea justamente castigado. El delito, al menos, es de omisión del deber de socorro, cuya responsabilidad se agrava si la víctima murió como consecuencia de esa denegación de auxilio. Incluso se le acusa de homicidio imprudente. Será cuestión de los jueces y en el proceso se dirimirán todas las responsabilidades.

La familia de José Antonio no reprochará, seguramente, al conductor el hecho de que le atropellara. Puede que fuese un fatal accidente, como tantos otros. Lo que no le podrá disculpar es por haberle dejado tirado. Ni a un perro se le deja así, moribundo o muerto sobre la carretera. Eso entra en el capítulo de lo imperdonable. Y ahí cabe ser extremadamente exigentes.

Como sociedad, que ha andado un largo camino de deberes y derechos, que nos atañen a todos solidariamente para garantizar una convivencia satisfactoria y ordenada, tenemos que ser muy celosos con la cuestión de la responsabilidad. Es de las primeras cosas que infundimos a nuestros hijos: uno tiene que asumir el resultado de nuestra libertad. Y si te equivocas o haces algo mal, lo aceptas, lo rectificas y lo pagas. Y sigues adelante, naturalmente, con la enseñanza que cada experiencia te proporciona.

Es verdad, por otra parte, que la mente humana es muy compleja. Hay situaciones en las que quedamos bloqueados. La cuestión del pánico puede ser una de ellas. ¿Qué ocurre en la mente de una persona que sale huyendo de la escena de su delito? Y nos preguntamos por qué un hombre, que a lo mejor era un buen individuo, y un ciudadano ejemplar, un día deja tirado sobre el asfalto a quien acaba de atropellar. Es un tema complicado, lo sé. Aun siendo esto así, por encima de todo está la responsabilidad humana y social de nuestros propios actos. Una situación puede llegar a ser insuperable, pero no te justifica.

A pocos kilómetros del escenario del atropello, muerte y abandono de José Antonio, en Castro, una mujer fue detenida ayer por conducir con una tasa de alcohol cuatro veces superior a la permitida. Y lo que es más grave, viajaba en su vehículo con un niño de cinco años. La responsabilidad es múltiple. Según se ha sabido, la joven madre presentaba un estado mental de gran agitación y agresividad, quizás como consecuencia de su situación personal, en fase de separación matrimonial y lucha por la custodia de su hijo. ¡Buf, qué decir en este caso! ¿Hasta qué punto podemos juzgar el comportamiento de esta mujer si tenemos en cuenta que, probablemente, junto al reproche por su inaceptable conducta consigo misma, con su hijo y con los demás usuarios de la carretera, su estado psicológico está sobrepasado por los acontecimientos personales? Yo no me atrevo a justificarla, por qué no es posible, pero sí puedo decir que esta mujer, más que nada, necesita ayuda, mucha ayuda, porque puede acabar cometiendo errores más graves. Gracias a Dios no ha pasado más que lo dicho, y seguramente se merece que le retiren el permiso de conducir por un largo tiempo. ¿Y qué decir de su hijo? En estos casos, me inclino por la compasión. Y me pongo de su lado, sin dejar de requerir que se le sancionen proporcionalmente a su falta y le retiren el carnet de conducir. No tiraría la primera piedra contra esta mujer.

En el caso del conductor de Barakaldo habrá que ver también cómo es posible que alguien abandone a un ser humano al que acaba de atropellar. ¿Qué explicación hay? ¿Qué le ocurría a ese hombre? ¿Cuál era su estado? En definitiva, ¿por qué? ¿Por qué dejó arrolló, huyó y dejó a su suerte a un ser humano? ¿Por qué?

No digo que esto le puede ocurrir a cualquiera, porque no concebimos que lleguemos a tal nivel de deterioro ético y antisocial. Accidentes podemos sufrir o incluso provocarlos involuntariamente. El neurólogo de gran prestigio internacional, Antonio Damasio, preconiza la adecuación de las leyes a los estados de deterioro mental de las personas. Es un asunto apasionante que abre, a juicio de otros expertos, un ámbito de impunidad. Quizás es que no sabemos nada de la mente humana. Y de todo lo que no sabemos, tenemos miedo.

Mi más sentido pésame a la familia de José Antonio, muerto y abandonado por un conductor que se dio a la fuga. Un fuerte abrazo.

Hasta el próximo jueves.

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Urgencias sexuales

60 minutos

¿Qué impulsa a una persona a escenificar en la tele sus urgencias afectivas? En ETB han considerado que ayudar a hombres y mujeres a conectar amorosamente es parte de su vocación de servicio público, pues la soledad es corrosiva y el cariño, imprescindible para ser felices. Así se explica la emisión de 60 minutos a solas, versión vasca de First Dates, una de las sorpresas de Cuatro. Lo que iguala a ambos espacios es su fin, el enamoramiento provocado, pues corresponde a los aspirantes decidir, entre cenas, secretos revelados y juegos tontos, si se quedan con el señor o la señora que les han seleccionado. Es divertido, pero no es broma. ¿Podrán estas parejas librarse de la guasa vecinal por ser un subproducto del espectáculo? ¿Puede un amor sobrevivir sin el mínimo común romántico? Son historias de tómbola, algo vergonzantes.

Sus diferencias son obvias: First dates es glamuroso y a 60 minutos le falta chispa. Cuatro tiene a Carlos Sobera de alcahuete y camareras guapas, y ETB, con menos presupuesto, una habitación con sofá y circunspectos candidatos. En consecuencia, la cadena privada reúne a millón y medio de espectadores, mientras que la vasca tiene menos seguidores que el western que reemplazó. Uno tiene futuro y el otro, seguramente, no llegará a Navidad. Y es que esto es Euskadi, un pequeño país donde todos nos conocemos, celosos de la intimidad, hipersensibles al ridículo y herméticos en emociones. Apenas tenemos frikis y en lo de ligar optamos por pocas pero intensas relaciones, lo que evolucionará, a peor, bajo la influencia de la globalización.

Pero como nadie es tan fuerte que no necesite un corazón como refugio, la tele seguirá postulándose como sala de amor urgente al rescate de tímidos y desesperados, como el clásico casamentero presente en todas las culturas. Nunca superará en su sublime propósito a la novela y el cine, ni a la música con su mágico elixir. ¿Y si buscar compañero/a por ese medio fuera la última locura? Sabemos que la vida sonríe por todos y cada uno de los excesos cometidos por amor.

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Euskadi, abierta y menguante

 

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EL FOCO

29 de septiembre 2016

Nuestro país acaba de salir de unas elecciones y acomete nuevas expectativas. Ya sabemos que nuestros principales problemas son el paro y una economía que no termina de crecer de forma equilibrada. Es lo que dice la gente, sus prioridades. Las elecciones han demostrado que, por un lado, somos un país muy plural, con 5 partidos en un parlamento pequeño; y, por otro, que somos un país de diálogo y acuerdo, porque nadie, gracias a Dios, tiene mayoría absoluta, que es el cáncer democrático, lo que nos exige alcanzar pactos. Es una gran cosa disponer de un sistema político plural y dialogante.

Sin embargo, tenemos un asunto delicado, de futuro, del que hablamos poco. Euskadi vive un invierno demográfico, algo más acusado que en otras sociedades europeas. Desde hace varios años, en Euskadi muere más gente de la que nace, es decir, el umbral de la población se sitúa por debajo de 2,1 hijos por mujer, valor que determina el punto de reposición.

Damos tanta importancia a los asuntos económicos que no reparamos en este aspecto central, quizás porque nos parece algo lejano. Hay muchas teorías demográficas y todas nos parecen complicadas. El mundo se ha abierto y las ha tumbado casi todas. Los datos vascos más recientes es que, pese a todo, Euskadi crece en población real. Exactamente, somos 3.362 personas más, en valor del año 2015. Esto ha sido posible gracias a la emigración, cuyo saldo es positivo para Euskadi. Y así, en Bizkaia, Gipuzkoa y Alava somos en total 2.173.210. Un pueblo pequeño, con poca masa crítica para mayores empresas, pero con todas las ventajas para ser una sociedad más justa, cercana, bien comunicada, de buena calidad de vida y relativamente feliz. Nuestras conquistas del mundo tendrán que ser más modestas que las de los países grandes, pero nos permite que sean muy cualitativas: hacer grandes pequeñas cosas es lo que nos corresponde por dimensión.

Los datos del Eustat (Instituyo Vasco de Estadística) señalan que durante 2015 llegaron de otras tierras unas 35.917 personas, y que otros 32.555 hicieron las maletas aquí y se fueron, maldita sea. El saldo, ya lo he dicho, es de 3.362 seres humanos más. Ganamos en población por el único motivo de la gente que viene de fuera y no porque nos encante ser madres y padres, que en eso salirnos perdiendo. Quiere esto decir que Euskadi es un país receptivo y tiene importantes atractivos. Gipuzkoa, ganó en 1782 personas, Bizkaia en 941 y Alava 639. ¿Qué han visto en nuestro país, qué ventajas, qué buscan, cuáles son sus sueños y esperanzas? Me gustaría saberlo. También me gustaría saber, y no por curiosidad, por qué 11.990 personas se nos han ido al extranjero y 20.565 a otros puntos del Estado.

Nadie se marcha o viene por placer, no van o vienen de vacaciones. Casi siempre es por trabajo o decisión familiar. Viajar y cambiar de lugar es bueno, pero también es un desgarro. Abre nuevos mundos y cierra los anteriores. Se trata de un fenómeno social que produce cambios profundos en las personas y favorece esa maravilla de conocer otras culturas, otras personas, otras oportunidades. Es renacer, con el desagarro de lo que se deja.

Por no marear con más datos, de las 35.917 personas que se han quedado a vivir aquí, 14.405 son extranjeros, y las otras 21.512 vienen de otras tierras del Estado español. Son nuestros nuevos vecinos. Son, en muchas ocasiones, quienes cuidan de nuestros mayores, quienes limpian nuestras casas, los que nos atienden en las tiendas, quienes hacen los trabajos que no parece que queramos hacer nosotros. Es muy injusto que se diga de estas personas que nos quitan el trabajo, que vienen porque aquí tenemos un sistema de protección social envidiable (la RGI), que vienen a aprovecharse de nuestro buen sistema sanitario, a ocupar las aulas de nuestros colegios, que vienen a vivir sin trabajar. Es de las cosas más injustas que se pueden decir.

Las personas emigrantes aportan mucho más de lo que reciben. Ya hay estudios serios que confirman esta afirmación. Una sociedad inteligente cumple su alto nivel de desarrollo siendo una comunidad abierta. Y esto es hoy Euskadi. ¿Os acordáis cuando, en la década de los 80 y siguientes, la gente huía de Euskadi? Pues no es muy diferente ahora que antes; pero entonces padecimos una crisis industrial terrible que hizo que miles de personas, ya jubiladas y prejubiladas de nuestros sectores tradicionales, regresaran a sus tierras de origen. Sí, y había otros motivos, como la violencia, pero aquello no produjo el éxodo del que se habló de forma exagerada y muy interesada políticamente.

Euskadi pone de manifiesto su buena salud con su actitud receptiva, siendo una sociedad abierta. Pero es obvio que, al mismo tiempo, somos un país menguante, lo que es más grave como  país muy pequeño. ¿Qué ocurre con la natalidad vasca? ¿Por qué somos uno de los países europeos con menor tasa de natalidad, de los más envejecidos? En definitiva, ¿por qué los vascos y las vascas no quieren tener hijos o, a lo más, tienen un hijo, y tarde?

Seguramente, no tenemos una política de natalidad integral suficiente que aborde la cuestión del envejecimiento del país. Vamos a una sociedad anciana. Las políticas de natalidad son una estrategia conjunta. Son un proyecto de supervivencia. Intervienen en todo lo que afecta a los motivos por las cuales la gente, esencialmente las mujeres, deciden tener descendencia o no. En las políticas de natalidad se dan cita las expectativas de empleo, su estabilidad, su retribución, las políticas de vivienda, las de protección social, las medidas de conciliación del trabajo y la familia, las infraestructuras escolares, los incentivos económicos, la flexibilidad de horarios, las políticas fiscales… muchas cosas, demasiadas cosas. Y todas son importantes.

Tenemos que tomarnos más en serio nuestro invierno demográfico. Es muy grave. Somos un país menguante. Y corresponde a las autoridades, pero también a la sociedad, formada por todos y cada uno de los ciudadanos, una conciencia de que los hijos no sólo son el resultado de una decisión afectiva, sino también quienes nos tienen que heredar y continuar como país. Es un aspecto central de la autoestima colectiva. No hay conciencia demográfica en Euskadi. Estamos demasiado satisfechos. Hay poca nupcialidad, de la que se deriva indirectamente la decisión de la paternidad/maternidad. Hay excesiva tendencia al individualismo. En fin, asuntos complejos que tienen que ver con la libertad personal. Hay formas de estímulo de la natalidad. Varios países europeos han puesto en marcha medidas favorecedoras, con buenos resultados.

Yo pondría entre las prioridades del lehendakari Urkullu una estrategia potente, coherente, duradera, integral y consensuada de natalidad y familia. Porque no hay futuro para un país que envejece. Porque, simplemente, desaparecemos.

Hasta el próximo jueves.

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La tele tripolar

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Tres por la tarde

El sueño de todo programador es crear un género que supere a Sálvame, rey de las tardes y algunas noches. De momento, nadie lo ha conseguido. ¿Qué puede ser más apetitoso que los chismes de alcoba y la profanación de la privacidad? La televisión vasca fue capaz de 2004 a 2010 con la tertulia Pásalo, presentada por Adela González e Iñaki López, arrolladores y convincentes, que rompieron los audímetros demostrando que era posible derrotar a la murmuración como entretenimiento popular con una oferta atrevida, en ocasiones dura y jocosa a veces. Hasta que llegó Patxi López y fulminó con su torpeza aquel éxito. El mazazo fue duradero, porque nunca después ETB ha recuperado el liderazgo vespertino y arrastra desde entonces su ansiedad por esa franja. Vuelve ahora a intentarlo con una propuesta épica, ¡Qué me estás contando!, síntesis y evolución de muchas experiencias y que va en serio contra cotillas y chismosos de Telecinco y a competir con La Sexta y su buen pulso en los debates.

QMEC es un magazine tripolar: tres secciones, tres presentadores y tres estéticas, distintas pero compatibles y solapadas. Y entre los tres se racionan equitativamente las cuatro horas del programa. Al nuevo, Jon Aramendi, algo acartonado todavía, tiene asignados los temas livianos que bordean lo frívolo. En este punto el debate es de sofá y distendido. Luego viene Adela con los asuntos sociales, de seguridad, salud y conflictos de vecindad. Puro servicio público. Entonces la tertulia cambia de registro y adopta un tono intensivo. Y la última parte es para Klaudio Landa con el diálogo político y sus complicados equilibrios. ¿Muchas cuerdas para un violín? Quizás, pero la apuesta es la variedad y el ritmo presto, con el riesgo de exceso de ligereza. Ser contenedor de todo, humor y gastronomía incluidos, tiene sus límites.

¡Qué me estás contando! es la nueva alternativa para una tarde respetable: usted elige entre diarrea con Belén Esteban o digestión a gusto. Como en la vida bien aprovechada, quédese con quien sólo pueda quererle mucho.