Pucherazo en Suecia. Eurovisión contra Rusia

 

AFP_AM8G1_20160514001731-kmVB-U401790635757WcE-992x558@LaVanguardia-Web

Había que innovar. Con 61 años y tras sucesivas crisis de identidad, el abuelo necesitaba algunos cambios para justificar su penosa vida. Los anteriores recauchutados ya no funcionaban. La vieja Eurovisión pensó que lo mejor era democratizarse, ponerse en modo guay y, a imitación de los talent show de la tele, dar la palabra a los espectadores a través de sms, apps y smartphones, la etérea tecnología comunicativa. ¿Con qué control, bajo qué parámetros? No importa: lo esencial es que la Europa cantarina revolucionase el sistema de votaciones, dando el poder de decisión, solo la mitad, a sus ciudadanos. Australia había vencido en el panel de los jurados profesionales; pero los sufragios on line dieron la vuelta a la tortilla y proclamaron ganadora a Ucrania con un tema esencialmente político y anti ruso, que trata del genocidio tártaro de 1944.

El resultado es un fiasco de proporciones continentales que ofrece la sensación de un enorme pucherazo. Rusia no debía ganar, aunque tuviese la mejor música, por inconveniencia estratégica; y tampoco Australia, exótica y reciente. Ha sido la edición más política y virtual de la historia. Con más banderas que nunca y más ocultaciones de los verdaderos conflictos europeos: la insolidaridad con cientos de miles de refugiados, un desgarrador Brexit y un neofascismo que se impone con callado miedo. No, la Europa que canta, sus males no espanta.

Tras las misteriosas votaciones de Suecia los que temen el voto electrónico tienen más motivos para desconfiar de su transparencia y limpieza. Hay como una pesada sensación de trampa. No obstante, el espectáculo fue grandioso en coreografías y efectos especiales. La música, algo mediocre. Lo kitsch reinó en todo su esplendor. La nostalgia nos embriagó, con el grupo Abba de mágico talismán. ¿Y España? Como siempre. Barei, la multimillonaria Bárbara Reyzabal, de raíces bilbaínas, probó la amargura del fracaso y José María Iñigo aromatizó la retransmisión con naftalina. Consuélese: Alemania, dueña del tinglado, quedó la última.

De Suecia al Carpe Diem

En Onda Vasca hablamos de la TV

 12 mayo 2016

wer_vertritt_unser_land_in_stockholm_span12

1.A debate

 Eurovisión, friki pero un gran acontecimiento

Este sábado toca una de esas citas tradicionales de la tele: el festival de Eurovisión, que cumple su edición número 61. Pocas cosas duran tanto tiempo. Eurovisión es nostalgia pura, de lo poco que ha acaparado la atención de todas las generaciones. Los que tengan cierta edad, recordarán que Eurovisión se vivía como un acontecimiento social, cuando la tele era en blanco y negro y no existía más que un canal. Quizás en los años 60 y también en los 70 se vivía como un festival donde importaban las canciones, la música. También el aspecto patriótico, pero se valoraba la música. Con los años, el festival se ha convertido en un gran espectáculo, además de la excusa perfecta para los directivos de las televisiones públicas europeas para darse unas vacaciones pagadas de lujo y lujuria. También por esto, el Festival ha llegado a la 61 edición.

Eurovisión es un dinosaurio. Un dinosaurio que arrastra a cien millones de espectadores, cuatro de ellos en el Estado español. La imagen de Eurovisión son las banderas, las banderas de los países. La imagen de Eurovisión es también las coreografías, es decir, la parte espectacular de las escenificaciones musicales. La imagen de Eurovisión son las votaciones, con la alegría y la decepción por el triunfo y la derrota. Hoy la música que sale de Eurovisión apenas tiene trascendencia de nivel internacional. En la radio apenas se ponen las canciones de eurovisión. No surgen estrellas de Eurovisión. Y solo unos pocos han llegado al verdadero estrellato. El mejor producto de Eurovisión fie den los años 70, con Abba, el cuarteto sueco. Son los que más lejos han llegado. Marcaron la década de los 80 y era un grupo adorable. Eran fabulosos y aún hoy se escuchan sus canciones. Cantaron en 1974 Waterloo.

También Celine Dion cantó para Suiza en 1988, a pesar de ser canadiense. Olivia Newton-John cantó para Inglaterra en 1974, el mismo año que ganó Abba. Años más tarde la vimos en esa mítica película que fue Grease. Bueno, también cantaron para España Julio Iglesias y Raphael, que ahí siguen, como dinosaurios. Otros famosos que participaron en Eurovisión fueron Bonnie Tyler, que representó al Reino Unidos hace poco, en 2013. Y Mocedades, cómo no, los más nuestros, que hicieron época con Eres tú.

Este año, hay algunas novedades. El voto del público será decisivo y se dará a conocer después de las votaciones del jurado, de manera que el jurado popular podría dar la vuelta a los jurados profesionales. Es la mayor novedad. Vuelve Portugal, que había dejado el Festival por estética de ahorro en medio de su crisis. Rumanía ha sido expulsado, por impago. Ha participado Australia, que no estará en la final. Y tendremos cierto morbo entre Rusia y Ucrania. Precisamente Rusia es, según las quinielas, la gran favorita, algo que generalmente nunca se cumple. También suena fuerte la canción de Armenia en las apuestas. Y en cuanto a España, pues ya sabéis. Canta Barei, lo hace en inglés y solo el coro utiliza 19 palabras en castellano.

Eurovisión es un producto que todos denostamos, pero que ahí está 60 años después. Que ven 100 millones de personas, que es un gran espectáculo, no hay duda, y que apenas tendrá trascendencia en el mundo musical. Es muy friki, ahora un poco menos, y es como la abuelita que se resiste a morir.

 

  1. Impacto

 Inda, al límite

Todo en la televisión corre el riesgo de convertirse en espectáculo, también la información. Lo vemos en los informativos y, por supuesto, en los debates o tertulias. Debatir es un arte, porque su esencia es persuadir, convencer por medio de la palabra. Y la calidad de los debates depende de la calidad de las personas que confrontan sus ideas y argumentos. ¿Qué ocurre cuando un tertuliano se pone al servicio del espectáculo y pasa de persona a personaje? Que resulta Eduardo Inda, un periodista empeñado en ser la caricatura de sí mismo y regodearse en el propio personaje por él creado. El problema de Eduardo Inda no son sus ideas, muy conservadoras. Su problema es que deja de ser un buen periodista y pasa a ser una caricatura, cuyo propósito es ser odiado y el centro del rechazo, lo que le convierte en referencia. No se sabe por qué pero a una parte significativa de la audiencia le atraen los personajes odiosos. Inda es uno de ellos. Él lo sabe y se esfuerza cada día en incrementar la artificialidad de su personaje, en la seguridad de que eso aumenta su notoriedad y su prestigio. Se equivoca.

Este incidente del pasado sábado con Javier Sardá es ejemplo de lo que decimos. Atacar por lo personal es uno de los trucos del tertuliano canalla, que Inda cumple a la perfección.

https://www.youtube.com/watch?v=fjyGDzV_oSU

 

3. Audiencias. Lo que nos gusta y lo que no

El Bertinazo

Han transcurrido tres semanas desde Bertín Osborne se trasladó con su programa de TVE a Telecinco. Y también han transcurrido varias semanas desde que se supo que el cantante-presentador tenía cuentas en el paraíso fiscal de Panamá. Creímos que la audiencia, cuyo voto de premio o de castigo, es el mando a distancia, ejercería un acto de justicia y retiraría su apoyo al espacio de Osborne. No parece que haya sido así, porque “Mi casa es la tuya” rozó su récord el pasado lunes, con una audiencia espectacular, del 22.5% y 4.004.000 de espectadores, en una buena entrevista, todo hay que decirlo, al presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla.

Obviamente, los telespectadores dan por amortizado el delito social de la evasión fiscal. No castigan a Bertín Osborne.

Pareció, y a mí me dio que pensar que la audiencia tomaba posiciones sobre el caso de los Papeles de Panamá, que Osborne iba a recibir un castigo por su comportamiento fiscal. El 25 abril, primer día de su programa en Telecinco. Recibió un severo castigo, al caer a un 15.6% de cuota de pantalla y 2.814.000 espectadores, un millón menos de espectadores, cayendo derrotado por Belén Rueda, en Antena 3, y su serie La Embajada, que consiguió un 22,5% de share y 4.034.000 seguidores.

El segundo día, el 2 de mayo, Bertín recuperó prácticamente lo que había perdido, con un 21.2% de cuota de pantalla y 3.750.000 espectadores de media y derrotó a la serie de Antena 3, pero no llegaba a los 4 millones de espectadores.

Y ya, el lunes pasado, como decimos, Bertín casi llegó al récord. Bertín vuelve a tener el apoyo, todo el apoyo de la audiencia. Esta es la historia. Los reproches por un comportamiento incívico se quedan en nada. Se castiga un poco al principio, y luego, nada. Así se escribe la historia. La tele es un paraíso.

 

  1. La buena publi

Martini y el Carpe Diem

Nos habíamos olvidado de Martini, la gran marca de vermut. Es, en realidad, más que una marca. Es un estilo de vida que Martini ha cultivado en su publicidad durante muchos años, haciendo hincapié en el glamour y en la estética erótica, centrada tanto en las figuras de los hombres como de las mujeres. El vermut está considerado una bebida alcohólica, de graduación media, para mujeres, cuya expresión más popular es el llamado Marianito.

Ahora, Martini ha dejado atrás su viejo marketing glamuroso y erótico. Y centra su mirada en la dialéctica del tiempo, al que define en este anuncio como “lo que tenemos y hay que gastar”. No le falta razón a Martini. La vida se mide en tiempo y no en dinero. Creo que Martini acierta con la filosofía de este anuncio, al vender hedonismo y acierta en las imágenes irónicas que acompañan un discurso que es todo un modelo de vida: gastar bien el tiempo, en disfrutar de la vida. Magnífico, Martini:

http://youtu.be/nq-0zQmWAZs

 

 5. Qué ver este fin de semana

Denso fin de semana en la tele:

–  Sábado y domingo, fin de la liga de fútbol. Se acabó lo que se daba, el mayor espectáculo de la tele, que es el fútbol. En mayo se acaba la liga y el fútbol europeo y la Copa. Y este sábado, toca el fin de la Liga. Para los que tienen la plataforma Movistar TV lo podrán ver gratis todos los partidos. Así lo viene haciendo Movistar desde hace unas semanas: dar gratis los partidos a sus abonados. El sábado, a las cinco de la tarde, se podrán ver los partidos para el título, Barça o Madrid. Y un poco más tarde, a las 19:30, el partido Athletic-Celta en la lucha por el quinto puesto. Y ya para el domingo, a partir de las 19:00 horas, los dramáticos partidos en los que tres equipos, Rayo Vallecano, Sporting y Getafe se juegan dos puestos de descenso a Segunda División. Adrenalina para adictos, con seis partidos al borde del ataque de nervios.

  • El sábado, a la noche, a partir de las 22:00 horas, festival de Eurovisión, en TVE. Es una larga transmisión que llegará a su final hacia la una de la noche, para los que quieren ver solo el tramo final y las votaciones.
  • Y para los que pasen de fútbol y Eurovisión, una de estas películas:

. El Código da Vinci. Podemos volver a verla en Antena 3, a las 22:00. Es una gran producción, mágica, pero muy elemental, muy americana, en el fondo del misterio. Espectacular Tom Hanks y la dulce Audry Tatou, la inolvidable Amelie.

. En el valle de Elah, en la 1 de TVE, a las 22:05. Una película dramática, protagonizada por Tommy Lee Jones, basada en hechos reales, una de esas cosas que hacen los americanos con todo lo malo que les sacude, en este caso los efectos de la guerra de Irak.

¡Hasta el jueves que viene!

Todo en uno: tal como somos

 

Iglesias-Debate-Rajoy-Sanchez-CIS_EDIIMA20160503_0543_4

Los que desprecian la televisión -críticos de una comunidad inevitablemente mediática- tendrán que reconocer que el televisor sigue siendo un temible artefacto, hasta el punto de que se decreta el cierre o la interferencia de canales peligrosos. La tele es rebelde, problemática, radical. Invasora. Ocurre en Corea del Norte y Cuba con las cadenas extranjeras, que transmiten impurezas por el aire; y en Navarra, donde se ha ordenado por el Gobierno central la interrupción de las emisiones de ETB. Por vasca, qué caramba. Porque hay pánico a su perversa influencia cultural y política, no vaya a ser que los ciudadanos del Viejo Reino se hagan vascos todos. Y todas.

Esta capacidad transgresora es una fantástica contradicción de la televisión alienante y despótica de la que se lamenta con amargura la clase intelectual. No se entiende una cosa y su contraria. Que la tele fabrique a Podemos desde los foros espontáneos de la indignación social y cambie la sociología electoral de Navarra y, a la vez, promocione la ignorancia, el feísmo y el mal hablar y lleve al estrellato a esperpentos como Belén Esteban y Mila Ximénez. Y glorifique en las audiencias a los panameños Bertín Osborne, Imanol Arias y Ana Duato. ¿Qué está ocurriendo? ¡Ay, amigo mío!, es el difuso mundo postmoderno, la diversidad absoluta sin escándalos producto de un marketing total que acepta todos los modelos sin rechazo de ninguno, en nombre de la democracia, donde también cabe Donald Trump.

Vamos a tener dos meses de exuberancia en las pantallas, mayo y junio. Al cierre de la liga de fútbol, con Movistar TV regalando los últimos partidos a sus suscriptores, se suma el festival friki de Eurovisión, ya sin ikurriñas prohibidas pero con la representante española cantando en inglés y diecinueve palabras en castellano. ¡Y los debates electorales! A dos, a cuatro, a coro… Como si ese fuera el problema. ¿Si no saben dialogar en lo institucional, van a convencer en lo audiovisual? Así es la política estatal: conciben la tele no como medio, sino como remedio.

Lección de historia. 50 años de Euskadi

ETB_AmaiaCayero_5_foto610x342

 

Cuando la historia quiere ser Historia comete un error mayúsculo. Porque todo lo grande está compuesto de minúsculas porciones. Y así la historia, concebida como un enorme mosaico de relatos y enfoques distintos, asume su plenitud de ciencia social. Los guardianes del Estado intentaron una narración unilateral de la dictadura y el terrorismo en Euskadi. Frente a ellos se alzó un proyecto de desmemoria encubridora de graves responsabilidades políticas y éticas. Las dos opciones compartían, por sus respectivas sentimientos de culpa, el miedo a la verdad, y ambas hurtaron a la sociedad vasca el derecho a contar y valorar, de forma coral, todo lo sucedido. Y ahora lo hace desde la fortaleza de su radiotelevisión pública y el pragmatismo del Gobierno vasco, ensanchando el camino de la convivencia con la serie Las huellas perdidas-Oinatz Galduak que arrancó ayer y que tuvo el sábado su anticipo con el documental Periodistas, nuevos caminos, presentado por Dani Álvarez, un preludio necesario.

Dividir la serie histórica en décadas, de los 60 al 2000, no es el formato más original; pero el tono nada dogmático, sensible y emocional, sin concesiones, acierta en el propósito de ser un contenedor de testimonios plurales, evitando la pretensión de constituirse en el relato oficial y categórico de cincuenta años, bien conducido por Amaia Cayero. Ese era su riesgo y lo ha salvado. Las miradas apuntan en todas las direcciones: unas hacen hincapié en las acciones de ETA, otras ponen énfasis en los crímenes del Estado y hay quienes contemplan los hechos al margen de la política. Puede ocurrir que este relato no termine de gustar a todos, pero tampoco disgustará a la mayoría, no por equidistancia sino por el propio equilibrio de una historia que tiene víctimas y culpables en diferentes sectores. No señalará ganadores ni perdedores: los buenos y los malos los fija cada uno y suelen ser opciones divergentes.

Las huellas perdidas es una clase de historia y también de ética. Y es una lección de auténtica televisión pública que engrandece a ETB.

¿Para cuándo un Spotlight vasco?

 

cruza-cardenal-acusado-encubrir-pederastas_EDIIMA20130315_0312_4

AUN no siendo la más destacable producción cinematográfica del año, Hollywood premió con el Oscar a la mejor película de 2016 a Spotlight, cuya trama se centra en la investigación periodística sobre casos, estrictamente verídicos, de abusos sexuales perpetrados por sacerdotes católicos sobre cientos de niños en Boston. El filme huye del relato morboso y subraya el esfuerzo del equipo de reporteros por desvelar lo ocurrido durante décadas, al tiempo que señala la terrible responsabilidad de la diócesis por su sistemática y oprobiosa negación de los hechos y su pasividad ante la secuencia criminal de los clérigos pedófilos. También queda patente el silencio culpable de la sociedad bostoniana ante delitos de los que se tenían incontestables testimonios. El clasismo y la hipocresía de aquella comunidad dieron cobertura a una ignominiosa ocultación, con lo que la Iglesia no fue la única que negó compasión y justicia para aquellos chicos pobres, más tarde víctimas del suicidio, las drogas y el sida. No es una historia anticatólica: es un canto a la verdad heroicamente perseguida y finalmente desvelada.

Los sucesos de Massachusetts son, con sus diferentes circunstancias, los mismos de otros lugares del mundo, con miles de delincuentes con sotana e innumerables niños violentados por los religiosos en quienes confiaban. La historia negra de la Iglesia se extiende por todos los continentes, pero solo ha emergido una minúscula porción de la tragedia. ¿Cómo pudieron ocurrir aquellos horrores durante tanto tiempo y cómo es que ha habido que esperar décadas para saber la verdad? Las causas son diversas, pero en todos los casos existió un idéntico patrón: los pederastas actuaron con impunidad bajo el dominio de la autoridad católica en los ámbitos de la educación y la beneficencia; el miedo y la vergüenza paralizaban a las víctimas en su soledad; se restó gravedad a sus actuaciones, que se consideraban inherentes a la debilidad de los curas y su forzada abstinencia sexual, y no se castigó a los culpables, que eran disculpados por sus superiores, en tanto que la sociedad, encubridora de aquellas miserias, callaba y dejaba hacer. Estamos ante la realidad de los crímenes perfectos.

La máquina oculta

Debe quedar sentado que, según mi experiencia, gran parte de los clérigos tuvieron una conducta correcta en lo que atañe a sus propios actos; pero, en la medida que fueron conocedores de los delitos de sus compañeros, no resultan menos culpables de la sistemática pedofilia sacerdotal. En los años del franquismo, cuando la Iglesia sostenía la dictadura con la cruz, existieron tres clases de abusadores: los sobones, los masturbadores y los violadores, al margen de los acosadores de confesionario, aquellos que satisfacían sus sucias mentes con libidinosas preguntas a los menores sobre sus naturales descubrimientos sexuales. Los primeros se limitaban a meter mano a niños y niñas, con tocamientos envueltos en una simulada ternura, lo que ya era grave, y que la mayoría soportaban escapando como podían de sus largas zarpas. Lo extraño es que esos episodios se tenían por rutinarios e incluso risibles, sin mayores consecuencias.

Los masturbadores ocupaban una escala superior entre los corruptores. Eran auténticos depredadores y forzaban a los niños a prácticas que estos no podían comprender y que en todo caso se vivían como experiencias humillantes, una forma de violencia que dejaba un rastro atroz e imperecedero en las víctimas. Los violadores eran los menos pero no podían ser más malvados, rudos criminales que acompañaban sus repugnantes actos con otras formas de violencia y brutalidad. No se habla de las palizas con que esta clase de pedófilos consagrados doblegaban la voluntad y aterrorizaban a los chicos para llegar a violaciones completas y reiteradas.

Más oculta aún era la capacidad de los curas y frailes pedófilos para seleccionar a sus víctimas entre el rebaño de los chicos. Estos delincuentes poseían un fino instinto para detectar a los más vulnerables, niños sensibles de carácter e indefensos, a quienes tras una aproximación amorosa y regalada convertían en objeto de su satisfacción como pupilos sexuales. El entorno educativo y falsamente protector de las instituciones regidas por sacerdotes permitía una generalizada corrupción infantil. No precisaba el recurso de la amenaza: el miedo inoculado y la honda vergüenza que sufrían los menores eran más que suficientes para aplastar toda resistencia y mantener ocultos los abusos, incluso bajo un aire de favoritismo hacia los chicos profanados.

Aquella criminalidad pedofílica funcionaba como una máquina oculta, donde la violencia se disfrazaba de amparo infantil y cariño paternal desde una autoridad absoluta y su implacable terror. Y si alguna vez los hechos resultaron evidentes, más por los inocultables efectos de las palizas y los estragos físicos que por el invisible daño moral causado, los culpables fueron protegidos y trasladados a otros centros, donde seguramente, como en Boston, continuaron su trayectoria canalla. Nunca se supo de un cura que fuera condenado por el ejercicio de su perversión sobre los niños.

¿Qué ocurrió aquí?

Euskadi no es una excepción en la pedofilia eclesiástica. Es posible que nuestra historia sea aún peor que la de otros pueblos, porque fuimos un país con una alta tasa de religiosidad, tuvimos y aún mantenemos numerosas comunidades educativas a cargo de órdenes religiosas y regentamos abarrotados seminarios. Aquí ocurrió lo que en todo el mundo católico, que miles de menores sufrieron abusos sexuales y aquella dolorosa vivencia ha quedado impune bajo el peso del silencio, el paso mortal del tiempo y la vergüenza de reconocerse en público como uno de aquellos niños violentados.

Es difícil que lleguemos a elaborar nuestro propio Spotlight, porque el peculiar carácter vasco y su introspección sirven de excusa para que no se escuche la atronadora demanda de justicia y verdad de los inocentes. Nadie alzará la voz en su honor y ninguna institución o medio de comunicación se molestará en relatar en profundidad lo que ocurrió. Por mi parte, muy tardíamente, estoy involucrado en la narración de los acontecimientos, a decenas, que conocí y que durante años escondí en un total ostracismo. Es verdad que mi libro adopta el formato de novela, pero en esencia lo que cuento se ajusta a sucesos reales, con nombres y apellidos, lugares y fechas auténticos. Lo importante no es mi caso particular, sino la honra de aquellos pobres chicos y su heroica resistencia y sacrificio. Nadie habla de ellos y ya es hora.

Lo que nos enseña Spotlight es que nunca es demasiado tarde para la verdad, ni es inoportuna, aunque moleste a una ciudadanía acomodada en el olvido de su pasado impresentable. Lo que debería ser tarea de la Iglesia, la compasión y las certezas, tendrá que hacerlo la prensa libre, los historiadores más osados o, por voluntario esfuerzo, alguna de las víctimas. No hay heridas que reabrir, sino estancias que ventilar y crímenes impunes que revelar. Sin odio, con la serenidad y la fuerza que corresponden a tan crueles delitos. Del Papa Francisco no cabe esperar más que buenas palabras, retórica beata, porque el actual jefe de la Iglesia habla más que hace, cuando debería abrir una comisión internacional para el esclarecimiento de estas injusticias en todo el mundo.

Instalados para siempre en una Euskadi poscristiana, con una Iglesia a la defensiva y marginal, desaparecidos los culpables y sus encubridores y con la memoria de los supervivientes en su peor momento, temo que el relato vasco de los abusos sexuales a niños por sacerdotes, si se escribe alguna vez, sonará a revancha anticatólica o película macabra e inverosímil. Como creo que el olvido solo puede existir si es indoloro, reclamo el esfuerzo intelectual y la dignidad histórica de un Spotlight nuestro y la denuncia de sus crímenes perfectos.