Ella y el doctor Masters: amor y sexo

masters-of-sexCon una tierna declaración de amor, bajo la lluvia, de Bill Masters a Virginia Johnson terminó el lunes pasado Masters of sex, serie emitida por Canal Plus que nos ha dejado impresionados, tanto por la historia de la revolucionaria pareja, como por la extrema belleza y la densidad emocional de este producto delicatesen. Solo las interpretaciones de Michael Sheen en el papel del ginecólogo y de Lizzy Caplan encarnando a su ayudante son suficientes para merecer todos los premios Emmy en su próxima edición. Es la mejor serie del año y un regalo para quienes aún seguimos creyendo en las cultas posibilidades de la televisión.

             La narración podía haber transcurrido por la senda tradicional del sacrificio y triunfo de los pioneros, la épica de un hombre y una mujer que pusieron patas arriba, con perdón, los misterios de la sexualidad humana y específicamente la femenina. Pero no. La serie ha optado por ser imprevisible y centrarse en los corazones de Bill y Virginia y de cómo la pasión por la verdad, la investigación y la vida les fue uniendo, multiplicando y finalmente enamorando en medio de las hipocresías de la sociedad norteamericana de los sesenta. En realidad es la historia de ella, una dama sensible, inteligente y perturbadora, cuya grandeza encauzó el genio científico de Masters y le proporcionó serenidad, metodología y alternativas para su estudio, primero como leal secretaria y eficaz “doña recursos” y después como infatigable coautora. Ella es el alma del relato y su eje especulativo por mucho que la liberación del sexo y la sublimación del placer sean argumentos omnipresentes.

             Si no la has disfrutado ahora, no te la pierdas cuando la repongan. Y mientras puedes leer el libro del que ha nacido la serie, escrito por Thomas Maier, una novela deliciosa y regalo ideal para parejas inhibidas. Masters descubrió que “el tamaño no importa”; pero Johnson acreditó otra certeza aún más inquietante: ellas esperan de sus compañeros mucho más que vigor y entusiasmo sexual: lo que las pone, lo más excitante es admiración y dulzura.

Contra lo previsible… en ETB y la vida

Mensaje-navideno-Rey_MDSIMA20121217_0160_37Vuelven los clásicos por Navidad. Repite el PP, como lo harán otros partidos, la crítica a ETB por su decisión de no emitir en Nochebuena el mensaje del rey, con sus tópicos, bobas generalidades, falsos buenos deseos y gestos artificiales que al día siguiente, con aburrida previsibilidad y solemne vasallaje, la prensa ponderará para compensar los vacíos intelectuales del monarca. Es un espectáculo ridículo al que sólo la televisión vasca añade una diferencia, algo creativo, por ser la única cadena rebelde frente a un discurso vacuo que no interesa a casi nadie. La parlamentaria popular Nerea Llanos, que también sienta su culo en el consejo de administración de EITB, ha dicho que es “un acto de insumisión y de desacato institucional”, recuperando los viejos debates que durante décadas llenaban de tedio la navidad vasca cada vez que ETB hacía uso de su libertad de programación. Pues sí, los políticos necesitan un curso de creatividad, o quizás un electroshock de innovación, para remediar sus privaciones imaginativas.

 Cuanto más previsible es uno más muerto está. Esta es la causa original de todos los fracasos personales y sociales: repetirse y no reinventarse en una continua transformación multiplicadora. No se puede vivir de verdad sin sorprender. La política es predecible, reiterativa, contagiosamente resignada. Si sabemos que la emisión del mensaje del rey es solo un símbolo cateto del sometimiento de Euskadi a la uniformación española y su tramposa unidad, ¿por qué no decirlo abiertamente sin disfraces? ¿Y por qué no derogar el decreto de las costumbres, esas invisibles tiranías del pasado sobre el futuro?

Si existiera un premio a la dignidad democrática tendrían que otorgárselo a ETB, por el mérito de salvarnos de una parodia cómica y el deber de escuchar el rosario de las mentiras borbónicas, como que todos somos iguales ante la ley y lo felices que vivimos juntos. Este año Cataluña debería comenzar su camino a la libertad independizando a su televisión pública, TV3, del christma rancio de la Zarzuela.

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¿La política es teatro? ¿Comedia o tragedia?

1382956142_506587_1382957067_noticia_normalSiempre me llamó la atención el hecho de que en nuestros planes educativos, tanto en el nivel medio como el universitario, no existiera la asignatura de arte dramático, tampoco retórica y oratoria. Ni siquiera se imparten en marketing o en Derecho, aun cuando la facultad interpretativa y la puesta en escena, aplicadas en sus justos términos, parecen herramientas indispensables para el audaz ejercicio profesional y la mejora de las competencias comunicativas. Y sin embargo, la teatralización está presente en la vida: vender, enamorar, persuadir, liderar, ilusionar, influir y emocionar son actos que exigen el uso de elementos teatrales -mistificación, exageración, simulación- para causar resultados efectivos. ¿No se enseña arte dramático porque se considera una habilidad innata que debe cultivar autónomamente quien la posea o porque se entiende como parte vergonzante de la naturaleza humana, antítesis de la verdad y la autenticidad? Fuera de los escenarios el teatro tiene mala fama, por cínico y fulero. Y sin embargo, todos somos actores, desde el atuendo a las palabras, los gestos y los recursos sentimentales y hasta los silencios y las ausencias.

 Supongo que es cuestión de límites y que la teatralización de nuestros actos no debería rebasar ciertas fronteras éticas. En la política se exhibe con nitidez la superación de las barreras que distinguen lo real de lo irreal y el uso desbocado de la escenificación, lo que explica la escasa credibilidad de la que gozan los representantes públicos. ¿Cuándo actúan y cuándo se sinceran? Cierto es que los políticos sufren una sobreexposición mediática porque su trabajo se proyecta desde las tribunas a los medios de comunicación; pero si las autoridades no se despojan de la vanidad -su peor enemigo-, no destierran el juego perverso de las controversias mediáticas en las que se vuelven rehenes del interés mediático y olvidan su identidad para crear su alter ego, se convertirán histriones del tragicómico teatro de la política y, finalmente, en cínicos profesionales. Y es que la falsificación como sistema de relación con la ciudadanía necesita una escenificación dramática y un enmascaramiento retórico.

 ¿Cuándo un político tiende a ser actor? Cuando pasa de persona a personaje y olvida que debe aceptar la equivocación y la crítica como parte de su condición y tiene dificultad en mostrarse frágil pero constante. Un curioso síntoma de las similitudes entre el drama y la política es la frecuencia con que los dirigentes políticos utilizan la palabra “escenario” o “nuevos escenarios” para referirse a oportunidades sobrevenidas. Hasta en las palabras se adivina el contagio entre gobernar y actuar.

 De todas las formas de teatralización política la peor versión es la demagogia y su variante populista. En estos géneros es donde existe menos verdad y mayor distancia entre lo real y lo ficticio, al mismo tiempo que hay más decorado emocional (miedo, necesidad, frustración, ilusión) que es lo que permite la percepción por el público de un engaño como certeza. Lo emocional no debería ser sustancial en política, sino formal, es decir, un instrumento al servicio de la verdad ética y el compromiso público. Demasiados adjetivos no hacen una buena narrativa, como la abundancia de hermosas palabras no construyen un amor inquebrantable. Hay que desconfiar de los líderes emocionales porque suelen encubrir tras la tramoya de su engolamiento un gran vacío argumental e ideológico. El político no tiene que ser vendedor ni seductor, ni siquiera carismático, sino limpio, eficiente y empático, tan aproximado a la realidad como exige la gravedad de los problemas que gestiona. El teatro tiene una dimensión metafórica, mientras que la política es lo contrario: se debe a la estricta autenticidad de las cosas.

El teatro del dolor

             Se dice que la política son gestos. No lo creo, si el gesto no es acción concreta con algún resultado positivo. Precisamente lo que le sobra a la política son gestos, que las más de las veces son cobardías extravagantes que esconden una profunda tibieza. Esta proliferación gestual se observa sobre todo en lo relacionado con las víctimas del terrorismo y las discusiones sobre la paz. La gestión sectaria e innoblemente emocional que se viene realizando desde hace años con las víctimas del terrorismo ha inducido a las autoridades a adoptar una forzada espectacularización del sufrimiento, una obligación inexorable a mostrarse compungidos, cuanto más mejor, al margen del modo personal -sobrio, neutro o incontenido- en que cada uno tiene de mostrar sus aflicciones y demás sentimientos. Y así resulta que la solidaridad hacia los damnificados se mide en términos de exuberancia verbal y solemnidad sombría para su validación política ante la ciudadanía y los medios. En esta teatralización imperativa el PP ha llegado a tal nivel de artificiosidad que sus dirigentes necesitarán mucho tiempo para desprenderse de la máscara fúnebre que se ciñeron como identidad superficial y aún no han abandonado.  

¿Dónde está la perversión de este teatro del dolor? En que el objetivo prioritario de la exhibición del sentimiento afligido de los políticos hacia las víctimas no es expresar solidaridad y pena, sino que se vea lo mucho que les duele, lo muy apenados que se sienten y así no se les pidan responsabilidades por no haber evitado los crímenes ni remediado el problema que los causa. Muy católico y español, por cierto: que todos me vean cuán piadoso soy, una fe de procesión. Supongo que esa obvia instrumentación teatral del dolor es lo que a muchas víctimas les han espantado del gran embuste de la solidaridad hinchada y a no participar en la estrategia del rencor que ha hecho aún más irracional, burda e insoportable esta comedia del luto oficial.

Tras el fiasco de la doctrina Parot se ha producido un nuevo acto del teatro del sufrimiento, muy curioso. En este caso la escenificación política tenía dos propósitos: tapar la vergüenza jurídica, cuyas consecuencias preveían y reducir la cólera de las asociaciones de víctimas más agresivas, todo ello mediante los iniciales amagos de no acatar la sentencia derogatoria de Estrasburgo, las posteriores recepciones de los ministros de Interior y Justicia a Ángeles Pedraza y Mari Mar Blanco e incluso la audiencia privada del rey, para terminar con el montaje creado en comandita con las cadenas de televisión para retransmitir la salida de los presos de ETA, así como el debate artificial generado sobre la excarcelación de violadores y pederastas, enredando este miedo social con la cuestión política vasca. Al final, la clase dirigente del Estado está atrapada en su viejo sainete de congoja culpable. ¿Acaso la calculada congelación de la política penitenciaria no es otro de los instrumentos del teatro nacional español en su gestión demagógica del sacrificio de las víctimas y el rencor incentivado durante años contra quienes no compartían las leyes de excepción y los atajos democráticos?

Pero nadie ha teatralizado mejor esta fase del victimismo que la presidenta del PP vasco, Arantza Quiroga, al proponer a las instituciones de Euskadi “una respuesta conjunta que deslegitime el terrorismo y prestigie la democracia ante la sucesión de excarcelaciones de etarras que no han mostrado la menor señal de arrepentimiento”. ¿Y cuál era su verdadero objetivo más allá del espectáculo? Hacer copartícipes a la sociedad de la comedia del dolor hinchado, involucrarnos en la táctica de odio y hacernos cómplices de la chapuza jurídica de la retroactividad. Tal vez el juego pícaro del teatro sea una necesidad para la política, tal como está hoy concebida; pero intentar que los ciudadanos subamos al escenario sobrepasa todas las líneas rojas de la decencia. Preferimos contemplar el espectáculo y reír o llorar con la comedia cotidiana de nuestra clase dirigente, hasta que no quede nadie que la soporte y el tinglado se venga abajo.

Requiem por unos fachas

pedrerol-punto-pelota_MDSIMA20131204_0197_42No existe escena más triste que una agonía, sea de persona, animal, flor, ilusión o empresa, incluso la de los canallas. Asistimos a los últimos instantes de Intereconomía, la tele radical de la derecha, enferma de soberbia e ira y víctima también de la crisis. En sus estertores finales expulsó el pasado miércoles, de la peor manera, a uno de sus profesionales de referencia, Josep Pedrerol, conductor de la tertulia deportiva Punto Pelota, que pese a sus caóticos debates lideraba las audiencias de la noche: el Sálvame del fútbol, le llaman. Pedrerol, siguiendo los pasos de los que antes que él salieron rebotados de la cadena de Julio Ariza, recalará en el otro canal beato, 13TV, propiedad de los obispos, a los que les urge, prelados y emisora, un renovador repaso de Papa Francisco. La gran estafa de la Iglesia española es haber convertido sus medios de comunicación en el púlpito de los retrógrados y traicionar el pluralismo político de los católicos. No imagino a Dios tomando partido.

              Si hay fachas en España -disfrazados de PP o asilvestrados- es normal que tengan sus tribunas de opinión; pero no hay mercado carca para dos. Así que las intrigas de Rouco por un lado y el mesianismo de Ariza por otro condenan a Intereconomía a una muerte segura en breve plazo. De momento, cede en enero su señal al Real Madrid y se va a ocupar el sitio de MTV, que desaparece. Claro, ¿qué mejor lugar para la tele del “equipo del régimen” que el espacio que habitaba la ultraderecha?

 Lo más curioso es el resultado de estos cambios. Vocento, que es titular de las concesiones de TDT utilizadas por Intereconomía, Disney, Paramount y MTV, es ahora socio de Florentino Pérez, una incompatibilidad conceptual con sus fervores hacia los equipos vascos. Como productor de televisión Vocento es un fiasco, pero como arrendador de licencias audiovisuales es magistral. En esto cumple la clásica vocación de Neguri: vivir de las rentas del patrimonio heredado, sin dar un palo al agua. Pero no, la tele, como la tierra, debe ser para quien la trabaja.

La verdad de las segundas oportunidades

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Eta orain zer? Esta era, en los primeros años de la transición, la frase predilecta de la izquierda extraparlamentaria con la que apelaba irónicamente a la ingenuidad democrática de los ciudadanos de entonces. Con ese mismo título, pero con intención informativa y de conciencia social, ETB2 estrenó el pasado jueves en horario estelar el espacio ¿Y ahora qué?, presentado por la polivalente Patricia Gaztañaga. En la tele se manejan dos tipos de curiosidad popular: la morbosa y la sensible. La primera se utiliza en programas donde se trafica con la intimidad, enfocados hacia lo dramático para extraer sufrimientos, rencores y otras emociones tóxicas. La otra, el lado sensible de las historias personales, es en la que se apoya la nueva propuesta de la televisión vasca con un claro propósito de servicio público. ¿Interesa a la sociedad la odisea vital de quienes estuvieron en la cárcel? Claro que sí, porque son experiencias reales y no hay nada más gratificante como saber que existen las segundas oportunidades, la mayor victoria de los seres humanos sobre el fatalismo.

            Desprendido de todo morbo ¿Y ahora qué? se la juega a la agudeza de las preguntas de Patricia y a la actitud de los personajes, antes perdedores y ahora reinsertados. Es un riesgo para el impacto público del programa, porque no todos saben narrar su salida del infierno. Como siempre sucede en la crónica de las vidas truncadas, unos se declaran inocentes y otros asumen sin complejo su culpabilidad: estos son los héroes y aquellos los innobles al considerarse víctimas de la mala suerte o las circunstancias. Las historias de Julio, Miguel, Benito y Pepe, que pagaron con años de libertad sus delitos, si no tienen un final feliz dejan al menos una estela de esperanza. Este es precisamente el mensaje interior del programa: hay vida después del fracaso.

            Quienes dicen que todo está inventado en la tele se equivocan: más allá de lo previsible, miles de personas esconden peripecias extraordinarias cuyo relato está por descubrir. Salgan a encontrarlas y después nos las cuentan.