Viernes, 27 de marzo, decimocuarto día después del cristo. Descubro en un mail traspapelado que el crío tenía que escribir un diario en inglés desde el comienzo del encierro. Oh, my God! Pero si esto es un maldito día de la marmota elevado a su máxima potencia. Para lo que tiene que contar, pienso, valdrá con un semanario. Y quien dice semanario, dice quincenario. Si me apuras, bastará con un parte mensual. Y si no me apuras, va a ser que también. En esas estaba, pensando en si alentaba el espíritu crítico del crío e infringíamos el mail, cuando cayó otro en mi bandeja. «En Semana Santa no habrá deberes». Oh, my God! Estoy sufriendo una alucinación. Como aquel día que creí ver un gel hidroalcohólico en la estantería de una farmacia. O eso o me tengo que graduar las gafas. Me froto los ojos. Que no habrá deberes. ¡Ja! A mí no me la cuelan. Esto es un bulo, igual que ese de que quienes compartimos katxi de jóvenes con medio Casco Viejo somos inmunes. Whatsappeo a una madre. Pues, oye, que es verdad. El txupinazo de Aste Nagusia se queda corto comparado con el fiestón que montamos el crío y yo en la cocina. Y sobrios. No nos tiramos harina y huevos porque tenía merluza para albardar, pero les juro que ni tocándome el euromillón daría esos saltos de alegría con doble tirabuzón.
Arantza Rodríguez