Hemos dejado sola a Catalunya

¿Por qué discutir sobre lo importante si podemos hablar de lo anecdótico? Esta es la tendencia actual, la tiranía de la superficialidad, promovida por la cúpula de nuestro modelo de sociedad y amenizada a través de las redes sociales por una parte de los medios de comunicación. Una moda de pensar en pequeño, por no saber vivir con criterio propio. El clásico pensamiento único. Rancho igual para todos. La falta de método, el caos conceptual, que confunde lo esencial con lo secundario, es lo que lleva al ciudadano a la distracción, al debate menor y a la consiguiente frustración sobre sus verdaderos y categóricos problemas. Nadie lo ha impuesto, pero el sistema -el estándar de poder que se resiste a cambiar para no perder sus privilegios y quedar en evidencia ante sus falsedades- se ha extendido y constituye una cultura social que se cree poseedora de un gran potencial de juicio, cuando en realidad es un pensamiento en miniatura, casi siempre falaz y de respuesta tan rápida como inservible.

Para que esta cultura laxante y breve -la cultura de la anécdota- sea posible se necesita suscitar entre las personas la práctica de la pereza intelectual y cultivar el menor esfuerzo mental para la obtención de opiniones llanas. Cuando esperábamos que el conocimiento y el discernimiento analítico se generalizara, está imponiéndose un repliegue del interés por saber más allá de lo elemental. Y lo que es peor: esta cultura anecdótica se ha vuelto muy locuaz y atrevida, por lo que se anima con todo. Nunca como hoy hubo en nuestra sociedad tanto uso del tópico, tanto pensamiento-eslogan.

De la sociedad sometida por la anécdota a la política de la simpleza no hay distancia. Lo de menos, aun siendo grave, es la pobreza verbal y el espectáculo de enfrentamiento superficial que manifiesta a diario la clase política. Lo imperdonable es que los dirigentes, haciendo dejación de su responsabilidad y olvidando su mandato de promover la autonomía de criterio y el sentido crítico de la ciudadanía, nos proponen análisis cerrados y estrechos y la liquidación del progreso y el poder individual. Las instituciones nos han traicionado y la mayoría ciudadana, de la que surgen aquellas, acepta no querer ser más de lo que es. Todos satisfechos y felices.

Cómo pulverizar un debate

Pongamos dos casos de la imperante cultura de la anécdota, una social (la muerte del torero Iván Fandiño) y otra política (el proceso de independencia de Catalunya). El debate público suscitado tras la desgraciada muerte en Las Landas del matador de Orduña, en vez de centrarse, como es de rigor, sobre la causa de esa tragedia y las soluciones para evitar que se repita en otras personas y lugares, lejos de ir al núcleo de problema se volcó desde el primer día en lo marginal, en algunas respuestas que tuvo el suceso en las redes sociales, particularmente Twitter, donde unos pocos detractores de las corridas de toros expresaron su alborozo y mofa del fin del lidiador vizcaíno. Y así, los insultos y la expresión de falta de respeto de una minoría no representativa del movimiento antitaurino, tan plural, era lo noticioso y lo que ocupaba el tiempo de discusión en los medios, incluida la televisión pública vasca, que dedicó a esta reyerta anecdótica una buena parte de la tarde siguiente a la tragedia. No, a Fandiño no le había matado un toro en un espectáculo salvaje que satisface el embrutecido ocio de miles de aficionados. Nada de eso, al torero le habían corneado y asesinado unos pocos tuits. Estos eran los culpables. Ellos le habían atravesado los pulmones, el hígado y los riñones, en cogida mortal de necesidad. Las redes sociales eran el problema, no la dantesca fiesta taurina. En definitiva, lo menor -los atolondrados mensajes de unos pocos- se hizo grande entre los ciudadanos para que lo mayor -la tragedia humana causada por una celebración bárbara- quedase en un segundo plano sobreviviendo, una vez más, a su cuestionamiento ético y social.

Además, de favorecer la primacía de la anécdota frente a lo fundamental, nuestro modelo de valores elevó su tono al pedir duras sanciones para los autores de los mensajes estúpidos que celebraban la muerte de Fandiño. ¡Que enciendan la hoguera!, clamaron los tribunos contra los herejes. Es decir, que la culpabilidad se desvió hacia las escasas y mostrencas palabras de algunos mensajeros. ¿Pero no son las corridas las que han producido en lo poco tiempo tres muertes de toreros, la última en México? ¿Cuántas más vidas humanas, además del horror de la tortura animal, se necesitan para que Euskadi y España acepten enfrentarse a este drama y sus miserias? “Toros sí o toros no, ese no es el debate”, dijo alguien ante las cámaras de ETB, tan campante. ¿Cómo que no? Si excluimos tratar la raíz de la enfermedad cuando su horror es más evidente y actual, ¿hablamos solo de sus síntomas? He ahí la ceremonia de la nueva religión del chascarrillo informativo.

Cuidado con el atrevimiento

El modo en que se viene explicando por sus detractores el proceso hacia la independencia de Catalunya es aún peor. Podríamos hacer un análisis pormenorizado cómo los grandes periódicos y cadenas de televisión españoles anecdotizan el conflicto. De entrada, califican la posición de la Generalitat de “desafío”, con ese tonillo de superioridad y desprecio con que los voceros del Estado certifican su ilegítimo poderío, surgido de una Constitución heredera de una transición tramposa en años de ignorancia y miedo. La España sumisa se ha visto superada por un pueblo que a sus razones han añadido valentía. Hay que tener motivos y mucho valor para emprender, contra viento y marea, un camino de libertad. Los españoles deploran más ese coraje que el trasfondo político del asunto.

España no entiende a Catalunya porque es incapaz de discurrir más allá de lo simple, le supera lo complejo. Toda la reducción de la realidad tiende hacia un diagnóstico no solo erróneo, sino malvado. Los catalanes no se han vuelto locos. Esto se arregla con dinero, dicen los memos. Otros, con menos seso aún, apuntan que es una aventura de políticos al margen de la ciudadanía. ¿No se les ha ocurrido pensar qué les ha llevado a pedir su salida del Estado y diseñar un futuro propio? La forma tan elemental con que se observa el proceso catalán resume la pobreza de los partidos y la necedad de los medios, que pugnan por avivar las llamas de un problema que merecería un alto nivel intelectual y cierta decencia moral, primero para definirlo bien y, después, para tratar de resolverlo.

La clase dirigente y los intelectuales son en esto más simples que los ciudadanos desinformados. Espanta leer y escuchar lo anecdótico de sus juicios. El profesor de derecho constitucional de la UPV, Javier Tajadura, decía hace poco que “no se puede hacer una reforma federal o confederal con reconocimiento del derecho de autodeterminación”. Y añadía que no existe ninguna constitución europea que recoja ese derecho, de manera que otorgaba categoría -quizás mágica- a lo no existente como argumento y valor jurídico. Tampoco existía el derecho al voto para las mujeres, ni el divorcio, ni el de propiedad, ni la potestad individual que amenazase la arbitrariedad del tirano. Y se alcanzaron. Las armas y la violencia eran la razón. ¿También ahora se van usar contra los catalanes sediciosos? Si no disponemos del poder de autodeterminarnos va siendo hora de que se formule. Y la virtud catalana estriba en eso, en su creativa y valiente ruptura, casi heroica, de los límites legales, por insuficientes y caducos, para que, dentro de los debidos cauces participativos, pueda ser posible. Lo más difícil no es cambiar el paradigma unitario del Estado; es aceptar su extrema dificultad. Uf, España tiene pereza, porque hay que pensar y luego trabajar. Mejor hacer rudos chistes de catalanes.

 

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Consultor de comunicación

 

San Fermín: semáforos en los encierros

EL FOCO

Onda Vasca, 6 julio 2017

Hace unas horas se ha lanzado el txupinazo de las fiestas de San Fermín 2017, que se prolongarán hasta el 16 de julio. Medio mundo ha tenido noticia de este arranque festivo y permanecerá atento a lo que aquí suceda durante estos días. No hay fiesta en todo el mundo que, desde una ciudad pequeña, sea capaz de acaparar tanto interés, no sé si un interés muy sano y bastante morboso, pero interés al fin y al cabo que muchas ciudades y eventos internacionales no son capaces de alcanzar, ni de lejos, a pesar de invertir grandes sumas de dinero en promoción y publicidad.

¿Qué ocurre con San Fermín, que llama tanto la atención? Se ha escrito mucho sobre eso, pero yo no quisiera hacer ahora una sesuda investigación sociológica sobre las claves festivas, culturales y simbólicas de este suceso. Donde quiero poner el foco es sobre su evolución al cabo de los años y cómo, a pesar de todo, San Fermín resiste, enfatizo, se resiste a cambiar sus contenidos frente a las demandas innegables de hacer desaparecer la violencia de los encierros, las corridas de toros y los excesos que en este entorno se producen. Dejo aparte la cuestión de las agresiones sexuales, que ya tratamos hace un par de semanas. Este es un problema específico y es común a los eventos multitudinarios, fiestas y conciertos, que apelan al conjunto de la sociedad y su modelo de diversión y ocio.

Inicialmente, la culpa de todo la tiene Hemingway, cuya novela Fiesta, de lectura obligada en los colegios y universidades norteamericanas durante décadas, catapultó a Iruña-Pamplona a la relevancia mundial. Ninguna campaña turística ha hecho más por una ciudad que ese libro. Más tarde, fue la televisión la que impulsó aún más el atractivo de San Fermín hasta llevarla, creo yo, a morir de éxito. O al punto de la masificación y la incomodidad allí donde estés, salvo que, como ocurre muchas veces, tengas tu propio y exclusivo espacio festivo, cerrado a unas pocas personas, al margen del bullicio general.

¿Deben cambiar las fiestas de San Fermín? ¿Y si deben cambiar, por qué no lo hacen? El debate sobre la cuestión está en la propia ciudad, entre los propios vecinos y vecinas de la capital navarra, y a ellos les compete, en exclusiva y libremente, tomar las decisiones que consideren convenientes. A los pamploneses y pamploneses, y a los navarros en general, les molesta mucho que la gente de fuera le diga lo que deben hacer. Tienen razón. También les molesta que tengamos una idea muy corta de lo que son las fiestas de la ciudad, que son, dicen, mucho más que los encierros y los toros. Hay miles de actividades y oportunidades de las que se habla poco. También tienen razón, pero la propia simbología de la ciudad, con los dibujos de Kukuxumusu y otras iconografías, han resaltado la figura del toro como eje visual de las fiestas.

Mañana, con el primer encierro, posiblemente tengamos las primeras imágenes de heridos y problemas con los corredores. Los encierros son de una extrema peligrosidad. Por los toros, por el exceso de gente, por la imprudencia de muchas personas, por el mismo concepto en sí. Y, sin embargo, con pocos cambios puramente técnicos y estéticos, los encierros siguen igual, más allá del horario y de las medidas de seguridad, como el doble vallado, el refugio del callejón, los líquidos antideslizantes y la mayor vigilancia policial para sacar del recorrido a las personas averiadas. ¿Por qué se mantienen los encierros? Porque la gente de Pamplona los quiere y no se plantea, para nada, su eliminación. Se mantienen por una de las fuerzas más potentes que existen, prácticamente invencibles: la tradición. La herencia histórica cultural de una sociedad que se transmite de generación en generación, que se vive desde niños y jóvenes, que tienen prestigio entre las personas y se considera parte de la identidad de esa comunidad. Si algún alcalde se planteara o decretase el fin de los encierros habría un tumulto sin precedentes en la ciudad. Pamplona se rebelaría, casi unánimemente. A pesar de esta voluntad, los encierros, por su violencia y peligrosidad, no deberían permitirse.

Como no podemos vencer a la tradición, tengo la esperanza de que los encierros, y también las corridas de toros y los espectáculos sangrientos y violentos, mueran poco a poco. El gran aliado para que los encierros desaparezcan es la masificación. Como la masificación será creciente y hará, de facto, imposible, la supuesta vistosidad de los encierros, el Ayuntamiento tendrá que acotar el número de corredores y corredoras. Habrá pulseras de entrada y limitaciones. Eso será un rejón de muerte para el festejo. Obligará a que los participantes pasen control de alcoholemia. Otro rejón. Se creará una casta de corredores. Otro rejón. Puede que los encierros se conviertan también en coto para frikis venidos de todo el mundo. Quizás no sea tan descabellado poner semáforos en la calle Estafeta, en Mercaderes y en Telefónica a fin de dejar pasar sucesivamente a una parte de los toros y grupos de corredores. ¡Semáforos en San Fermín, qué gran idea! Será un espectáculo solo para la tele. Otro rejón. Perderá su raíz popular y puede que se transforme en un reality show de la tele. Un rejón más. Los encierros no sobrevivirán a su viejo éxito y a sus propios excesos. Todo en el encierro es excesivo.

Pamplona no tiene el control para la gestión de los encierros, de la misma manera que se le escapa lo que ocurre en muchos otros espacios festivos, donde se producen conflictos. Los sanfermines, en una buena parte, están fuera de control y pertenecen a los miles de personas que acuden a la ciudad. Hay muchas maneras de divertirse, pero no todas son válidas. La tradición puede ser invencible, pero si no se modifica terminará por matarse a sí misma. Violencia y fiesta no son compatibles. Que se diviertan y, ¡Viva San Fermín!, Gora San Fermín!

¡Hasta el próximo jueves!

 

Por mar, tierra y aire

 

La casualidad ha hecho que la temporada de traineras y el Tour comiencen el mismo día, este pasado sábado. La competición de remo y la ronda ciclista son de lo mejor de ETB en verano, ambas en la cadena en euskera. Las retransmisiones arraunlaris han logrado un alto nivel creativo, con imágenes aéreas, tomas perpendiculares para la observación de las distancias, cronometría, grafismo y narración técnica y emocional que podrían explicarse en el magisterio audiovisual como ejemplos de televisión perfecta. Hay que añadir que el equipo formado por Mikel Olazabal, Ibon Gaztañazpi y Sara Gandara lo bordan, con criterio y fervor. Más allá de cuál sea la tripulación ganadora en 2017, haya o no trifulca entre patrones, con sospechas o sin dudas sobre las decisiones de los jueces, es seguro que de julio a septiembre las miradas estarán puestas en ETB. El remo es un deporte que se ve mejor en la pantalla que en las orillas, por el detalle que las cámaras son capaces de capturar y el entusiasmo que alcanza la emisión. Es un chollo para el telespectador, más aún en el espectáculo total de la Bandera de La Concha.

El Tour no es lo que era. El dopaje y los falsos campeones lo han destrozado; pero sigue habiendo miles de seguidores que cancelan la siesta para unirse a la epopeya. Impresiona su tesón por mostrarnos la belleza. El problema es que ETB comparte las imágenes con TVE, a la que acude la mayoría, quizás por una cuestión idiomática. Poco pueden hacer Pedro Mari Goikoetxea, Fermín Aramendi y Xabier Usabiaga para neutralizar la escapada de los espectadores vascos, por mucha frescura e intensidad que le agreguen. ¿No hay manera de que La 1 module su señal en Euskadi en horas de etapa, evitando el solapamiento? Es un derroche.

Y a punto de iniciarse el periplo festivo vasco, de Iruña, Baiona, Gasteiz, Donostia y Bilbao, habría que suplicar a ETB que desista de emitir los fuegos artificiales. ¡La magia es un espíritu, no un fondo oscuro! Los fuegos se hicieron para mirar al cielo de los sueños y no a un espejo ciego. Hagan el favor.