Por casualidad, el estreno de la segunda temporada de El cuento de la criada ha coincidido con la notificación de la sentencia sobre “La manada”, ese quinteto de salvajes que, en verdad, violaron en grupo a una madrileña de 18 años en sanfermines. Uno de los primeros capítulos del serial -servido por la plataforma HBO y producido por Hulu- se titula Unwomen, las no-mujeres. Son las rebeldes de la tiranía teocrática y patriarcal de Gilead, enviadas a las Colonias para morir de cáncer en los trabajos forzosos de extracción de tierras tóxicas. En esta distopía las mujeres son esclavizadas como úteros que germinarán los comandantes, para ser sirvientas, esposas infértiles o guardianas despiadadas. No cuentan para más. Para la Audiencia navarra la chica agredida es una versión de no-mujer.
Tras el éxito de la primera temporada, la historia asume ahora una mayor carga de violencia, comenzando por la simulación del ahorcamiento masivo de las criadas, escena de una brutalidad impresionante. Al texto original de Margaret Atwood ha añadido la autora canadiense nuevos hechos de heroísmo y sufrimiento, de compasión y tortura, de amor y sacrificio. Como contraste, las directoras han desplegado una estética de primera clase, con imágenes cenitales, tramos a cámara lenta de gran belleza y largos silencios. El resultado es un prodigio cinematográfico que contribuye a engrandecer la causa del feminismo en el contexto del Mee Too y las históricas movilizaciones del 8-M. Es el relato perfecto de la épica de la igualdad. Todas las mujeres deberían verla, porque esta maravilla las colmará de emoción después de la injusticia.
El aberrante fallo del tribunal podría haber sido un episodio verosímil de la serie. Un magistrado leía una resolución benévola con los culpables. Una jueza hacía el papel de Tía Lydia, represora de las criadas. Y un tercer juez pedía la libre absolución porque la joven había sido vejada “en un ambiente de jolgorio y regocijo”. Realidad y ficción se han solapado peligrosamente en la tragedia de las no-mujeres.