Diario de cuarentena. Día 56. En el país de Gilead

Si habéis leído la novela “El cuento de la criada”, de Margaret Atwood, o visto la serie de mismo nombre, protagonizada por Elisabeth Moss, recordaréis que el país imaginario donde gobierna la dictadura teocrática, en los actuales Estados Unidos, se llama Gilead. Allí las mujeres son desposeídas de sus derechos y convertidas en esclavas, úteros a capricho de los comandantes y violadas por estos, en domésticas, crueles guardianas o esposas sumisas de los jefes. Un estado terrorífico donde se asesina al disidente y se gobierna por la fuerza militar.

Pues bien, este mismo nombre, Gilead, es el de una compañía multinacional farmacéutica, con sede en California y extendida por todo el mundo (también en España) que factura más de 5 billones de dólares. Un emporio especializado en retrovirales que actualmente está trabajando en su medicamento Remdesivir, cuyas propiedades parecen indicadas para el tratamiento del coronavirus que azota el mundo. Hay mucho en juego. 

Y me pregunto. ¿Cómo es posible que una empresa tan importante pueda adoptar el nombre de Gilead, que en el relato de “El Cuento de la Criada” es sinónimo de terror, crímenes, violación y tiranía? La marca Gilead data de 1987, dos años después de que Atwood escribiera su distópica novela. ¿Es que nadie de la compañía había leído el libro para evitar esa coincidencia trágica? Si la escritora canadiense lo hubiera publicado después del nacimiento de la empresa, Gilead hubiera hecho lo imposible para impedir, con dinero o tribunales, que el relato diera su mismo nombre a la dictadura imaginaria. 

El nombre Gilead no es original. Aparece en la Biblia y se refiere a una región hoy perteneciente a Jordania. Es increíble que, dada la relevancia de la novela de Atwood, la empresa no cambiara de marca. Tal vez sea una compañía puntera, pero en lo que se refiere al marketing es brutal. No compraría acciones.

Esto me recuerda mis penurias mentales a propósito de la marca vasca Baqué. Desde niño, Baqué significaba para mí una marca de café. Y, sin embargo, yo veía por la calle unos enormes camiones cisternas, de color negro, con la marca Baqué bien grande. Me desconcertaba. Y pensaba: ¿cómo pueden transportar café en esos camiones tan asquerosos? ¿Llevan el grano en cisternas? ¿O transportan café hecho, en líquido, para los bares? ¡Qué repugnante!, cavilaba. Y no entendía nada.

Pasaron no menos de 20 años y me eligieron presidente de mi comunidad de vecinos, un edificio nuevo. Había que contratar el suministrador de gasóleo para la calefacción central. Me recomendaron ir a Baqué. Y fue allí, en sus oficinas, que supe que esta marca, perteneciente al mismo grupo, era ¡un distribuidor de combustible! ¡Tócate las narices!, la misma marca e igual logotipo para café que para gasolina. ¡La quinta maravilla del marketing! En fin. No te fíes jamás de quien no cuide la limpieza y honor de su nombre o marca.

Diario de cuarentena. Día 55. ¡Comprad, comprad!

Llueve en mi pueblo, con tormenta incluida, lo que es una buena noticia. La lluvia purifica el ambiente y riega la tierra y el alma de quien la recibe. ¿No podría llevarse, de paso, el maldito virus y con él a todos los que trafican desde la política y la información con el sufrimiento y el miedo de la gente? Esa sería la lluvia perfecta.

El mundo está angustiado, es cierto. Al dolor causado por el coronavirus se une el hecho de las consecuencias catastróficas en la economía. Millones de empleos, negocios y actividades penden de un hilo. Y frente a ese horizonte se estudian y ponen en marcha soluciones. En Getxo y en todos los pueblos de Euskadi se están preparando campañas para salvar el comercio local, las tiendas pequeñas y medianas que llevan cerradas desde hace dos meses y que, de seguir así, acabarán hundiéndose. Los ayuntamientos, que en esta crisis han tenido el papel de “malos”, multando a infractores y regulando el movimiento de las personas, dicen que es el momento de comprar en las tiendas del pueblo y del barrio. Y tienen razón. Los grandes comercios podrán sobrevivir, por su fortaleza; pero si ahora no nos volcamos con los pequeños y medianos, sucumbirán.

Hay que comprar en nuestro comercio. Nuestro, esa es la cuestión. De aquí. Pero no lo hagamos por compasión. Eso no funciona. Hay que consumir en ellos porque sus productos, sus precios y su servicio son buenos. Se compra por comodidad, por calidad, por su atención. Porque son confiables. Y sí, se puede seguir comprando on line aquellas cosas que no encontramos aquí. Además, los comercios locales también deberían digitalizarse y competir con las mismas herramientas.

Sí, el consumo nos sacará de la crisis de la pandemia. ¡Comprar, vivir! Este sería el eslogan de la campaña que yo haría si me la encargaran. Volved a entrar en los bares, comer pintxos, brindad, reid. Entrar en los restaurantes, daos un homenaje, recordar a los que cayeron viviendo de nuevo. Aprovechad las rebajas de temporada que las tiendas pondrán en marcha. Haceos regalos, mover el dinero, disfrutad. Volved al cine, visitad los museos. ¡Hay que ir a la final de Copa a Sevilla!

Cambiad de coche, compraos una bicicleta, haced el viaje aplazado, y ya que no se puede al extranjero, a algún lugar de Euskadi o del Estado español: una ruta de paradores, viaje por la Castilla interior, a Santiago, a Canarias. Por cierto, que el gobierno español debería ayudar al turismo desgravando fiscalmente el turismo interior. De esta manera, no tendrán que rebajar los precios y podrían solventar en parte un año que será malo absolutamente.

Como vasco, pido al Gobierno de Euskadi que incentive el turismo interior, de costa o montaña. Y creo que el presidente Sánchez debería hacer lo propio. No creo que haya en estos momentos y en los próximos meses nada más patriótico que consumir, hacer turismo, vivir, disfrutar y estimular la economía. Hagan el favor.

Comprad, amigos, todo lo que podáis, trabajad a tope. Es solo dinero, pero es vida, mucha vida.

Diario de cuarentena. Dia 54. La suerte está confinada

Suelo pasar todos los días por la cabina verde de la ONCE en la que Koldo reparte suerte. Está cerrada, claro. Koldo es un tipo singular, con mucha historia y con el que bromeo y me río. No es ciego, pero tiene una minusvalía, lo que le da derecho a ser vendedor de cupones. Contra mi criterio antijuegos y antiapuestas, solo compro el Cuponazo, los viernes. Un ritual.

“Es por vosotros”, le digo a Koldo, porque la Primitiva, la Lotería, la Quiniela y todo lo demás me producen repugnancia. Son juegos franquistas, decadentes. Solo en Navidad, por la presión de la tradición, compro algunos décimos. Y nada más. Los juegos de azar son degradantes, más aún si están promovidos por el Estado. Como el tabaco y los estancos, que habría que volarlos. 

La verdad es que me gusta lo de la ONCE, por mi obsesión por el número 11, mi número mágico, que veo a todas horas y en todas partes, todos los días desde hace no menos de veinte años. Le ocurre a mucha gente. Sí, ya sé que las siglas pertenecen a la Organización Nacional de Ciegos Españoles, una entidad de origen franquista, una obra benéfica. ONCE también podría ser “una vez” en inglés. Quizás por eso también solo juego al cupón, qué cosas.

Por supuesto, nunca me toca nada, algún reintegro o terminación. Afortunado en amores, supongo. ¿Y qué va a ser de esa gente, los de la ONCE, si sobreviven gracias a la venta de sus sorteos? ¿Qué van a hacer ahora? ¿Lo revertirán en sorteos digitales? ¿Abrirán de nuevo las cabinas? Quiero ver de nuevo a Koldo y hablar con él de política y otras cosas. Es un hombre cordial, vivido y de un gran sentido de la ironía. Una buena persona.

Los que no han cesado son las apuestas digitales, los casinos por internet, esa desgracia mafiosa y antisocial que crea miles de ludópatas y arruina a muchas familias. Deberían ser ilegales; pero el juego on line es una industria poderosa y presiona a las autoridades para que se abran locales de juegos y apuestas y patrocinan grandes clubes de fútbol, como el Alavés o el Osasuna, oprobiosamente.

Acabo de enterarme de que han nombrado a Mikel Arana, un dirigente vasco de Podemos y antiguo militante comunista, Director General de Juego, adscrito al Ministerio de Consumo. Es una persona muy válida e intelectualmente solvente; pero extraña que un hombre de ideas sólidas de izquierda se ponga al frente de una de las actividades más antisociales que existen, el juego. ¿Se atreverá a liquidarlo y recolocar a los loteros en algo más productivo y honroso?

El azar es un misterio. Y el mayor condicionante de nuestras vidas. Más de dos tercios de lo esencial de la existencia ocurre por azar. Y los juegos y apuestas son una de las formas con las que tratamos de controlarlo. Es perverso y cutre que las personas busquemos en el azar la solución a nuestras necesidades. Yo también voy adonde Koldo a probar suerte. Al final, le digo: “Eres un gafe, Koldo”. Y vuelvo cada viernes.

Diario de cuarentena. Día 53. Hora de televotar

Entre las cosas que ha interrumpido la pandemia están las elecciones que en Euskadi, y también en Galicia, teníamos previstas para el 5 de abril. El virus ocupó las urnas hasta devorarlas. Vivimos una situación insólita. Es verdad que, en comparación con la realidad dramática de los muertos y los enfermos por el coronavirus, la cita electoral se antoja secundaria. Pero como país necesitamos reforzar ahora, en un momento crítico, las instituciones en las que debemos apoyarnos para superar el drama sanitario, económico y social. Una democracia reforzada también es parte de la lucha, ya lo creo que lo es. 

Mi duda de hoy es por qué en el siglo XXI con todos los adelantos tecnológicos y con la mitad de la humanidad teletrabajando y telestudiando no es posible televotar. ¿Por qué demonios no es posible votar telemáticamente, lo que resolvería de un plumazo las dificultades sanitarias de un proceso electoral tradicional? ¿Nos damos cuenta de que, en la práctica ejercemos el derecho a voto como lo hacían nuestros bisabuelos o tatarabuelos (en España, país de tiranías, poco) en el siglo XIX? Es incomprensible este retraso. ¿Por qué?

Sabemos que el voto electrónico se ejerce en algunos países; pero no confundamos el voto electrónico con el televoto. El electrónico es el voto que se lleva a cabo por dispositivos instalados en los colegios, en terminales parecidas a cajeros automáticos. Tras introducir tu tarjeta, que te identifica mediante el chip y tras dar a tu clave, pulsas en la pantalla y aparecen las distintas listas. Solo tienes que dar a tu opción. Y ya está, sin papeletas ni antiguallas. El recuento es inmediato y el sistema, eficiente. Esta es una fórmula superada. Hay otra mejor.

Hablo de televotar desde casa o desde donde puedas entrar en línea. Tienes tu firma digital y tu clave. Conectas con el censo y pulsas la opción, y punto. Me hace gracia que los ayuntamientos usen la fórmula del voto on line para elegir el cartel de fiestas del pueblo. ¡Qué bien! Votan doscientos. Una broma democrática. Pero votar para aprobar o reprobar el presupuesto, eso no. No hay ningún obstáculo objetivo para televotar en la elección del presidente o el parlamento. Lo que hay es mucho miedo.

Hay miedo a los hackeos y la manipulación invisible. El voto cuaternario de las papeletas es controlable, pero el televoto se nos escapa, dicen. Pero es un temor que infunde el poder; porque con el televoto aplicado a las grandes decisiones dejaría a los políticos cuaternarios al descubierto. El consenso sería entre la gente y no tanto entre sus pleistocénicos profesionales. El miedo al televoto deviene de la desgana de los políticos a desarrollar un sistema de decisión al alcance de todos.

Recuerdo que Iñaki Goirizelaia, exrector de la UPV, mi universidad, estudió el tema y lo ensayó en unas elecciones a la presidencia del Athletic, Uría vs. Lamikiz, en 2001. Fue un desastre técnico. Pues va siendo hora de darle a la democracia lo que se le niega. Quizás la pandemia ayude a la libertad, mira por dónde.

Diario de cuarentena. Día 52. ¡O yo, o el caos!

No sé si recordarán la vieja viñeta publicada en la revista satírica Hermano Lobo, allá por el 75, poco antes de la muerte del dictador. El autor se llamaba Ramón, nada que ver conmigo. Aparecía un orador subido en la tribuna que, dirigiéndose a la plebe, gritaba: “¡O nosotros o el caos!” La gente respondía: “¡El caos, el caos!”, a lo que el tribuno replicaba: “Es igual, también somos nosotros”. Sánchez ha hecho suyo el chiste amenazando al país con el caos si mañana no se aprueba una nueva prórroga del estado de alerta, innecesario y que nos aboca al desastre económico y social.

No sé qué resultará de la votación, pero creo que Pedro Sánchez es adicto al caos. Y bien que lo siento. No me cae mal, aunque no le votaría nunca. Si por algo prefiero al socialista es por la alternativa, la derecha y la ultraderecha, que sería infinitamente peor. Con Casado y Abascal, que cogobiernan varias comunidades autónomas y optan a hacerse con el poder de España, regresaríamos al franquismo con todos sus males de terror, centralismo y tiranía. Sánchez es ahora el Gobierno menos malo para España, visto desde la perspectiva vasca. 

Sánchez es un presidente de imagen patética, en el sentido más literal y literario del término, es decir, “que denota gran angustia o padecimiento moral, capaces de conmover profundamente y agitar el ánimo con violencia”. En su batalla política libró varias batallas al borde de la derrota y todas las ganó. Primero, contra la nomenclatura del PSOE, que le derribó tras ganar un Congreso y se impuso a candidatos más afines al sistema. Lo que le negaron los mandarines, lo obtuvo de la militancia socialista. En este sentido es un político romántico. Un resistente. Un superviviente. Y ya victorioso ante los suyos, llegó a la presidencia del Gobierno por el atajo de la moción de censura a Mariano Rajoy y la derecha corrupta.

Luego vinieron dos elecciones generales sucesivas, que ganó precariamente y que, tras pactar con quienes antes había rechazado (la izquierda extrema de Pablo Iglesias) le hicieron presidente con toda la legitimidad de los votos. ¿A Sánchez le persigue la mala suerte o está condenado a vivir siempre al borde del abismo? Porque tres meses después le ha caído una pandemia y tiene que afrontar la peor crisis (sanitaria, económica y social) que le puede tocar a cualquier mandatario. Quizás Sánchez y el fatalismo son parte de la misma historia.

Creo que el presidente español tiene buena voluntad; pero es torpe en comunicación y bajo de liderazgo, inseguro, pese a lo cual los nacionalistas le apoyamos. No se puede gobernar un país sin contar con las Autonomías. Las ha ninguneado tras arrebatar sus competencias. Entiendo que esté a la defensiva por la ferocidad de los ataques de la derecha y la ultraderecha; pero debe saber que está en minoría.

La democracia española hace aguas por la derecha, heredera de los tics e ideas del franquismo. O camina hacia un Estado confederal o se condena a la eterna mediocridad y la división. ¡Ay, Sánchez, qué mal te sienta el caos!