¿Qué relevancia tiene que la donostiarra Cristina Garmendia haya asumido la presidencia de Mediaset tras meses en sede vacante? No lo sabremos hasta que se determinen sus atribuciones en el grupo italiano. El perfil profesional de la exministra es de ciencia y tecnología, pero sin conocimiento del negocio mediático, lo que podría sugerir un cometido más simbólico que estratégico. Garmendia tuvo el mérito de sobrevivir al segundo gobierno de Zapatero, aquel que llevó al Estado al borde del rescate cuando la crisis financiera y cuyos efectos de austericidio aún persisten en forma de salarios bajos, contratos basura y depauperación juvenil.
Mediaset vive en la zozobra por su cambio de ciclo, lastrado por la gestión de Paolo Vasile quien, a costa de hundir a la sociedad en la basura moral, dio a ganar millones a su jefe Bunga-bunga Berlusconi. El romano Vasile y el florentino Maquiavelo compartían el lema de que el fin justifica los medios. La apuesta de su sucesor, Alessandro Salem, de suprimir una parte de la podredumbre ha sido valiente y arriesgada. Tiene sus enemigos internos y de momento el apoyo de los herederos del clan milanés en la confianza de que restablecerá el liderazgo. En Euskadi Telecinco es número 1. Y ahí entra la señora presidenta.
En la zona oscura de Garmendia está la Ley Audiovisual de 2010 que condujo a TVE a la ruina por la supresión de los anuncios, 500 millones de euros anuales. Sabemos que aquella fechoría fue obra de la vicepresidenta Fernández de la Vega, homenajeada después por la patronal UTECA. ¿Y qué papel tuvo la nueva presidenta de Mediaset? Habiendo estado en el Consejo de Ministros que aprobó la privatización publicitaria su nombramiento podría interpretarse como recompensa diferida. Son mis dudas, pero le deseo suerte.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ