Del pito a la toga

Hubo un tiempo en que los árbitros salían a almohadillazos. En esa época jueces y fiscales eran intocables en un sistema oscurantista que infundía temor. Ahora, los del pito van tan campantes con el VAR que les guía, mientras los togados están cuestionados y la gente se indigna con sus decisiones y dilaciones, pues ya no les vale el bíblico “no juzguéis y no seréis juzgados” (Mateo 7, 1-5) y se les juzga, ya lo creo, por la sociedad democrática. No hay poderes independientes, viejo tópico, pues todos son -judicial, ejecutivo y legislativo- interdependientes.

La tele ha penetrado en los tribunales y nos muestra al juez Peinado instruyendo un asunto tan forzado que hasta sus jefes le han reconvenido por mala praxis. Y a un juez faltón hablando de culos y tetas a una mujer víctima de presunta agresión sexual como si estuviera en una tasca, y aún se queja por ser amonestado. Ahí está el juez del caso Rubiales con su chulería negando el decoro. Cómo olvidar a González, el delirante juez de la manada de Iruña. Y la Audiencia Nacional, donde ocurrió lo inenarrable. Y al superjuez Garzón, antes héroe del poder y hoy villano, sentenciando urbi et orbi. Y a Marchena, el mejor actor en el juicio farsa contra los líderes del procés que se hizo televisar en directo para exhibir la humillación de España a Catalunya. Demasiado deterioro frente a solo un buen juez Castro.

La película Justicia artificial retrata la distopía de cómo la tecnología sustituye a los jueces, una idea. En el Estado se sabe más, por el cine, de los tribunales de Estados Unidos que de los propios; y ahora es peor en su ruin politiqueo. Que sea el Real Madrid el que pida extirpar la arbitrariedad de los árbitros es extraño; pero es normal que la ciudadanía exija lo propio a los jueces: un respeto.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

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