En el microcosmos de la tele también hay espacio para el glamour y el culto estético, no todo es vulgaridad y feísmo. Ayer comenzó en Canal Plus, en sesión doble, la quinta temporada de Mad Men, una de esas series delicatesen que reciben premios por doquier -acumula ya quince Emmy y cuatro Globos de Oro- y provocan que una marea de seguidores exquisitos la ponderen e idealicen como a una obra maestra de Bergman o Eisenstein. A tales delirios intelectuales contribuyen su extraordinaria calidad artística y la refinada ambientación, que reproduce las tensiones de cambio de la sociedad norteamericana en la década de los sesenta, vista desde el epicentro del sugestivo negocio de la publicidad en Nueva York, confluencia de ambiciones, poder, dinero y sexo bajo múltiples circunstancias y personajes.
Las nuevas peripecias de los hombres de Madison Avenue (de ahí el nombre de la serie) avanzan hacia la consumación de la previsible tesis del relato: el éxito profesional conlleva el tributo del fracaso vital en forma de divorcios, odios, adicciones y soledad. Paralelamente, en la batalla por ascender en la escala del reconocimiento intelectual, las mujeres pagan su precio con insufribles crisis emocionales. O sea, la vieja teoría de la maldición de la riqueza asociada a la desdicha. O la simpleza de que el triunfo económico se padece en el infierno de la vida terrenal. Un consuelo para los pobres.
Si usted no puede disfrutar de esta historia, sepa que contra el privilegio de la televisión de pago surgió la justicia distributiva de internet, donde podemos ver, incluso por anticipado, las series que no se emiten en abierto. Le gustarán mucho los dos primeros capítulos, mientras que los fetichistas quizás alcancen el éxtasis en el octavo con un hecho insólito en televisión: Don Draper pincha un disco de The Beatles y hace sonar Tomorrow Never Knows, tan psicodélico. El gesto ha costado un cuarto de millón de dólares por los derechos. Era lo que le faltaba a Mad Men para apropiarse del alma sagrada de los sesenta.
Es una serie muy glamurosa. Los dialogos entre los personajes estan muuy estudiados. Es una buana serie .
La pena que muchas personas no la pueden ver. Aunque si eta la opcion de internet.
Me ha gustado mucho ete articulo sobre la television.
¡Siempre nos quedará Madison Avenue!
Confieso mi adicción a ciertas teleseries por que creo que en los últimos años toda la inteligencia creativa, el talento de quienes cuentan historias ficticias, por muy hiperrealistas que sean, (por ej. The Wire) ha hecho eclosión en el lenguaje televisivo, con todo lo denostado que ha sido hasta hace no muchos años.
Además de Mad Men tenemos muchas otras, la mayoria norteamericanas y británicas, por cierto, aunque me atreveria a decir que nos han acostumbrado a un estilo productivo extraordinariamente caro (exceptuando quizás Walking Dead) y no lo veo sostenible para un futuro a largo plazo porque muchos de los adictos a las buenas series somos tb adictos a las descargas.