La parodia es un género burlesco que tiene dos versiones: la auténtica, de intención satírica más o menos cruel, como la imitación de personajes públicos o las películas de Leslie Nielsen; y la fallida, que resulta de la burda emulación de obras o hitos trascendentes. Las dos causan hilaridad, pero la segunda, además, produce consternación. Ver en la tele a la ministra Chacón escenificando con afectación histórica y rimbombancia verbal y gestual su renuncia al liderazgo socialista es la muestra de una parodia política por sobrevaloración de la autora y exageración dramática. Cuando se pretende representar con petulancia una realidad simple se acaba por hacer el ridículo. Es la trampa del falso esplendor en la que han caído la miniserie Alakrana y el anuncio del Día de las Fuerzas Armadas.
El secuestro del pesquero bermeano merecía un relato más digno que el emitido por Telecinco, un subproducto patrocinado por el Ministerio de Defensa para insertar dos mensajes embusteros: que el Gobierno no pagó el rescate y que los navíos militares hicieron lo posible para evitar el asalto y que éste no se prolongara durante cuarenta y siete eternos días. La parodia está en la falsa épica negociadora de las autoridades españolas y en aspectos tan zafios como el espía del CNI, vestido de Coronel Tapioca, y los líderes somalíes, que más parecían de esos negros que hacen de Baltasar en las cabalgatas de Reyes que temibles piratas.
Del spot castrense, generosamente difundido por ETB1 (en castellano), lo menos que se puede decir es que incurre en publicidad engañosa al prometer lo irreal: que los soldados protegen a “nuestros pesqueros en las aguas más peligrosas del mundo” y que para ellos “la mejor recompensa es regresar a casa y poder decir buenas noches”. Que se lo cuenten a las decenas chicos que han vuelto de Afganistán en una caja. Lo paródico del anuncio es la imagen mítica de un oficio inhumano y la falsa belleza de la violencia, a lo que solo se alistan, por desesperación, los emigrantes y los que tienen poco que perder.