
Nos viene bien de vez en cuando pasar por una crisis existencial, algo así como una implosión que lo ponga todo patas arriba. ¿Crisis de ser o crisis de hacer? Un poco las dos cosas, entre riesgo de identidad y catarsis necesaria. En Hollywood sufren ahora esta situación crítica de cambio bajo la depresión por el triunfo del trumpismo; pero ya venía de antes. Hollywood es progresista a su manera, con Jane Fonda como icono, por mucho que tenga furibundos conservadores como Clint Eastwood y Mel Gibson. El cine es una realidad alternativa y se vio en No other land, sobre el drama palestino, y en el homenaje a la emigración por Zoe Saldaña, dominicana de origen, en medio de las redadas contra esta gente.
La crisis existencial de Hollywood es de hace mucho tiempo, cuando renunció al arte por la industria. La televisión y la era digital han vaciado las salas, el paraíso perdido donde hoy apesta a pepinillo. El Oscar a Anora es la expresión de que cualquier peliculita sale con su premio. Merecía más respeto el relato sobre los inicios de Bob Dylan. The Brutalist, pues va de arquitectura, es un ladrillo insoportable con Brody haciendo lo de siempre, de hombre angustias. ¡Qué lejos queda de la mítica El manantial! La gran derrotada, Cónclave, con formidables actores, es una versión retardada de Las sandalias del pescador, cambiando Papa ruso por Papa hermafrodita. Y mientras, Bergoglio se muere.
¿Y qué quería Karla Sofía, el perdón de la Academia y llevarse una indigna estatuilla? Hay que tener cara para sentarse junto a colegas a cuya raza vilipendió, como si la persona y su obra pudieran separarse. Sí, hay crisis existenciales, como las de Europa y Hollywood, pero hay peligros aún peores, con Putin, Netanyahu y Trump dirigiendo una historia de terror, muy real.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ