Todas las historias acaban mal

A la familia Monster se refiere el viejo magnate Logan Roy como símil de su propia parentela en la cuarta y última temporada de Succession, relato colosal que nos sirve HBO. Ya no es, como al principio, una historia actualizada del viejo Rey Lear en la que sus tres hijas deben ganarse el derecho a heredar el trono con las luchas internas que esto provoca. Aquí y ahora no hay el mínimo honor, pues impera la degradación y nadie se salva con una pizca de decencia: el hijo mayor es un bobo iluminado, el segundo es inmoral al límite, la tercera es la más inteligente pero frágil y el cuarto es un degenerado. Completan este clan disfuncional un sobrino estúpido y los consortes, a cuál más canalla. ¿Existe una corporación semejante capaz de llegar al despedazamiento entre sus dueños? ¿En cuál se ha inspirado? Quien crea en un capitalismo de perfil humano no encontrará en esta serie argumentos optimistas. Es como un alegato para la autodestrucción de la economía de mercado.

Y como el final (demoledor) está servido, tanto para el tinglado empresarial como para la estirpe, solo queda ver de qué manera sutil se aniquilan y quién alcanza la cota más alta de infamia. Queremos disfrutar del talento narrativo para sostener nuestro interés a lo largo de los diez capítulos de esta debacle familiar y de negocios. Es difícil imaginar que ofrezcan algo aproximado a la ternura o emitan alguna señal de esperanza en la virtud de los grandes negocios. 

El patriarca Logan Roy es generoso al llamar familia Monster a la suya, porque hay mucha más humanidad entre la gente de ultratumba. Da miedo pensar que en algún lugar del mundo exista, como en Succession, un grupo mediático dispuesto a construir “el periodismo del siglo XXI” desde los podridos valores de los Roy. Si la democracia va mal es, entre otras causas, porque la información ha perdido libertad y liderazgo ético. Conviene recordar que todas las historias acaban mal: morimos.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Una lección de narcisismo

En su oprobiosa novela Historia de Helio, por la que el viejo Lara le concedió el Premio Planeta en 1976, ya apuntaba el profesor Ramón Tamames -persona y personaje- sus delirios paranoicos. Era su autorretrato. Junto con Sánchez Dragó, Pérez-Reverte, Savater y acaso Arcadi Espada, que hace pinitos de predicador en las tardes de Cuatro, forma la cofradía del narcisismo hispano, un club crepuscular. Cualquiera de ellos podría haber encabezado la moción de censura de la ultraderecha contra el Gobierno. Nadie más explosivo y dispuesto a declamar una letanía de reproches y mandamientos que un intelectual cabreado con la realidad y con su edad. No es política, es psiquiatría.

Así lo vimos, entre la estupefacción y la risa, los que seguimos en directo (apenas 1,2 millones de telespectadores) las dos jornadas del esperpento de Vox. Si al menos Tamames hubiese tenido alguna idea brillante, una cierta épica o un poco de ingenio… Pero no. Quien habló, sentado y adherido a Abascal, era un anciano de noventa años que por respeto a sus teñidas canas evitó el vilipendio merecido para un abanderado fascista de pensamiento veleta. Como producto de televisión la moción fue un reality de desencuentros y peleas o también una de esas decadentes tertulias políticas que aburren y permiten el desahogo y la pedantería de unos pocos. Fue una distopía de España, con el protagonismo patológico de un chaquetero cínico que puso un crespón de vergüenza al último capítulo de su vida. La moción ha sido un viaje de regreso a la tele en blanco y negro.

Con su descaro, Vox ha ridiculizado el parlamento en la convicción de que desprestigiando la democracia y con su odio emergerá “la malherida España, de Carnaval vestida”, que se manifestó por boca de un provecto excomunista, quien nunca, ni antes ni ahora, creyó en la libertad, solo en su ombligo.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Censura, ayer y hoy

Censura es el nombre de la bruja mala de los medios. En la sobrevalorada BBC la influencia del gobierno conservador hizo caer al presentador Gary Lineker del más popular programa deportivo de la cadena pública por sus críticas a la política de emigración. Tras la evidencia censora y el clamor solidario con el exfutbolista, le han repuesto. En la mágica Galicia su televisión autonómica ha represaliado a Mayte Cabezas, hija de una víctima del terrorismo, por recordar a Feijóo su incumplimiento de hacer una ley de apoyo a los damnificados. Si a todo esto añadimos que la cadena Fox, propiedad del magnate Murdoch, ha admitido (tardíamente) que algunos de sus comentaristas respaldaron las mentiras del tragicómico Trump sobre el supuesto fraude electoral de 2020, es para echarse a llorar y temblar. La Rusia de Putin es la capital de la censura.

La censura es una de las múltiples cabezas de la serpiente del fascismo. A mí me echaron de una emisora de radio por reprobar el muro antipolizones del Puerto de Bilbao; pero ¿quién no lleva heridas parecidas? Muchos dicen que hay más censura hoy que en décadas anteriores. Es falso. ¿Acaso se podían desvelar las acciones delictivas de Juan Carlos de Borbón? ¿Cuántas veces cerraron publicaciones como El Jueves y secuestraron libros? Pregunten a Josetxu Rodríguez, Javier Ripa y Nicola Lococo sobre su calvario judicial por una tira cómica del rey hace unos 15 años. Que ahora se eviten los chistes de homosexuales, mujeres obesas (¿recuerdan a La Ramona, que cantaba Esteso en 1976?) y personas de raza negra no es censura, es un avance ético con nuevos valores.

La limitación de información y creación la imponen los poderes económicos, políticos y religiosos. Como la Iglesia sobre sus casos de pederastia y el Gobierno español en lo concerniente al terrorismo de Estado. Donde hay secretos hay censura. Y donde hay miedo, autocensura.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Telecinco se parece a España

El problema de los conservadores es su dificultad para el cambio. No saben, no pueden, no quieren cambiar. La televisión es terca y se limita a retocar el formato manteniendo su horizonte. ¿Varió en esencia la tele al pasar de blanco y negro a color? ¿Ha avanzado en su tránsito de analógica a digital? ¿Mejoró con los canales privados? Sigue siendo un artefacto de entretenimiento y un menguante poder de influencia social. Ahora Telecinco, tras un año de resultados calamitosos, se dispone a hacer ajustes. Nadie ha respondido a esta pregunta: ¿Cuánto dinero ha dejado de ingresar en publicidad y patrocinios por la pérdida de liderazgo? Podría estimarse en varios cientos de millones de euros; pero el consigliere Vasile dio a ganar mucho más a sus accionistas en 25 años. Hasta que la escuálida vaca de la telebasura se quedó seca.

La nueva troika de Mediaset formada por Prado, Salem y Musolino (¡uf, menos mal que no acaba en i!) se muestra vacilante ante la herencia del estercolero. Les falta atrevimiento para suprimir Sálvame -corazón del viejo modelo- y enviar al desempleo a la tropa del veneno, a Belén Esteban, Matamoros, Patiño, Jorge Javier y semejantes, también a la plagiaria Ana Rosa. Antes de tumbarles deberán pasar una transición de credibilidad. No es que Telecinco, caído del caballo de las audiencias, vaya a convertirse en La 2, pero podría superar a Antena 3 con concursos populares, culebrones de calidad, series atractivas, mejores informativos y reduciendo sus realities. Y un espacio estrella que simbolice su transformación. Y nuevas caras.

Renovar una programación tarda entre seis y dieciocho meses. No tendrá éxito si toma el camino reformista, propio de los conservadores. ¿No es mejor y más eficiente derribar una casa de cimientos podridos y hacerla nueva que aplazar su ruina con una tímida reforma? Es como España, un Estado fallido que no quiere cambiar y prefiere hacerse pequeñas e inútiles reformas.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Más abajo de la política

¿Se puede caer más bajo tras fracasar en la política? Pues sí, entrando en la tele como tertuliano para continuar la carrera en el púlpito del entretenimiento. Es un caso digno de estudio -más en el campo de la psicología que de la sociología- que tres expresidentas de Comunidad Autónoma sean habituales en las tertulias de los canales privados. Son Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes, ambas de Madrid, y Susana Díaz, de Andalucía. ¿Cuál es su impulso? Como el económico no puede ser, pues el contertulio tiene un salario de hambre, será la vanidad o algún tipo de reivindicación tardía de su maltrecho prestigio como mandatarias. Si yo fuera madrileño o andaluz me sentiría avergonzado de ver a quienes gobernaron mi país haciendo el payaso como charlatanas. ¿Se imagina usted a los lehendakaris Ibarretxe, Garaikoetxea o Ardanza como asiduos parlanchines en las pantallas?

Lo de Cristina Cifuentes, cleptómana y tramposa, es patético. No solo es una fija en la mesa de Todo es Mentira, sino también de la crónica social con Ana Rosa. Por si fuera poco, ha participado en el reality Traitors, actualmente en HBO, cayendo eliminada a la primera por su mala fama. La catalana Pilar Rahola fue pionera y ahí sigue. Por la Sexta pulula Cristina Almeida, con quien una noche me marqué un dueto en un karaoke de Bilbao. Lo de Esperanza Aguirre, aristócrata y cínica, también es de hacérselo mirar, al igual que la jacarandosa exministra Celia Villalobos, tertuliana con Risto Mejide y concursante en MasterChef VIP. Otros dos exministros, Ábalos y Margallo, tienen tribuna de oradores en Cuatro, auténtico cementerio de elefantes.

Pero se puede caer aún más bajo que este circo de políticos caducos, y es que Euskadi sea la única comunidad donde Telecinco, con toda su telebasura a cuestas, es la cadena de mayor audiencia. ¡Qué bochorno!

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ