PSE+PP, la suma que resta (y divide)

El paradigma de toda alianza estratégica y de cualquier fusión de intereses es que la suma resultante sea superior a la mera adición de las partes, un concepto expresado en la ecuación 1+1=3, que alude al aumento exponencial de ganancias derivadas de la unión de sinergias y la conjunción de recursos, equipos y proyectos comunes. No parece que este haya sido el producto de la confluencia entre PSE y PP que sostiene al Gobierno de López. Tras los resultados de las recientes elecciones municipales y forales el valor agregado de la coalición es hoy 1+1=1,34 en relación con las autonómicas de hace dos años y 1+1=1,47 respecto de los votos obtenidos en los comicios locales de 2007. La suma decreciente del consorcio antinacionalista determina su descalabro no sólo en términos de aritmética electoral, sino también en aspectos sustanciales como el liderazgo político, la credibilidad pública y la facultad de impulso de la sociedad.

¿Cuándo una suma se convierte en resta?

Para comprender el fracaso de la hermandad PSE+PP hay que remitirse a los objetivos que la motivaron, ninguno noble y todos contrarios a la naturaleza positiva que en las empresas humanas dan sentido a la cooperación e integración de esfuerzos. El primero, la alternancia democrática disfrazada de desquite antinacionalista contra las audaces políticas soberanistas de Ibarretxe, muy avanzadas para su tiempo y fuera de oportunidad. La operación, muy artificial y desmesurada, se configuró como réplica contra el PNV al que el sistema (élite de poderes políticos y económicos) percibía por entonces como un riesgo para la estabilidad y contra el que, para allanar su desalojo, se organizó una terrible campaña de descrédito mediático.

La segunda motivación del pacto fue algo tan viejo y elemental como la ambición de poder, corolario de la ingenua aventura de López y su ansioso “ahora o nunca”, bajo el contagio del éxito irreal de un insolvente Zapatero. López quiso ser en Euskadi reflejo de las demencias de Zapatero en España. Aún así, la codicia de López por la lehendakaritza tuvo en los principales grupos de comunicación sus inspiradores, con la participación estelar de una legión de cantores, entre ellos Iñaki Gabilondo, Joseba Arregi y otros intelectuales, que sobrevaloraron con sus loas y adulaciones a quien fue investido lehendakari sin ganar las elecciones, carente de experiencia gestora y con una limitada formación básica. Engañaron a los ciudadanos creando un personaje que, a las primeras de cambio, se descubrió incapacitado para liderar un país complejo y plural. La posterior historia de la sobreprotección informativa de su Gobierno por los medios que lo auparon se estudiará en las universidades como fechoría profesional, indigna de la responsabilidad democrática de la comunicación social.

No había, pues, argumentos legítimos -ni aún forzando la razón- que justificaran el sumatorio PSE+PP. No hubo demanda social suficiente que diera motivo a la alianza de esas fuerzas contra al nacionalismo vasco. No existió el propósito de realizar una suma coherente, sino de emprender una sustracción fraudulenta, una acción negativa y demoledora, esencialmente destructiva, incluso frívola. La falta de espontaneidad y raíces verdaderas de la empresa, finalmente, han dado impulso a la  réplica de la mayoría vasca para atajar una amenaza que pretendía alterar sus sutiles equilibrios interiores. Y así, en la primera ocasión decisiva que se le ha dado a la gente, ya con todos los partidos en liza, se ha producido un terremoto electoral que ha desbaratado los planes de los desintegradores. Ninguno de los dos sumandos ha manifestado todavía que la inversión ha fallado en sus cálculos y que la suma prevista se ha transformado en una deducción brutal de la convivencia democrática.

¿Por qué esta suma es una división?

Si no había razones objetivas para la suma quiere decir que la coalición tenía aspiraciones extemporáneas, contrarias a los criterios de beneficio y coherencia que motivan la unión de voluntades en un proyecto común. En efecto, el acoplamiento PSE+PP se configuró como un frente excluyente, no explicitado pero real, percibido por la sociedad vasca, pues la hostilidad de su programa se manifestó desde su arranque con profusión de símbolos beligerantes y pregones de revancha. Recuérdese el interés de López en ciertos desmontajes y su fijación por alterar apresuradamente EITB, a costa incluso de su ruina y desconexión emocional. Los primeros decretos en la represalia, ya se sabe, son para cortar cabezas y derribar los blasones enemigos.

Configurado como una muralla y animado por un virulento espíritu nocivo, el acuerdo no podía más que provocar la fragmentación pública, pues todo frente se basa en la exclusión y negación de unos por otros, con sus consecuencias de atrincheramiento e intolerancia mutua. La suma PSE+PP es una división porque, en efecto, en vez de unir divide, incluso entre los suyos, muchos de los cuales no pueden ocultar el complejo de culpa y sus sentimientos de vergüenza por ser parte de una asociación inconcebible. La naturaleza rupturista y sectaria del consorcio españolista se extendió desde los partidos a la calle y todavía hoy se vive con sufrimiento entre los ciudadanos: he visto quebrarse amistades y relaciones personales por los demoledores efectos del pacto de 2009.

Lo cierto es que todo frente separador tiende a fabricar un lenguaje belicoso y a mostrarse excesivo en sus discursos con el objetivo de ahondar en la segregación y vilipendiar por norma al adversario. Por eso, la retórica de combate ha sido siempre un signo de identidad del tándem PSE+PP, con conceptualizaciones tan groseras como normalidad, cambio, oasis, boicot y otros paroxismos orales. Pocas cosas dividen tanto como las palabras, sobre todo si hay necesidad de justificar la querella. Y como la verbosidad es exponente de quienes andan con déficit de legitimidad, Pastor+Basagoiti son activos portavoces del máximo común divisor de Euskadi (como lo es también ETA) y con su elocuencia pendenciera traman toda clase de insultos, imprecaciones, injurias e ignominias para retroalimentar su feliz paranoia de socios de un mal negocio.

¿Suma y sigue?

A pesar de la quiebra, López ha manifestado que «el Gobierno socialista tiene más sentido que nunca», ciego a la realidad de la suma decreciente PSE+PP y sordo al clamor de rechazo del 70% de los ciudadanos. ¿Qué más tiene que suceder para que arregle sus cuentas con la gente y concluya la estafa de su alianza? Lo insensato es que pretendiera salvarla mediante un pacto anti Bildu en ayuntamientos y diputaciones y ampliar su despropósito en un suma y sigue que hubiera conducido a la locura política de Euskadi. Era demencial que el PNV se incluyera en una suma que le excluyó por principio y que no era otra cosa que incitación al suicidio, un delito.

Ciertos proyectos no tienen remedio porque nacieron torcidos y se concibieron para causar estragos hasta más no poder. Se resisten al cierre confiando en la oportunidad de nuevas conspiraciones. Aquí el fraude se mantendrá hasta que la suma sea PSE+PP=0.

Mensis horribilis: Junio, el peor mes de la era Surio

Junio terminará siendo el mensis horribilis de Surio, el peor mes de su desdichado mandato, con una audiencia del 7,6% en ETB-2, la mitad de lo que heredó justo hace dos años. Hasta ahora, el punto más bajo al que había caído la cadena en castellano era el 7,9%, en octubre de 2010. Cuando los hombres de López se jactaban de que el rechazo social a su gestión había tocado fondo y que los niveles de aceptación comenzaban a remontar, acontece este baño de realismo que echa por tierra sus previsiones y consolida su debacle directiva y política. La sensación general es que el actual modelo, comisariado en informativos y poco ingenioso en programación, es un fiasco y que, definitivamente, la entente audiovisual PSE+PP se ha derrumbado en sus cálculos, de lo que se deduciría la necesidad de promover dimisiones de alto nivel. El cese de Idígoras taponaría de alguna manera la caída de su director general; pero Basagoiti, que tiene mando en plaza, no está por la labor de sacrificar a uno de los suyos.

Socialmente batida, la dirección de ETB ha desarrollado en los últimos meses una intensa campaña de propaganda a través de los medios afines -Vocento, El País y El Mundo– con el objetivo de acreditar la supuesta mejoría de su proyecto. En un enfático reportaje de dos páginas, El Correo Español afirmaba la pasada semana que «la calma llega a EITB» y añadía que «el repunte de la audiencia genera una paz interna», trazando una imagen estupenda de nuestra televisión a partir de los datos coyunturales de El Conquistador y la campaña del 22-M. Pero tal recuperación es una fábula y junio ha revelado con sus inapelables cifras que ETB vive hoy sus horas más dramáticas.

Surio es a EITB, lo que López es al Gobierno Vasco, la misma fatalidad: dos ilegitimidades paralelas, dos gestiones superadas, dos ineptitudes manifiestas, dos lastres para Euskadi, dos espejismos, dos virtualidades sin futuro. Uno seguirá en el cargo tanto como aguante el otro. López ha perdido las elecciones; Surio también, además de la mitad de la audiencia.

http://www.deia.com/2011/06/27/opinion/columnistas/telele/mensis-horribilis

Agur Vizcaya

Hay momentos en los que hay que disfrutar sin reservas. Ciertas satisfacciones hay que expresarlas a rabiar, como lo hacen los niños, abiertamente, a corazón abierto. Uno de estos momentos de gozo ilimitado ha llegado: por fin, Bizkaia se escribe oficialmente sin uve, sin ce y sin ye, sino como corresponde: con b, k e i. Para muchos esto ya era lo normal; pero otros, aferrados al pasado como los amantes de la nostalgia y el miedo, mantenían el nombre Vizcaya, contra el criterio de la mayoría y de las autoridades del Territorio. Escribir Vizcaya en vez de Bizkaia no eran solo tres faltas de ortografía, sino tres afanes resistentes, tres impulsos franquistas, tres patadas a la realidad, tres diques de contención españolista.

Ahora, los recalcitrantes se verán obligados a cambiar. Este es el espectáculo del gozo: asistir a la ceremonia de la retirada del nombre en la cabecera del periódico El Correo Español y la sustitución del viejo nomenclátor por el nuevo en la escritura habitual del nombre del Territorio. No hay que perdérselo. Ver a los Ibarra, Bergareches, Echevarrías, los Zarzalejos y a todos los fachas de Neguri escribir Bizkaia será un instante histórico, como cuando tuvieron que tragar con la ikurriña, el nombre de Euskadi, la calle Sabino Arana y la avenida Lehendakari Aguirre, y la oficialidad del euskera. Esa b, esa i y esa k serán como tres razones, tres hitos, tres pasos que rebasan la frontera existente entre Euskadi y España, tres metros conquistados a España, tres mojones removidos. Tres pares de…

Es verdad, es solo una cuestión simbólica, poco relevante en apariencia. Sin embargo, los símbolos, cuando hay argumentos de libertad, tienen una gran importancia. El símbolo de la oficialidad de Bizkaia -al igual que los de Araba y Gipuzkoa, también oficializados en el Estado- es un éxito cultural… y abertzale. Los de El Correo Español lo saben y por eso mantenían su resistencia a Bizkaia.

Seguramente, en España seguirán escribiendo, por ese orgullo bélico que ha sido su calvario en su triste periplo histórico, Vizcaya, Alava y Guipúzcoa. Será interesante ver cuál es la respuesta en las ediciones vasca de El País y El Mundo, y también de El Diario Vasco. ¿Serán ahora tan legalistas? ¿Serán insumisos a la nueva normal? ¿Serán vascos o españoles? ¿Serán, al menos, razonables?

Bizkaia ya no es una opción nacionalista. Es una obligación. Una gozada. Para los fachas… una putada.

Save the fachas. ¿Televisión u ONG?

http://www.youtube.com/watch?v=y_xvtwXPhtU

¿Una cadena de televisión es una causa solidaria, como Caritas o Unicef? ¿Es aceptable que requiera dinero a sus espectadores, siendo una empresa con ánimo de lucro y no una oenegé? Desde hace un par de semanas Intereconomía, que confunde la audacia con la temeridad, viene pidiendo donativos a la gente para compensar su precaria cuenta de resultados, con la excusa de ser objeto de continuas agresiones del Gobierno Zapatero, a saber, una multa impugnada por los tribunales y la resintonización obligada de su canal que también ha afectado a otras emisoras. Dicen en Intereconomía, para justificarse, que la solicitud de apoyo pecuniario privado es práctica habitual en Estados Unidos, patria de la liberalidad. Lo que callan es que los medios americanos que aceptan donaciones para su sostenimiento son cadenas ideológicas pertenecientes a grupos religiosos extremistas y organizaciones ultraconservadoras que, al igual que la cadena del toro, se nutren de la agitación, el miedo y la paranoia.

Si una televisión acude a la caridad popular ya no es empresa que se curra la audiencia y los anuncios, sino una bandera o movimiento, un designio paroxístico, un proyecto salvador para su triunfo o su tragedia; una religión, en suma. Por eso, Intereconomía vive en estado permanente de tertulia, con cuádruple ración de opinión sectaria y mínima porción informativa, tras lo cual lo normal es apelar al bolsillo de los fieles, de la misma manera que en misa se pasa el cepillo después de la homilía.

En la otra esquina del escenario mediático, La Sexta -que no le pide dinero al pueblo, sino al Gobierno- ha emprendido una contracampaña con el sarcástico lema Save the fachas y una divertida cuestación pública, hucha en mano, en barrios ricos y pobres con destino a la cadena de la ultraderecha, que se ha tomado a mal la parodia. Ahí está la gran diferencia de esta historia: lo que para muchos es motivo de risa y mofa, para unos pocos es algo muy serio y trascendente. Por alguna razón, la risa siempre está del lado de la libertad.

La revolución fallida. La indignación no es razón suficiente.

La revolución tendrá que esperar: todavía hay más que perder que ganar. El movimiento social 15-M, llamado también Democracia real Ya, ha intentado una revolución singular, más mirando a Egipto que a mayo del 68, en la creencia de que el hastío hacia el orden político actual y la indignación por los efectos de la crisis económica, con millones de desempleados y una incertidumbre duradera, podrían ser suficientes para provocar el derrumbe del sistema o al menos su rápida y parcial mutación. A día de hoy esa movilización, básicamente juvenil, parece haber agotado las ilusiones (y sueños) que generó y apenas es noticia en los medios salvo por incidentes menores y la dispersión de sus acampadas en los centros urbanos de algunas ciudades del Estado, sobre todo Madrid. En Euskadi las protestas han sido anecdóticas, quizás porque la conciencia democrática es mayor entre nosotros o porque la experiencia nos ha inmunizado contra las revueltas de calle y los proyectos maximalistas.

No, la  movilización social no ha salido derrotada, como señalan los sociólogos, por sus propias urgencias y el cansancio, sino que habiendo cumplido sus propósitos de agitación contra las carencias políticas y las vilezas económicas producidas se retira, pero no desaparece, para intentar fraguar una plataforma crítica condicionante de la actividad de los partidos convencionales y las instituciones gobernantes a favor de las profundas reformas que demanda. Se ha constatado la obviedad: que se necesita mucho más que mensajes ocurrentes, gestos solidarios y justo enojo para cambiar una sociedad. Además, sus activistas están obligados a precisar el cambio de rumbo -¿hacia dónde y cómo?- para comprobar si existen mayorías que lo respalden.

La indignación es una emoción poderosa motivada por la injusticia, pero es insuficiente para modificar el mundo. Si la indignación no es capaz transformarse en acción positiva y reparadora se convierte en inútil resentimiento. A este punto de no retorno ha llegado el 15-M tras vaciarse en el enfado y diluirse en su frustrante vaguedad: a la celebración de la ira le ha seguido un silencio de impotencia. Es mucho pedir a los indignados que en menos de un mes concreten su programa. Démosle tiempo, pero seamos exigentes.

Revolución sin líderes

Son muchas las contradicciones que la indignación militante tendrá que superar en su articulación como fenómeno de masas. Quizás la más relevante es el criterio asambleario de sus debates, que obstaculiza la aparición de liderazgos visibles. El asamblearismo es un método inservible y volátil, cuyo rechazo de la naturaleza individual sobre la que se construyen las organizaciones humanas da como resultado la confusión y el conflicto paralizante. Los liderazgos se producen por necesidad colectiva y su función es, precisamente, representar en unos pocos la voluntad de muchos. Los mensajes y anhelos sociales precisan de cara y ojos, nombres propios y una humanización concreta de los propósitos generales para sobrevivir al caos.

La ideología asamblearia del 15-M es una estética ingenua, probablemente inducida por la repugnancia de los rebeldes hacia los liderazgos políticos clásicos y su desprecio del concepto de autoridad. La ausencia de cabecillas identificables ha sido uno de sus fracasos, porque este vacío ha contribuido a hacer irreconocible el perfil de la insurrección y a aumentar su dispersión ideológica por exceso de mensajes discordantes. Nada más revolucionario que el liderazgo. Si este fenómeno social continúa deberá adoptar un mando democrático y no por eso perderá su razón de ser y su irresistible fuerza alternativa.

Otra de las torpezas superables de este alzamiento es  su propia sobrevaloración, el haber mordido en la vanidad, un vicio del sistema. Por eso, los indignados se han atribuido para sí la autenticidad democrática con todos los significantes de pureza absoluta y esencialismo que siempre se  autoadjudican las ideologías excluyentes. A veces el 15-M ha aparecido como un movimiento en sí mismo, arrebatado por un mesiánico destino. Hemos visto cómo muchos jóvenes participantes se sentían transportados por un orgullo artificial y declaraban su emoción “por estar haciendo historia” y haber conseguido nada menos que ser portada de The Washington Post o contagiar su rebeldía a otros países. Considerado así, como pura vanagloria burguesa, la revuelta no tendría más estimación cualitativa que la de una gran movilización para un flashmob solidario o la de un vídeo impactante en YouTube. En algunos momentos me ha dado la impresión de que la sublevación pacífica era un producto de consumo y que el sistema lo asimilaba sin percibir ninguna amenaza para su dominio.

Desde sus inicios el 15-M ha sido víctima del delirio de su mito, eso sí, provocado en parte por la exageración a la que tienden los medios cuando sucede algo inusual que pueda alimentar el espectáculo. Paradójicamente, los grandes medios -parte esencial del sistema que rechazan los amotinados- han sido los más activos cooperadores de su propagación. Lo absurdo es que los indignados crean que Internet (controlado por unas pocas multinacionales) y las redes sociales virtuales (uno de sus productos) son el paraíso de la democracia y el espacio propicio para una revolución que destruya un sistema corrupto del que ellos son, a la vez, víctimas y beneficiarios. Deberían saber que la globalización es el aliado más fuerte para derribar dictaduras, pero el mayor enemigo de las revoluciones antisistema.

Revolución siglo XXI

¿Cuánto días más necesitan los sublevados para entender que el sistema solo puede cambiarse desde dentro? El movimiento 15-M ha dado una lección magistral a la sociedad, pero ha recibido otra lección rotunda. Y las dos son complementarias. La enseñanza de los insurrectos ha sido mostrarnos que la resignación es estéril y que el sistema no puede ignorar los sentimientos e interpelaciones de la gente demorando sus urgentes y profundas reformas. La demostración del 15-M tiene el valor de haber situado frente a los dirigentes políticos y poderes económicos la fuerza de la ciudadanía vapuleada pero no vencida. Ante esta exposición la comunidad le ha dicho a los insurgentes que sí, que hay que cambiar muchas cosas; pero que la renovación no debe amenazar los equilibrios básicos y que tiene que realizarse desde el interior del sistema, bajo reglas democráticas y operativas y sin radicalismos frustrantes. Acabamos de definir la revolución del siglo XXI, que clausura la vigente democracia paternalista y formal: el pueblo exige más soberanía y una democracia participativa que garantice mayores niveles de justicia, más certidumbre económica y pleno control sobre la irracionalidad de los mercados.

No sé si estamos ante una revolución del siglo XXI o solo en sus inicios; pero mis dudas se fundan en el momento elegido para la revuelta, pocos días antes de unas elecciones y por efecto retardado de una crisis económica que comenzó hace tres años. Tengo la impresión de que el movimiento es una demostración de fuerza y un duro toque de atención a la derecha que accede agresivamente al poder.  Y me temo que esta protesta ciudadana no habría acontecido, pese a que el sistema de libertades ya estaba esclerotizado, si el bienestar de la ciudadanía no hubiera mermado gravemente. Quiero decir que las invocaciones de regeneración democrática que hemos escuchado han sido poco más que pantallas de la principal motivación de la revuelta: las preocupaciones por el bienestar. He percibido más prosa que poesía en los asentamientos. En todo caso, bienvenidos a la lucha; pero sitúense a la cola de la ardua democracia de cada día.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ. Consultor de comunicación

http://www.deia.com/2011/06/15/opinion/tribuna-abierta/la-revolucion-fallida