Poco premio, mucho Klaudio

¿Qué tiene la tarde que tanto importa en la tele? Es cuando la gente empieza a llegar a las pantallas y va decantando, hora a hora, la batalla del prime time y su pico de 30 millones de espectadores, con todo lo que implica en influencia social y negocio publicitario. La nueva temporada vespertina promete ser brutal en medio de la polarización política. Ana Rosa Quintana tiene un reto dramático en Telecinco: si fracasa habrá ganado postmortem la basura de Sálvame y rodarán cabezas en el staff de Mediaset. Frente a ella, Sonsoles Ónega en Antena3, muy segura; y la incógnita del resurrecto Jordi González en La 1.

¿Y cuál es la alternativa? ETB tiene su modelo centrado en los valores de cercanía, información, deportes, cultura y humor. En las tardes ha incorporado uno de esos productos de refresco, pero bien hechos que se demanda para pasar el rato. Es el concurso Dinero a saco, de matriz británica, producido por K2000 y presentado por Klaudio Landa, cuya vocación está lejos de ser el hombre del saco, el coco o cualquier ogro infantil de las viejas culturas recreados por Stephen King en sus relatos. Mejor que nadie Landa representa el espíritu de cordialidad que una cadena pública necesita para ser útil, densa y diversa.

Dinero a saco es sencillo en su desarrollo, muy popular, pero bastante tacaño en premios y por eso poco adictivo. Su buen diseño y el dinamismo que imprime Landa le permite superar con creces las exigencias de un programa diario. ¿Es suficiente? ¿Puede ETB2 competir hasta el teleberri con dos concursos, un magazine de proximidad y un espacio gastronómico frente a los arrolladores y poco plurales programas de opinión y agresividad política de las cadenas españolas? Hace falta algo más, pero nadie sabe dónde está el equilibrio entre el ruido y la responsabilidad social. Mientras tanto, ¡a saco! 

https://www.deia.eus/opinion/telele/2023/09/11/hombre-saco-7240580.html

JOSÉ´ RAMÓN BLÁZQUEZ

Un país de catetos, según Wyoming

Para rellenar las largas horas de hastío y compensar la galbana del verano, la Sexta ha programado la serie documental Usted está aquí, de seis capítulos, en la que el humorista Gran Wyoming (alias de José Miguel Monzón) y el cineasta David Trueba dialogan sobre el pasado y presente de la sociedad española, sus males y sus vicios, también los propios, con un ese aire narcisista que, a veces, adoptan los famosos contándonos su vida sin parecer ridículos. En uno de los episodios, el conductor de El Intermedio dice, mirando al infinito: “A mí el nacionalismo me parece filosóficamente una catetada (sic). Nacionalista es sinónimo de cateto”. Y el hombre, henchido de gozo, decide ser, entre catetos, la gran hipotenusa.

Como humorista Wyoming tiene el derecho -y la obligación- de ser incorrecto y burlón; pero los deberes de su oficio no amparan el insultar al 70% del actual Parlamento vasco, compuesto por abertzales de diferente signo y a sus 600.000 electores. Y no digamos a catalanes y gallegos. Calificar de catetos a los nacionalistas (y ya lo había hecho antes) no es un acto intelectual, ni siquiera una gamberrada dialéctica de contra todo y contra todos. Es directamente una burda descalificación, sin matices y en bruto. Hubiera sido igual que se hubiera referido a los socialistas (¿no es él uno de ellos?) como totalitarios, sin distinguir el socialismo democrático del cubano, chino o jurásico. Es una opinión tóxica, de las que envenenan por vejatoria.

Será difícil ver ahora a Wyoming sin recordar su facción sectaria, tan improbable como imaginar a Rubiales de contrito feminista. Verá, amigo mío, quizás pierda, tras sus insultos, a un taco de sus seguidores, pero no se preocupe porque los ganará entre falangistas y las tribus de Ayuso. En fin, Gran Wyoming, salvo disculpas, se ha reducido usted a liliputiense. 

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

El fútbol es un reality más

No son el fútbol y la información meteorológica lo que más interesa a la gente, pero sí de lo que más habla en comunidad. Con la competición en marcha todo se agita y quien no va al estadio (16 millones de espectadores por temporada) pone sus ojos en la tele (150 millones, por lo menos), con las cadenas de pago Movistar+, DAZN y Orange como proveedores y, por qué negarlo, también los canales piratas. La Liga ha cambiado de nombre y tiene como nuevo sponsor a EA Sports, marca global de videojuegos deportivos. Lo relevante es que las retransmisiones han dado una vuelta de tuerca hacia el show exhibicionista.

Los clubes han cedido soberanía permitiendo a las cámaras penetrar en los vestuarios e invadir la intimidad personal. Por este striptease España descubre que los futbolistas del Athletic rezan un padrenuestro antes de saltar al campo, una vieja tradición, de estricto ámbito privado, que ha extrañado a los hipócritas. ¿Llegará este asalto a alcanzar la desnudez de los deportistas y al reality? Que alguien le ponga freno, porque cuando se llega demasiado lejos ya no hay regreso.

Los partidos tienen más tiempo de juego, mejor diseño gráfico y mayor relación con el espectador. Ya no se solidarizan con Ucrania. Los locutores son mediocres, menos Carlos Martínez y han fichado a Mateu Leoz, el árbitro que vestía de blanco, para comentar los lances dudosos. Lo peor sigue siendo el uso mafioso del VAR, pues basta el retardo de una centésima en detener el vídeo, compuesto de 25 fotogramas por segundo, o el minúsculo desvío de una raya, para alterar el resultado. ¿Cuándo dejarán de censurarnos los audios de las deliberaciones entre el juez de campo y el de pantalla? ¿Quién es el padrino que mueve los hilos? En fin, adiós al fútbol, bienvenidos al espectáculo. Solo faltaba el machito Rubiales para ensuciarlo aún más. 

JOSÉ RAMÓN BL´ÁZQUEZ

Cambiar es un milagro

La publicidad va ganando terreno a vergüenzas y complejos colectivos, lo que explica la campaña de Venus Gillette, una maquinilla específica para la depilación de las áreas íntimas femeninas. En este atrevido spot, dirigido a jóvenes y adolescentes, se denomina papaya y kiwi a la vulva en un contexto de broma porque seguramente esos son los motes jocosos que entre ellas dan a sus genitales. Anuncio a anuncio (12.214 millones de euros en 2022) estamos logrando que se pueda hablar de “ahí abajo” sin censuras ni rubores. Recuerden que hasta la década de los 80 estuvo prohibido en la tele del Estado anunciar compresas y tampones por la hipócrita moral del franquismo. Mucho después llegaron otros “productos sensibles”, como preservativos, estimulantes sexuales, lubricantes y demás remedios para secretas aflicciones.

Pero hay campañas imposibles, como la que el Gobierno vasco se propuso hace años para que se dejara de confundir la Seguridad Social, el organismo estatal que paga las pensiones y otras prestaciones, con el sistema público de salud, en Euskadi llamado Osakidetza. Había que desterrar frases tan chuscas como “operarse por la Seguridad Social” y también la palabra ambulatorio (vocablo franquista) fomentando el uso de Centro de Salud/Osasun Etxea. Finalmente, se rindieron, persuadidos de que para ese cambio (¡titánico!) había que esperar dos o tres generaciones más.

Otra campaña imposible pero útil tendría como objetivo desmentir que el EAJ-PNV sea un partido de derechas -una reducción de sus rivales- para lo que bastaría con mostrar la potencia de sus políticas sociales, económicas, de igualdad y cohesión en las instituciones vascas y cotejarlas con las de cualquier gobierno de izquierda. ¿Y una campaña para que en España dejen de llamarnos Vascongadas? Pues eso, la publi todavía no hace milagros.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Honor en falso

No es que Calderón de la Barca -dramaturgo barroco y cura de armas tomar- haya regresado del más allá para reivindicar en televisión el honor como cumbre de la conducta humana. En realidad, una mala traducción del inglés (Your Honor, equivalente al tratamiento de Su Señoría en nuestros tribunales) ha provocado que el dilema de un juez entre salvar a su hijo y cumplir la ley pretenda elevarse a categoría de drama moral. La serie Honor, actualmente en Atresplayer, no plantea una cuestión ética, sino un relato simple en un potaje de corrupción judicial, policial y política dentro de un torbellino de venganzas.

Es imposible no comparar este subproducto cañí con las dos formidables temporadas de Your Honor, producida por la CBS, multipremiada en festivales y de la que esperamos una nueva temporada. La historia es la misma, con el cambio de escenario de Nueva Orleans a Sevilla: un juez viudo y compasivo, cuyo hijo adolescente mata accidentalmente al menor de una familia de narcotraficantes, elige ser padre coraje antes que magistrado neutral, lo que desencadena una espiral de violencia. La distancia entre las dos versiones es tan grande que la española es irreconocible por su producción cutre, deprimente narrativa y un reparto que ofende. Entre la interpretación de Bryan Cranston y Darío Grandinetti hay más que un océano: está la diferente inmersión en la entraña del personaje que el actor argentino convierte en caricatura.

Honor no es una mala serie por ser española, pues Días mejores, igualmente local y en cartel en Telecinco, es lúcida y conmovedora con un rotundo trabajo de Blanca Portillo. Lo que hace pésima a Honor no es su bajo presupuesto, ni tonterías como “eres más agarrado que el vals de las mariposas”, sino sus terribles renuncias estéticas y el desprecio de un remake que merece sentencia de deshonor.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ