El inapelable veredicto de las audiencias

Cambiar es un arte que unos aplazan hasta lo inevitable y otros practican por necesidad. La tele es muy conservadora y sus mudanzas son lentas. ¿En qué ha cambiado en treinta años si los contenidos siguen basándose en el entretenimiento banal y la superficialidad informativa? La Sexta llegó para sublimar el debate público, pero apenas ha conseguido aportar un sesgo ideológico de izquierdas a nuestra pobre democracia social. Eso sí, cuando aborda la cuestión catalana o los asuntos vascos, Ferreras y los suyos son más españoles que un botijo, a la par que Trece o Intereconomía. Hay más competencia, no mayor calidad. La Sexta libra batallas de audiencia contra Telecinco y Cuatro. Y como perdía terreno, ha decidido hacer algunos cambios.

Iñaki López se va de La Sexta Noche al rescate de Más vale tarde, porque Mamen Mendizabal había sido igualada e incluso superada por Joaquín Prat jr. y su Cuatro al día, lo mismo que Risto Mejide está logrando con Todo es mentira frente a Zapeando. Las tardes de la tele son una guerra cruenta; pero nadie supera a la basura de Sálvame y su millón y medio de espectadores diarios. A Iñaki le acompañará Cristina Pardo que hacía un espacio de naderías en las sobremesas dominicales contra el grosero Viva la vida, de la guipuzcoana Emma García. Los programadores saben que a esas horas el principal rival es la siesta.

Mientras tanto, ETB2 prueba el enésimo cambio de presentador en Qué me estás contando, al incorporar a Asier Odriozola tras su largo periplo por los teleberris. ¿Cambiar de caras, aquí o allá, mejora el producto? Creo que no, pero el narcisismo propio del medio lleva al engaño. Hasta que a las ocho de la mañana llega a los despachos el panel de audiencias. Netflix y demás plataformas se libran del escrutinio porque no facilitan datos. Los secretos suelen ser malas noticias.

Un indulto cargado de razones

Entre las virtudes indispensables de un líder está ser audaz en la toma de decisiones complejas. ¿Qué otra cosa cabría hacer en un mundo radicalmente injusto, sino intentar lo imposible que enmiende los desastres que provoca? En España, tan conservadora, no existen líderes valerosos. Y para una vez que necesitamos a alguien al mando capaz de enfrentarse a una situación inaplazable, la clase política estatal se divide entre los que vacilan por debilidad y los que entorpecen por insensatos. El indulto a los líderes catalanes es un test de madurez y una oportunidad para la democracia estatal.  

                  La voluntad del Gobierno de Pedro Sánchez de indultar a los doce dirigentes independentistas, condenados a un total de 105 años de prisión y a la accesoria de inhabilitación por supuestos delitos de sedición, malversación y desobediencia, se ha topado con la oposición histérica de la derecha y la ultraderecha (“esa España inferior que ora y bosteza/vieja y tahúr, zaragatera y triste;/esa España inferior que ora y embiste”) de nuevo organizada para llevar la ira a la calle e incendiar las instituciones, porque esos son sus antiguos y perpetuos afanes. No sabemos si el presidente, tan resistente en otro tiempo y tan frágil hoy, aguantará la presión, pero tiene la obligación de enmendar lo que se concibió como escarmiento a la osadía democrática de casi todo un pueblo. Estas son, entre mil, mis cinco razones. 

1. El juicio no fue imparcial

                  El diseño político, judicial, mediático y emocional del juicio contra los líderes del procés pasará a la historia universal de la infamia. No se ha visto nunca una teatralización tan burda para sentar en el banquillo y condenar a doce políticos inocentes, y con ellos a la mayoría de la sociedad catalana en ellos identificada, y hacerles pasar por impulsores de una violencia que no existió y por calificar de sedición lo que en realidad fue una convocatoria de referéndum, que se impidió a palos, y la invitación al Estado a negociar lealmente una salida democrática para Catalunya con sus legítimas aspiraciones de futuro. 

                  El tribunal, presidido por Manuel Marchena, hizo un papel memorable en un esperpento que ya al inicio tenía escrito su final y donde lo menos relevante sería la severidad de la sentencia. Lo importante, de la primera a la última sesión de aquella parodia, era humillar a los audaces políticos catalanes y trasladar a la sociedad del país mediterráneo un castigo despiadado que, a su vez, contenía la advertencia de que no había posibilidad alguna, ahora y nunca, de ejercer la libertad y salvar los obstáculos de una democracia malnacida tras la dictadura y dibujada con sus férreos limites en el fraude de la transición con un rey malhechor al frente. 

No hubo atisbo de imparcialidad a pesar de las apariencias, desde la retórica de Marchena a la retransmisión de las sesiones por televisión, pasando por el inacabable desfile de testigos, algunos especialmente ignominiosos, como el coronel Pérez de los Cobos, responsable de la represión policial en aquellos agitados días de 2017 en Catalunya. 

2. La democracia no es delito

Hubo que escuchar a los acusados y a sus abogados para encontrar dignidad en aquel acto, donde se deshonró la democracia y se vejó la grandeza de unos dirigentes a quienes lo único que les sobró fue ingenuidad. Confiar en la buena voluntad de la clase política española fue demasiado. Aun así, la democracia no es delito, pero puede y debe ser transgresora. La rebelión y la sedición son delitos obsoletos, creados para frenar el ejercicio de la libertad. La ley no se concibe como obstáculo, sino como oportunidad. Y por eso, los efectos de la necia legalidad deben ser reparados. El indulto no va a remediar todas las fatalidades causadas, pero al menos las mitigará en lo más elemental, considerando también el sufrimiento personal de los líderes catalanes y sus familias.

Todo se hizo mal, lo peor que se pudo en Madrid. La instrucción del procedimiento fue una calamidad, incluyendo el decreto prisión provisional y el modo de hiriente desprecio con que se ejecutó. La vileza y la revancha afloraron desde el alma franquista e intolerante que subyace en la política estatal y se formuló una venganza rigurosa bajo disfraz de buena ley, lo que no escapará a su impugnación por los tribunales europeos.

¿Qué habría avanzado España si negara ahora el indulto a líderes honestos y pacíficos después de concedérselo a gobernantes civiles y castrenses que generaron el terrorismo de Estado, la más execrable de las violencias, y asaltaron a tiros y con tanques su tutelada democracia?  

3. Los problemas políticos no se juzgan

                  La política española es tan irresponsable e incompetente que, en vez de afrontar los problemas con serenidad y sin complejos, tiende a judicializarlos y construir trincheras con togas. Escapa de sus decisiones, al igual que los cobardes huyen de sus compromisos. En Catalunya, como en Euskadi, había -y hay- un problema de estricta naturaleza política, que venía de muy lejos y que se plasmó en un divorcio emocional y democrático con España tras el recorte de su Estatuto de Autonomía en 2010, previamente refrendado por la comunidad y todo ello precedido de agresivas campañas anticatalanas de la derecha partidista y mediática. El país respondió multitudinariamente en la calle y sus líderes en el parlamento. El entusiasmo impulsaba a la nación catalana al verse expulsada de la convivencia con el Estado, lo que derivó en una ruptura necesaria y saludable.

                  Se puede convenir o no en que se cometieron errores y que faltó contención y pausa; pero ante el pacifismo de aquella rebelión, el Estado fue ciego, sordo y violento. En esas circunstancias la rebeldía (poniendo la ley española ante el espejo de sus contradicciones democráticas) era la acción más conveniente. No se puede llevar a todo un pueblo al castigo de sus líderes por ser consecuentes, pacíficos y responsablemente radicales. Sin un indulto reparador la herida será más grande y sangrará por más y más tiempo.

4. Respeto para Catalunya 

                  Cuesta entender a una mayoría de españoles que el procés no fue asunto exclusivo de los políticos y que realmente abarcó a gran parte de la sociedad catalana, como solidarias y comunes son sus aspiraciones de constituirse en nación independiente. Los resultados electorales así lo ponen de manifiesto, inequívocamente. El juicio y la brutal condena de los líderes soberanistas lo fueron sobre todo contra gran parte de la comunidad, esa enormidad de gente de todas las clases que se vio golpeada, humillada, vejada, atropellada sin razón y finalmente llevada a prisión por la autoridad judicial y por quienes, por control remoto desde la política y los partidos, la dirigen e instrumentalizan.

Un respeto para Catalunya, señor Sánchez. Esa es la demanda básica, el mínimo de justicia verdadera. Restaure usted con el indulto parte de los males hechos por el juicio contra Catalunya y por la condena de más de un siglo y de exclusión pública de los doce líderes independentistas. Puede que eso ayude a que los exilados regresen libres de toda amenaza vengativa.   

5. La ultraderecha acusadora 

                  Solo por el hecho de que la acusación popular la ejerciera una organización fascista como Vox, encarnada en su secretario general, Ortega Smith, con lo que conlleva de feroz significado y simbolismo, sería razón bastante no ya para el indulto de los reos, sino para declarar nulo el procedimiento. ¿Es capaz un país de soportar semejante bochorno intelectual y moral sin ofrecer un adecuado desagravio y su olvido? ¿Tan poca autoestima tiene España? Donde no llega la deseable amnistía que llegue la solución menor del indulto.

            La tentación salomónica de Sánchez es optar por la indulgencia parcial, manteniendo la inhabilitación y aboliendo la pena de prisión: liberados de la cárcel, pero arrojados a la exclusión democrática dentro de Catalunya. Tomando prestada una frase luminosa de la serie de Netflix El inocente, y ante los estragos causados por el Tribunal Supremo, dígame, señor Sánchez: “¿Qué es mejor, hacer justicia o hacer que nadie sufra?”

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Consultor de comunicación

Parot y la venganza española

Descontena en su presente, TVE se ha apuntado a la ucronía, narración alternativa a partir de un hecho histórico y concebida como desquite de la realidad. En asociación con la CBS, la televisión pública ha producido Parot, serie en diez capítulos, distribuida por Amazon Prime Video. ¿Recuerda España que la doctrina jurídica bautizada con ese nombre la idearon sus tribunales y que en 2013 fue revocada por Estrasburgo? Con la frustración de tener que excarcelar a decenas de terroristas junto a violadores, asesinos y pederastas, la serie imagina el deseo colectivo de liquidarlos con una historia de venganza en el mismo orden inmoral del terrorismo de Estado, tan real como los GAL.

La venganza es un género eterno de la literatura y el cine. Dumas en El Conde de Montecristo y Murakami en 1Q84 abordaron esta respuesta trágica y la justificaron sin reparos. En Parot el vengador es un tipo disfrazado con careta de mono que va matando a los liberados de la misma manera que asesinaron a sus víctimas. Entre ellos hay un aristócrata y depredador en serie de apellido Lope de Haro y un miembro de ETA, responsable de la masacre de Hipercor, a quien el mono vengativo casi quema vivo en su coche, pero es rescatado in extremis por la policía. ¡Cuánta piedad! Esta y otras excusas burdas confirman el fondo podrido de un discurso que en lo ético da por buena la revancha ilícita y en lo estético no pasa de producto de menor cuantía.

Adriana Ugarte y la veterana Blanca Portillo en un confuso papel de psiquiatra forense apenas pueden salvar un bodrio para el que los americanos hubieran recurrido a Liam Neeson, experto en el arte de vengarse y de predicar la vigencia de las leyes de talión y la bíblica del ojo por ojo. Al menos no lo intentan disimular, mientras la hipocresía española se lía en disquisiciones. Se prefiere hacer el mono.

Otra vez la banalidad del mal

Coincidió la noche de la Superluna de las flores con el cierre de la contradictoria docuserie que ha ocupado las charlas de café sobre la historia de Rocío Carrasco y su brutal exmarido, estrella de la teleinfamia, modelo de maltratador psicológico y embustero compulsivo. En lo mediático ha sido todo un fenómeno, con audiencias medias de casi tres millones de espectadores y cuota de pantalla superior al 25% a lo largo de sus 13 emisiones. Si bien reconocemos su impacto, también somos conscientes de su significado en la sociología del país. De fondo queda el debate de si la telebasura será definitivamente cuestionada y si está dispuesta desaparecer por decisión propia o por ley, porque ya no es aceptable su impune barbarie.

Telecinco trajo consigo la destrucción programada de personas a base de difamación y asalto a la intimidad, causando numerosas víctimas e infectando el respeto interpersonal. Una de ellas fue la hija de la tonadillera y el boxeador. Ahora, tras su sistemática demolición durante años, montan el espectáculo inverso, su rehabilitación por los mismos que la machacaron, sin que esta autodescalificación implique propósito de cambio o desmontaje de SálvameSocialité y otros chiqueros. Hasta que no ocurrió la violación de una chica no cerraron Gran Hermano.

La presentadora Carlota Corredera ha declarado que “con el caso de Rocío Carrasco ha caído la careta del periodismo del corazón y la de la justicia”. ¿Y la suya no? ¿Y las de Vasile, Berlusconi y La Fábrica de la Tele, productora del monstruo? ¿Y de la gente que lo alimenta a diario? Para más cinismo y descaro se jacta de estar creando el #MeToo español. Vistieron a esa pobre chica con traje fucsia y body negro como icono para construir, de nuevo, la banalidad del mal, a la que se refirió hace mucho, mucho tiempo Hannah Arendt. Todo sigue igual.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

La Europa de las 5 tribus

Lo más chocante de Eurovisión 2021 no estuvo sobre el escenario, con sus estrafalarias escenografías, sino en TVE, que eligió como uno de los patrocinadores de la gala un producto de belleza (aceite de argán) de origen marroquí y fabricado en Israel. Con lo que está cayendo es impertinente otorgar tal distinción a una marca de sonoro nombre rifeño. En la superportuaria Rotterdam ha resurgido el dinosaurio. Lo del sábado fue una edición inane en lo artístico, pero servicial en el mensaje de vuelta a la vida tras la devastación de la pandemia. Simbólicamente, las mascarillas brillaron por su ausencia. Y así poco más de 4 millones de espectadores vieron en La 1 (y el triple en redes sociales) una esperanza de regreso de los turistas y no tanto el inmerecido éxito de Italia.

La ansiada normalidad se plasmó en una espesa salsa holandesa, con la mantequilla de la diversidad y las yemas de las luces y efectos especiales, pero tirando a salsa americana, como en una final de los premios MTV. ¡Fueron 26 veces el mismo show de Beyoncé! Algunos países renunciaron a su idioma por el inglés. Solo Francia puso el acento europeo con una canción de cuño continental. Se da la circunstancia de que tanto el tema galo, como los de Suiza y Bulgaria, precisamente los mejores, fueron estrenados durante la docuserie sobre Rocío Carrasco, en Telecinco. Incluso la melodía helvética es la base de la sintonía del drama nacional del momento.

¿Y España? Ay, pobre, tercera por la cola tras una actuación delictiva. Adviertan los dirigentes del PP que el desastre no es culpa de Sánchez. Eurovisión lleva zombi varias décadas y enmascara la confraternidad en lo anticultural. Vamos hacia la Europa de las cinco tribus: las tribus de Pfizer, Moderna, Janssen, la apestada AstraZeneca y los postergados sin vacuna. Lo anterior es historia.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ