Viernes 5 de octubre de 2012
Llegué anoche de Madrid a las diez y media de la noche. Viajé en el último avión. En ETB, Iñigo Urkullu contestaba 35 preguntas de ciudadanos vascos sobre todo lo habido y por haber. Cuando llegué contestaba la pregunta número quince.
Le vi con aplomo, educación, sereno, seguro, dominando la escena. Proyectaba confianza y sinceridad. En tiempos de borrasca lo que se impone es gente seria al frente de la nave, no capitanes tipo Costa Concordia.
Urkullu contestó a todo mirando a los ojos. Tranquilo. Desde la dispersión de los presos, a las corridas de toros, el cómo salir de la crisis, el IVA, la objeción de conciencia, su familia, sus gustos, los desafíos, las pensiones, la independencia, la situación catalana…Treinta y cinco preguntas dan para mucho.
Urkullu es hombre concienzudo, serio, tímido trabajador y muy minucioso. Lo que no sabe lo pregunta, lo apunta, lo aprende y lo sigue. Su liderazgo no es el de los fuegos artificiales para un día de fiesta sino la de la gota malaya que de tanto insistir horada la piedra. No es un liderazgo verborreico, sino de hechos concretos. No es un mago que saca conejos de la chistera sino la del cazador que va a cazarlos, los prepara y te los sirve en la mesa tras hornearlos. En definitiva es un tipo solvente.
A eso se le une un PNV cohesionado, con un programa hecho a ras de suelo para una Euzkadi que vive en crisis y necesita salidas y gentes que le marquen un camino por el que transitar para ver la luz a la salida del túnel.
El 21, ganará las elecciones. El país no está para aventuras, ni para aventureros. En todo caso como decía Oteiza, «la aventura puede ser loca, pero el aventurero ha de ser cuerdo». Y Urkullu es un líder cuerdo. Se le puede votar sin miedo.
Tras el programa grabado en Miramón, bajó a la ciudad, Donosti, y se fue ala Plaza Catalunya, cerca del barrio de Gros, y dio comienzo a su campaña electoral. Buena idea y buen mensaje.