Miércoles 4 de septiembre de 2013
En la página tercera de Deia, en ese recuadro que pregunta “Sabía que…” apareció este lunes el siguiente comentario. “Sabía que el eurodiputado socialista vasco Eduardo Madina se dejó ver ayer por el área VIP del Bernabéu donde disfruto del Madrid-Athletic?.
Este comentario tiene dos imprecisiones. Madina no es eurodiputado sino diputado por Bizkaia y eso de disfrutar será si uno es del Real Madrid, porque lo que es el Athletic jugó de pena, y Madina, que yo sepa, es seguidor del Athletic.
Pero está bien que nos recuerde Deia que a Madina solo se le ve en Madrid y no es en San Mamés siendo diputado por Bizkaia. Él vive en Madrid y viene de vez en cuando a Bilbao a visitar a su familia o alguna reunión o congreso del PSE. Y esto no deja de ser una corruptela, porque de alguna forma su actitud le convierte en diputado cunero, una figura del pasado, preterida por esta nueva sociedad que exige cercanía y transparencia. Ni Ramón Jauregui diputado por Álava que vive en Madrid, ni Eduardo Madina, diputado por Bizkaia que vive en Madrid, ni Juan Moscoso diputado de Navarra que vive en Madrid y son primeros de listas de sus territorios están cerca de sus electores. ¿Qué problemas pueden llevar al Congreso de Euzkadi salvo lo que escuche en el palco del Bernabéu o en las reuniones de la ejecutiva del PSOE?.
Esta actitud en cualquier país europeo sería duramente cuestionada, porque en el fondo es un fraude al ciudadano. Y es que además cobran dietas como si vivieran en Bizkaia, Navarra y Álava. ¡Impresentables!.
Hacer de la política una actividad creíble es función, antes que de otros, de los políticos, personas con responsabilidad pública, en mayor medida cuanto mayor sea su poder, que, quién lo diría, se lo han confiado los perplejos espectadores que pagan algo más que la entrada para ver que son víctimas o beneficiarios del juego, y empiezan a estar dispuestos a aceptar alguna confusión en las tablas, pero quizá no éste esperpento que parece sin fin.
Aunque alguien demostrara que algunos políticos, como dioses, escriben derecho con líneas torcidas, y que toda esta farsa conduce a la más amplia felicidad y bienestar de los gobernados, quedaría el reconcomio de que, en una democracia, las cosas de la política deben parecer lo que son, o sea, deben ser razonablemente transparentes; pues de lo contrario, ¿cómo van a votar los ciudadanos cuando les toque?, ¿como ciudadanos libres que pueden saber lo que se traen o unos como listillos y la mayoría como embaucados?