Garibaldi revoluciona ETB

ETB2 eligió un viernes de cuaresma y 23-F para estrenar su nuevo formato de debate, en un intento más de consolidar su foro de discusión política y social en la frontera del fin de semana. 360º. Tú Decides es el sucesor de una larga y fallida saga, que comenzó con El Dilema, siguió con Por fin viernes y después con 7 días, sin contar con La Noche en Jake, descalabrado. ¿Qué le ocurre a nuestra televisión pública, que inventó la tertulia de los viernes hace tres décadas, para que no encuentre un renovado modelo de éxito? El que ha estrenado presenta novedades interesantes, como desdoblar el diálogo en dos espacios distintos: el primero, con la clásica tabla de tertulianos, moderada por Eider Hurtado, nueva en este menester. Y el segundo, con un escenario de 50 hombres y mujeres, a quienes se somete a preguntas de sí o no sobre temas de actualidad, a cargo de Arantza Ruiz.

Llega así la democratización de la opinión, hasta ahora propiedad exclusiva de los contertulios, a veces tediosos y previsibles. Puede que se parezca un poco al guion de Carlos Herrera en su infortunado ¿Cómo lo ves?, en TVE; pero aquí no hay aplicaciones informáticas para votar virtualmente, sino personas con cara y ojos, de toda edad y condición, presentes y en directo. Entre ellos, ha nacido una estrella: Gerardo, de Donostia, 73 años, nostálgico de mayo del 68, al más puro estilo Garibaldi.

Se agradece que el diseño llegue a los platós de ETB, muy austeros. La idea del área circular para situar a los 50 ciudadanos es buena, así como el fondo de cortinas plisadas de terciopelo rojo, que recuerdan la estética de la última temporada de Twin Peaks, del genial David Lynch. Un debate no es solo una mesa y varias tristes sillas, sino un ámbito de lucha y eso precisa su belleza.

Eider Hurtado, nativa de Onda Vasca, es el último fichaje de ETB en la cantera de la radio. Le queda adoptar mayor seguridad y ese punto de natural teatralidad que diferencia la comunicación invisible de las ondas de la cámara que te devora hasta el alma. Tranquila, no muerde.

Clavando agujas a inocentes

Caprile va de Risto y de listo. El diseñador de moda Lorenzo Caprile es el último de los personajes al que la tele transforma y envilece. Metido en el impostado papel de juez del nuevo concurso-reality “Maestros de la costura”, en TVE, se olvidó de quién era, de su categoría profesional y qué función debería tener ante los aspirantes a sastres y sastras. Fue maleducado, insolente y grosero con los doce hombres y mujeres que acudieron al programa con todas sus ilusiones y humildad a cuestas en busca de una oportunidad, eso que nos ennoblece como especie y por lo que nos juzgarán. Tomó como patrón a Risto Mejide, el hombre que más daño ha causado a quienes poseen corazón de artista, de lo que ahora el creador de anuncios se arrepiente, solo un poco. Risto fabricó en su día una máquina de ensañamiento cruel. Y estas son sus secuelas y sus imitadores.

¡Ah, así es la televisión! No hay lugar para el trato amable y la compasión. Es la guerra y hay que ajustarse al modelo dramático de ganadores y perdedores del liberalismo salvaje y darwiniano, que emula a los depredadores. Quizás por esta carencia de empatía del jurado, compuesto por el severo Caprile, María Escoté y Alejandro García Palomo, el estreno del traje a medida fue discreto, con 2.350.000 espectadores, mucho menos de lo esperado. El trío de diseñadores negó el respeto debido a los participantes, ante la tolerancia de la hierática Raquel Sánchez Silva, que eludió poner un contrapunto de cariño en el reparto de bofetadas. Y en su deseo de una talla más grande, la sastrería cerró pasada la una de la noche, algo paradójico en una cadena pública que preconiza el adelanto del cierre del prime time.

Quizás Caprile haya visto la película El hilo invisible, candidata a los principales Oscar de este año. Trata de un famoso modisto londinense -inspirado en el vasco Balenciaga- genial, misógino y atacado por Edipo y su complejo. Fascinado por la dulce Alma, ésta le indica el camino a seguir en el amor: “Hagas lo que hagas, hazlo con cuidado”. Pues eso, Caprile, vaya con elegancia.

Democracia solo para el cartel del Carnaval

El mundo se muere entre la impotencia y el derroche, entre la dificultad de realizar anhelos elementales y el desprecio de las opciones que están a su alcance para cumplirlos. Con la mitad de lo que se desperdicia -y hablo de capacidades, no de bienes- se podrían llevar a cabo la totalidad de los deseos de la humanidad. Este es nuestro absurdo. Con la democracia ocurre lo mismo, apenas la usamos más que en una mínima porción y, al mismo tiempo, la malgastamos. Y no solo por culpa de un sistema político estrecho, sino también por la pasividad de la ciudadanía. La tutela autoritaria de las instituciones, que es tanto un impulso de contención como una inercia pasiva, se sustenta en la desidia general. Y así resulta que la democracia real es un puedo y no quiero, como si alguien me secuestrara y yo mismo ejerciese de guardián para no escapar.

La imagen de la democracia es una urna, una caja de plástico o cartón donde se depositan los votos de los electores para una decisión colectiva determinada. Y ahí se queda todo, en ese pequeño volumen, hasta dentro de cuatro años. ¿Y qué sucede después? Que nuestro voto otorga una confianza absoluta y sin control ciudadano de los elegidos, gobiernen u opositen. Como la incompetencia, la pereza y el disparate no son -todavía no- delitos ni motivo para revocar a nuestros representantes, hemos de aceptar los estropicios derivados de un mal sufragio. Así lo hemos convenido y nos deja con la protesta como única salida, contra la que, para mayor ignominia, envían a la policía. Algo tenemos que hacer para que democracia y el derecho a decidir en todo lo que nos atañe estén en nuestro poder todos los días.

Un puedo

Aunque siempre hubo instrumentos para que los ciudadanos se corresponsabilizaran del gobierno de su ciudad y su país más allá de la cita electoral, la tecnología ofrece desde hace tiempo medios muy útiles y flexibles, mediante los cuales sería posible, en tiempo real, aceptar o revocar actuaciones públicas de cierto rango. Internet es una red universal y con un uso bien aplicado tendríamos la oportunidad de aprobar o rechazar los presupuestos del pueblo y la nación, elegir entre proyectos de infraestructuras y seleccionar programas sociales, culturales y educativos, todo aquello que se entienda relevante y susceptible de ser consultado. Todo un reto y una revolución para un sistema que traspasaría a los ciudadanos parte de su función ejecutiva, vería aumentados sus controles y pondría patas arriba el ejercicio de la autoridad delegada. ¿Utópico? ¿Inviable? ¿Ineficaz? ¿Populista? Nada de eso.

Algunos lo llaman democracia 4.0 o, formulando una estúpida redundancia, democracia participativa. Quítele usted el apellido y déjelo en lo esencial: democracia, el poder de las personas. Es obvio que pasar de la mera democracia representativa al modelo de implicación permanente de la ciudadanía conlleva una renovación mental y operativa que necesitaría superar un proceso en varias fases: estructura técnica, garantías de seguridad, sistemas de información y debate y proyectos de formación en la toma de decisiones. Los parlamentos, plenos y consejos de gobiernos se abrirían a todos los rincones del país y las instituciones tradicionales quedarían expuestas, para su bien y mejora, al escrutinio popular.

Los enemigos de la democracia real señalan que el nuevo modelo de ejercicio de la libertad pondría en manos inexpertas asuntos de complejidad técnica para cuya estimación se requeriría cierto conocimiento. ¿Puede ponerse a referéndum los proyectos de estaciones centrales de la Y Ferroviaria Vasca en las capitales? Sí, si se sintetiza en información veraz y ordenada. Mucho más complicado y trascendente es casarse o tener hijos y no por eso hombres y mujeres evitan hacerlo con entusiasmo, aún a riesgo de fracasar como pareja y como madres o padres. Vivir es puro riesgo, tanto como ser libres. Advierten los pesimistas que el Guggenheim y el trazado del Metro, incluso la RGI, así como la mayor parte de los proyectos estratégicos, instalaciones industriales y carreteras en Euskadi no hubieran pasado el filtro de su aprobación en consultas. Eso mismo decían los monarcas cuando se cuestionaba el régimen absolutista. Y apelan a un previsible embrollo. Niego este argumento que nace del sentido aristocrático de la sociedad. Huele a tibio fascismo ese afán de tutela para irresponsables. Si ya me piden el voto para elegir el cartel anunciador de fiestas o el carnaval del pueblo, ¿por qué no me preguntan sobre el destino pormenorizado del presupuesto? ¡Ah, palabras mayores! No, democracia estricta y neta.

El mayor riesgo del nuevo paradigma democrático es que los activistas de base tienen una ventaja inicial. Hay grupos muy movilizados, mientras la mayoría está habituada a la dejación. Eso es precisamente en lo que hay que trabajar, en formar a la población para que desfile de la indolencia a la responsabilidad, de gobernados a gobernadores. Las instituciones tienen que pasar así de gobernar para los ciudadanos a gobernar con los ciudadanos y para los ciudadanos. Cambio de proposición. También los hay que niegan garantías de fiabilidad al método de voto on line. Dicen que hay riesgo de fraude y pucherazos. Es una excusa más de los viejos de la peña política. Y llaman puristas a los que queremos pasar de la urna ocasional a la asamblea cotidiana. Porque esa es su evolución imparable. Que este tránsito sea rápido o lento depende de que los dirigentes desistan de hacer eso, dirigir a la gente. Agotado el tiempo de la democracia paternalista, los líderes políticos deberían compartir el poder con el pueblo.

Y no quiero

Basta con ver cómo funcionan las comunidades de propietarios de un edificio y las historias que se viven en sus plenos para entender la dificultad de implantación de una democracia profunda. En esta realidad social suelen aparecer egoísmos personales, discusiones eternas, métodos organizativos ineficaces, rencillas de convivencia, discrepancias en proyectos comunes y, sobre todo, incomparecencia de parte de los residentes. “Me atengo a lo que diga la mayoría”, se justifican los ausentes. Como país somos una comunidad vecinal a mayor escala; pero, al contrario que las familias en su caos, renunciamos a gestionar el día a día de nuestra casa más grande dejando la tarea en exclusiva a quienes elegimos para un cuatrienio. Y nos abstenemos mucho más.

En el ayuntamiento de Basauri creyeron en la gente, pero el pueblo no creyó en sí mismo y se abstuvo en masa en la consulta sobre el Plan de Regeneración Urbanística de San Fausto, Bidebieta y Pozokoetxe, una actuación tan estratégica que el alcalde, Andoni Busquet, del PNV, pensó que había que involucrar al vecindario. De las 33.480 personas con derecho a sufragio el pasado 17 de noviembre solo participaron 6.051, algo así como el 18,07 %, no alcanzando el umbral del 20 % que el Consistorio había propuesto para vincularse al resultado. La experiencia de Gure Esku Dago no es menos desalentadora. De todas las consultas efectuadas hasta ahora apenas ha concurrido el 13% de los censados, aunque en los municipios más pequeños el índice ha rondado el 50%. Algo que los vascos pueden hacer, no lo quieren, tristemente.

También las operaciones de los llamados “presupuestos participativos”, tan poca cosa, que muchos ayuntamientos vascos proponen a sus vecinos, arrojan índices penosos de participación. Son ensayos de democracia de implicación popular, democracia de la Señorita Pepis, pero es mejor que nada. Quisiera creer que este fiasco es más porque los ciudadanos quieren todo y no una limosna democrática, que por desinterés o pereza. El individualismo galopante que habita nuestra sociedad patrocina una democracia de mínimos y tecnocrática, donde el bienestar personal cuenta más que el bien común, de lo que se deduce a su vez la creciente distancia entre política y ciudadanía. ¿Adónde vas, Euskadi, sin ambición de libertad plena?

 

Otra vez los vascos dando risa

 

Insisto: los vascos pasamos en España de dar miedo a dar risa. Los fenómenos Vaya Semanita, primero, y Ocho apellidos vascos y Allí abajo, después, acompañaron entre ironías el fin de la violencia terrorista. Hicieron una formidable aportación al satirizar aquella realidad compleja. La serie Cuerpo de élite, estrenada el pasado martes en Antena 3, es tributaria de la película del mismo nombre, cuyos personajes eran un guardia civil, un municipal, un mosso d’Esquadra, un emigrante legionario y un ertzaina, esperpénticos miembros (y miembras) de un comando homologable a la TIA de Mortadelo y Filemón. Ahora, el quinteto lo forman una mossa d’Esquadra (¿se dice así, si es mujer?), una boina verde, un falso policía, un miembro de los TEDAX y un agente de la Ertzaintza. Parece que la han tomado con nuestro cuerpo de seguridad a la hora de romper estereotipos, porque si en la peli el ertzaina que encarnaba Andoni Agirregomezkorta era grande, rudo y homosexual, en la serie es esmirriado, blandito de carácter y meapilas pertinaz, poco vasco en lo tópico. Lo erróneo es que se defina al portador de uniforme rojo y txapela como jesuítico, cuando por sus maneras se identificaría con un numerario del Opus Dei. Ni entrañable ni risible, es el peor integrante del serial de marchito humor español.

El primer capítulo tuvo la pequeña osadía de ridiculizar, todo en uno, a Froilán, sobrino del rey Borbón, al ministro del Interior y al dirigente de Podemos, Pablo Echenique. Hubo mucho chiste y enredo de oportunidad política, lo que debió influir en su magnífico resultado de audiencia, con casi 4,2 millones de espectadores, así como por su buena producción, entre cuyos responsables está Mikel Lejarza.

Es una astracanada monumental y un potaje autonómico con la gracia justa y también injusta de toda caricatura. Menos mal que Handia ha llegado, triunfante, con su contrapunto de excelencia para ponernos un poco serios. Que ya vale de gansadas y chistes rancios, aunque quizás sea mejor que se acuerden de nosotros cuando se rían. 

¿Por qué Handia no ganó los dos grandes premios?

Fue la noche gigante. O la que se habló en euskera. Porque la edición número 32 de los Goya fue una inolvidable y mágica noche vasca. Una, tres, cinco, siete, nueve y hasta en diez ocasiones Handia resonó fuerte y el cine de Euskadi fue la estrella de una fiesta en que deslumbró junto a las otras protagonistas, las mujeres, reivindicativas de su derecho al respeto y la igualdad de salario y oportunidades. Los abanicos rojos con el mensaje #MásMujeres fueron el contrapunto de color y audacia frente al negro y rigor del esmoquin y la pajarita. No hubo política -si es que el feminismo no es política- pese a que Catalunya sobrevoló, expectante y tensa, durante las más de tres horas de la gala. Nadie dijo nada, ni señal de concordia y afecto, ni apelación a los presos del 155. ¿Por cobardía, por corrección protocolaria, por autocensura? El cine español ha perdido en los despachos del dinero su liderazgo social.

¿Por qué a Aitor Arregi y Jon Garaño les negaron los Goya a la mejor dirección y mejor película? Por la ley de la compensación que impera en la industria del espectáculo. Lo hemos visto antes en Hollywood. Y en Eurovisión. Mi duda es si la Academia del Cine otorgó los premios mayores a La Librería tras el brutal acoso de los intolerantes a Isabel Coixet. Un gesto de solidaridad; comprensible, pero arbitrario. Lo peor corrió a cargo de los presentadores -dos hombres en una celebración de mujeres- que dieron muestras de su portentosa originalidad al repetir el chiste de los vascos que no follan (sic). ¡Qué talento, chicos!

También fue una noche muy mediterránea. A los cabezones de La librería sumó Catalunya otros tres para Verano 1993, rodada en catalán, una historia encantadora hasta morirse, de Carla Simón. Y si Coixet no tuvo inspiración ni ganas para lanzar, precisamente ella, un mensaje fraternal por el diálogo y la libertad, tuvo que ser el productor de la película ganadora, un señor de Barcelona, quien dijera en la tribuna lo mejor de todo: “Eskerrik asko, porque esta noche hay que hablar en vasco”. Genial.