Hemos sabido por la prensa que en varias fachadas de edificios, paradas de autobús, bajos comerciales y otros espacios públicos de Zarauz y Orio han aparecido carteles con la imagen del presunto autor confeso del asesinato de Amaia Azkue, crimen perpetrado el pasado marzo. Se trata de unos pasquines, también difundidos por internet, en el que se ve la fotografía de A.E., de 18 años, actualmente ingresado en un centro para menores en Zumarraga, una prerrogativa que la ley concede a los acusados de delitos penales que no tenían la mayoría de edad cuando los cometieron. El propósito parece claro: que se conozca la cara del asesino, que no se oculte en el anonimato y bajo la protección legal.
No se sabe nada de los que han promovido esta pegada de carteles. Tampoco es relevante, pues se supone que son amigos, conocidos o del entorno familiar de la mujer asesinada. Desde el punto de vista afectivo, de pura reacción humana, la iniciativa es entendible. Contemplado desde otra óptica, puede dar motivo a algunos interrogantes e interpretaciones. He reflexionado sobre este suceso.
La primera pregunta que me hago es esta: ¿Qué importancia o necesidad tiene para los familiares, amigos y vecinos el hecho de que la sociedad cercana conozca el rostro del asesino? Debo decir que igual interrogante lo hice (incluso lo manifesté en televisión, cuando participaba en las tertulias de Pásalo, en ETB) con ocasión del juicio contra el asesino de Nagore Laffage, ocurrido un trágico 7 de julio, en plenas fiestas de San Fermín, en Pamplona. Por entonces la familia y el entorno de Nagore, y de modo particular la madre de la víctima, pedían a los medios de comunicación que se difundiera la fotografía del culpable, como si existiera algún tipo de protección hacia el asesino por parte de la prensa y la televisión. Lo que estaban pidiendo es que se exhibiera la imagen del asesino, como si tal cosa les redimiese o consolara de algún deseo de justicia no satisfecho. Como una liberación emocional incontenible.
Ahora también se ha dado una situación parecida. Tengo la impresión de que el entorno de la víctima pretende aplacar su dolor -y también su ira- proyectando, casi de forma furtiva, la imagen del criminal. ¿Y por qué lo hacen? Habría que preguntárselo a ellos; pero a falta de su respuesta mi percepción es que el impulso de la exhibición de la fotografía del criminal tiene tres motivaciones:
1) El entorno familiar y afectivo de Amaia tiene cierta prevención de injusticia y se siente mortificada de antemano, antes de se produzca la condena penal, por el hecho de que el asesino pueda salir libre en poco tiempo, dejando el homicidio casi impune al aplicársele la ventajosa legislación de menores. Ese es su sentimiento. De alguna manera, la exhibición de su imagen les descarga de esa emoción de frustración, que se ha de producir, llegado el juicio, en razón de una ley más que discutible. Por si esta fuera poca injusticia, el entorno de la víctima se siente, con razón, dolorido por el hecho de que, al ser menor, no se pueda mostrar el retrato del imputado o, como mucho, representarlo con la cara pixelada. Esto explica que la pegada de carteles fuese cuasi clandestina, temerosos de estar infringiendo la ley.
2) Al igual que en el caso del homicida de Nagore, el asesino de Amaia pertenece a una clase social económicamente elevada (en el caso de Navarra, incluso al asesino le suponían una protección añadida del Opus Dei, pues trabajaba en la Clínica Universitaria), lo que proyecta sobre el entorno familiar y cercano de Amaia una prevención frente al privilegio o eventual trato de favor hacia el imputado, no solo por parte de la Justicia, sino también por los medios de comunicación. Obviamente, son excesos emocionales que provienen de la creencia atávica de que los ricos salen airosos o beneficiados de los pleitos y que los pobres tienen desventaja frente a estos. Entiendo que los carteles con la imagen del asesino son como un grito de rebeldía frente a esa posibilidad y la manifestación de una voluntad de lucha contra una justicia limitada para los menos pudientes. Es un sentimiento de fragilidad contra la influencia de los poderosos en la vida real, en la justicia práctica.
3) Con ese sentimiento anticipado de injusticia, los amigos de Amaia han reaccionado como siempre ha sido natural desde hace siglos: aplicando al culpable la pena del escarnio público, algo equivalente a pasear por las calles del pueblo al culpable para que sea objeto de todo tipo de desprecio y vilipendios. Como no es posible hacerlo al modo tradicional, se han conformado con que el escarnio público sea realizado por el medio más sutil de pegar carteles con la imagen del asesino, sin dejar de advertir a quien quiera verlos que tal persona es, sin lugar a dudas, quien mató a golpes, sin motivo, alevosamente, a una mujer inocente, madre de dos hijas, una ciudadana del pueblo.
Se puede o no compartir la acción cartelera de los amigos de Amaia. Yo la entiendo, porque es una reacción muy humana. Pero es una conducta primaria, irracional, instintiva e irreflexiva. Y lo que es peor, inútil, pues ni libera ni aplaca la injusticia que se avecina. Entiendo que, frente a la desventaja de la familia de Amaia respecto del asesino al que protege la Ley de Menor, la cartelada es una condena popular, la primera sentencia que recibe el homicida. Y también la familia de este. Se le ha condenado a que su rostro sea conocido por todos, para que nunca pueda ocultarse de la visión airada de sus vecinos, para que sea para siempre señalado por lo que hizo y no obtenga el beneficio adicional del anonimato.
A mí, la verdad, si yo estuviera en la piel de la familia o los amigos de Amaia, no me reconfortaría la pegada de carteles con la foto del asesino. Para nada. Todo lo contrario: agudizaría mi sufrimiento. Preferiría no ver nunca, ni recordar para nada, la cara de la persona que mató a mi madre, mi hija, mi hermana, mi amiga, mi vecina… No querría verlo nunca, porque reforzaría mi dolor y me impediría olvidar. Y me importaría poco que los demás conocieran o no la cara del criminal. Ya tendría bastante con mi odio, y la necesidad de vivir con él, atormentado, como para desear que se distribuyera más rencor por todo el pueblo. Es mejor que el odio habite en menos corazones. Olvidar, que es lo único que te salva después de lo inevitable, exige que las imágenes de las causas o causantes se extingan poco a poco.
Seguramente hay opiniones contrarias a las mías en este tema. Las respeto por verdaderas. El sentimiento de injusticia, que se va a extender por Zarauz, Orio y por todas partes, es un dolor abrumador. Vayamos preparándonos. La imagen del asesino colgada en las paredes no sirve para nada. Confiemos en que el sacrificio de Amaia sea un argumento para que los menores asesinos no salgan triunfantes nunca más porque se entregaron a la justicia la víspera de cumplir la mayoría de edad. La burla añadida al dolor por el asesinato brutal de una inocente debe terminar con un cambio legislativo inmediato. Por Amaia. Por todos.
Genial ete articulo sobre el asesino de Amaia, y la exposicion de su rostro en carteles por el pueblo de Orio y Zarautz. Seentiende este comportamiento de la gente que conocia a Amaia, derivado del dolor. Pero en realidad toda este nergia no conduce a nada positivo, solo mas dolor, para todos. Es una conducta que no vale para nada. Hay que emplear toda la energia , en intentar que la justicia sea justa. Que no se permita que personas, como el asesino de Amaia, entrgandose la vispera de su mayoria de edad, se pueda acoger a la Ley de Menor, con las garantias y beneficios en su proteccion. Hay que impedir ete protectorado, de etos asesinos. No se deben combatir un delito con una conducta rudimentaria que no conduce a nada positivo. El dolores grande. Pero hay que luchar para que la diosa justicia, haga justicia.